Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (6 page)

BOOK: La rosa de zafiro
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ya lo había advertido.

—¿Cómo despertasteis sus iras?

—Quería que participara en esa guerra que se libra en Arcium —explicó, encogiéndose de hombros, Sparhawk—, pero yo tenía algo urgente que hacer en Thalesia. Por cierto, ¿cómo sigue esa guerra? He estado bastante al margen de los acontecimientos.

—Casi toda la información que nos ha llegado se reduce a rumores. Algunos aseguran que los rendoreños han sido exterminados; otros, que Wargun ha sido vencido y que los rendoreños avanzan hacia el norte quemando todo lo que sea medianamente inflamable. Supongo que la habladuría a que uno dé crédito responde a la propia visión del mundo. —Stragen miró vivamente hacia popa.

—¿Algo va mal? —inquirió Sparhawk.

—Es ese barco de ahí atrás —señaló Stragen—. Tiene el aspecto de un barco mercante, pero se mueve demasiado deprisa.

—¿Otro pirata?

—No lo reconozco... y creedme que lo identificaría si se dedicara a la misma clase de negocio que yo practico. —Miró hacia popa con semblante tenso y luego relajó la expresión—. Está virando el rumbo. —Rió un instante—. Disculpad si doy muestras de excesiva suspicacia, Sparhawk, pero los piratas incautos suelen acabar decorando el cadalso de algún muelle. ¿Dónde estábamos?

Stragen estaba haciendo demasiadas preguntas. Probablemente ése era un buen momento para distraer su atención.

—Estabais a punto de contarme cómo abandonasteis la corte de Wargun e instalasteis negocio propio —apuntó Sparhawk.

—Me costó un poco —reconoció Stragen—, pero reúno de forma rara los requisitos para llevar una vida delictiva. En ninguna ocasión he sucumbido a los escrúpulos desde que maté a mi padre y a mis dos hermanastros.

Sparhawk se sorprendió un tanto al escuchar aquello.

—Es posible que fuera una equivocación matar a mi padre —admitió Stragen—. No era una mala persona, y pagó los gastos de mi educación, pero me ofendió el trato que daba a mi madre. Ella era una amable joven de buena familia que habían instalado en la casa de mi padre como dama de compañía de su esposa enferma. Ocurrió lo que suele ocurrir, y yo fui la consecuencia de ello. Después de mi caída en desgracia en la corte, mi padre decidió distanciarse de mí y envió a mi madre de vuelta con su familia. La pobre murió poco tiempo después. Supongo que podría justificar mi parricidio pretendiendo que murió de pena, pero, de hecho, murió atragantada por una espina de pescado. Sea como fuere, yo hice una corta visita a la casa de mi padre, y ahora su título está vacante. Mis dos hermanastros fueron lo bastante estúpidos como para interponerse y en estos momentos los tres comparten la misma tumba. Me imagino que mi padre se arrepintió de todo el dinero que había invertido en mis clases de esgrima. La expresión de su cara mientras agonizaba parecía indicar que estaba lamentando algo. —El rubio personaje se encogió de hombros—. Entonces era más joven y seguramente ahora actuaría de forma distinta. No se sacan grandes beneficios acabando a diestro y siniestro con la vida de los familiares, ¿no creéis?

—Eso depende de cómo uno defina el beneficio. Stragen esbozó una breve mueca.

—De cualquier forma, casi tan pronto como me entregué a la vida de la calle me di cuenta de que apenas existe diferencia entre un barón y un ratero o entre una duquesa y una prostituta. Intenté explicárselo a mi predecesor, pero el mentecato no quiso escucharme. Desenvainó la espada contra mí y yo lo saqué del oficio. Después comencé a instruir a los ladrones y prostitutas de Emsat. Los adorné con títulos imaginarios, delicadas ropas robadas y una gruesa capa de buenos modales para darles una apariencia de nobleza y luego los solté para que trabajaran teniendo por clientes a los aristócratas. El negocio funciona a pedir de boca, y ahora me permito pagar a mis antiguos compañeros de clase social los miles de desprecios e insultos recibidos. —Hizo una pausa—. ¿Aún no os habéis cansado de mi resentida diatriba, Sparhawk? Debo deciros que vuestra cortesía e indulgencia son casi titánicas. De todas formas ya estoy harto de estar bajo la lluvia. ¿Por qué no vamos abajo? Tengo una docena de botellas de tinto arciano en mi camarote. Podemos ponernos un poco alegres los dos y enfrascarnos en civilizada conversación.

Sparhawk calibró la compleja naturaleza del hombre mientras lo seguía hasta los camarotes. Los motivos que lo movían a comportarse de ese modo estaban claros, de eso no había duda. Su rencor y aquella desmedida sed de venganza eran perfectamente comprensibles. Lo que era insólito era su completa falta de autocompasión. Sparhawk llegó a la conclusión de que le caía simpático ese hombre. No se fiaba de él, desde luego, pues ello habría sido una imprudencia, pero, aun así, le gustaba.

—A mí también —convino Talen esa noche en su camarote cuando Sparhawk le refirió concisamente la historia de Stragen y confesó la simpatía que le inspiraba el jefe de los bandidos—. Aunque seguramente es natural, ya que Stragen y yo tenemos mucho en común.

—¿Vas a volver a echarme eso en cara? —preguntó Kurik.

—No os estoy arrojando piedras, padre —contestó Talen—. Las cosas como ésta se dan, y yo no soy menos sensible que Stragen al respecto. —Sonrió—. Aproveché nuestra similitud de orígenes mientras estaba en Emsat. Creo que yo también le caigo bien a él porque me hizo algunas ofertas realmente interesantes. Quiere que vaya a trabajar con él.

—Tienes un futuro prometedor por delante, Talen —señaló Kurik con acritud—. Podrías heredar el puesto de Platimo o el de Stragen... suponiendo que no te atrapen y te cuelguen antes.

—Estoy comenzando a plantearme algo a gran escala —declaró con empaque Talen—. Stragen y yo dedicamos cierto tiempo a conjeturar sobre ello en Emsat. El consejo de los ladrones dista poco de ser un gobierno en estos momentos. Lo que le falta para recibir el calificativo de tal es un dirigente único; un rey, tal vez, o incluso un emperador. ¿No os enorgullecería ser el padre del emperador de los ladrones, Kurik?

—No especialmente.

—¿Qué os parece, Sparhawk? —inquirió el chico, con un brillo malicioso en los ojos—. ¿Debería meterme en política?

—Creo que podemos encontrar una ocupación más apropiada para ti, Talen.

—Quizá, ¿pero sería tan rentable... o tan divertida?

Llegaron a la costa de Elenia a aproximadamente una legua al norte de Cardos una semana después y desembarcaron hacia mediodía en una playa solitaria bordeada de oscuros abetos.

—¿El camino de Cardos? —preguntó Kurik a Sparhawk mientras ensillaban a
Faran
y al caballo castrado del escudero.

—¿Puedo expresar una sugerencia? —se ofreció Stragen.

—Ciertamente.

—El rey Wargun es un hombre sensiblero cuando está borracho, lo cual sucede la mayor parte del tiempo. Vuestra huida debe de tenerlo gimoteando cada noche encima de su cerveza. Ofreció una considerable recompensa por vuestra captura en Thalesia y seguramente ha hecho circular la oferta de dicha suma aquí. Vuestra cara es bien conocida en Elenia, y nos encontramos a unas setenta leguas de Cimmura, lo cual representa como mínimo una semana de fatigosa cabalgada. ¿De veras queréis pasar tanto tiempo en un camino frecuentado en estas circunstancias? En especial a la vista del hecho de que alguien quiere cargaros el cuerpo de flechas en lugar de limitarse a entregaros a Wargun.

—Tal vez no. ¿Tenéis alguna alternativa que proponer?

—Sí, en efecto. Puede que tardemos un día más, pero Platimo me enseñó en una ocasión una ruta distinta, que, aunque es algo escarpada, poca gente conoce.

Sparhawk observó con cierta suspicacia al delgado y rubio rufián.

—¿Puedo confiar en vos, Stragen? —preguntó sin ambages.

Stragen sacudió la cabeza con aire resignado.

—Talen —dijo—, ¿nunca le has explicado lo que es el derecho de asilo de los ladrones?

—Lo he intentado, pero Sparhawk es a veces duro de mollera con los conceptos morales. La cosa es así, Sparhawk. Si Stragen permite que algo os ocurra mientras estáis bajo su protección, tendrá que responder de ello ante Platimo.

—Ese es aproximadamente el motivo por el que os he acompañado —reconoció Stragen—. Mientras esté con vos, os halláis todavía bajo mi protección. Me gustáis, Sparhawk, y el hecho de disponer de un caballero de la Iglesia que interceda por mí si por un azar acabara en la horca no está de más. —Su sarcástica expresión se asentó de nuevo en su rostro—. Y no sólo eso, sino que vigilando que nada os ocurra podría servirme para expiar algunos de mis más graves pecados.

—¿De veras habéis cometido tantos pecados, Stragen? —inquirió gentilmente Sephrenia.

—Más de los que puedo recordar, querida hermana —respondió el hombre en estirio—, y muchos de ellos son demasiado horribles para ser descritos en vuestra presencia.

Sparhawk dirigió una rápida mirada a Talen y éste asintió mudamente.

—Perdonad, Stragen —se disculpó el caballero—. Os he juzgado mal.

—Todo en orden, viejo amigo —le restó importancia Stragen—. Y es perfectamente comprensible. Hay días en que ni yo me fío de mí mismo.

—¿Dónde está ese otro camino que lleva a Cimmura? Stragen miró en derredor.

—¡Vaya! ¿Sabéis?, lo cierto es que creo que empieza justo allá arriba, donde acaba la playa.

¿No es una asombrosa coincidencia?

—¿Es vuestro el barco en el que hemos navegado?

—Soy uno de sus propietarios, sí.

—¿Y habéis sugerido al capitán que esta playa podría ser un buen sitio para desembarcar?

—Me parece que recuerdo haber sostenido una conversación al respecto, sí.

—Una asombrosa coincidencia, en efecto —comentó secamente Sparhawk. Stragen calló, centrando la mirada en el mar.

—Curioso —dijo, señalando a un barco que pasaba—. Allí está el mismo barco mercante que vimos en el estrecho. Navega con poca carga o de lo contrario no habría ido tan aprisa. —Se encogió de hombros—. Oh, bueno. Vayamos a Cimmura.

La «ruta alternativa» que siguieron apenas era más que un sendero forestal que serpenteaba entre la cadena de montañas que se alzaba entre la costa y las regiones de cultivo que regaba el río Cimmura.

Una vez desembocada en terreno más llano, la senda se confundía imperceptiblemente con una serie de hundidos caminos rurales que discurrían entre los campos.

Un día, cuando a hora temprana se hallaban en medio de aquella zona salpicada de granjas, un desastrado individuo se acercó con cautela a su campamento a lomos de una muía afectada de cojera.

—Necesito hablar con un hombre llamado Stragen —solicitó a gritos a una distancia de tiro de arco.

—Acercaos —le contestó Stragen.

-Me envía Platimo —informó al thalesiano sin tomarse la molestia de desmontar—. Me encargó que os pusiera sobre aviso. Había algunos tipos buscándoos en el camino de Cardos a Cimmura.

—¿Había?

—No pudieron identificarse después de que los encontráramos, y ya no están buscando nada en estos momentos.

—Ah.

—Sin embargo, estaban haciendo preguntas antes de que los interceptáramos. Os describieron a vos y a vuestros compañeros a un buen número de campesinos y no creo que quisieran alcanzaros sólo con la intención de hablar del tiempo, milord.

—¿Eran elenios? —preguntó Stragen.

—Algunos lo eran. Los demás parecían marineros thalesianos. Alguien va detrás de vos y de vuestros amigos y me parece que con una clara intención de mataros. Si estuviera en vuestro caso, me iría a Cimmura y me metería en el sótano de Platimo lo más pronto posible.

—Muchas gracias, amigo —dijo Stragen.

—Me pagan por hacer esto —explicó, con un encogimiento de hombros, el hombre—. Las gracias no aumentan el peso de mi bolsa. —Hizo girar la muía y se alejó.

—Sabía que debería haber vuelto y hundido ese barco —señaló Stragen—. Debo de estar perdiendo facultades. Será mejor que nos pongamos en marcha, Sparhawk. Corremos un gran riesgo aquí en descampado.

Tres días después, llegaron a Cimmura y se detuvieron en el borde norte del valle para observar la ciudad que se extendía abajo, humeante y plagada de niebla.

—Un lugar claramente carente de atractivo, Sparhawk —observó con ánimo crítico Stragen.

—No es muy bello —concedió Sparhawk—, pero nos gusta considerarlo nuestro hogar.

—Me separaré de vosotros aquí —anunció Stragen—. Vos tenéis asuntos que atender y yo también. ¿Puedo sugeriros que olvidemos que nos hemos conocido? Vos estáis implicado en política y yo en robos. Dejaré que sea Dios quien decida cuál de las dos ocupaciones es menos honrada. Buena suerte, Sparhawk, y mantened los ojos bien abiertos. —Dedicó una somera reverencia a Sephrenia desde la silla, volvió el caballo y se fue cabalgando hacia la desagradable población.

—Casi podría llegar a sentir simpatía por ese hombre —manifestó Sephrenia—. ¿Adonde vamos, Sparhawk? .

—Al castillo de los pandion —decidió el caballero—. Hemos estado ausentes una buena temporada y querría ponerme al corriente de la situación antes de dirigirme a palacio. —Miró con ojos entornados el sol de mediodía, débil y apagado sobre la persistente neblina que flotaba sobre Cimmura—. Guardémonos de ser vistos hasta no haber averiguado quién controla la ciudad.

Se mantuvieron al abrigo de los árboles y rodearon Cimmura por el lado norte. Kurik bajó en cierto momento del caballo y se arrastró hasta una hilera de arbustos para echar una ojeada. Tenía la expresión grave cuando regresó.

—Hay soldados eclesiásticos guarneciendo las almenas —informó.

—¿Estás seguro? —inquirió Sparhawk tras proferir un juramento.

—Los hombres que hay allá arriba visten de rojo.

—Prosigamos de todas formas. Tenemos que entrar en el castillo pandion.

La docena aproximada de hombres que reformaban ostensiblemente el pavimento seguían colocando adoquines frente a la fortaleza de los caballeros pandion.

—Llevan un año trabajando en eso —murmuró Kurik —y todavía no han acabado. ¿Esperamos a que anochezca?

—No creo que eso representara gran diferencia. Todavía estarían vigilando, y no quiero que se extienda la noticia de que estamos de vuelta en Cimmura.

—Sephrenia —preguntó Talen—, ¿podéis formar una columna de humo que suba justo encima de la parte de la ciudad próxima a la puerta?

—Sí —respondió la mujer.

—Estupendo. Entonces haremos que esos albañiles se alejen. —El muchacho les explicó el plan que había ideado.

BOOK: La rosa de zafiro
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Golden Cross by Angela Elwell Hunt
The Lemon Tree by Helen Forrester
The Queen Revealed by A. R. Winterstaar
Power of Attorney by N.M. Silber
Calling On Fire (Book 1) by Stephanie Beavers
Never Entice an Earl by Lily Dalton
Green Card by Ashlyn Chase