La saga de Cugel (21 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La saga de Cugel
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—¡Excelente! —dijo Nisbet—. Arreglaremos esos detalles más tarde. ¡Ahora al trabajo! Tenemos que alzar el «Veinte» de Croulsx.

Nisbet abrió camino hasta el taller al fondo de la cantera, donde el «Veinte» estaba ya preparado sobre una base de madera: un cilindro de dolomita de metro y medio de alto por tres de diámetro.

Nisbet ató varias cuerdas largas al segmento. Tras mirar a un lado y a otro, Cugel hizo una perpleja pregunta:

—No veo ni rodillos, ni palancas, ni grúas; ¿cómo te las arreglas, tú solo, para mover tan grandes masas de piedra?

—¿Has olvidado mi amuleto? ¡Observa! Toco la piedra con el amuleto, y la piedra se carga con energía repulsiva. Si la golpeo ligeramente con el pie…, así, apenas un golpecito…, la magia será fugaz y sólo durará el tiempo suficiente para llevar el segmento a su lugar. Si la golpeo con fuerza, la piedra puede seguir siendo repulsiva con respecto al suelo durante todo un mes, o incluso más tiempo.

Cugel examinó con respeto el amuleto.

—¿Cómo conseguiste esta maravilla?'

Nisbet llevó a Cugel fuera y señaló hacia un otero que dominaba toda la llanura.

—¿Ves los árboles que cuelgan al borde del precipicio? En aquel lugar, un gran mago llamado Makke el Malevolente construyó su morada y gobernó el lugar con su malévola magia. Dominó al norte y al sur, al este y al oeste; las personas podían alzar los ojos para contemplar su rostro una vez, o con esfuerzo dos veces, pero nunca tres veces, tan fuerte era su poder.

»Makke plantó un jardín cuadrado con árboles mágicos en las cuatro esquinas; el ossip sobrevive aún hoy, y no hay mejor protección para la piel de las botas que la cera extraída de sus bayas. Yo unto regularmente la piel de mis botas con cera de ossip, y son a prueba de las rocas de mi cantera; así me lo enseñó mi padre, quien a su vez lo aprendió del suyo, y así generación a generación hasta la época de un tal Nisvaunt, que fue el primero en acudir al jardín de Makke en busca de las bayas de ossip. Allí descubrió el amuleto y su fuerza.

»Nisvaunt se estableció primero como transportista, y trasladaba todo tipo de cosas a grandes distancias con toda facilidad. Pero empezó a sentirse cansado del polvo y los peligros del viaje, y finalmente se estableció en este lugar para hacerse pedrero, y yo soy el último de la dinastía.

Los dos hombres regresaron al cobertizo del taller. Bajo la dirección de Nisbet, Cugel tomó las cuerdas y tiró de la «Veinte», que se deslizó con lentitud por el aire en dirección a las columnas.

Nisbet se detuvo al pie de una columna marcada con una placa que decía:

EL ENCUMBRADO MONUMENTO DE LOS

CROULSX

¡EXULTAMOS SOLAMENTE EN LAS GRANDES ALTURAS!

Nisbet alzó la cabeza y llamó:

—¡Croulsx! ¡Baja de tu columna! Tu segmento está listo para ser montado.

La cabeza de Croulsx, cuando se asomó por el lado de la columna, se recortó contra el cielo. Tras comprobar que la llamada iba dirigida realmente a él, descendió al suelo.

—Tu trabajo no ha sido demasiado rápido —le dijo hoscamente a Nisbet—. Me he visto obligado a usar demasiado tiempo un flujo inferior.

Nisbet se tomó las quejas a la ligera.

—«Ahora» es «ahora», y en ese instante conocido como «ahora» tu segmento está listo, y «ahora» puedes gozar de las radiaciones superiores.

—¡Ya basta con tus «ahora»! —gruñó Croulsx—. Ignoras el deterioro de mi salud.

—No puedo trabajar más aprisa —dijo Nisbet—. Permíteme presentarte al respecto a mi nuevo asociado, Cugel. Espero que a partir de ahora el trabajo irá más aprisa, gracias a la experiencia y energía de Cugel.

—Si ése es el caso, te encargaré ahora mismo cinco nuevos segmentos. Dama Croulsx confirmará el encargo con un depósito.

—No puedo aceptar tu encargo en este momento —dijo Nisbet—. De todos modos, tomaré en consideración tus necesidades. Cugel, ¿estás preparado? Entonces sube, por favor, a la parte superior de la columna de Xippin, y eleva suavemente el segmento. Croulsx y yo te guiaremos desde abajo.

El segmento fue situado con eficiencia en su lugar, y Croulsx trepó inmediatamente a la cima y se dispuso a gozar de las ventajas de la rojiza luz. Nisbet y Cugel regresaron al taller, y Cugel fue instruido en las técnicas de tallado, redondeado y pulido de la piedra blanca.

Cugel comprendió pronto por qué Nisbet iba siempre retrasado en sus entregas. En primer lugar, la edad había frenado sus movimientos hasta un punto en el que su eficiencia no compensaba su lentitud. En segundo lugar, Nisbet era casi constantemente interrumpido por las visitas: mujeres del poblado con encargos, peticiones, quejas, regalos y persuasiones.

Al tercer día de empleo de Cugel, un grupo de comerciantes se detuvo junto a la morada de Nisbet. Eran miembros de una raza de piel oscura notable por sus ojos ámbar, sus rasgos aquilinos y su postura orgullosamente erecta. Sus ropas no eran menos distintivas: pantalones sujetos con amplios cinturones, camisas con grandes cuellos, chalecos y tabardos, todo ello de color negro, ocre y ámbar. Llevaban sombreros negros de ala ancha y copa blanda, que Cugel encontró muy elegantes. Traían consigo un gran carro de enormes ruedas cargado con objetos ocultos bajo una lona embreada. Mientras el más viejo del grupo conferenciaba con Nisbet, los demás retiraron la lona, revelando lo que parecía ser un gran número de cadáveres apilados.

Nisbet y el viejo comerciante llegaron a un acuerdo, y los cuatro maots —como los identificó Nisbet a Cugel— empezaron a descargar el carro. Nisbet llevó a Cugel a un lado y señaló hacia un lejano otero.

—Aquello es el antiguo QaHr, que en su tiempo dominó todo el territorio desde el Muro Desmoronante hasta las Franjas de Silkal. Durante su época de esplendor la gente de QaHr practicó una religión única, que supongo no es más ridícula que cualquier otra. Creían que, al morir, los hombres y las mujeres entraban en otra vida en las condiciones corporales en que habían muerto, y transcurrían todo el resto de la eternidad entre fiestas, sueños y otros placeres que la decencia me impide nombrar. En consecuencia, su sabiduría se centraba en morir en la flor de la vida, puesto que, por ejemplo, un hombre viejo y raquítico, desdentado, sin resuello y dispéptico, nunca podría gozar de los banquetes, canciones y ninfas del paraíso. En consecuencia, los habitantes de QaHr arreglaban las cosas para morir a una edad temprana, y eran embalsamados con tanta habilidad que sus cadáveres parecen, aún hoy, llenos de vida. Los maots exploran el mausoleo de QaHr en busca de esos cadáveres y los conducen a través de las Extensiones Desoladas hasta el conservatorio thuniaco de Noval, donde, según tengo entendido, los utilizan en algún tipo de ritos ceremoniales.

Mientras hablaba, los comerciantes maots habían descargado los cadáveres y los habían alineado en el suelo, atándolos entre sí con cuerdas. El más viejo hizo una seña a Nisbet, que caminó a lo largo de la línea de cuerpos, tocándolos uno a uno con su amuleto. Luego regresó siguiendo la misma línea y dio a cada cadáver el golpe activador. El maot más viejo pagó a Nisbet lo estipulado; hubo un intercambio de charla educada, y luego los maots partieron hacia el nordeste, con los cadáveres flotando detrás a una altura de quince metros.

Tales interludios, aunque distraídos e instructivos, tendían a retrasar los encargos cuya entrega era exigida cada vez con mayor urgencia, tanto por los hombres, que se sentían vigorizados por las radiaciones superiores, como por las mujeres, que consideraban la erección de una columna tanto una bendición para la salud de sus esposos como un aumento del prestigio de la familia.

Para acelerar el trabajo, Cugel inició varias formas de simplificar las operaciones, que suscitaron la aprobación y la admiración de Nisbet.

—¡Cugel, vas a llegar lejos en este negocio! ¡Ésas son magníficas innovaciones!

—Estoy pensando en otras aún mejores —dijo Cugel—. Debemos ponernos por delante de la demanda, aunque sólo sea para maximizar nuestros beneficios.

—Sin duda, pero ¿cómo?

—Dedicaré toda mi atención al asunto.

—¡Excelente! El problema deja de serlo cuando es resuelto. —Y dicho esto Nisbet fue a preparar una cena de gala, que incluía tres botellas de magnífico vino verde de los almacenes del comerciante en vinos de Xei Cambael. Nisbet bebió tanto que se quedó dormido en un diván del salón.

Cugel aprovechó la oportunidad para realizar un experimento. Soltó de la cadena que lo sujetaba al cuello de Nisbet el amuleto de cinco caras, y lo frotó por los brazos de un pesado sillón. Luego, como había visto hacer a Nisbet, dio al mueble el golpecito activador.

El sillón siguió tan pesado como antes.

Cugel retrocedió unos pasos, perplejo. De algún modo, había aplicado mal el poder del amuleto. ¿O quizá la magia actuaba solamente con Nisbet y con nadie más? Improbable. Un amuleto era un amuleto. ¿De qué forma actuaba Nisbet que difiriera de la suya?

Nisbet, para calentarse mejor los pies delante del fuego, se había quitado las botas. Cugel hizo lo propio con su calzado, gastado hasta ser apenas unos harapos, y se puso las botas de Nisbet.

Frotó de nuevo el sillón con el amuleto de cinco caras y le dio un ligero golpe con el pie calzado con las botas de Nisbet. El sillón rechazó inmediatamente la gravedad y flotó en el aire.

Sumamente interesante, pensó Cugel. Devolvió el amuleto al cuello de Nisbet y las botas al lugar de donde las había cogido.

Por la mañana, Cugel le dijo a Nisbet:

—Me he dado cuenta de que necesito un calzado más fuerte, como el tuyo, a prueba contra las rocas de la cantera. ¿Dónde puedo obtener una botas como las tuyas?

—Ese artículo está incluido en nuestro trato —dijo Nisbet—. Hoy enviaré un mensajero al poblado para que llame a Dama Tadouc, la zapatera. —Nisbet pasó un dedo a lo largo de su ganchuda nariz y lanzó a Cugel una maliciosa mirada—. He aprendido cómo controlar a las mujeres del poblado de Tustvold, o mejor dicho, a las mujeres en general. ¡Nunca les des todo lo que desean! ¡Ese es el secreto de mi éxito! En este caso, el esposo de Dama Tadouc ocupa una columna de sólo catorce segmentos, con lo que tiene que conformarse con sombras y un flujo de baja calidad, mientras Dama Tadouc soporta la condescendencia de las demás mujeres. Por esta razón, no hay mujer que trabaje con más intensidad en todo el poblado, excepto posiblemente Dama Kylas, que tala árboles y convierte la madera en tablones del tamaño que se le pida. Así pues, dentro de una hora tus botas estarán en marcha, y me atrevería a decir que podrás ponértelas mañana.

Como Nisbet había predicho, Dama Tadouc acudió rápidamente desde el poblado y preguntó a Nisbet qué deseaba.

—Y espero, señor Nisbet, que dedicarás toda tu atención a mi encargo de tres nuevos segmentos. El pobre Tadouc ha pillado un enfriamiento y necesita radiaciones más intensas para recobrar su salud.

—Dama Tadouc, necesito unas botas para mi asociado Cugel, cuyo calzado actual está lleno de desgarrones y agujeros, de tal modo que rasca el suelo con los dedos de sus pies.

—¡Una lástima, una auténtica lástima!

—Respecto a vuestros segmentos, creo que el primero de los tres está previsto para ser entregado dentro quizá de una semana, y los otros inmediatamente después.

—¡Esa es una buena noticia, sí! Ahora, señor Cugel, en cuanto a tus botas…

—Desde siempre he admirado las que lleva Nisbet. Por favor, querría un duplicado exacto.

Dama Tadouc le miró sorprendida.

—¡Pero los píes del señor Nisbet son cinco centímetros más grandes que los tuyos, y algo más estrechos, y tan planos como un halibut!

Cugel hizo una pausa para pensar. El dilema era real. Si la magia residía en las botas de Nisbet, entonces sólo una réplica exacta parecería servir para sus propósitos.

Nisbet eliminó el problema.

—¡Naturalmente, Dama Tadouc, las medidas han de corresponder a sus pies! ¿Para qué encargaría Cugel unas botas que no le fueran?

—Por un momento me sentí perpleja —dijo Dama Tadouc—. Ahora debo apresurarme a cortar la piel. Tengo un cuero extraído del lomo de un viejo toro bauk, y haré que las botas duren todo el resto de tu vida o hasta que el sol se apague…, lo que ocurra primero. En cualquier caso, no vas a necesitar nunca más otras botas. Bien, al trabajo.

Al día siguiente fueron entregadas las botas y, en respuesta a las especificaciones de Cugel, eran una réplica exacta de las de Nisbet excepto en sus medidas. Nisbet examinó las botas con aprobación.

—Dama Tadouk ha aplicado una cera que es excelente para la gente normal, pero tan pronto como se gaste y la piel empiece a mostrar sed, le aplicaremos cera de ossip y tus botas serán tan fuertes como las mías.

Cugel aplaudió, entusiasta.

—¡Para celebrar la llegada de esas botas, sugiero otra cena de gala!

—¿Por qué no? ¡Un espléndido par de botas es algo que hay que celebrar!

Cenaron habas con tocino, gallina de las marismas rellena con setas, hierbaamarga y olivas, y un buen trozo de queso. Con esos platos consumieron tres botellas de aquel vino de Xei Cambael conocido como «Hisopo de Plata». Esa fue al menos la información dada por Nisbet, que, como anticuario, había estudiado muchos documentos antiguos. Mientras bebían, brindaron no sólo por Dama Tadouc, sino también por aquel hacía tanto tiempo muerto comerciante de vinos de cuya bondad disfrutaban ahora, aunque el vino parecía haber pasado ya un poco su punto óptimo.

Como la noche antes, Nisbet no tardó en dormirse en el diván. Cugel soltó el amuleto de cinco caras y volvió a sus experimentos.

Sus nuevas botas, pese a su similitud con las de Nisbet, carecían de todo efecto, excepto aquel para el que habían sido diseñadas, mientras que las botas de Nisbet, solas o en conjunción con el amuleto, derrotaban fácilmente la gravedad.

¡Extremadamente peculiar!, pensó Cugel, mientras devolvía el amuleto a la cadena de Nisbet. La única diferencia entre los dos pares de botas era la cera de ossip…, de las bayas cogidas en el jardín de Makke el Malevolente.

Rebuscar entre una acumulación de generaciones un bote de cera para el calzado no era una tarea que emprender a la ligera. Cugel fue a su propio camastro.

Por la mañana, le dijo a Nisbet:

—Hemos estado trabajando duro, y ya es tiempo de un poco de descanso. Sugiero que vayamos a aquel otero de allá y visitemos los jardines de Makke el Malevolente. Podemos aprovechar para recoger algunas bayas y hacer cera para las botas, y, ¿quién sabe?, igual descubrimos algún otro amuleto.

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