—Entonces hacedlos pasar, naturalmente.
Sparhawk se dirigió a un aparador y se sirvió un vaso de agua; por algún motivo, tenía la boca muy seca.
Vanion salió afuera y regresó con los amigos de Sparhawk.
—Creo que conocéis a Sephrenia, Kurik y sir Kalten, Su Majestad —dijo. Después presentó a los demás, omitiendo juiciosamente informarla sobre las actividades profesionales de Talen.
—Estoy muy contenta de conoceros a todos —los halagó graciosamente—. Ahora, antes de comenzar, tengo una noticia que participaros. Sir Sparhawk aquí presente acaba de pedirme en matrimonio. ¿No ha sido un gesto encantador por su parte?
Sparhawk, que en esos instantes tenía el vaso junto a la boca, tosió repetidas veces, atragantado.
—Vaya, ¿qué os ocurre, querido? —preguntó con inocencia Ehlana. El caballero se señaló la garganta, emitiendo extraños ruidos.
Cuando Sparhawk hubo en cierto modo recobrado el aliento y algunos jirones de su compostura, el conde de Lenda volvió la mirada hacia su reina.
—¿Deduzco bien al pensar que Su Majestad ha aceptado la proposición de su paladín?
—Por supuesto que sí. Eso era lo que estaba haciendo cuando habéis entrado.
—¡Oh! —exclamó el anciano—. Ya veo. —Lenda era un consumado diplomático, capaz de pronunciar frases como aquélla sin esbozar el más leve asomo de sonrisa.
—Mis felicitaciones, mi señor —dijo con brusquedad Kurik, atenazando férreamente la mano de Sparhawk y estrechándola vigorosamente.
Kalten tenía los ojos clavados en Ehlana.
—¿Sparhawk? —preguntó con incredulidad.
—¿No es curioso cómo vuestros más íntimos amigos nunca llegan a comprender realmente vuestra grandeza, cariño mío? —señaló la joven a Sparhawk—. Sir Kalten —afirmó entonces—, vuestro amigo de infancia es el más excelso caballero del mundo y cualquier mujer se sentiría honrada teniéndolo por marido. —Sonrió con aire satisfecho—. Sin embargo, soy yo quien lo ha cazado. Bien, amigos, sentaos y contadme por favor lo que ha sucedido en mi reino durante mi enfermedad. Confío en que seréis breves. Mi prometido y yo tenemos planes que trazar.
Vanion, que se había quedado de pie, recorrió a los demás con la mirada.
—Si olvido mencionar algo importante, no dudéis en intervenir y corregidme —indicó. Luego dirigió la mirada al techo—. ¿Por dónde empezar? —musitó.
—Podríais comenzar diciéndome qué fue lo que me puso tan enferma, lord Vanion —sugirió Ehlana.
—Os envenenaron, Majestad.
—¿Cómo?
—Un veneno muy raro originario de Rendor..., el mismo que provocó la muerte de vuestro padre.
—¿Quién fue el responsable?
—En el caso de vuestro padre, fue su hermana. En el vuestro, fue el primado Annias. Sabíais que había puesto sus miras en el trono del archiprelado de Chyrellos, ¿no es cierto?
—Desde luego. Hice cuanto pude por interponerme en su camino. Si accede a ese trono, creo que me convertiré al eshandismo... o tal vez me haga estiria. ¿Me aceptaría vuestro Dios, Sephrenia?
—Diosa, Majestad —la corrigió Sephrenia—. Yo adoro a una diosa.
—Qué idea más práctica. ¿Debería cortarme el pelo y ofrecerle en sacrificio unos cuantos niños elenios?
—No seáis ridícula, Ehlana.
—Sólo bromeaba, Sephrenia. —Ehlana soltó una carcajada—. ¿Pero no es eso lo que el pueblo elenio dice de los estirios? ¿Cómo os enterasteis de que me habían envenenado, lord Vanion?
Vanion trazó una somera descripción del encuentro entre Sparhawk y el espectro del rey Aldreas y de la recuperación del anillo que ahora, por error, decoraba la mano del paladín. Después prosiguió, refiriéndose al puesto de gobernante que de hecho había asumido Annias y la elevación del primo de la reina a la condición de príncipe regente.
—¿Lycheas? —exclamó en ese punto la joven—. Es ridículo. Si no sabe ni vestirse él solo. —Frunció el entrecejo—. Si me envenenaron y la sustancia utilizada fue la misma que mató a mi padre, ¿cómo es que todavía estoy viva?
—Hicimos uso de la magia para sostener vuestra vida, reina Ehlana —le explicó Sephrenia. Vanion expuso a continuación el regreso de Sparhawk de Rendor y su creciente convicción de que
Annias la había envenenado con el objetivo principal de obtener acceso a su tesoro para poder financiar su campaña para el archiprelado.
Sparhawk se hizo cargo de la historia entonces y relató a la joven dama que acababa de pescarlo en sus redes el viaje que habían realizado el grupo de caballeros de la Iglesia y sus compañeros a Chyrellos, luego a Borrata y finalmente a Rendor.
—¿Quién es Flauta? —lo interrumpió en cierto momento Ehlana.
—Una huérfana estiria —repuso el caballero—. Al menos eso creímos. Parecía tener unos seis años, pero resultó que tenía una edad muy, muy superior.
Prosiguió su relato, describiendo el recorrido por las tierras de Rendor y la entrevista con el médico de Dabour que había accedido a revelarles que sólo la magia podía salvar a la reina. Después pasó a referir su encuentro con Martel.
—Nunca me gustó —declaró la reina, torciendo el gesto.
—Ahora trabaja para Annias —la informó Sparhawk—, y estaba en Rendor coincidiendo con nuestra visita. Había un loco fanático religioso allá, Arasham, que ejercía de líder espiritual del reino. Martel trataba de convencerlo para que invadiera los reinos elenios occidentales con el fin de proporcionar una distracción que permitiera a Annias actuar impunemente durante la elección del nuevo archiprelado. Sephrenia y yo fuimos a la tienda de Arasham, y Martel se encontraba allí.
—¿Lo matasteis? —preguntó Ehlana con ferocidad.
Sparhawk pestañeó, sorprendido por aquella faceta de carácter en la que nunca había reparado antes.
—No era precisamente el momento adecuado, mi reina —se disculpó—. En su lugar ideé un subterfugio y persuadí a Arasham de que no invadiera hasta recibir noticias mías. Martel estaba furioso, pero no pudo hacer nada al respecto. Él y yo sostuvimos una pequeña conversación y me confesó que era él quien había encontrado el veneno y lo había puesto en manos de Annias.
—¿Tendría peso jurídico esta declaración en un tribunal, mi señor? —preguntó Ehlana al conde de Lenda.
—Dependería del juez, Su Majestad —respondió éste.
—No tenemos por qué preocuparnos por eso, Lenda —aseguró con tono inflexible—, porque yo voy a ser el juez... y también el jurado.
—Una situación un tanto irregular —murmuró el conde.
—También lo fue lo que nos hicieron a mi padre y a mí. Continuad con el relato, Sparhawk.
—Volvimos aquí a Cimmura y fuimos al castillo de los pandion. Allí fui llamado para acudir a la cripta real situada bajo la catedral para reunirme con el espectro de vuestro padre. Me dijo unas cuantas cosas... Primero, que fue vuestra tía quien lo había envenenado y que fue Annias quien os hizo administrar el veneno a vos. También me reveló que Lycheas era el fruto de ciertas intimidades acaecidas entre Annias y Arissa.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Ehlana—. Abrigaba un cierto temor de que fuera el hijo bastardo de mi padre. Ya es bastante bochornoso tener que admitir que es mi primo, ¿pero un hermano? Impensable.
—El fantasma de vuestro padre también me comunicó que lo único capaz de salvaros la vida era el Bhelliom.
—¿Qué es el Bhelliom?
Sparhawk introdujo la mano debajo de su jubón y sacó la bolsa de lona. Después la abrió y mostró a la luz la rosa de zafiro.
—Esto es el Bhelliom, Majestad —le enseñó.
Una vez más, presintió más que verlo con precisión un aleteo de oscuridad en los límites de su visión. Se deshizo de tal impresión y tendió la joya al frente.
—¡Qué exquisita! —gritó la dama, alargando la mano hacia ella.
—¡No! —la atajó Sephrenia con tono conminante—. ¡No la toquéis, Ehlana! ¡Podría destruiros!
Ehlana se echó atrás, con los ojos muy abiertos.
—Pero Sparhawk está tocándola —objetó.
—A él lo conoce. Puede que también os conociera a vos, pero es mejor no correr riesgos. Hemos invertido mucho tiempo y esfuerzo en vos para echarlo a perder ahora.
Sparhawk volvió a introducir la gema en la bolsa y la guardó.
—Hay algo más que deberíais saber, Ehlana —manifestó Sephrenia—. El Bhelliom es el objeto más poderoso y codiciado del mundo, y Azash desea desesperadamente hacerse con él. Esa era la finalidad de la invasión de Occidente llevada a cabo por Otha hace quinientos años. Otha tiene zemoquianos, y otros que no lo son, aquí en Occidente que buscan la joya. Debemos impedir por todos los medios que caiga en su poder.
—¿Deberíamos destruirlo ahora? —la interrogó con tristeza Sparhawk, que sin saber a qué atribuirlo hubo de poner gran empeño en llegar a formular la pregunta.|
—¿Destruirlo? —se indignó Ehlana—. ¡Pero si es muy hermoso!
—Es asimismo diabólico —sentenció Sephrenia. Hizo una pausa—. Aunque tal vez diabólico no sea la palabra apropiada. La gema no tiene la noción de la diferencia entre el bien y el mal. No, Sparhawk, conservémosla durante un tiempo más hasta estar seguros de que Ehlana está fuera de peligro de recaída. Seguid con la historia, pero tratad de ser breve. Vuestra reina todavía está débil.
—Haré un resumen pues —aceptó.
Contó a su reina cómo habían buscado en el campo de batalla del lago Randera y cómo al fin lograron localizar al conde Ghasek. La reina escuchaba atentamente, dando casi la impresión de que contenía el aliento mientras él refería los sucesos acaecidos en el lago Venne. El caballero resumió la explicación de la interferencia del rey Wargun —aunque no utilizó exactamente esa palabra —y después describió el peligroso encuentro con Ghwerig en la cueva y la revelación de la verdadera identidad de Flauta.
—Y así es como están las cosas ahora, mi reina —concluyó—. El rey Wargun está combatiendo a los rendoreños en Arcium; Annias está en Chyrellos aguardando el fallecimiento del archiprelado Clovunus; y vos estáis restituida en el trono que os corresponde por derecho legítimo.
—Y también recién prometida —le recordó, poniendo de manifiesto que no estaba dispuesta a permitir que lo olvidara. Reflexionó un instante—. ¿Y qué habéis hecho con Lycheas? —inquirió con vivo interés.
—Está en la mazmorra que le corresponde, Majestad.
—¿Y Harparin y el otro?
—El gordo está en la mazmorra con Lycheas. Harparin nos ha dejado de manera bastante repentina.
—¿Lo habéis dejado escapar?
—No, Su Majestad —intervino Kalten—. Se ha puesto a chillar y a intentar ordenarnos que saliéramos de la cámara del consejo. Vanion se ha cansado de tanto ruido y ha dejado que Ulath lo degollara.
—Muy apropiado. Quiero ver a Lycheas.
—¿No deberíais descansar? —se inquietó Sparhawk.
—No hasta que le haya dicho unas cuantas cosas a mi primo.
—Iré en su busca —se ofreció Ulath, antes de volverse y salir de la estancia.
—Mi señor de Lenda —propuso entonces Ehlana—, ¿os pondréis al frente de mi consejo real?
—Como desee Su Majestad —acató Lenda con una reverencia.
—Y, lord Vanion, ¿participaréis también en él... cuando vuestras otras ocupaciones os lo permitan?
—Me sentiría honrado, Su Majestad.
—Como mi consorte y paladín, Sparhawk dispondrá también de asiento en la mesa del consejo... y creo que Sephrenia también.
—Yo soy estiria, Ehlana —señaló Sephrenia—. ¿Sería prudente poner a una estiria en vuestro consejo, dada la inclinación negativa que siente el vulgo elenio por nuestra raza?
—Voy a poner fin a esa insensatez de una vez por todas —aseveró Ehlana—. Sparhawk, ¿se os ocurre otra persona que pudiera ser útil en el consejo?
El caballero pensó un momento y de repente tuvo una idea.
—Conozco a un hombre que no es de alta cuna, Su Majestad, pero es muy inteligente y entiende mucho sobre un aspecto de Cimmura cuya existencia probablemente vos desconocéis.
—¿Quién es ese hombre?
—Se llama Platimo.
—¿Habéis perdido el juicio, Sparhawk? —espetó Talen después de soltar un torrente de carcajadas—. ¿Vais a dejar que Platimo entre en el edificio donde están el tesoro y las joyas de la corona?
—¿Hay algún problema relacionado con ese hombre? —inquirió Ehlana, algo desconcertada.
—Platimo es el ladrón más importante de Cimmura —la informó Talen—. Lo sé de buena tinta porque yo solía trabajar con él. Controla a todos los ladrones y mendigos de la ciudad... así como a los timadores, matones y putas.
—¡Vigila ese lenguaje, jovencito! —vociferó Kurik.
—Ya he oído otras veces esas palabras —apuntó, sin inmutarse, Ehlana—. Sé lo que significan. Decidme, Sparhawk, ¿cuál es el razonamiento que os mueve a proponerlo?
—Como he dicho, Platimo es muy inteligente, en ciertos aspectos brillante, y, aunque suene algo extraño, es un patriota. Tiene una visión global muy completa de la sociedad de Cimmura y controla medios para obtener información que yo ni siquiera me atrevo a soñar. No hay nada que ocurra en Cimmura, o en casi todo el resto del mundo, a decir verdad, de lo que él no esté al corriente.
—Me entrevistaré con él —prometió Ehlana.
Entonces Ulath y sir Perraine entraron arrastrando a Lycheas. Éste se quedó mirando boquiabierto a su prima con ojos desorbitados a causa de la sorpresa.
—¿Cómo...? —comenzó a decir, antes de callar súbitamente, mordiéndose el labio.
—¿No esperabais verme viva, Lycheas? —le preguntó ella con tono viperino.
—Creo que es una práctica habitual arrodillarse en presencia de la reina, Lycheas —gruñó Ulath, propinándole un puntapié que le hizo perder el equilibrio y quedar postrado en el suelo en una humillante postura.
—Su Majestad —explicó el conde de Lenda tras aclararse la garganta—, durante el tiempo que duró vuestra enfermedad, el príncipe Lycheas insistió en que debía recibir el tratamiento de «Su Majestad». Deberé consultar los estatutos, pero creo que ello constituye delito de alta traición.
—Como mínimo, con ese cargo lo he arrestado yo —añadió Sparhawk.
—Con eso me basta —dijo Ulath, poniendo en alto el hacha—. Dad vuestro consentimiento, reina de Elenia, y en cuestión de minutos tendremos su cabeza coronando una viga en la puerta de palacio.
Lycheas los miró horrorizado, con la boca abierta, y luego se puso a llorar, suplicando que le perdonaran la vida, en tanto su prima fingía estar planteándose seriamente la cuestión. Al menos, en eso confiaba Sparhawk.