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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (5 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—Es simplemente una manera distinta de bailar, Stragen —replicó la chica con voz áspera y nasal que recordaba el chillido de un cerdo.

—Ah, sí, condesa, pero lo que está en boga actualmente es la danza vertical. La forma horizontal no ha arraigado todavía en los círculos que dictan la moda y nosotros queremos estar al día, ¿no es cierto? —Se volvió hacia Tel—. Vuestros servicios han sido estupendos esta noche, mi querido marqués —dijo al rubio rufián—. Dudo que pueda pagároslos algún día. —Se acercó lánguidamente un pañuelo perfumado a la nariz.

—El hecho de haber podido serviros me basta en pago —repuso Tel con una profunda reverencia.

—Muy bien, Tel —aprobó Stragen—. Tal vez os conceda un condado. —Se giró y condujo a Sparhawk y Sephrenia fuera del salón de baile y, una vez en el corredor, cambió súbitamente de modales. Se desprendió, como si de una máscara se tratara, de la indolente gentileza de que había hecho gala y sus ojos se tornaron duros y escudriñadores. Ahora eran los ojos de un hombre indiscutiblemente peligroso—. ¿Os desconcierta nuestra pequeña charada, Sparhawk? —preguntó—. ¿Quizá pensáis que los que tenemos esta profesión deberíamos alojarnos en sitios como el sótano de Platimo en Cimmura o la buhardilla de Meland en Acie?

—Son lugares más vulgares, milord —contestó prudentemente Sparhawk.

—Podemos dejar a un lado los «milord», Sparhawk. Es una afectación..., al menos en parte. Todo esto tiene, sin embargo, un objetivo más serio que la satisfacción de alguna extraña rareza personal mía. La nobleza tiene acceso a riquezas muy superiores a las que puede obtener la plebe, de manera que yo entreno a mis asociados para que alternen con los ricos y los ociosos en vez de con los pobres y los laboriosos. A ese grupo de ahí le queda, no obstante, un largo camino por recorrer, me temo. Tel se desenvuelve bastante bien, pero he perdido las esperanzas de convertir a la condesa en una dama. Tiene el alma de una prostituta y la voz... —Se estremeció—. Sea como fuere, educo a mi gente para que asuman falsos títulos y se dirijan pequeñas frases de cortesía entre sí en vistas a negocios de más envergadura. Seguimos siendo ladrones, prostitutas y matones, desde luego, pero tratamos con una clase más distinguida de clientes.

Entraron en una gran habitación profusamente iluminada en la que encontraron a Kurik y Talen sentados en un amplio diván.

—¿Habéis tenido un agradable viaje, mi señor? —preguntó Talen a Sparhawk, dejando apenas entrever un rastro de resentimiento. El muchacho iba vestido con un ceremonioso jubón y calzas, y, por primera vez desde que Sparhawk lo conocía, llevaba el pelo peinado. Se levantó y dedicó una airosa reverencia a Sephrenia—. Pequeña madre —la saludó.

—Veo que habéis estado dando clases a nuestro díscolo muchacho —observó la mujer.

—Su Excelencia tenía cierta rudeza de modales cuando vino con nosotros, querida dama —le explicó el elegante rufián—. Me he tomado la libertad de pulirlos un poco.

—¿Su Excelencia? —inquirió Sparhawk con curiosidad.

—Yo gozo de ciertas ventajas, Sparhawk. —Stragen emitió una carcajada—. Cuando la naturaleza, o el mero azar, otorgan un título, no tienen la oportunidad de tomar en cuenta el carácter del receptor y hacer que el hombre y la eminencia vayan a la par. Yo, por mi parte, puedo observar la verdadera naturaleza de la persona interesada y seleccionar el adorno de rango adecuado. Desde el primer momento vi que Talen es un joven extraordinario, de modo que le concedí un ducado. Dadme tres meses, y podría presentarlo en la corte. —Tomó asiento en un amplio y cómodo sillón—. Por favor, amigos, acomodaos, y después me diréis en qué puedo seros útil.

Sparhawk acercó una silla a Sephrenia y luego se sentó a corta distancia de su anfitrión.

—Lo que en verdad necesitamos actualmente, compadre, es un barco que nos lleve a la costa norte de Deira.

—De eso quería discutir con vos, Sparhawk. Nuestro excelente y joven ladrón aquí presente me ha dicho que vuestra meta final es Cimmura, y también me ha hecho saber que tal vez os aguarden ciertos inconvenientes en los reinos norteños. Nuestro borracho monarca es un hombre muy necesitado de amigos y le sientan muy mal las deserciones. Según tengo entendido, en estos momentos está molesto con vos. Por toda Eosia Occidental circulan toda suerte de poco halagadoras descripciones de vos. ¿No sería más rápido, y más seguro, navegar directamente hasta Cardos y cabalgar hacia Cimmura desde allí?

—Mi idea —indicó Sparhawk después de reflexionar —era desembarcar en alguna playa desierta de Deira y dirigirme hacia el sur por las montañas.

—Es ésa una tediosa manera de viajar, Sparhawk, y muy peligrosa para un hombre fugitivo. Existen playas desiertas en todas las costas, y estoy convencido de que podemos encontrar una apropiada en las proximidades de Cardos.

—¿Podemos?

—Creo que os acompañaré. Me gustáis, Sparhawk, aun cuando acabemos de conocernos. Además, necesito hablar de negocios con Platimo de todas formas. —Se puso en pie—. Tendré un barco esperando en el puerto al amanecer. Ahora os dejaré. Estoy seguro de que estáis cansados y hambrientos después de vuestro viaje, y yo haré mejor regresando al baile antes de que nuestra excesivamente entusiasta condesa vuelva a ponerse a trabajar en medio de la pista. —Dedicó una reverencia a Sephrenia—. Que tengáis buenas noches —le deseó en estirio—. Dormid bien.

—Dirigió un gesto con la cabeza a Sparhawk y salió de la habitación. Kurik se levantó, se encaminó a la puerta y escuchó.

—Tiene algunas ideas estrafalarias, pero es posible que algunas surtan resultado.

—Vamos —dijo el chiquillo, acercándose a Sparhawk—. Dejádmelo ver.

—¿Ver el qué?

—El Bhelliom. Arriesgué mi vida más de una vez para ayudar a robarlo y luego, en el último minuto, me retirasteis la invitación para seguir. Creo que como mínimo tengo derecho a echarle una ojeada.

—¿Es seguro?—preguntó Sparhawk a Sephrenia.

—No lo sé a ciencia cierta, Sparhawk. Los anillos lo controlarán..., al menos en parte. Sólo una breve mirada, Talen. Es muy peligroso.

—Una joya es una joya. —Talen se encogió de hombros—. Todas son peligrosas. Todo lo que quiere un hombre atrae a otro que tal vez lo robe y ésa es la cadena que lleva al asesinato. Yo me quedo siempre con el oro. Siempre tiene el mismo aspecto y uno puede venderlo donde le plazca. Es más costoso convertir las piedras preciosas en dinero, y la gente suele pasarse todo el tiempo intentando protegerlas... y eso es realmente un inconveniente. Veámosla, Sparhawk.

Sparhawk sacó la bolsa y deshizo el nudo. Después se puso la reluciente rosa azul en la palma de la mano. De nuevo, un breve parpadeo oscureció los límites de su visión y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Por algún motivo, la vislumbre de la sombra le trajo con toda viveza a la memoria la pesadilla, y casi llegó a sentir la acechante presencia de todas aquellas formas vagamente amenazadoras que le habían turbado el sueño hacía una semana.

—¡Dios bendito! —exclamó Talen—. Es increíble. —Miró fijamente la gema durante un momento y luego se estremeció—. Guardadla, Sparhawk. No quiero mirarla más.

Sparhawk deslizó el Bhelliom en la bolsa.

—Debería tener el color rojo de la sangre —opinó Talen, malhumorado—. Pensad en toda la gente que ha muerto por ella. —Miró a Sephrenia—. ¿De veras era Flauta una diosa?

—Veo que Kurik te lo ha contado. Sí, era... y es... una de las diosas menores de Estiria.

—Me gusta —reconoció el chico—. Cuando no estaba tomándome el pelo. Pero si es un dios... o una diosa... podría tener la edad que quisiera, ¿verdad?

—Por supuesto.

—¿Por qué se presentaba como una niña entonces?

—Las personas se muestran más sinceras con los niños.

—Yo nunca lo había notado.

—Aphrael atrae más el amor que tú, Talen. —Sonrió—. Y ésa podría ser la verdadera razón por la que eligió esa apariencia. Ella necesita amor. Todos los dioses lo necesitan, incluso Azash. La gente tiene la tendencia a tomar a las niñitas en brazos y a besarlas. A Aphrael le encanta que la besen.

—Nadie me ha besado nunca tanto a mí.

—Todo llegará con el tiempo, Talen..., si te portas bien.

Capítulo 2

Al igual que en los restantes reinos norteños, el clima de Thalesia era muy lluvioso, y a la mañana siguiente caía una fina llovizna de un cielo dominado por negros nubarrones que se desplazaban hacia el estrecho de Thalesia sobre el mar de Deira.

—Un espléndido día para viajar —observó secamente Stragen mientras él y Sparhawk se asomaban a una ventana parcialmente cegada para ver la mojada calle de abajo—. Detesto la lluvia. Me pregunto si podría encontrar alguna oportunidad de hacer carrera en Rendor.

—No os lo recomiendo —lo disuadió Sparhawk, recordando una calle abrasada por el sol de Jiroch.

—Nuestros caballos ya están embarcados —informó Stragen—. Podemos partir en cuanto Sephrenia y los demás estén listos. —Calló un momento—. ¿Está siempre tan inquieto por la mañana ese caballo ruano vuestro? —preguntó con curiosidad—. Mis hombres me han contado que ha mordido a tres de ellos de camino a los muelles.

—Debería haberlos prevenido.
Faran
no es el caballo más dócil del mundo.

—¿Por qué no lo cambiáis?

—Porque, de todos lo que he tenido, es el caballo en el que más he confiado. Estoy dispuesto a soportar algunos de sus caprichos a cambio de eso. Además, me gusta.

Stragen miró la cota de mallas de Sparhawk.

—No tenéis por qué llevarla, ¿sabéis?

—Es la costumbre. —Sparhawk se encogió de hombros—. Y hay un buen número de personas hostiles buscándome en estos momentos.

—Huele fatal.

—Uno se habitúa a ello.

—Parecéis taciturno esta mañana, Sparhawk. ¿Algo no va bien?

—Llevo mucho tiempo en los caminos y, además, he presenciado algunas cosas que no estaba preparado para aceptar. Estoy intentando acomodarlas en mi mente.

—Tal vez algún día, cuando nos conozcamos mejor, podréis hablar —me de ellas. —Stragen pareció recordar algo—. Oh, por cierto, Tel me mencionó lo de esos tres rufianes que estaban buscándoos anoche. Ya no os buscan.

—Gracias.

—En realidad era una especie de cuestión de orden interno. Violaron una de las normas básicas al no consultarme antes de salir en pos de vos. No puedo permitirme que se sienten este tipo de precedentes. No pudimos sonsacarles gran cosa, me temo. Cumplían órdenes de alguien que no es thalesiano, eso es lo único que pudimos averiguar de uno que todavía respiraba. ¿Por qué no vamos a ver si Sephrenia está lista?

Unos quince minutos más tarde, había un elegante carruaje esperándolos en la puerta trasera del almacén. Subieron a él, y el conductor maniobró diestramente el tiro para rodear la estrecha calleja y salir a la calle principal.

Al llegar al puerto, el vehículo se dirigió a un muelle y se paró junto a un barco que tenía aspecto de pertenecer al tipo de los que se solían utilizar para el comercio costero. Las velas, a medio arriar, estaban remendadas, y en sus recias barandillas se apreciaban las múltiples roturas y reparaciones de que habían sido objeto. Tenía el casco embreado y no llevaba ningún nombre en la proa.

—Es un navío pirata, ¿verdad? —preguntó Kurik cuando bajaban del carruaje.

—Sí, de hecho lo es —respondió Stragen—. Poseo un buen número de embarcaciones dedicadas a este negocio, pero ¿cómo lo habéis notado?

—Está construido para alcanzar considerable velocidad —explicó Kurik—. Tiene el bao demasiado corto para albergar un buen cargamento y los refuerzos del mástil demuestran que se hizo con la finalidad de que llevara muchas velas. Fue ideado para hundir a otros barcos.

—O para huir de ellos, Kurik. Los piratas viven vidas agitadas. Existe toda clase de gente en el mundo que ansia ahorcar a los piratas por sistema. —Stragen miró en torno a sí el brumoso puerto—. Subamos a bordo —sugirió—. No tiene gran sentido quedarnos plantados bajo la lluvia charlando de las sutilezas de la vida en el mar.

Ascendieron por la pasarela y Stragen los condujo a los camarotes de debajo de la cubierta. Los marineros soltaron las guindalezas, y el navío fue alejándose del lluvioso puerto con majestuoso paso. Una vez que se hallaron lejos de la costa y en aguas profundas, no obstante, la tripulación izó el velamen al completo y la sospechosa embarcación incrementó la velocidad y comenzó a recorrer prestamente los estrechos de Thalesia en dirección a la costa deirana.

Sparhawk subió a la cubierta hacia mediodía y encontró a Stragen acodado en la barandilla cerca de la proa, contemplando con aire taciturno el plomizo mar salpicado por la lluvia. Llevaba una pesada capa marrón y por el ala de su sombrero le chorreaba el agua hasta la espalda.

—Creía que no os gustaba la lluvia —comentó Sparhawk.

—Hay humedad abajo en el camarote —contestó el rufián—. Necesitaba un poco de aire. Me alegra que hayáis venido, Sparhawk. Los piratas no son muy buenos conversadores.

Permanecieron un rato escuchando el crujido de los aparejos y las vigas del barco y el melancólico goteo de la lluvia penetrando en el mar.

—¿Cómo es que Kurik sabe tanto de barcos? —preguntó al cabo Stragen.

—Trabajó de marino un tiempo cuando era joven.

—Así se entiende. Supongo que no querréis hablar de lo que estuvisteis haciendo en Thalesia.

—Verdaderamente no. Asuntos eclesiásticos, ¿comprendéis?

—Ah, sí —respondió Stragen—. Nuestra lacónica Santa Madre Iglesia —dijo—. A veces pienso que se guarda los secretos simplemente por pura diversión.

—Debemos apelar más o menos a la fe y creer que sabe lo que se hace.

—Vos debéis hacerlo, Sparhawk, porque sois un caballero eclesiástico. Por mi parte, no he prestado tales juramentos, de manera que dispongo de entera libertad para juzgarla con cierto escepticismo. Y, sin embargo, cuando era joven me planteé la posibilidad de entrar en el sacerdocio.

—Sin duda os habría ido bien. Los sacerdotes y el ejército siempre están interesados en los dotados hijos menores de la nobleza. Me gusta bastante eso. —Stragen sonrió—. «Hijo menor» suena mucho mejor que «bastardo». Pero eso no me importa realmente. No preciso rango ni legitimidad para abrirme camino en la vida. Me temo que la Iglesia y yo habríamos acabado manteniendo relaciones no excesivamente cordiales. Carezco de la humildad que parece exigir, y una congregación de apestosos fieles me habría llevado a renunciar a mis votos bastante tempranamente. —Volvió a posar la mirada en el grisáceo mar—. Cuando uno se pone a pensarlo, la vida no me dejó muchas opciones. No soy suficientemente humilde para la Iglesia, no soy bastante obediente para incorporarme al ejército y no dispongo del temperamento burgués necesario para el comercio. Aun así, estuve metido un tiempo en la corte, dado que el gobierno siempre necesita buenos administradores, sean legítimos o no, pero, después de haber dejado atrás al idiota hijo de un duque en la consecución de un puesto al que ambos aspirábamos, éste se volvió abusivo. Yo lo reté a duelo, por supuesto, y él fue tan insensato que se presentó a la cita llevando cota de mallas y esgrimiendo una espada de hoja ancha. No es con intención de ofensa, Sparhawk, pero la cota de mallas tiene excesivos agujeros para constituir una buena defensa para un afilado espadín. Mi oponente lo descubrió bien pronto en nuestro enfrentamiento. Después de que le asestara unos cuantos estoques, pareció perder interés en el asunto. Lo di por muerto..., diagnóstico que comprobé más tarde como acertado, y me retiré sin aspavientos del servicio al gobierno. Resultó que el burro al que acababa de ensartar era pariente lejano del rey Wargun, y nuestro alcohólico monarca no tiene precisamente un gran sentido del humor.

BOOK: La rosa de zafiro
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