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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (7 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—No está mal realmente, Sparhawk —aprobó Kurik con una nota de orgullo—. ¿Qué os parece?

—Vale la pena intentarlo. Probémoslo y veremos lo que ocurre. El uniforme rojo que Sephrenia creó para Kurik no se veía del todo auténtico, pero las manchas de hollín y humo que le agregó disimularon la mayoría de las irregularidades. Lo más importante eran las charreteras bordadas en oro que lo identificarían como oficial. El fornido escudero encaminó su caballo a través de los arbustos en dirección a un lugar cercano a la puerta de la ciudad.

Sephrenia se puso a murmurar en estirio al tiempo que gesticulaba con los dedos. La espiral de humo que se elevó desde el interior de la muralla era muy convincente: espesa, negra y espantosamente rebullente.

—Vigiladme el caballo —indicó Talen a Sparhawk, desmontando, antes de correr hacia el linde de arbustos y comenzar a chillar a voz en cuello—: ¡Fuego!

Los falsos obreros se quedaron mirándolo boquiabiertos durante un momento y luego se volvieron para mirar con consternación la ciudad.

—Siempre tiene que gritarse «Fuego» —explicó Talen, ya de vuelta—. Así la gente piensa en el sentido correcto.

Entonces Kurik llegó al galope al sitio donde se apostaban los espías fuera de la puerta del castillo pandion.

—Eh, vosotros —vociferó—, hay una casa ardiendo en el callejón de la Cabra. Id allí y ayudad a apagar el fuego antes de que el incendio se propague a toda la ciudad.

—Pero, señor —objetó uno de los trabajadores—, tenemos órdenes de permanecer aquí sin perder de vista a los pandion.

—¿Tenéis algo que apreciéis dentro de las murallas de la ciudad? —le preguntó sin rodeos Kurik—. Si ese incendio se nos escapa de las manos, podéis quedaros aquí plantado observándolo mientras se quema. ¡Ahora moveos todos! Yo voy a ir a esa fortaleza para ver si puedo convencer a los pandion para que colaboren en la extinción.

Los obreros se quedaron mirándolo un momento y luego dejaron caer sus herramientas y salieron corriendo hacia el ilusorio incendio mientras Kurik cabalgaba hacia el puente del castillo.

—Muy ingenioso —halagó Sparhawk a Talen.

—Los ladrones lo practican continuamente. —El muchacho se encogió de hombros—. Aunque nosotros tenemos que utilizar fuego de verdad. La gente sale afuera a mirar embobadamente el fuego y eso proporciona una excelente oportunidad para fisgar en sus casas en busca de algo de valor. —Dirigió la mirada a la puerta de la ciudad—. Parece que hemos perdido de vista a nuestros amigos. ¿Por qué no nos ponemos en marcha antes de que vuelvan?

Dos caballeros pandion vestidos con negra armadura salieron cabalgando a su encuentro cuando llegaron al puente levadizo.

—¿Es eso un incendio, Sparhawk? —preguntó uno de ellos un tanto alarmado.

—No realmente —repuso Sparhawk—. Sephrenia está entreteniendo a los soldados eclesiásticos.

El otro caballero sonrió a Sephrenia y después irguió la espalda.

—¿Quién sois vos que rogáis entrada en la casa de los soldados de Dios? —inició el ritual.

—No tenemos tiempo para eso, hermano —lo disuadió Sparhawk—. Será la próxima vez. ¿Quién está al mando?

—Lord Vanion.

Aquello era sorprendente, dado que el preceptor Vanion había estado profundamente implicado en la campaña de Arcium en la última ocasión en que Sparhawk había oído noticias de él.

—¿Tenéis idea de dónde puedo localizarlo?

—Está en la torre, Sparhawk —le informó el segundo caballero. Sparhawk emitió un gruñido.

—¿Cuántos caballeros hay aquí en estos momentos, hermano? —siguió preguntando.

—Unos cien.

—Bien. Tal vez los necesite. —Sparhawk espoleó a
Faran
con los talones y el voluminoso ruano volvió la cabeza para mirar a su amo con cierto asombro—. Tenemos prisa,
Faran
—explicó Sparhawk a su montura—. Celebraremos el ritual en otra ocasión.

La expresión de
Faran
era desaprobadora mientras se disponía a cruzar el puente.

—¡Sir Sparhawk! —lo llamó una sonora voz desde la puerta del establo.

Era el novicio Berit, un ágil y flaco joven cuyo rostro iluminaba entonces una radiante sonrisa.

—Grita un poco más fuerte, Berit —le dijo Kurik con tono reprobador —y puede que hasta lleguen a oírte en Chyrellos.

—Lo siento, Kurik —se disculpó Berit, contrito.

—Ve a buscar otros novicios que se ocupen de nuestros caballos y ven con nosotros —indicó Sparhawk al joven—. Tenemos cosas que hacer y hemos de hablar con Vanion.

—Sí, sir Sparhawk. —Berit entró corriendo en el establo.

—Es un chico muy agradable. —Sephrenia sonreía.

—Podría salir de él un buen caballero —concedió a regañadientes Kurik.

—¿Sparhawk? —inquirió con tono de extrañeza un pandion tocado con capucha cuando trasponían la arqueada puerta que conducía al interior del castillo.

El caballero se bajó la capucha y entonces vieron que era sir Perraine, el pandion que se nacía pasar por tratante de ganado en Dabour. Perraine hablaba el elenio con un ligero acento foráneo.

—¿Qué hacéis aquí en Cimmura, Perraine? —preguntó Sparhawk, estrechando la mano de su colega—. Todos pensábamos que habíais echado raíces en Dabour.

—Ah —exclamó Perraine, algo recobrado de su sorpresa—, después del fallecimiento de Arasham, no había motivos para quedarme en Dabour. Pero ¿qué estáis haciendo aquí? Nos habían dicho que el rey Wargun os estaba persiguiendo por toda Eosia Occidental.

—Perseguir no es atrapar, Perraine —señaló, sonriendo, Sparhawk—. Hablaremos más tarde. En estos momentos mis amigos y yo debemos hablar con Vanion.

—Desde luego. —Perraine ofreció una somera reverencia a Sephrenia y se alejó por el patio. Subieron las escaleras de la torre sur, donde se ubicaba el estudio de Vanion. El preceptor de la orden pandion llevaba una blanca túnica estiria y su rostro había envejecido aún más en el corto período de tiempo transcurrido desde que Sparhawk lo había visto por última vez.

También estaban allí los otros, Ulath, Tynian, Bevier y Kalten, cuya presencia parecía encoger la capacidad de la habitación. Todos eran hombres fuertes y voluminosos, no sólo en el mero sentido de su tamaño físico, sino en lo concerniente a sus destacadas reputaciones.

La estancia daba de algún modo la impresión de estar repleta de fornidas espaldas. Siguiendo la costumbre que regía entre los caballeros eclesiásticos cuando se hallaban dentro de sus castillos, todos vestían hábitos de monje por encima de sus cotas de mallas.

—¡Por fin! —resopló Kalten—. Sparhawk, ¿por qué no nos hicisteis saber cómo estabais?

—Es un poco difícil de encontrar mensajeros en tierras de trolls, Kalten.

—¿Ha habido suerte? —preguntó ansiosamente Ulath, el descomunal thalesiano de rubias trenzas para quien, a causa de su nacionalidad, el Bhelliom tenía una significación especial. Sparhawk dirigió una rápida mirada a Sephrenia, solicitándole en silencio permiso.

—De acuerdo —concedió la mujer—, pero sólo un minuto.

Sparhawk introdujo la mano bajo la túnica y sacó la bolsa de lona en la que guardaba el Bhelliom. Después de aflojar el cordel, les mostró el objeto más preciado del mundo, el cual depositó en la mesa que Vanion hacía servir de escritorio. En el mismo instante en que eso hacía, volvió a percibir aquel tenue parpadeo de oscuridad en algún punto impreciso de un sombrío rincón. Todavía lo acosaba la oscuridad que la pesadilla padecida en las montañas de Thalesia había invocado, y la sombra parecía más grande y más oscura ahora, como si cada exposición al Bhelliom incrementara de alguna forma su tamaño y su acechante amenaza.

—No miréis largamente sus pétalos, caballeros —les advirtió Sephrenia—. El Bhelliom puede capturar vuestras almas si lo miráis demasiado.

—¡Dios mío! —musitó Kalten—. ¡Mirad esto!

Cada uno de los resplandecientes pétalos de la rosa de zafiro era tan perfecto que casi se percibían gotas de rocío prendidas en ellos.

De las profundidades de la joya emanaba una luz azul, junto al conminante mandato de fijar la vista en ella y admirar su perfección.

—Oh, Dios —rogó fervientemente Bevier—, defendednos de la seducción de esta piedra. Bevier era un caballero cirínico y un arciano, lo cual condicionaba su actitud piadosa, que en ocasiones Sparhawk consideraba exagerada. Aquélla, no obstante, no era una de dichas ocasiones. Si tan sólo la mitad de lo que él había percibido era cierto, Sparhawk sentía que el temor que el Bhelliom inspiraba a Bevier estaba fundado.

—No matar, Bhelliom Rosa Azul —murmuraba Ulath, el thalesiano, en el idioma troll—. Caballeros de la Iglesia no enemigos de Bhelliom. Caballeros de la Iglesia proteger a Bhelliom de Azash, ayudar a volver bueno lo que va mal, Rosa Azul. Yo soy Ulath de Thalesia. Si Bhelliom estar furioso, descargar furia en Ulath.

—No —lo contradijo con firmeza Sparhawk en la repulsiva lengua troll—. Yo ser Sparhawk de Elenia. Ser el que matar a Ghwerig el troll enano. Ser el que traer a Bhelliom Rosa Azul a este lugar para curar a mi reina. Si Bhelliom Rosa Azul hacerlo y todavía estar furioso, descargar la furia contra Sparhawk de Elenia y no contra Ulath de Thalesia.

—¡Insensato! —se escandalizó Ulath—. ¿Tenéis idea de lo que este objeto puede haceros?

—¿No os haría lo mismo a vos?

—Caballeros, por favor —se interpuso cansadamente Sephrenia—. Parad ahora mismo de decir tonterías. —Miró la reluciente rosa que reposaba en la mesa—. Escúchame, Bhelliom Rosa Azul —dijo decididamente, sin molestarse en emplear el lenguaje de los trolls—. Sparhawk de Elenia tiene los anillos. El Bhelliom Rosa Azul debe acatar su autoridad y obedecerlo.

La gema se oscureció brevemente y después volvió a emitir su profunda luz azulada.

—Bien —prosiguió la mujer—. Yo guiaré a Bhelliom Rosa Azul en lo que debemos llevar a cabo y Sparhawk de Elenia le dará las órdenes. La Rosa Azul debe obedecer.

La luz de la joya se ensombreció de forma intermitente para volver a quedar fija al cabo de unos instantes.

—Guardadla ahora, Sparhawk.

El caballero introdujo de nuevo la rosa en la bolsa y deslizó ésta bajo la túnica.

—¿Dónde está Flauta? —preguntó Berit, mirando alrededor.

—Eso, mi joven amigo, es una larguísima historia —le respondió Sparhawk.

—¿No estará muerta? —inquirió sir Tynian con tono de perplejidad—. Sin duda no ha muerto.

—No —lo tranquilizó Sparhawk—. Ello sería imposible tratándose de la diosa estiria Aphrael.

—¡Herejía! —se indignó Bevier.

—No pensaríais de ese modo si hubierais estado en la cueva de Ghwerig, sir Bevier —le aseguró Kurik—. La vi ascender de un abismo insondable con mis propios ojos.

—¿Un hechizo, tal vez? —Pese a su sugerencia, Bevier ya no parecía tan seguro de sí mismo.

—No, Bevier —lo disuadió Sephrenia—, Ningún encantamiento podría haber llevado a buen término lo conseguido en esa cueva. Ella era, y es, Aphrael.

—Antes de que nos enzarcemos en una discusión teológica, necesito cierta información —se interpuso Sparhawk—. ¿Cómo escapasteis de las manos de Wargun, y qué está ocurriendo en la ciudad?

—Wargun no nos ocasionó muchos problemas a la hora de la verdad —le respondió Vanion—. Pasamos por Cimmura de camino hacia el sur y las cosas salieron más o menos como las habíamos planeado en Acie. Encerramos a Lycheas en las mazmorras, pusimos al conde de Lenda a cargo del gobierno y convencimos al ejército y a los soldados eclesiásticos destacados en Cimmura para que marcharan al sur con nosotros.

—¿Cómo lograsteis tal cosa? —inquirió Sparhawk algo sorprendido.

—Vanion es muy persuasivo —le explicó, sonriendo, Kalten—. La mayoría de los generales eran leales al primado Annias, pero, cuando intentaron plantear objeciones, Vanion invocó esa ley eclesiástica que había mencionado el conde de Lenda en Acie y tomó el mando del ejército. Los generales todavía se opusieron hasta que los hizo entrar a todos en el patio. Después de que Ulath decapitara a unos cuantos, los demás decidieron cambiar de bando.

—Oh, Vanion —se lamentó Sephrenia con tono de profunda decepción.

—Andaba un poco escaso de tiempo, pequeña madre —se disculpó el preceptor—. Wargun estaba impaciente por proseguir la campaña y quería ejecutar a la totalidad del cuerpo de oficiales, pero yo lo disuadí. De cualquier forma, se reunió con el rey Soros de Kelosia en la frontera y partió hacia Arcium. Los rendoreños volvieron grupas y huyeron al vernos. Wargun pretende perseguirlos, pero me parece que meramente para su propio disfrute personal. Los otros preceptores y yo logramos convencerlo de que nuestra presencia en Chyrellos durante la elección del nuevo archiprelado era vital, de manera que nos dejó llevarnos un centenar de caballeros.

—¡Qué generoso! —exclamó sarcásticamente Sparhawk—. ¿Dónde están los caballeros de las otras órdenes?

—Acampados en las afueras de Demos. Dolmant no quiere que nos desplacemos hacia Chyrellos hasta que no se defina la situación allí.

—Si Lenda se halla al frente del gobierno, ¿por qué están los soldados eclesiásticos en las murallas de la ciudad?

—Annias se enteró de lo que habíamos hecho aquí, como no podía ser de otro modo. Hay miembros de la jerarquía que le son leales y todos disponen de sus propias tropas. Tomó prestados algunos de estos hombres y los mandó aquí. Liberaron a Lycheas y encarcelaron al conde de Lenda. En estos momentos son ellos quienes controlan la ciudad.

—Deberíamos hacer algo al respecto. Vanion asintió con la cabeza.

—Íbamos de camino a Demos con las otras órdenes cuando averiguamos casualmente qué estaba sucediendo aquí. Nuestros hermanos fueron a Demos para sentar posiciones y trasladarse a Chyrellos y nosotros vinimos a Cimmura. Llegamos anoche. Los caballeros estaban ansiosos por salir a la ciudad en cuanto llegamos, pero ha sido una dura campaña la que hemos compartido con Wargun, y todos están fatigados. Quiero que estén un poco más descansados antes de corregir la situación vigente en el interior de las murallas.

—¿Existe la probabilidad de que tengamos problemas?

—Lo dudo. Esos soldados eclesiásticos no son los hombres de Annias. Han sido prestados por otros patriarcas, y su lealtad está algo difuminada. Creo que bastará con una demostración de fuerza para que se decidan a capitular.

—Se encuentran entre ese centenar los seis caballeros que participaron en el encantamiento en la sala del trono? —inquirió Sephrenia.

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