La reina de los condenados (70 page)

BOOK: La reina de los condenados
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»Cuando desperté, iba errando a la deriva en mitad del mar. Durante diez días la balsa me arrastró, como ya os conté. Sufriría hambre, terror, si no era que el ataúd se hundía al fondo de las aguas, si no era que quedaba enterrada viva para siempre, yo, que no podía morir. Pero eso no ocurrió. Cuando por fin atraqué en la costa oriental del África inferior, empecé la búsqueda de Mekare, cruzando el continente hacia el poniente.

»Durante siglos la he buscado de una punta de continente a otra. Fui al norte de Europa. Viajé a lo largo de las costas rocosas, penetré incluso en las islas nórdicas, hasta que llegué a los más remotos yermos de hielo y nieve. Así y todo, una y otra vez regresé a mi pueblecito; pero esta parte de la historia os la voy a contar dentro de un momento, porque es muy importante para mí que la conozcáis, como veréis.

»Pero durante aquellos primeros siglos di la espalda a Egipto; di la espalda al Rey y a la Reina.

»Sólo mucho más tarde supe que el Rey y la Reina habían creado una gran religión a partir de su transformación; y que tomaron para sí la identidad de Isis y Osiris y oscurecieron aquellos antiguos mitos para adecuarlos a sus personalidades.

»Osiris (es decir, el Rey que sólo puede aparecer en la oscuridad) se convirtió en el dios del inframundo. Y la Reina se convirtió en Isis, la Madre, la que recoge los pedazos de su esposo descuartizado, troceado, y los une, los cura y los devuelve a la vida.

»Lo habéis leído en las páginas de Lestat, en la historia que Marius contó a Lestat, que es como se la contaron a él, la historia de cómo los dioses de la sangre creados por la Madre y el Padre tomaban la sangre de los malhechores sacrificados en las criptas ocultas en el interior de las colinas de Egipto; y de cómo la religión duró hasta el tiempo de Cristo.

»Y también habréis oído algo de cómo la rebelión de Khayman fue un éxito, de cómo los enemigos del Rey y la Reina, enemigos cuyo origen eran los mismos Rey y Reina, se levantaron finalmente contra la Madre y el Padre; de cómo hubo grandes guerras entre los bebedores de sangre de todo el mundo. La misma Akasha reveló esos acontecimientos a Marius, quien a su vez los reveló a Lestat.

»En aquellos primeros siglos nació la leyenda de las gemelas; porque los soldados egipcios que habían presenciado los sufrimientos de nuestras vidas, desde la masacre de nuestro pueblo hasta la captura final y definitiva, contaban la historia. La leyenda de las gemelas fue escrita incluso por los escribas de Egipto en períodos posteriores. Se creía que un día reaparecería Mekare y que aplastaría a la Madre, y que todos los bebedores de sangre del mundo morirían al morir la Madre.

»Pero todo eso ocurrió sin mi conocimiento, sin mi vigilancia o mi aquiescencia, porque hacía mucho tiempo que estaba apartada de esos escenarios.

»Solamente trescientos años después me acerqué a Egipto, como un ser anónimo, envuelta en ropajes negros, para ver por mí misma qué había sido de la Madre y del Padre; eran meras estatuas contemplativas, impertérritas, enterradas en piedra bajo su templo subterráneo, sólo con sus cabezas y sus gargantas expuestas. Y los jóvenes que buscaban beber del manantial original iban a los sacerdotes bebedores de sangre que los guardaban.

»El joven sacerdote bebedor de sangre me preguntó si quería beber. Si lo hacía, luego tendría que ir a los Viejos y declarar mi pureza y mi devoción al antiguo culto, y tendría que declarar que no era una proscrita movida por causas personales. Podría haberme partido de risa.

»Pero, oh, ¡el horror de aquellos dos seres contemplativos! Permanecer entre ellos, susurrar los nombres de Akasha y Enkil y no ver ni el más leve parpadeo en los ojos ni el más ligero temblor en la blanca y tersa piel.

»Y así habían estado desde tiempos inmemoriales, me dijeron los sacerdotes; ni siquiera había nadie que supiese si los mitos acerca de los orígenes eran ciertos. Nosotros, sus auténticos primeros hijos, habíamos llegado a ser llamados simplemente la Primera Generación, la que había engendrado a los rebeldes; pero la leyenda de las gemelas cayó en el olvido; y ya nadie conocía los nombres de Khayman, Mekare o Maharet.

»Sólo los iba a ver otra vez más, a la Madre y al Padre. Habían pasado otros mil años. El gran incendio acababa de tener lugar, cuando el Viejo de Alejandría (como Lestat os contó) intentó destruir a la Madre y al Padre colocándolos bajo el sol. Pero éstos habían quedado simplemente bronceados por el calor diurno, según Lestat dijo, tan fuertes habían llegado a ser; porque aunque dormimos indefensos durante el día, la luz en sí misma se hace menos letal con el transcurso del tiempo.

»Pero, en todas partes del mundo, bebedores de sangre habían estallado en llamas durante aquellas horas diurnas de Egipto; mientras que los auténticamente viejos sólo habían sufrido y su piel se había oscurecido, pero nada más. Mi querido Eric tenía por aquel entonces mil años; vivíamos juntos en la India; durante aquellas interminables horas quedó muy quemado. Su restablecimiento costó grandes sorbos de mi sangre. Yo misma quedé algo bronceada, y aunque sufrí grandes dolores durante muchas noches, aquello tuvo para mí un curioso efecto secundario: a partir de entonces, con la piel algo más oscura, me fue más fácil pasar por un ser humano.

»Muchos siglos después, cansada de mi pálida apariencia, me sometí ex profeso a la acción del sol. Y probablemente lo repetiré.

»Pero aquella primera vez que ocurrió fue un misterio total para mí. Quise saber por qué en mis sueños había visto fuego y oído los gritos de tantos pereciendo, y por qué otros que yo había creado (queridos novicios) habían muerto de aquella indecible muerte.

»Por eso viajé de la India a Egipto, lugar éste que siempre me ha sido odioso. Fue entonces cuando oí hablar de Marius, un joven romano bebedor de sangre, que por milagro no se había quemado; este Marius había llegado a Egipto y había tomado a la Madre y al Padre; los había sacado de Alejandría y los había llevado adonde nadie pudiese quemarlos (quemarnos) por segunda vez.

»No fue difícil encontrar a Marius. Como ya os dije, en los primeros años no podíamos escucharnos unos a otros. Pero, con el paso del tiempo logramos oír a los más jóvenes exactamente como si fueran seres humanos. Descubrí la casa de Marius en Antioquía, un verdadero palacio, donde vivía con un esplendor romano, aunque, en las últimas horas antes del alba, cazaba víctimas humanas en las calles oscuras.

»Ya había creado una inmortal en Pandora, a quien quería por encima de todas las cosas de la tierra. Y había acomodado a la Madre y al Padre en una exquisita cripta, que había construido con sus propias manos con mármol de Carrara y suelo de mosaico; allí quemaba incienso como si fuera un verdadero templo, como si ellos fueran verdaderos dioses.

»Esperé el momento oportuno. Pandora y él salieron de caza. Entonces entré en la casa, haciendo que los cerrojos se abrieran desde el interior.

»Y vi a la Madre y al Padre, con la piel más oscura, como oscura era la mía, pero bellos y sin vida como habían sido mil años antes. Marius los había sentado en un trono, donde permanecerían sentados dos mil años más, como todos ya sabéis. Me acerqué a ellos; los toqué. Los golpeé. No se movieron. Entonces, con una larga daga hice mi prueba. Agujereé la piel de la Madre, que se había convertido en una capa elástica como la mía. Agujereé el cuerpo inmortal que había llegado a ser tan indestructible como engañosamente frágil; la hoja atravesó el corazón. Lo corté a derecha e izquierda; luego me detuve a observar.

»Su sangre brotó viscosa y espesa un momento; durante un instante su corazón dejó de latir; el corte empezó a cicatrizar; la sangre derramada se endureció como ámbar ante mis propios ojos.

»Pero lo más significativo fue que había percibido en mis entrañas el momento en que el corazón había dejado de bombear sangre; había percibido el vértigo, la vaga desconexión; el mismo murmullo de la muerte. Sin duda alguna, por todas partes del mundo, los bebedores de sangre lo habían sentido; los jóvenes quizá con más fuerza, con un impacto que los hizo tambalearse. El núcleo de Amel aún estaba dentro de ella; las terribles quemaduras y la daga, eso probaba que la vida de los bebedores de sangre residía en el interior del cuerpo de ella y que siempre sería así.

»De no ser así, yo la habría destruido en aquel mismo instante. La habría cortado pedazo a pedazo; porque no había lapso de tiempo que pudiese enfriar el odio que sentía hacia ella; el odio por todo lo que había hecho a mi pueblo; por haberme separado de Mekare. Mekare, mi otra mitad; Mekare, mi propio yo.

»Qué magnífico habría sido que los siglos me hubiesen enseñado el perdón; que mi alma se hubiera abierto a ser comprensiva con todas las maldades infligidas a mi pueblo.

»Y es que es el alma de la humanidad la que a través de los siglos se dirige hacia la perfección, la raza humana la que cada año que pasa aprende a amar mejor y a perdonar. Yo estoy anclada en el pasado por cadenas que no puedo romper.

»Antes de irme limpié todo rastro de mi acción. Contemplé las dos estatuas quizá durante una hora, contemplé los dos seres malignos que tanto tiempo atrás habían destruido a mi gente y nos habían procurado tanta maldad, a mi hermana y a mí, y que, en retorno, habían recibido tanta maldad.

»—Pero al final no venciste —dije a Akasha—. Tú, tus soldados y sus espadas. Porque mi hija, Miriam, sobrevivió para perpetuar la sangre de mi familia y de mi gente a través de los tiempos; y, eso, que tal vez no signifique nada para ti mientras permaneces sentada ahí en silencio, lo significa todo para mí.

»Y las palabras que pronuncié eran verdad. Pero enseguida pasaré a la historia de mi familia. Dejad que trate ahora de una victoria de Akasha; Mekare y yo no nos hemos vuelto a encontrar nunca.

»Porque, como ya os dije, nunca en mis viajes encontré, hombre, mujer, o bebedor de sangre que hubiera visto a Mekare u oído su nombre. Erré por todas las tierras del mundo, en algún momento u otro, en busca de Mekare. Pero había perdido su pista por completo, como si el gran mar occidental se la hubiese tragado. Siempre he sido sólo un ser a medias en busca de lo único que lo puede completar.

»Sin embargo, en los primeros siglos supe que Mekare vivía; había veces en que la gemela que soy sentía el sufrimiento de la otra gemela; en oscuros momentos de ensueño, conocía dolores inexplicables. Pero éstas son cosas que los gemelos humanos también sienten. Al tiempo que mi cuerpo se endurecía, al tiempo que lo humano en mi interior se iba diluyendo, y este cuerpo, más poderoso, resistente e inmortal, se iba haciendo dominante, perdía las simples ataduras humanas con mi hermana. Sin embargo sabía, sabía que estaba viva.

»Hablaba a mi hermana mientras andaba por las costas solitarias, echando ojeadas al mar helado. Y en las cuevas del Monte Carmelo plasmé nuestra historia en grandes dibujos (todo lo que sufrimos), el paisaje que ahora contempláis en vuestros sueños.

»Con el paso de los siglos, muchos mortales encontrarían esas cuevas, verían esas pinturas; y luego serían olvidadas de nuevo y descubiertas de nuevo.

«Finalmente, en el presente siglo, un joven arqueólogo, habiendo oído hablar de ellas, un día subió al Monte Carmelo, linterna en mano. Y, cuando contempló las pinturas que yo había realizado mucho tiempo atrás, su corazón dio un vuelco, porque había visto aquellas mismas imágenes en una cueva al otro lado del mar, en las junglas del Perú.

»Pasaron años antes de que conociera este descubrimiento. El arqueólogo había viajado por todo lo ancho y largo del mundo con sus fragmentos de pruebas; fotografías de los dibujos de las cuevas del Viejo y Nuevo Mundo; una vasija de cerámica hallada en el almacén de un museo, un antiguo objeto de artesanía de aquellos siglos brumosos en que la leyenda de las gemelas aún era conocida.

»No puedo expresar el dolor y la felicidad que experimenté al mirar las fotografías de las pinturas que había descubierto en una cueva poco profunda del Nuevo Mundo.

»Porque Mekare había dibujado las mismas cosas que yo: el cerebro, el corazón… Y una mano tan parecida a la mía propia había dado expresión a las mismas imágenes de sufrimiento y dolor. Sólo se apreciaban insignificantes diferencias. Pero la prueba estaba más allá de cualquier duda.

»La balsa que transportaba a Mekare cruzó el gran océano occidental y la llevó a una tierra desconocida en nuestro tiempo. Quizá siglos antes de que la especie humana hubiese penetrado en aquellos confines del sur del continente selvático. Mekare había atracado allí, para conocer tal vez la más grande soledad que una criatura pueda conocer. ¿Cuánto tiempo había errado entre pájaros y animales salvajes antes de ver un rostro humano?

»¿ Había durado siglos o milenios, aquel inconcebible aislamiento? ¿O enseguida había encontrado mortales que la habían consolado o que habían huido de ella aterrorizados? Nunca hube de saberlo. Mi hermana debía de haber perdido la razón mucho antes de que el ataúd en que viajaba hubiese tocado tierra en la costa sudamericana.

»Lo único que sabía era que ella había estado allí; y que miles de años atrás había realizado aquellos dibujos, como yo había realizado los míos.

»N anualmente, prodigué mucho dinero en el arqueólogo; le proporcioné todos los medios para que continuara sus investigaciones en la leyenda de las gemelas. Yo misma hice un viaje a Sudamérica. En compañía de Eric y Mael, escalé la montaña del Perú a la luz de la luna y con mis propios ojos vi el trabajo artesanal de mi hermana. Las pinturas eran antiquísimas. Con toda seguridad habían sido realizadas cien años después de nuestra separación, quizá muy posiblemente menos.

»Pero nunca encontraríamos otra prueba evidente de que Mekare vivió o erró por las selvas sudamericanas, o en cualquier otra parte de este mundo. ¿Estaba enterrada en las profundidades de la tierra, más allá del alcance de la llamada de Mael o de Eric? ¿Dormía en las profundidades de alguna cueva, como una estatua blanca, con la vista fija y ausente y con la piel cubierta por capas y capas de polvo?

»No puedo imaginármelo. No puedo soportar pensar en ello.

»Sólo sé, como vosotros, que se ha levantado. Se ha despertado de su larguísimo letargo. ¿Han sido las canciones de El Vampiro Lestat lo que la ha despertado? ¿Esas melodías electrónicas que han llegado a los lugares más recónditos del mundo? ¿Han sido los pensamientos de miles de bebedores de sangre que las han oído, interpretado y que han respondido a ellas? ¿Ha sido Marius avisando de que la Madre anda?

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