Read La reliquia de Yahveh Online
Authors: Alfredo del Barrio
Desnudo estoy bajo los soles del mundo.
Buscando una sombra que no es la mía,
Voy recorriendo la tierra toda entera,
Persiguiendo un lloro que oigo en la lejanía.
Arde mi cabeza como quema mi alma,
El anhelo de venganza es mi inflexible guía.
El horizonte se aleja cada vez que lo miro,
Pero el deseo de justicia vence mi melancolía.
Sejmet fiera, Sejmet sombría, Sejmet bravía.
Diosa de cabeza de leona, paso majestuoso,
Que mi ejército sea inmune a la hechicería.
Sejmet, diosa poderosa, belleza furiosa,
Que mis hombres queden libres de brujería.
Yo, difunto, triunfo sobre los magos enemigos,
Custodiando el impío poder de la herejía judía,
Imponiendo atroz término a su pérfida idolatría.
Soy el Mañana, soy el Ayer, soy el Día.
Soy Sheshonk, Señor de los Terrores,
Soy el que siempre mira hacia delante,
El que contempla millones de años,
El Ojo divino del dios halcón Horus,
El que reside dentro del Sol Cósmico,
La cabeza que ciñe las dos coronas.
El cielo fue creado para mí,
Poderosas son las palabras,
Si son emitidas por mi boca.
Por nadie soy conocido,
Por todos grandemente temido.
Recorro el tiempo inalterado,
Vivo aquí igual que en el pasado,
Cubierto por el fuego,
Sostenido por el agua,
Escoltado por la tierra,
Vengado por el aire.
Rompe mi serena quietud
Y la maldición te alcanzará
Devorándote con prontitud.
Llega la noche de las perpetuas tempestades.
Yo soy aquel que en otra época creo a los dioses,
Yo avivo por el día el fuego que destruye la tierra,
Yo soy el que mencionan todas las Escrituras.
Señor de los Años Infinitos es uno de mis títulos,
Príncipe de la Eterna Duración es mi regia condición.
Vencedor del dios oriental, dueño de su poder,
Sólo quiero y debo tener aquello que puedo esconder.
—Pues esto es todo —dijo John mientras dejaba la última hoja sobre la mesa.
Hubo un momento de intenso silencio, de profunda introspección, aunque la pertinaz ventisca se empeñaba en romper la meditación con sus cada vez más insistentes y furiosos ramalazos.
—Has hecho un gran esfuerzo —apreció Marie al cabo de uno o dos minutos.
—Gracias, pero esta última tanda podía haberla redactado mejor si hubiese dispuesto de más tiempo y hubiese estado menos cansado —confesó el inglés.
—Vuelve a aparecer un nombre propio —dijo Alí que quería comentar lo que acababa de oír—, en este caso el del mismo faraón Sheshonk.
—Sí —reconoció John—, no se puede decir que el soberano peque de modestia en estas inscripciones.
—Bueno, era un dios viviente —manifestó Marie—, tenía derecho a darse un poco de autobombo póstumo.
—Parece que vuelve a lanzarnos una maldición.
Alí aludía a la parte que más le inquietaba de toda la recitación, pero los demás no se dieron por enterados, tomaron el comentario del egipcio como una simple broma, tan oída y repetida que ya no hacía ninguna gracia.
John se creyó en el deber de establecer una especie de resumen analítico de los cuatro textos que había leído en una noche que ya se alargaba demasiado.
—Bien, con Sejmet ya han sido nombradas y homenajeadas las tres diosas que figuran en la lápida que sellaba la entrada a la tumba. Aparte de la primera pared, donde aparecen fragmentos del juicio de Osiris muy similares a lo ya visto y descifrado en otros mausoleos, hay un lienzo dedicado a Bastet, diosa de la magia; a Hator, diosa del amor y la fecundidad; y Sejmet, protectora de la guerra y el combate. El faraón dedica tres paredes a sus advocaciones favoritas y deja una cuarta para convencer a Osiris de que su alma está libre de pecados y puede traspasar tranquilamente los umbrales del cielo.
—Y hay referencia clara al Arca —remató Marie.
—Desde luego —admitió John—, en este último panel se menciona a los hebreos. Esa ciudad sitiada y conquistada tiene que ser con seguridad la Jerusalén del año 1000 antes de Cristo.
—Sheshonk menciona dos veces "el poder" del dios de los judíos —razonó Marie— , y las dos veces dice que lo custodia, que es su dueño.
—Con toda seguridad ese "poder" tiene que ser el Arca —interrumpió John—. Los sacerdotes israelitas creían que el Arca era una manifestación material y terrenal de la gran energía y fuerza de Yahvéh.
—¿Y el lugar donde Sheshonk conserva y vigila el Arca…? —preguntó Marie afectando ingenuidad porque ya sabía la respuesta.
—Tiene que ser esta tumba —dijo John con algo parecido al entusiasmo—. Aquí se guardarían todos los tesoros y objetos importantes que el faraón había poseído a lo largo de su vida.
—No hay duda que si el Arca está en algún sitio tiene que ser aquí, en este emplazamiento —certificó Alí para mostrar que también estaba de acuerdo con la conclusión de sus dos colegas.
—Estamos ante el descubrimiento del siglo señores —aseguró la doctora con mirada maquiavélica.
—Creo que no debemos echar las campanas al vuelo —tranquilizó John—, todavía podemos encontrarnos muchas cosas ahí abajo y no todas serán agradables.
—¿Y qué hay de esos magos que aparecen por todas partes? Estas últimas inscripciones los identifican claramente con los judíos —preguntó un Alí más preocupado y obsesionado, desde el incidente de la trampa de las lentes, por la maldición del faraón que por convertirse en un arqueólogo famoso.
John le miró durante unos segundos, luego perdió la mirada en el vacío, estaba intentando recordar. De pronto encontró el pensamiento que había acudido fugazmente a su cerebro cuando Osama expuso su anterior intuición de que era posible que las tropas de Sheshonk hubiesen sido atacadas por pociones o toxinas. La idea había escapado tan rápido como consentía su cansancio acumulado y cuando intentó volver a ella ya no pudo encontrarla en ningún pliegue de su razón. Ahora el comentario de Alí la había recuperado de nuevo y entrañaba más profundidad de lo que parecía.
—¡Es cierto, es cierto! —exclamó excitado— ¡Sabía que algo se me había escapado!
—¿El qué? —preguntó la francesa intrigada.
—Hay una borrosa teoría que asevera que los sacerdotes judíos eran en realidad también magos —John trataba de encontrar las palabras adecuadas—. Magos que aprendieron su secreto oficio aquí en Egipto, antes del Éxodo de Moisés. El presentimiento expuesto antes por Osama podría ser correcto.
—¿El tiempo de Moisés? ¿Magos? —dijo Marie con extrañeza.
—Del protohistórico Moisés a la época de Sheshonk no transcurrió demasiado tiempo, unos 250 años según la cronología más probable —dijo John intentando vencer por el momento el reparo temporal a medias expuesto por Marie.
—No te sigo John —a la arqueóloga no le entusiasmaban demasiado las fantasías especulativas no probadas científicamente.
—Bueno, verás, hay referencias de que Moisés y su hermano Aarón, primer sumo sacerdote judío y considerado el fundador de la institución sacerdotal hebrea, tenían conocimientos avanzados de la magia y hechicerías que, a su vez, ejecutaban también los sacerdotes egipcios al servicio de los faraones de ese tiempo, más concretamente del poderoso Ramsés II.
A Alí, ante tan notables y arriesgadas conjeturas, solamente se le pudo asomar a la memoria el Hotel Ramsés Hilton, en el que tan agradablemente habían cenado hacía apenas cuatro días y que ya parecían cuatro meses. Los acontecimientos aceleran el paso del tiempo tan deprisa que vivir una vida intensa es lo más cercano a viajar a la velocidad de la luz. Einstein tenía razón, el tiempo es relativo al observador. Alí alejó el pensamiento de su mente por considerarlo poco apropiado, dadas las circunstancias.
John había sacado fuerzas de flaqueza, estaba dispuesto a defender su conjetura con largos argumentos que a todas luces atrasarían todavía más el momento de irse a dormir y que también amenazaban con acabar con la paciencia de Marie.
—Pero, ¿de dónde sacas esas suposiciones tan descabelladas? —objetó Marie visiblemente irritada.
—Ya sé que no son teorías científicas, pero hay una fuente histórica de fiar —se defendió John.
—¿Cuál? —Marie se mostraba algo agresiva, aunque no tenía intención de contrariar a John.
—La Biblia —dijo contundente John—, si le damos crédito en algunas cosas, también deberíamos dársela en otras.
—Bien, continúa John—accedió Marie con aire de derrota.
—Sheshonk llama a los judíos "magos enemigos", forzosamente tenía que referirse a los sacerdotes, custodios del Arca y de la tradición religiosa, sapiencial y hermética judía.
—Sí, los judíos son famosos por la Cábala —Alí trataba de seguir la conversación y aportar algún dato adicional, aunque la ocurrencia no había sido muy pertinente.
—¿Puedes darme la Biblia que te presté Alí?
Alí no esperaba la interpelación directa de John y tardó en comprender la pregunta, cuando lo hizo sacó del bolsillo de su chaqueta el libro negro que le había prestado horas antes el inglés.
John cogió el ejemplar del libro sagrado que había traído a la excursión y empezó a rebuscar por las páginas iniciales del macizo tomo.
—Como decía —prosiguió—, en la Biblia se menciona a Aarón haciendo multitud de prodigios y milagros, inspirado, claro, por los poderes de Yahvéh. Por supuesto, tenemos que hacer el esfuerzo de extraer cualquier interpretación religiosa o mística del texto que voy a leer. Si conseguimos realizar ese simple ejercicio no podremos hablar de otra cosa que de magia pura y dura.
John encontró el párrafo que buscaba.
—Es un pasaje del Éxodo —aclaró—. Moisés y Aarón tratan de convencer al faraón de Egipto para que les deje salir a ellos y a su pueblo en busca de la tierra prometida. Como no lo consiguen piden ayuda a Dios que les insta a ejecutar una larga serie de prodigios ante el escasamente asombrado e impertérrito monarca.
Dijo Yahvéh a Moisés y a Aarón: Si el Faraón os habla, diciéndoos: Obrad algún prodigio a favor vuestro, dirás a Aarón: Toma tu cayado, arrójalo ante el Faraón y que se trasforme en serpiente. Moisés y Aarón se presentaron ante el Faraón, e hicieron tal y como lo había ordenado Yahvéh. Aarón arrojó su cayado ante el Faraón y sus servidores y el cayado se convirtió en serpiente. Entonces el Faraón convocó también a los sabios y encantadores, y también ellos, los magos de Egipto, hicieron otro tanto con sus artes mágicas. Cada uno de ellos arrojó su vara, que se trasformó en serpiente; pero la vara de Aarón devoró las de los otros. Se endureció el corazón del Faraón y no los escuchó, tal y como lo había predicho Yahvéh.
(Éxodo 7, 8-13)
—A partir de aquí empiezan a describirse los diez intentos que hicieron Moisés y Aarón por convencer al soberano egipcio de que no liberar a los hebreos de su esclavitud en el país del Nilo era una pésima idea.
—¿Te refieres a las diez plagas bíblicas que azotaron Egipto? —aventuró una más pacífica y conciliadora Marie.
—Exacto —confirmó John—. No voy a leer todo el pasaje porque sería demasiado largo y es muy tarde ya para semejante exégesis, así que voy a resumirlo. El caso es que Moisés, Aarón y su cayado, que os recuerdo es uno de los objetos sagrados que se cree se guardaban tradicionalmente en el Arca, convirtieron las aguas del Nilo en sangre, cubrieron de ranas el país, de mosquitos, de tábanos, hicieron morir de peste a todo el ganado de Egipto, revistieron de úlceras purulentas a personas y animales, provocaron un granizo catastrófico, una plaga de langosta y extendieron las tinieblas por todo el país. Sólo la décima plaga, la que mató a los hijos primogénitos de todas las familias egipcias hizo posible que el faraón cambiase de parecer y otorgase por fin permiso a los hebreos para partir. Los magos oriundos de la región solamente pudieron imitar unos pocos de tales portentos, por lo que hay que suponer que Moisés y su hermano eran consumados hechiceros, con permiso y sacando fuera de este hipotético escenario, como he dicho antes, toda supuesta intervención divina.
—No comprendo a dónde quieres ir a parar John —Marie parecía cada vez más agotada.
—Tal vez me estoy extendiendo demasiado sobre este punto, pero mi propuesta es que es posible que los sacerdotes hebreos, la clase más poderosa de la estricta organización social judía y la que cobraba diezmos a las otras tribus por cuidar de su espiritualidad, eran en realidad los garantes de todos los conocimientos técnicos o científicos de ese tiempo.
—Sigue —dijo una Marie ya sin fuerzas para discutir.
—Como en todas las culturas antiguas, los sacerdotes-magos hebreos del tiempo del sabio Salomón, que también era sacerdote a su vez, podrían conocer multitud de conjuros y pociones químicas que bien pudieron sembrar el terror en las filas del ejército egipcio y en el propio Sheshonk.
—Pero, sí los sacerdotes egipcios también conocían ese tipo de sortilegios, la sorpresa debió ser más bien escasa —dijo un interesado Osama que hacía mucho tiempo que no había pronunciado ni media palabra.
—Sheshonk era un faraón novato —alegó John—, provenía del extranjero, su padre era con toda seguridad oriundo del desierto líbico, y vivió en una época de caos y anarquía total en el país. En el Tercer Periodo Intermedio las tradiciones sacerdotales y el conocimiento científico, o si lo preferís pseudocientífico o mágico, debían atravesar un periodo de profunda crisis. Se debieron perder multitud de saberes, máxime si la transmisión de los mismos era estrictamente oral. Además, los conjuros judíos parece que eran bastante más eficaces que los egipcios ya en tiempos de Moisés. Durante su estancia en Palestina debieron, todavía más, potenciar estos saberes herméticos a tenor de los acontecimientos narrados en la Biblia, y toda esta magia aparece indefectiblemente asociada al Arca en toda la tradición posterior a Moisés.
—Resumiendo —Marie no aguantaba más y quería acabar cuanto antes—, que pudo ser que los hebreos fuesen los promotores de esos envenenamientos que tanto espantaban al faraón y a sus tropas.
—Pues, algo parecido es lo que dan a entender las inscripciones de los muros — convino John—. Por eso Sheshonk se encomienda fervientemente a Bastet, la diosa gata, protectora contra todo tipo de ponzoñas provenientes de serpientes, alimañas y, tal vez, nigromantes rivales.