La tiranía de la comunicación (14 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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Ni Ted Turner, de la CNN; ni Rupert Murdoch, de News Corporation Limited; ni Bill Gates, de Microsoft; ni otras tantas decenas de nuevos amos del mundo, han sometido jamás sus proyectos al sufragio universal. La democracia no se ha hecho para ellos. Se encuentran por encima de sus discusiones interminables en las que conceptos como el bien público, el bienestar social, la libertad y la igualdad conservan aún su sentido. No tienen tiempo que perder, sus productos y sus ideas atraviesan sin obstáculos las fronteras de un mercado globalizado.

En sus esquemas, el poder político no es más que el tercer poder. Por delante se encuentra el poder económico y el poder mediático, y cuando se poseen éstos, hacerse con el poder político no es más que un mero trámite.

Las nuevas tecnologías sólo contribuirán al perfeccionamiento de la democracia si luchamos, en primer lugar, contra la caricatura de sociedad mundial que nos preparan las multinacionales, lanzadas a tumba abierta hacia la construcción de las autopistas de la información.

Procedentes (una vez más) de Estados Unidos, pero alegremente retomadas por los europeos, estas nuevas prédicas sirven a los intereses del capitalismo mundial. La nueva aristocracia planetaria de las finanzas, de los media, de los ordenadores, de las telecomunicaciones, de los transportes y del ocio da saltos de alegría y de suficiencia: se proclama el motor de la sociedad del conocimiento, de la revolución de la inteligencia.

Las redes mundiales de empresas cuentan con las autopistas de la información y de la comunicación para gestionar mejor sus negocios, aplicar sus estrategias de conquista, desarrollar e imponer sus normas y defender sus posiciones de monopolio adquiridas sobre los mercados.

Lo mismo sucede con el capitalismo financiero. Una de las contribuciones más grandes de las nuevas tecnologías a la economía contemporánea ha sido la aceleración de los movimientos de capitales. En este contexto, la «tecnoutopía» de la sociedad de la información sirve a la nueva clase dirigente a nivel planetario para afirmar y hacer aceptar la globalización, es decir, la liberalización total de todos los mercados a escala mundial.

Según los nuevos amos del mundo, la sociedad de la información lleva consigo nuevas formas de desregulación más allá de los Estados: exigen que cualquier reglamentación sea dejada exclusivamente a cargo del mercado global.

Nadie puede afirmar que Europa sufra una carencia de talentos. Lo que le falta todavía es una voluntad política, fuerte y compartida, para respaldarlos por todos los medios: cuotas (o excepciones respecto al libre comercio) para sectores como la cultura, créditos comunitarios más abundantes, capacidad para decir «no» a Estados Unidos cada vez que sea necesario.

Conflictos bélicos y manipulación de las mentes

Durante los últimos años la globalización de la información, su instantaneidad y espectacularización, han modificado de manera radical el tratamiento de los conflictos armados.

La Biblia (con el Libro de Josué) y la Ilíada de Hornero fueron probablemente los primeros «reportajes» sobre guerras de la antigüedad. Contar lo que ocurre en un conflicto sangriento es una actividad tan vieja como el mundo, pero los medios masivos de comunicación existen sólo desde mediados del siglo XIX.

De la guerra de Crimea a la del Golfo, la evolución de la jurisprudencia ha permitido a las autoridades militares controlar mejor la información. El estudio de los manuales de guerra nos enseña cómo aparecieron y se desarrollaron nociones como «propaganda», «guerra psicológica», «desinformación», etc., que han transformado la relación entre guerra y medios de comunicación.

El telégrafo y la fotografía

Todo cambia hacia 1880, cuando aparecen los periódicos de masas como resultado de una doble revolución técnica: la invención de la linotipia y la de la rotativa.

Por otra parte, la prensa incorporó dos invenciones importantes en términos de comunicación, el telégrafo y la fotografía, que le permitieron el acceso a informaciones lejanas en un tiempo corto. Al aumentar su alcance mundial, también pudo incrementarse la tirada de los periódicos.

Los diarios de la segunda mitad del siglo XIX empezaron a enviar corresponsales de guerra a los conflictos. Pero los combates también cambiaron con el desarrollo de la era industrial y la aparición de nuevas tecnologías bélicas (entre ellas el uso militar del telégrafo) y nuevas armas (fusil de repetición, ametralladora, cañón de acero y de retrocarga, tren militar, vehículos blindados, aeroplanos, etc.).

Crimea 1854, primeras fotos

Las primeras fotografías - técnica de la era industrial - utilizadas como medio de información, y no para uso militar, fueron las de la guerra de Crimea (1854-1856). En ellas se ven esencialmente objetos estáticos, como fortificaciones, trincheras, o soldados muertos, pero prácticamente ningún combatiente en movimiento o en plena batalla.

En EE. UU. se desarrolló ampliamente la fotografía durante la guerra de secesión (1861-1865), de la que se sacaron millones de clichés. Fue, de hecho, un conflicto ampliamente fotografiado, lo cual aumentó el interés del público.

Lo mismo ocurrió con la guerra franco-alemana de 1870, con la insurrección revolucionaria de la Comuna de París (1870) y, más tarde, con la guerra de los bóers en África del Sur (1899-1902). La prensa de masas utilizó la fotografía con profusión, pero presentando esencialmente escenas fijas, con soldados inmóviles.

Las guerras de Cuba y de Filipinas de finales del siglo XIX (1895-1898) fueron conflictos que las prensas estadounidense y española cubrieron de manera muy importante. Fue la primera vez que el cinematógrafo, recién inventado por los hermanos Louis y Auguste Lumiére, se hizo eco a su manera de un conflicto armado.

El cine llegó a La Habana en 1896, dos años antes del final de la guerra de Cuba, de manos de Gabriel Veyre, operador de los hermanos Lumiére. Con una cámara Lumiére grabó una serie de escenas de maniobras militares, donde se plasmaba la atmósfera bélica que existía entonces en la capital cubana. Esta guerra respondía para EE. UU. al proyecto del «destino manifiesto», y a su política expansionista.

William Randolph Hearst, el gran patrón de la prensa norteamericana ---el personaje que Orson Welles inmortalizó en su película Ciudadano Kane---, movilizó a todos sus periódicos para provocar la intervención de EE. UU. en Cuba. Una anécdota resume el poder de la prensa escrita en esa época. Cuentan que el magnate envió a un corresponsal a La Habana y que éste, viendo desde allí que todo estaba tranquilo, mandó a Hearst un telegrama diciendo que no había ninguna guerra y que regresaba a Estados Unidos. Hearst le contestó con un telegrama: «Quédese. Mándeme ilustraciones y textos, que yo le mando la guerra.» Entonces tuvo lugar la explosión del acorazado Maine en La Habana, y EE. UU. aprovechó para declararle la guerra a España.

Es la primera contienda donde se aprecia la influencia excepcional de los nuevos medios de comunicación; la prensa hizo una campaña masiva para movilizar a la opinión pública (el gobierno de William McKinley se vio prácticamente obligado a declararla).

También en esta época EE. UU. produjo películas montadas a partir de la guerra de Cuba (como la batalla naval de la bahía de Santiago) para mostrar el poderío de la flota estadounidense. De hecho, sobre ese conflicto, posterior a la invención del cinematógrafo (1895), no hay imágenes filmadas. Sólo las de esa reconstrucción realizada en estudios norteamericanos. En aquella época se difundieron como si fueran imágenes documentales, cuando en realidad no había ninguna cámara filmando las batallas.

México 1911, el cine en acción

De igual manera, la revolución mexicana (1911-1920) movilizó a los grandes medios de comunicación, reporteros de todo el mundo, fotógrafos y, por primera vez, el cinematógrafo. La revolución mexicana es la primera guerra filmada en directo. Camarógrafos de noticiarios y realizadores de documentales (entre ellos Raoul Walsh) rodaron directamente escenas de la revolución y de sus principales protagonistas: Pancho Villa y Emiliano Zapata.

Durante la primera guerra mundial (1914-1918) fue cuando la opinión pública occidental empezó a seguir los acontecimientos militares con interés, gracias a que la información llegaba rápidamente y en soporte visual. Los propios militares utilizaron la fotografía aérea para identificar las posiciones enemigas antes de ser bombardeadas.

Hasta entonces, la prensa actuaba con las manos libres y el primer conflicto en el que aparece un verdadero desacuerdo entre los intereses de un Estado y la libertad de información es la primera guerra mundial. En ella se va a verificar que «la primera víctima de una guerra es la verdad».

Las hostilidades estallan en agosto de 1914, y todos los periódicos afirman que va a ser «un paseo militar de verano». Los franceses estaban convencidos de que entrarían en Berlín antes de las Navidades. Y los alemanes pensaban que harían lo mismo en París en igual tiempo. Esa atmósfera de entusiasmo y de inconsciencia la crean los periódicos, que se transforman en órganos de propaganda y rivalizan en histeria nacionalista.

Hay que tener en cuenta que es la primera guerra en la que todos los combatientes están alfabetizados, saben leer, escribir y contar. La enseñanza primaria es obligatoria en todos los países europeos desde el último tercio del siglo XIX. La escuela, y el estudio de la historia nacional, han hecho de ellos unos patriotas, les han convertido mayoritariamente en nacionalistas convencidos.

Algunos teóricos dicen que «la geografía sirve para hacer la guerra»; pero, en ese caso, hay que añadir que la historia sirve para hacer a los guerreros. Y la confrontación del 14-18 es la primera en la que se da el enfrentamiento entre este nuevo tipo de combatientes. En este ambiente, la prensa tiene el camino fácil, crea entusiasmo hacia la guerra y hace creer en una victoria próxima. Este conflicto va a conducir a los gobiernos alemán y francés a tomar medidas extremadamente severas con respecto a los medios de comunicación.

La nueva censura

Por primera vez los gobiernos consideran que el estado de guerra les autoriza a controlar el contenido de la prensa y, por ejemplo, constituyen grupos de oficiales especializados en la información, que son los únicos acreditados para contactar con los periodistas. La prensa no tiene la oportunidad de informar debidamente y, entre otros impedimentos, los reporteros no pueden entrar en las trincheras hasta finales de 1917. Durante tres años, las trincheras son prácticamente invisibles, sólo existen en el relato de los ex combatientes. Para superar estas dificultades, los periódicos más importantes optan por nombrar a oficiales retirados como corresponsales en el frente.

Se empieza a hablar de «la manipulación de las mentes». Aparecen en Francia las primeras publicaciones satíricas - Le Canard Enchainé - que critican la censura y las versiones de la guerra que dan los periódicos. La prensa alemana, como la francesa o la inglesa, combate el pacifismo por considerarlo una forma de derrotismo. La prensa trata de inculcar en la opinión pública la idea de que se está a punto de ganar; como si se avanzara de victoria en victoria... hasta la derrota final.

De esta manera, la guerra de 1914-1918 crea las condiciones en las que los Estados confiscan la libertad de expresión, la libertad de informar, e imponen la censura. Por razones de interés superior.

Llega la radio

Desde los años veinte (y antes también: la proclamación de la revolución bolchevique se hizo por medio de la radio del crucero Aurora) un medio de comunicación logra gran alcance y se desarrolla hasta conseguir la supremacía al final de la década de los cuarenta. Se trata de la radio, considerada como un arma terriblemente eficaz de propaganda y desinformación. En esa época, los Estados esencialmente totalitarios, como Italia y Alemania, van a hacer de la radio un instrumento de lucha ideológica. Como la guerra sin cuartel que entablan, en 1933 y 1934, la radio Munich de Goebbels y la radio Viena de Dollfuss...

También el cine resulta extremadamente importante; en España se ve el «No-Do», se proyectan informaciones cinematográficas en la primera parte de la sesión, presentando la contienda, como ocurrió con la conquista de Etiopía-Abisinia, o la de Bilia, por Italia, como un conflicto maniqueo en el que hay buenos y malos: y la población sólo tiene acceso a la versión oficial de la confrontación.

La radio tiene que convencer a la opinión pública. La idea principal es que una guerra no sólo se gana en el campo de batalla, sino también cuando se conquista el corazón de la población, que constituye la retaguardia. De ahí que las guerras mediáticas hayan cobrado tanta importancia con el tiempo, en primer lugar para que los propios combatientes sepan por qué están luchando y, en segundo lugar, para que la opinión pública apoye este tipo de combate.

El cine de los años cuarenta comparte con la radio los objetivos descritos. Durante esa época vimos cómo EE. UU. decide intervenir en el segundo conflicto mundial, y cómo el propio Pentágono se hace productor de cine, reclutando a los mejores directores de Hollywood para realizar una serie de películas llamadas «Por qué estamos combatiendo» (Why we fight), que se proyectan en todas las salas del país. Estas producciones tratan de explicar al público por qué se ha de intervenir, cuando inicialmente la opinión pública estadounidense no era intervencionista. La principal propaganda se dirige al propio público, para que conozca lo justo del combate y la maldad del adversario. Se crea una relación gobierno-opinión pública tan fuerte, que es difícil tener un criterio contrario u hostil a la intervención.

Los grandes medios de comunicación crean una cohesión nacional respecto a la guerra - que debe evitar cualquier tipo de fractura - y, en particular, una postura generalizada de apoyo al gobierno. Se manejan elementos de carácter emocional, que aparecen en este momento e inducen a silenciar cualquier expresión de disidencia. Esta situación se confirma en la guerra del 39 al 45, con la intervención de EE UU, ampliamente apoyada por los medios de comunicación. Washington prohíbe que se haga propaganda o se dirijan expresiones de solidaridad hacia la Alemania nazi, la Italia fascista o el Japón imperialista. Es decir, se acepta la idea de que hay una plena solidaridad. Dentro de este marco - la tradición estadounidense permite criticar la forma en que se desarrolla la guerra-, la prensa va a denunciar fuertemente, por ejemplo, al general Patton por su violencia y su forma de conducir las ofensivas en las Ardenas y la invasión de Alemania, que cuestan demasiadas vidas.

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