La tiranía de la comunicación (15 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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De hecho, era usual en EE. UU. permitir a los reporteros acompañar a las primeras avanzadillas en las ofensivas. Esto no es factible en Francia, donde es imposible criticar a cualquier militar en el momento del conflicto. Pero sí en la tradición norteamericana. Y de hecho hay una serie de ejemplos que muestran cómo por ejemplo en las playas de Normandía los reporteros - entre ellos Robert Capa - rodaron las únicas imágenes que podemos contemplar del desembarco de junio de 1944. Esto no existe en el periodismo europeo, donde los reporteros llegan después de que las batallas estén libradas, como si los periodistas fueran elementos que hay que proteger, a los que como máximo se les puede enseñar ciertas cosas, pero no otras. Como dice el almirante Antoine Sanguinetti: «Las guerras son demasiado violentas para que los civiles las puedan contemplar.»

Llega la televisión

La guerra de Corea (1950-1953) es la primera en la que la televisión tiene un papel importante. El conflicto estalla en 1950, cuando la televisión es ya en EE. UU. el medio de distracción y de ocio dominante. Los telespectadores ven en esta guerra una confrontación típica de la guerra fría, de ideologías enfrentadas, comunista/anticomunista y, en el contexto estadounidense, «antiamarilla».

Ya se había dado una especie de «antiamarillismo» contra Japón, durante la segunda guerra mundial, que algunos analistas describen como verdadero racismo. Tanto en las películas, en los cómics, como en los medios de comunicación de masas, la guerra de Corea se presenta excesivamente caricaturizada y, a veces, de forma plenamente racista. Fundamentalmente, es una confrontación en la que la prensa, la radio y la televisión estadounidenses piensan que hay que ganar para evitar la extensión del comunismo en el mundo.

En 1949, los aliados de EE UU habían sufrido una derrota en China con la victoria de Mao Zeodong sobre Chiang Kai-chek, lo que significó la implantación de un régimen comunista en un país de 600 millones de personas. En Corea, el objetivo común de Occidente (declarado por la ONU, ya que participan en ella australianos, neozelandeses y franceses) es el de contener la expansión comunista. EE. UU. va a movilizar para esta contienda a más de 500.000 hombres.

La versión de la contienda que los medios de comunicación norteamericanos difunden es unánime, tanto la que presentan los periódicos como las del cine y la televisión.

Ruptura en Vietnam

La siguiente inflexión mediática se da en la guerra de Vietnam (1962-1975). En la segunda guerra mundial el enemigo (el nazi) no tenía defensores en los medios de comunicación de los países democráticos. La guerra de Vietnam se presenta con otras características: su larga duración hace que EE. UU. no pueda perderla, pero tampoco ganarla, creándose una situación de estancamiento que conduce a la ruptura de la adhesión. Los propios combatientes acaban por preguntarse: ¿por qué estamos combatiendo?

Sucede lo mismo que en la guerra de Corea, pero la atmósfera ya no es la misma que durante la guerra fría; no estamos en la era del maccarthysmo, por consiguiente, los medios de comunicación no aceptan las consignas de movilización y adoctrinamiento ideológico que el gobierno de Washington quiere imponer.

De hecho, la prensa va a informar con relativa libertad sobre la descomposición del ejército estadounidense, carente de motivación. Es una guerra difícil que se libra contra un adversario relativamente poderoso, hábil e invisible. Los medios de información se niegan a silenciar los abusos del ejército de EE. UU., las ejecuciones masivas de civiles, el uso de armas químicas, la tortura, la destrucción del medio ambiente con la utilización de defoliantes químicos, etc.

Hasta entonces, en ningún país del mundo los medios de comunicación habían denunciado el comportamiento de sus propios soldados durante el desarrollo de una guerra. Por primera vez, el juego de dominó es extremadamente importante en esta relación gobierno-ejército-medios de comunicación-opinión pública. La prensa norteamericana acusa a sus propios soldados de ser unos bárbaros y eso provoca un gran impacto en la sociedad civil.

Los reporteros siguen gozando de las condiciones tradicionales que el ejército de EE. UU. concede a la prensa: cualquier periodista acreditado recibe automáticamente rango de oficial, pudiendo así integrarse en cualquier misión por peligrosa que ésta sea. Los reporteros son testigos y no producen textos o relatos sonoros que se puedan manipular, sino que las cámaras filman la realidad.

Se ha dicho que fue la primera «guerra televisada». Lo fue en efecto, pero no en directo. Se trata de la primera confrontación filmada para la televisión, aunque no en tiempo real, porque se necesitaba enviar las películas (rodadas en 16 mm.) por avión a EE. UU. y éstas se difundían con 24 o 48 horas de distancia respecto a los hechos.

Existen fotografías célebres, como la de la niña corriendo después de haber recibido napalm. Nadie puede pensar que esa niña es el enemigo que pone en peligro la existencia de EE. UU. En este sentido, la prensa ejerce una influencia demoledora sobre la sociedad norteamericana, porque evidentemente nadie quiere enviar a sus hijos a esa guerra. Además, la atmósfera en el seno del ejército es de desmovilización, de degradación moral, uso de drogas, etc. Y resulta fundamental el hecho de que esos soldados no sean «caballeros».

Esto provoca una ruptura entre e! gobierno y la opinión pública estadounidense, que no apoya la guerra al ver que se hace por razones ideológicas y no para salvar a la población. Este ambiente gangrena al país y cuando termina la contienda, con la derrota de Estados Unidos en 1975 ---la primera en su historia--- se plantea la cuestión de por qué no se ha vencido.

Probablemente, la derrota se debió a razones estratégicas militares y a que el único armamento que no utilizaron los norteamericanos fue el nuclear. Pero esencialmente se pensó que la desmotivación de la opinión pública produjo también la del Estado Mayor. El hecho de que los ciudadanos pudieran presenciar paso a paso la evolución del conflicto, los juicios hechos a auténticos criminales de guerra en el propio EE. UU. o las críticas a ciertos comportamientos suscitaron la reflexión y desembocaron en un cambio en la relación medios de comunicación-guerra-opinión pública, en el que nos encontramos a partir de entonces.

El modelo Malvinas

Los primeros que aprenden la lección de la guerra de Vietnam no son los estadounidenses sino los británicos. El Reino Unido comprende, antes que nadie, lo que ha cambiado para la estrategia militar con el desarrollo de los medios de comunicación. El discurso televisivo es ahora muy convincente y la televisión penetra en todos los hogares. El espectador es testigo de un acontecimiento militar, y eso provoca gran perturbación en la manera de concebir el desarrollo de los conflictos. Resulta indispensable reflexionar sobre ello. El primer conflicto que va a ser tratado de otra forma será la guerra de las islas Malvinas en 1982.

Las lecciones de la guerra de Vietnam conducen al Estado Mayor británico a establecer otra estrategia para relacionarse con los medios de comunicación de masas; la zona del enfrentamiento es idónea, ya que por definición está aislada y constituye un escenario muy lejano.

La primera lección es que en un conflicto el papel de bueno - para los medios - es el de la víctima. Uno de los primeros objetivos será, pues, aparecer como víctima. Crear una imagen muy agresiva, muy negativa, muy amenazante, del adversario.

La segunda lección es que la guerra es peligrosa y que los periodistas corren peligro si se acercan al frente. Hay que protegerlos pues, evitando que se aproximen a los lugares donde se intercambian disparos. Los británicos no quieren dejar que el conjunto de la población sea testigo de los combates, basándose en que las guerras son demasiado complicadas para que la opinión pública las pueda conocer directamente.

De este modo, Londres selecciona bajo su criterio, a un grupo de reporteros con el pretexto de la lejanía del conflicto. Los medios van a insistir en el hecho de que en Argentina existe una dictadura militar muy cruel, y también que esa dictadura ha ocupado militarmente las Malvinas.

Con este sistema, los periodistas ingleses sólo pueden cubrir ese conflicto bajo protección del ejército británico. Cuando la escuadra inglesa llega a la zona de enfrentamiento, el buque que transporta a los periodistas queda en la periferia, alejado del lugar de los combates, y allí reciben la información. Por tanto, ésta llega a través del Estado Mayor y los medios de comunicación no van a tener ninguna posibilidad de acceder directamente al lugar del conflicto, por más que se encuentren en el escenario de las Malvinas.

Se libran batallas que demuestran que los británicos no son invencibles, que la aviación argentina es muy eficaz, que utiliza armas modernas. Los medios de comunicación ingleses se refieren a la guerra como a un conflicto fácil, un paseo militar. Menos la BBC (British Broadcasting Corporation), que es la única que no acepta manipulación y amenaza con pedir material a la propia televisión argentina para mostrar otro punto de vista.

Pero en la práctica se presenta globalmente como una guerra ideal para la opinión pública. Una guerra sin violencias gratuitas, sin víctimas inocentes, en la que el comportamiento británico aparece como caballeresco, generoso. Este fenómeno de censura va a funcionar y los británicos serán capaces así de proponer a todos los ejércitos del mundo un modelo de manipulación inteligente de los medios de comunicación.

Es el modelo que se va a aplicar a partir de entonces, en todos los conflictos en los que intervienen las grandes potencias. A partir de ahora la guerra solamente podrá verse cuando los implicados sean pequeños Estados.

Entramos en un universo en el que la idea de que las guerras son transparentes ha sido abandonada. Desde Vietnam, en las guerras sólo se filma la versión que conviene dar del conflicto, la que el «ministro de la guerra» de la potencia correspondiente quiere dar a conocer.

Granada, 1983

La siguiente guerra en la que interviene una gran potencia es la invasión de la isla caribeña de Granada por parte de EE. UU., en 1983. Todo se presta a la aplicación del modelo de las Malvinas. Los periodistas no pueden acompañar a las tropas en el desembarco, que se desarrolla durante cuatro o cinco días, por lo que no existen imágenes de éste.

El Pentágono se excusa diciendo que es una guerra «peligrosa» para los corresponsales y que «las tropas cubanas» que se encuentran en la isla están ofreciendo una resistencia importante. Así que cuando llegan los reporteros está todo ocupado y la guerra ya no presenta aspectos desagradables. Será la primera vez que las grandes cadenas de televisión estadounidenses llevarán ajuicio al gobierno por haber violado la primera enmienda de la Constitución de EE. UU. sobre la libertad de prensa.

Panamá, 1989

El segundo conflicto en el que el modelo de las Malvinas se aplica ya establemente es la toma de Panamá en 1989, donde los estadounidenses van a utilizar un método más sofisticado.

Al igual que en Granada, en Panamá no hay testigos durante las primeras horas del ataque, el período más difícil; y la nueva estrategia utilizada por EE. UU. en esa intervención se basa en que se lleva a cabo al mismo tiempo que la caída del régimen de Ceaucescu en Rumania, el 20 de diciembre de 1989, con el mundo entero ocupado en ver en directo por televisión los combates callejeros de Bucarest.

Las cadenas de televisión más importantes rompen su programación, e incluso emiten durante 24 horas lo que está ocurriendo en Rumania.

Mientras el mundo entero está entretenido viendo los hechos de Rumania, EE UU, utilizando lo que se llama un «efecto biombo», interviene en Panamá y sabe que, en realidad, aparte de los países hispanoamericanos, en el resto del mundo el efecto mediático será secundario.

Prácticamente no hay imágenes de lo que ocurrió en Panamá, y la versión estadounidense muestra al presidente Noriega como traficante de drogas, causante de todos los acontecimientos. Hoy día sabemos que si los conflictos de Rumania y Panamá hubiera que medirlos por el número de víctimas, los resultados serían los siguientes: en Rumania los muertos no llegaron a 1.000, mientras que en Panamá resultaron más de 4.000. Sin embargo, la cobertura mediática de Rumania fue infinitamente más importante en número de horas de televisión.

Una vez puesto en práctica este modelo, se aplicará más estrictamente en la guerra del Golfo y actualmente es la pauta oficial de todos los países que pertenecen a la OTAN. En septiembre de 1986 se publicó un informe elaborado por la Alianza Atlántica sobre cómo comportarse con los medios de comunicación en caso de conflicto, siguiendo el modelo exacto de la estrategia británica en las Malvinas.

A los gobiernos no les importa ya que los especialistas acudan después del conflicto a contar lo que en realidad aconteció. Lo que les interesa preservar es que, en el momento en que se desarrolla el conflicto, haya una sagrada unidad de criterios. La que existió en la guerra de Corea, así como en la primera y segunda guerras mundiales: dar una única versión y designar como traidor a todo aquel que aparezca como disidente. En realidad, muchos periodistas no se dieron cuenta de que las guerras ya no se podían filmar. Por eso les pilló desprevenidos la guerra del Golfo (1990-1991).

La era de la sospecha

Escepticismo. Desconfianza. Incredulidad. Tales son los sentimientos dominantes entre los ciudadanos respecto a los media, y muy particularmente a la televisión. Confusamente, se percibe que algo no marcha en el funcionamiento general de la información. Sobre todo desde 1991, cuando las mentiras y las mistificaciones de la guerra del Golfo - «Irak, cuarto ejército del mundo», «la marea negra del siglo», «una línea defensiva inexpugnable», «los ataques quirúrgicos», «la eficacia de los Patriot», «el bunker de Bagdad», etc. - chocaron profundamente a los telespectadores; algo que confirmó la gran impresión de malestar que ya habían suscitado asuntos como el falso enterramiento de Timisoara... y se ha prolongado ad nauseam después en cada mega-acontecimiento: de la Somalia de 1992 a la muerte de Diana en 1997.

Nadie niega la indispensable función de las comunicaciones de masas en una democracia. La información es esencial para la buena marcha de la sociedad. No hay democracia posible sin una buena red de comunicaciones y sin el máximo de informaciones. Gracias a la información el hombre vive como un hombre libre. Todo el mundo está convencido de esto. Y, sin embargo, los media han entrado en una era de sospecha.

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