—Los cammorianos van en vanguardia, Su Ilustrísima, y cubriendo los flancos. Los rendoreños se encuentran en el centro y en la retaguardia.
—¿Llevan sus tradicionales ropajes negros rendoreños? —urgió Emban, con mirada intensa.
—Es bastante difícil precisarlo, Su Ilustrísima —respondió Berit—. Están al otro lado de los ríos, y hay mucho polvo allí. Pero parecía que iban vestidos de manera distinta de los cammorianos. Eso es todo cuanto puedo afirmar.
—Comprendo. Vanion, ¿es este joven digno de confianza?
—Es muy bueno, Su Ilustrísima —respondió Sparhawk en lugar de su preceptor—. Tenemos puestas grandes expectativas en él.
—Estupendo ¿Podéis prestármelo? Y me parece que también me quedaré con vuestro escudero Kurik. Necesito algo que quiero que me traigan.
—Desde luego, Su Ilustrísima —accedió Sparhawk—. Id con él, Berit. Kurik está en el castillo. Podéis recogerlo allí.
Emban se alejó andando como un pato seguido de cerca por Berit.
—Será mejor que nos separemos —sugirió el preceptor Komier—. Vayamos a echar una mirada a esas puertas. Ulath, venid conmigo.
—Sí, mi señor.
—Sparhawk —dijo Vanion—, vos vendréis conmigo. Kalten, quiero que permanezcáis cerca del patriarca Dolmant. Annias podría aprovechar la confusión, y Dolmant es el que le da más quebraderos de cabeza. Haced lo posible por mantener a Su Ilustrísima dentro de la basílica, donde está algo más seguro. —Vanion se caló el empenachado yelmo y se volvió con un revuelo de su negra capa.
—¿Adonde nos dirigimos, mi señor? —preguntó Sparhawk cuando salieron de la basílica y bajaron las escalinatas que desembocaban en el gran patio de abajo.
—Iremos a la puerta sur —le confió, ceñudo, Vanion—. Quiero ponerle el ojo encima a Martel.
—De acuerdo —convino Sparhawk—. Sería la última persona que fuera a veniros con la cantilena de «ya os lo había advertido yo», Vanion, pero lo hice. Yo quería matar a Martel de buen principio.
—No me atosiguéis, Sparhawk —espetó con tirantez Vanion al tiempo que montaba a caballo con firme determinación en el semblante—. La situación ha cambiado, empero. Ahora tenéis mi permiso.
—Es un poco tarde—murmuró Sparhawk, subiendo a lomos de
Faran
.
—¿Decíais?
—Nada, mi señor.
La puerta sur de la ciudad de Chyrellos, que no se había cerrado en el transcurso de dos siglos, presentaba un estado manifiestamente lamentable, con señales de podredumbre en la mayoría de las vigas y una gruesa capa de herrumbre en las pesadas cadenas que la ponían en funcionamiento. Vanion la observó un instante y se estremeció.
—Totalmente indefendible —dictaminó, gruñendo—. Podría derribarla de un puntapié yo solo. Subamos a las almenas, Sparhawk. Quiero ver esos ejércitos.
Los adarves de las murallas de la ciudad estaban repletos de ciudadanos, artesanos, mercaderes y obreros. Flotaba un aire casi festivo entre la abigarrada multitud que se arremolinaba allí, contemplando con asombro las huestes próximas.
—Vigilad a quién dais codazos —espetó beligerantemente un menestral a Sparhawk—. Tenemos derecho a mirar, lo mismo que vos. —Apestaba a cerveza barata.
—Idos a otro sitio a mirar, compadre —le aconsejó Sparhawk.
—No podéis ordenarme que me vaya. Tengo mis derechos.
—Queréis mirar, ¿no?
—Para eso he venido.
Sparhawk lo agarró por la pechera de su sayal de lona, lo levantó por encima del borde de la muralla y lo dejó caer. El muro tenía unos cinco metros de altura, y el borracho trabajador quedó sin resuello al chocar contra el suelo.
—El ejército avanza por ese lado, compadre —le informó solícitamente Sparhawk, asomándose por el parapeto y señalando hacia el sur—. ¿Por qué no vais por ahí y lo miráis más de cerca..., y así ejercitáis vuestros derechos?
—Podéis ser muy exasperante cuando os lo proponéis, Sparhawk —regañó Vanion a su amigo.
—No me ha gustado su actitud —gruñó Sparhawk—. Compadres —reto entonces a los individuos apiñados a su alrededor-, ¿querría alguien más reafirmar sus derechos? —Lanzó una ojeada por encima de la muralla y vio al ebrio menestral que avanzaba penosamente hacia la cuestionable seguridad de la ciudad, cojeando y chillando incoherentemente.
Al instante se abrió junto a las almenas un hueco para los dos pandion. Vanion escrutó la hueste de cammorianos y rendoreños.
—Es más o menos lo que esperaba —dijo a Sparhawk—. El grueso de las fuerzas de Martel todavía marcha en retaguardia y están apelotonándose detrás de los puentes. —Apuntó a la vasta nube de polvo que se elevaba al sur a lo largo de varios kilómetros—. No podrá hacer llegar a esos hombres aquí hasta que casi haya oscurecido. Dudo que su despliegue haya concluido antes de mañana al mediodía. Eso nos proporciona algo de tiempo. Bajemos.
Sparhawk se giraba para seguir a su preceptor, pero entonces se detuvo y se volvió de nuevo. Un recargado carruaje con el emblema de la Iglesia prominentemente grabado en relieve acababa de salir por la puerta sur. El monje que lo conducía tenía un porte sospechosamente familiar. Justo antes de que el vehículo virara hacia el oeste, un hombre barbudo vestido con la sotana de un patriarca se asomó brevemente por la ventana. Dado que la carroza no se encontraba a más de treinta metros de distancia, Sparhawk identificó sin dificultad al supuesto clérigo.
Era Kurik.
Sparhawk profirió una sarta de juramentos.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Vanion.
—Voy a sostener una larga conversación con el patriarca Emban —garantizó Sparhawk—. Son Kurik y Berit los que viajan en aquel carruaje.
—¿Estáis seguro?
—Reconocería a Kurik a cien metros en una noche sin luna. Emban no tenía derecho a exponerlos de ese modo al peligro.
—Es demasiado tarde para hacer algo al respecto. Vamos, Sparhawk. Quiero ir a hablar con Martel.
—¿Martel?
—Quizá con la sorpresa podamos sonsacarle alguna respuesta. ¿Creéis que es lo bastante arrogante como para hacer honor a una bandera de tregua... sólo para demostrar la ventaja de que ahora,dispone?
Sparhawk asintió lentamente.
—Es probable. El ego de Martel es una gran herida abierta. Lo haría todo por mostrarse honorable aunque tuviera que caminar en medio del fuego.
—Coincidimos en nuestra apreciación. Vayamos a comprobar si estamos en lo cierto, pero no os arrebatéis tanto intercambiando insultos con él como para olvidar mantener los ojos bien abiertos, Sparhawk. Lo que en realidad nos interesa es observar más de cerca su ejército. Quiero saber si se trata de escoria que ha contratado en las ferias rurales y tabernas de los caminos o de algo más serio.
Una sábana requisada —que Vanion se ofreció a pagar al asustado posadero mientras Sparhawk la arrancaba de una cama de las habitaciones del piso de arriba —les sirvió como bandera de tregua. Esta se ahuecaba y agitaba con aceptable donaire, sujeta a la lanza de Sparhawk, cuando los dos caballeros de negra armadura salieron con retumbar de cascos por la puerta sur en dirección al ejército. Cabalgaron hasta la cumbre de una colina y allí se detuvieron. Sparhawk hizo girar un tanto a
Faran
para que la brisa azotara su improvisada bandera y la hiciera visible a todos. A pesar de hallarse a cierta distancia de la vanguardia de las fuerzas de Martel, Sparhawk oyó distantes gritos y órdenes. Las huestes ondularon gradualmente hasta pararse y, poco después, Martel salió destacado de entre sus tropas, acompañado por uno de sus soldados. Él empuñaba también una lanza en la que ondeaba una capa blanca que guardaba un sospechoso parecido con la de un caballero cirínico.
—Me pregunto —musitó Sparhawk, escudriñándolo con la mirada —si podría persuadir al
Bhelliom, que rescató a Ehlana de las garras de la muerte, para que hiciera lo mismo con Martel.
—Y por qué habríais de hacerlo?
—Para poder volver a matarlo, mi señor. Podría pasarme toda la vida matándolo una y otra vez sólo con que alguien me animara a hacerlo.
Vanion le asestó una muy severa mirada, pero no dijo nada.
Martel llevaba una lujosa armadura de coraza y hombreras con incrustaciones de oro y plata y acero imponentemente bruñido. Parecía de forja deirana y era mucho más elegante que el funcional recubrimiento metálico de los caballeros de la Iglesia. Cuando se encontró a pocos metros de Sparhawk y Vanion, hincó la lanza en el suelo y, quitándose el ornado yelmo con penacho blanco, dejó ondear su blanco pelo al compás de la agitada brisa.
—Mi señor —dijo con exagerada cortesía, inclinando la cabeza ante Vanion.
Con expresión gélida, Vanion rehusó dirigir la palabra al caballero que había expulsado de la orden pandion e indicó a Sparhawk que lo hiciera por él.
—Ah —exclamó Martel en un tono que hubiera podido ser de genuino pesar—. Esperaba un mejor comportamiento de vos, Vanion. Oh, bueno, hablaré con Sparhawk entonces. Escuchad a vuestro antojo, si os apetece.
Sparhawk hundió a su vez la lanza en la tierra y quitándose, asimismo, el yelmo, espoleó a
Faran
para que se adelantara.
—Tenéis buen aspecto, viejo amigo —apreció Martel.
—Vos también... dejando de lado esa caprichosa armadura.
-Recientemente tuve ocasión de sumirme en reflexiones —replicó Martel —He reunido una gran suma de dinero estos últimos años, pero se me antojó que no disfrutaba mucho de ella y decidí comprar unos cuantos juguetes nuevos.
—El caballo también es nuevo, ¿verdad? —Sparhawk observó la voluminosa montura negra de Martel.
—¿Os gusta? Podría conseguiros uno de las mismas caballerizas, si queréis
—Me quedo con
Faran
.
—¿Habéis civilizado a esa espantosa bestia?
—Digamos que me gusta tal como es. ¿Qué intenciones os han traído aquí, Martel?
—¿No es evidente, viejo amigo? Voy a tomar la Ciudad Sagrada. Si hablara con objeto de obtener la aprobación pública, podría presentarlo mejor y utilizar la palabra «liberar», supongo, pero, dado que somos tan viejos amigos, creo que puedo permitirme la franqueza. Para expresarlo de forma sencilla, Sparhawk, voy a marchar hacia la Ciudad Sagrada y, tal como suele decirse, someterla a mi voluntad.
—Queréis decir que vais a «intentarlo», Martel.
—¿Quién va a detenerme?
—Vuestro propio buen juicio, espero. Estáis un poco trastornado, pero nunca habéis sido estúpido.
Martel le dedicó una burlona y somera reverencia.
—¿Dónde habéis conseguido todas las tropas en tan poco tiempo?
—¿Poco tiempo? —se mofó Martel—. No prestáis demasiada atención a las cosas, ¿eh, Sparhawk? Me temo que pasasteis una temporada demasiado larga en Jiroch. Con todo ese sol... —Se estremeció—. Por cierto, ¿habéis tenido recientemente noticias de la encantadora Lillias?—Le arrojó aquello con rapidez, haciendo alarde de su conocimiento de las actividades de Sparhawk durante los últimos diez años con la evidente intención de desconcertarlo.
—Estaba bien... la última vez que supe algo de ella. —Sparhawk no mostró el menor asomo de sorpresa.
—Puede que me la lleve cuando acabe todo esto. He advertido que es toda una mujer. Tal vez me divierta flirtear con vuestra antigua amante.
—Guardad mucho reposo, Martel. No creo que tengáis suficiente aguante para Lillias. Pero todavía no habéis contestado a mi pregunta.
—Podríais hallar la respuesta por vos mismo, viejo amigo, ahora que habéis refrescado un poco la memoria. Reuní a los lamorquianos mientras estaba allá arriba fomentando la discordia entre el barón Almstrom y el conde Gerrich. Los mercenarios cammorianos están siempre disponibles. Todo cuanto hube de hacer fue propagar la convocatoria, y vinieron corriendo. Los rendoreños no fueron difíciles de convencer una vez que hube liquidado a Arasham. Ya que lo menciono, no paraba de graznar «Cuerno de carnero» mientras agonizaba. ¿Podría ser por casualidad ésa la contraseña secreta que inventasteis? Muy vulgar, Sparhawk. De lo más carente de imaginación. El nuevo líder espiritual de Rendor es un hombre mucho más maleable.
—Lo conozco —dijo secamente Sparhawk—. Os deseo que gocéis en su compañía.
—Oh, Ulesim no es tan desagradable... siempre que uno se mantenga contra el viento cuando está con él. Sea como fuere, desembarqué en Arcium, saqueé e incendié Coombe y avancé hasta Larium. Debo decir, sin embargo, que Wargun disfrutó de lo lindo al llegar allí. Entonces me marché y lo obligué a seguirme dando interminables rodeos hasta Arcium. Fue una manera de entretenerme mientras esperaba la noticia del deceso del venerable Clovunus. ¿Le dedicasteis un digno funeral, por cierto?
—Estuvo bastante a la altura.
—Siento habérmelo perdido.
—Hay algo más que deberíamos sentir, Martel. Annias no va a poder pagaros. Ehlana se ha recuperado y ha vuelto a cortarle el acceso al tesoro.
—Sí, ya lo había oído... Me lo contaron la princesa Arissa y su hijo. Los liberé de ese convento como favor al primado de Cimmura. Aunque se produjo un pequeño malentendido mientras lo hacía, y todas las monjas de esa comunidad murieron de manera harto repentina. Lamentable, tal vez, pero los religiosos no deberíais involucraros en asuntos políticos. Mis soldados también incendiaron el convento cuando ya nos íbamos. Le transmitiré vuestros mejores deseos a
Arissa cuando me reúna con mis tropas. Viene hospedándose en mi pabellón desde que partimos de Demos. Los horrores de su cautiverio la han desanimado un tanto, y yo le he ofrecido todo el consuelo posible.
—Otra mala pasada que añadir a mi cuenta, Martel —dijo, haciendo rechinar los dientes, Sparhawk.
—¿Otra qué?
—Esas monjas son otro motivo que tengo para mataros.
—Probad a hacerlo cuando queráis, viejo amigo. Pero ¿cómo demonios hicisteis para curar a Ehlana? En Rendor me aseguraron que no existía cura posible.
—Vuestros informantes estaban en un error. Averiguamos cuál era la cura en Dabour. Ésa es la razón por la que Sephrenia y yo nos encontrábamos allí. Podríamos decir que el hecho de desbaratar vuestros planes en la tienda de Arasham no fue más que una gratificación suplementaria.
—Me enfadé de veras con vos por eso, ¿sabéis?
—¿Cómo vais a pagar a vuestras tropas?
—Sparhawk —señaló fatigadamente Martel—, estoy a punto de capturar la ciudad más rica del mundo. ¿Tenéis noción de los botines que pueden juntarse en el interior de los muros de Chyrellos? Mis soldados se sumaron gustosamente a mi campaña, sin promesa de paga alguna, sólo por la posibilidad de pasearse por allá adentro.