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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (4 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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Habrían de avanzar cautelosamente para evitar su captura, pero no tenían más remedio que ir a Emsat, por una parte porque habían de recoger a Talen allí y, por la otra, porque sería más fácil localizar un barco en la ciudad que en una playa desierta.

Sparhawk se arrebujó en la capa para protegerse del aire nocturno, frío incluso en verano en aquellas montañas norteñas. Tenía el ánimo sombrío e inquieto. Lo sucedido aquel día pertenecía a la clase de acontecimientos que propiciaban largas reflexiones. Las convicciones religiosas de Sparhawk no eran realmente profundas. Su compromiso había sido siempre para con la orden pandion más que con la fe elenia. Los caballeros de la Iglesia se empeñaban en lograr que el mundo fuera seguro para que otros elenios más apacibles pusieran en práctica aquellas ceremonias que el clero consideraba agradables a Dios.

Sparhawk raras veces se molestaba en pensar en Dios. Ese día, no obstante, había vivido sucesos de marcado carácter espiritual. Pesarosamente, reconoció para sí que un hombre de mente pragmática nunca está del todo preparado para experiencias religiosas de la clase que le había sido dado sentir aquella jornada. Entonces, casi como si actuara motu propio, su mano se desvió hacia el cuello de su túnica. Sparhawk desenvainó decididamente la espada, clavó la punta en el suelo y rodeó firmemente la empuñadura con las manos, desechando del pensamiento cuanto tuviera que ver con religiones y fenómenos supranaturales.

Ahora todo estaba a punto de acabar. El tiempo que su reina permanecería por fuerza confinada en el cristal que le mantenía la vida podía contarse en días en lugar de en semanas o meses. Sparhawk y sus amigos habían recorrido todo el continente eosiano para descubrir la única cosa que podía curarla y ahora ese remedio se encontraba en la bolsa de lona que tapaba su túnica. Ahora que tenía el Bhelliom nada sería capaz de detenerlo. Podía destruir ejércitos enteros con la rosa de zafiro si ello fuera necesario. Ahuyentó con rigor tal noción del pensamiento.

Su rostro de rota nariz adoptó una expresión desapacible. En cuanto su reina se hallara a salvo, iba a infligir daños más o menos permanentes a Martel, al primado Annias y a cualquiera que los hubiera apoyado en ese acto de felonía. Comenzó a trazar mentalmente una lista de las personas que tenían cosas por las que responder. Eso lo ayudó a distraer las horas de la noche y mantener la mente ocupada, inasequible a las malas tentaciones.

Seis días más tarde coronaron al anochecer una colina y otearon las humeantes antorchas y ventanas iluminadas con velas de la capital de Thalesia.

—Será mejor que esperéis aquí —señaló Kurik a Sparhawk y Sephrenia—. Seguramente Wargun ha distribuido descripciones de vosotros por todas las ciudades de Eosia. Yo iré a la ciudad y localizaré a Talen. Veremos lo que podemos encontrar en lo que se refiere a embarcaciones.

—¿No será peligroso? —preguntó Sephrenia—. Wargun también podría haber enviado una descripción vuestra.

—El rey Wargun es un noble —gruñó Kurik—, y los nobles prestan poca atención a los criados.

—Tú no eres un criado —objetó Sparhawk.

—Así es como me definen, Sparhawk, y de ese modo me vio Wargun... cuando estaba lo bastante sobrio como para percibir algo. Tenderé una celada a algún viajero y le robaré la ropa. Con su vestimenta entraré fácilmente en Emsat. Dadme algo de dinero por si acaso tuviera que sobornar a alguien.

—Elenios —suspiró Sephrenia mientras Sparhawk la conducía a un lugar distanciado del camino y Kurik partía con su caballo al trote en dirección a la ciudad—. ¿Cómo pude involucrarme con gente tan falta de escrúpulos?

El crepúsculo fue oscureciéndose y los altos y resinosos abetos que se elevaban en torno a ellos se convirtieron en erectas sombras. Sparhawk ató a
Faran
, el caballo de carga, y Ch'iel, el blanco palafrén de Sephrenia, y después tendió su capa en un musgoso terraplén para que ella se sentara.

—¿Qué os preocupa, Sparhawk? —preguntó ella.

—Estoy cansado, supongo—respondió, tratando de simular indiferencia—. Y siempre se siente una especie de desilusión cuando se concluye algo.

—Hay algo más, sin embargo, ¿no es cierto? El caballero asintió.

—No estaba verdaderamente preparado para lo que ha ocurrido en esa cueva. Todo parecía, empero, muy inmediato y personal.

—No es mi intención ofenderos, Sparhawk, pero la religión elenia se ha vuelto institucionalizada, y es muy difícil sentir amor por una institución. Los dioses de Estiria sostienen una relación mucho más personal con sus devotos.

—Creo que prefiero ser elenio. Es más sencillo. Las relaciones personales con los dioses producen desasosiego.

—¿Pero no amáis a Aphrael... aunque sólo sea un poco?

—Desde luego que sí. Me sentía mucho más cómodo con ella cuando era simplemente Flauta, pero sigo queriéndola. —Esbozó una mueca—. Me estáis llevando por la senda de la herejía, pequeña madre —la acusó.

—De veras que no. Por el momento, Aphrael sólo quiere amor. No os ha pedido vuestra adoración... todavía.

—Es ese «todavía» lo que me preocupa. ¿No son éstos, sin embargo, momento y lugar un tanto inadecuados para discusiones teológicas?

En aquel preciso instante oyeron el sonido del tránsito de caballos en el camino antes de que los invisibles jinetes que los montaban los refrenaran a corta distancia de donde ellos se encontraban. Sparhawk se puso en pie con celeridad, dirigiendo la mano a la empuñadura de la espada.

—Tienen que estar por los alrededores —declaró una áspera voz—. Ese que acaba de entrar en la ciudad era su sirviente.

—No sé vosotros dos —dijo otra voz—, pero, lo que es yo, no estoy demasiado ansioso por encontrarlo.

—Somos tres —observó con belicosidad la primera voz.

—¿Piensas que eso iba a representar alguna diferencia para él? Es un caballero de la Iglesia. Seguramente podría cortarnos en trozos a los tres sin siquiera ponerse a sudar. No vamos a poder gastar el dinero si estamos muertos.

—En eso no anda errado —acordó una tercera voz—. Creo que lo mejor por ahora es localizarlo y, cuando sepamos dónde está y adonde se encamina, podremos tenderle una emboscada. Por más caballero de la Iglesia que sea, una flecha en la espalda debería apaciguarlo.

Sigamos buscando. La mujer monta un caballo blanco. Será fácil divisarlos con ese color.

Los caballos, ocultos tras el ramaje, reemprendieron la marcha y Sparhawk deslizó la espada de nuevo en su funda.

—¿Son hombres de Wargun? —susurró Sephrenia a Sparhawk.

—Yo diría que no —murmuró Sparhawk—. Wargun es algo voluble, pero no es el tipo de persona que envía asesinos a sueldo. Aunque quiera gritarme y tal vez encerrarme en una mazmorra durante un tiempo, no me parece que esté tan enfadado como para asesinarme... Al menos eso espero.

—¿Otra persona, entonces?

—Es probable. —Sparhawk frunció el entrecejo—. No obstante, no recuerdo haber ofendido últimamente a nadie en Thalesia.

—Annias tiene un brazo largo, querido —le recordó la mujer.

—Seguramente es el suyo, pequeña madre. Peguémonos al suelo y mantengamos el oído aguzado hasta que vuelva Kurik.

Una hora más tarde oyeron el lento repicar de los cascos de otro caballo que se acercaba por el asurcado camino que venía de Emsat. El animal se detuvo en la cima de la colina.

—¿Sparhawk? —La queda voz era vagamente familiar.

Sparhawk llevó prestamente la mano al puño de la espada e intercambió una breve mirada con

Sephrenia.

—Sé que estáis ahí adentro, Sparhawk. Soy yo, Tel, de manera que no os excitéis. Vuestro criado ha dicho que queríais ir a Emsat. Stragen me envía para recogeros.

—Estamos aquí —respondió Sparhawk—. Esperad. Vamos a salir. —Él y Sephrenia condujeron los caballos al camino y se reunieron con el rubio bandido que los había escoltado hasta la ciudad de Heid en su viaje de ida a la cueva de Ghwerig—. ¿Podéis colarnos en la ciudad? —inquirió Sparhawk.

—Nada más fácil —repuso Tel con un encogimiento de hombros.

—¿Cómo burlaremos a los guardias de la puerta?

—Cabalgaremos simplemente a través de ella. Los guardias trabajan para Stragen. Eso facilita muchísimo las cosas. ¿Vamos pues?

Emsat era una ciudad norteña cuyos inclinados tejados hablaban de las fuertes nevadas de invierno. Las calles eran estrechas y tortuosas y había poca gente transitándolas. Aun así, Sparhawk miraba cautelosamente en derredor, recordando los tres matones del camino.

—Habéis de ser un poco cuidadoso con Stragen, Sparhawk —lo previno Tel mientras cabalgaban por un sórdido barrio próximo al puerto—. Es el hijo bastardo de un conde y es un tanto susceptible en lo que concierne a sus orígenes. Le gusta que nos dirijamos a él con el título de «milord». Es una estupidez, pero, como es un buen jefe, le seguimos el juego. —Señaló en dirección a una calle llena de basura—.Iremos por aquí.

—¿Cómo sigue Talen?

—Está más tranquilo ahora, pero estaba tremendamente enfadado cuando llegó aquí. Os dirigió insultos que ni siquiera yo conocía.

—Me lo imagino. —Sparhawk decidió confiar en el bandolero. Lo conocía y tenía la casi absoluta certeza de que podía hacerlo—. Unas personas pasaron a caballo cerca de donde nos ocultábamos —refirió—. Estaban buscándonos. ¿Eran hombres vuestros?

—No —respondió Tel—. Yo he venido solo.

—Eso era lo que me parecía. Esos tipos hablaban de llenarme el cuerpo de flechas. ¿Podría

Stragen estar implicado de alguna manera en esa clase de asunto?

—De ningún modo, Sparhawk —aseguró Tel—. Vos y vuestros amigos gozáis del derecho de asilo de los ladrones, y Stragen jamás lo violaría. Le hablaré a Stragen de esto. Él se encargará de que esos arqueros itinerantes no os salgan más al paso. —Tel exhaló una escalofriante y queda carcajada—. Aunque es probable que le moleste más que se hayan puesto a trabajar por su cuenta que el que os hayan amenazado a vos. Nadie mata a alguien o roba un centavo en Emsat sin el permiso de Stragen. Es muy concienzudo a ese respecto.

El rubio salteador los condujo a un almacén vallado situado al final de la calle. Lo rodearon y, tras desmontar, fueron recibidos por un par de fornidos matones que montaban guardia en la puerta.

El interior del edificio, sólo ligeramente menos opulento que un palacio, contrastaba con el destartalado exterior. Cortinajes carmesíes cubrían las tapadas ventanas, alfombras de intenso azul disimulaban las resquebrajaduras del suelo y espléndidos tapices ocultaban las toscas planchas de las paredes. Una escalera de caracol de madera pulida daba acceso a un segundo piso y un candelabro de cristal proyectaba una suave y brillante luz sobre la entrada.

—Disculpadme un minuto —se excusó Tel.

Éste entró en una habitación de al lado, de donde volvió a salir un poco después vestido con un jubón de color crema y calzas azules. Llevaba, asimismo, un alargado espadín al costado.

—Elegante —observó Sparhawk.

—Otra de las alocadas ocurrencias de Stragen —bufó Tel—, Yo soy un trabajador, no un perchero. Subamos y os presentaré a milord.

El piso de arriba estaba, si cabía, amueblado aún de forma más extravagante que el de abajo. El suelo estaba revestido con caro e intrincado parquet y las paredes recubiertas de paneles de madera finamente pulimentada. Unos amplios corredores que partían de un espacioso salón bañado de dorada luz conectaban con la parte posterior de la casa. Daba la impresión de que estaban celebrando una especie de baile. Un cuarteto de músicos de mediano talento tañía sus instrumentos en un rincón, y en el centro de la sala se desplazaban en círculo ladrones y prostitutas marcando el paso melindroso de la danza de moda. A pesar de la elegancia de su vestimenta, los hombres iban sin afeitar y las mujeres tenían el pelo en desorden y la cara sucia. El contraste confería a la escena un carácter casi de pesadilla, el cual realzaban voces y carcajadas roncas y ásperas.

El punto donde se centraba la atención de todos los presentes lo ocupaba un delgado sujeto con elaborados rizos que le caían en cascada sobre el cuello fruncido de su camisa. Vestía satén blanco y la silla en la que estaba sentado cerca del extremo de la estancia no era un trono, pero poco distaba de serlo. Tenía una expresión sarcástica y sus ojos hundidos traslucían un recóndito dolor.

Tel se detuvo al final de la escalera y habló un momento con un viejo ratero que asía una larga vara y lucía una lujosa librea de color escarlata. El granuja de pelo blanco se volvió, rascó con la punta de su bastón el suelo y habló con estruendosa voz.

—Milord —declamó—, el marqués Tel ruega vuestra venia para presentar a sir Sparhawk, el pandion. Sir Sparhawk, milord Stragen.

—El ladrón —agregó irónicamente Stragen. Después realizó una elegante reverencia—. Honráis mi poco adecuada morada, caballero—dijo.

Sparhawk se inclinó a su vez.

—Soy yo quien se siente honrado, milord. —Aplicó todo su aplomo en reprimir la sonrisa que le inspiraban los aires y el bombo que parecía darse aquel petimetre.

—Así que por fin nos conocemos, caballero —prosiguió Stragen—. Vuestro joven amigo

Talen nos ha trazado un brillante relato de vuestras hazañas.

—Talen tiende a veces a exagerar las cosas, milord.

—¿Y la dama es...?

—Sephrenia, mi tutora en los secretos arcanos.

—Querida hermana —se dirigió a ella Stragen en perfecto estirio—, ¿me permitiréis saludaros?

Si a Sephrenia la asombró el conocimiento de su lengua por parte de ese extraño personaje, no dio la más leve muestra de ello. Tendió con naturalidad las manos a Stragen, el cual las besó.

—Es sorprendente, milord, encontrar a un hombre civilizado en medio de un mundo lleno de todos estos salvajes elenios —apreció.

—¿No es gracioso, Sparhawk —bromeó Stragen, riendo—, descubrir que incluso nuestros intachables estirios tienen sus pequeños prejuicios? —El seudo aristócrata rubio paseó la mirada por el salón—. Pero estamos interrumpiendo el gran baile. Mis socios se divierten tanto con estas frivolidades... Retirémonos para que puedan disfrutar de ellas sin ser molestados. —Elevó ligeramente su sonora voz para hablar a la multitud de airosos delincuentes—. Queridos amigos —les dijo—, tened a bien excusarnos. Mantendremos nuestra conversación en privado. Por nada del mundo querríamos estorbar vuestra agradable velada. —Hizo una pausa y posó intencionadamente la mirada en una encantadora muchacha de pelo negro—. Confío en que recordéis la discusión que sostuvimos después del último baile, condesa —señaló con firmeza—. Aun cuando me admiren vuestros feroces instintos profesionales, la culminación de ciertas transacciones debe llevarse a cabo en la intimidad y no en el centro de una pista de baile. Ha sido entretenido, incluso educativo, pero ha alterado un tanto la danza.

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