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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Torre de Wayreth (29 page)

BOOK: La Torre de Wayreth
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Ojo por ojo. No era el único que podía jugar a ese juego.

—¡Delu solisar! —
dijo Raistlin sin perder un momento. Soltó el orbe y levantó la mano para trazar una runa en el aire.

La runa se envolvió en llamas y brilló intensamente. Los hechizos rivales quedaron suspendidos en el aire, temblorosos. Kitiara observaba la escena, con una mano en la cadera y la otra aferrada a la empuñadura de su espada. Estaba disfrutando con el enfrentamiento.

La magia de Soth se quebró. Raistlin detuvo su hechizo. La runa abrasadora desapareció, dejando una sombra azulada y una voluta de humo.

Kitiara asintió en señal de aprobación.

—Lord Soth, Caballero de la Rosa, tengo el honor de presentarte a Raistlin Majere. —Kitiara, en parte burlona y en parte orgullosa, añadió—: Mi hermanito.

Raistlin hizo una reverencia para corresponder a la presentación y después levantó la cabeza y se irguió cuan alto era, obligándose a mirar a las rendijas de los ojos del yelmo del Caballero de la Muerte. Miró fijamente las llamas que consumían esa alma atormentada, aunque su mera visión hacía estremecerse horrorizada al alma de Raistlin.

—Eres muy diestro con la magia para ser tan joven —dijo lord Soth. Su voz sonaba hueca y profunda, con ecos de una ira eterna, de un remordimiento sin consuelo.

Raistlin volvió a hacer una reverencia. Todavía no estaba seguro de poder pronunciar palabra alguna.

—Proyectas dos sombras, Raistlin Majere —dijo de repente el Caballero de la Muerte—. ¿Por qué?

Raistlin no tenía la menor idea de a qué se refería.

—No proyecto ni una sola sombra en este lugar espantoso, mi señor, mucho menos dos.

Los ojos de color carmesí del Caballero de la Muerte parpadearon.

—No hablo de sombras proyectadas por el sol —aclaró lord Soth—. Habito dos planos. Estoy obligado a morar en el plano de los vivos y condenado a morar en el plano de los muertos que no pueden morir. Y en ambos veo tu sombra más oscura que la oscuridad.

Raistlin lo comprendió.

Kitiara no entendía lo que Soth quería decir.

—Raistlin tiene un hermano gemelo... —empezó a decir.

—Ya no —la interrumpió Raistlin, lanzándole una mirada airada. A veces podía ser tan tonta como Caramon.

Tras el hechizo, el miedo y las intrigas, de repente Raistlin se sintió desfallecer.

—Me trajiste aquí porque necesitabas mi ayuda, hermana. Os he jurado lealtad a ti y a Takhisis. Si deseas que te sirva de alguna otra forma, dime cómo puedo hacerlo. Si no, permite que me vaya.

Kitiara miró a lord Soth.

—¿Qué crees?

—Es peligroso —contestó Soth.

—¿Quién? ¿Raistlin? —se burló Kitiara, sorprendida y divertida al mismo tiempo.

—Será tu sino. —El Caballero de la Muerte miraba fijamente a Raistlin, las llamas danzaban en sus ojos.

Kitiara vaciló. Miraba a Raistlin y, con el ceño fruncido, repiqueteaba los dedos en la empuñadura de su espada.

—¿Quieres decir que debería matarlo?

—Quiero decir que no deberías intentarlo —dijo Raistlin, paseando la mirada de uno a otro. Tenía un trozo de ámbar entre los dedos.

Kitiara clavó la mirada en él y de pronto se echó a reír.

—Ven conmigo —dijo, y cogió una antorcha encendida que colgaba de la pared—. Tengo que enseñarte una cosa.

—¿Y él? —preguntó Raistlin sin moverse de donde estaba.

El Caballero de la Noche se había acercado a la ventana. Paseó la mirada por la desolación que se extendía a sus pies.

—Se acerca el atardecer —dijo Kitiara—. Soth tiene cosas que hacer. Démonos prisa —añadió, estremecida—. Preferirás no estar cerca.

El lamento era lejano, pero el sonido aterrador y penetrante se clavó en Raistlin y le atravesó el corazón. Frenó sus pasos, giró la cabeza, y recorrió con la mirada el pasillo. El canto era horrendo, pero sentía que algo le obligaba a escucharlo.

Kitiara lo cogió por la muñeca.

—¡Tápate los oídos! —le advirtió.

—¿Qué es? —preguntó Raistlin. Sintió que se le erizaba el vello.

—Las
banshees.
Las elfas que lo acompañan en su maldición. Su sino es cantar para él todas las noches, recitar la historia de sus crímenes. Él se sienta en la habitación donde murieron su esposa y su hijo, contempla las manchas de sangre en el suelo y escucha.

Apretaron el paso y recorrieron apresuradamente el pasillo. El cántico lúgubre no los abandonaba. El lamento golpeaba a Raistlin con alas negras y lo desgarraba con zarpas afiladas. Intentó taparse las orejas con las manos, pero el cántico resonaba en su sangre. Vio que Kitiara estaba muy pálida y sudaba.

—Todas las noches es igual. No logro acostumbrarme.

De repente, el pasillo por el que iban moría en una pared. Raistlin supuso que no habrían recorrido toda esa distancia para nada y esperó pacientemente a ver qué pasaba.

Kit le tendió la antorcha para que la sujetase. Raistlin podría haberse ofrecido para utilizar la luz de su bastón, pero no le gustaba descubrir su poder a la gente a no ser que hubiera una buena razón. Levantó la antorcha para que Kitiara pudiera ver lo que hacía.

Kitiara apoyó la mano izquierda en una piedra del muro y la derecha sobre otra, y apretó una tercera piedra del suelo con el pie. Por pura costumbre, Raistlin anotó mentalmente la situación exacta de cada piedra. En lo más profundo de sí deseaba no tener que volver jamás al Alcázar de Dargaard, pero nunca se podía estar seguro. Rechinando sobre sus goznes, la pared, que en realidad era una puerta, se abrió lentamente. Kit, de un salto, se metió en la oscuridad que los esperaba al otro lado. Raistlin miró en derredor y la siguió con cautela.

Kitiara puso la mano en una piedra del otro lado y la puerta se cerró. El lamento de las
banshees
casi se apagó. Kitiara y Raistlin compartieron un suspiro de alivio.

Kitiara le cogió la antorcha y echó a caminar por delante, alumbrando sus pasos. Una escalera de caracol excavada en la roca, cerrada entre toscas paredes de piedra, se hundía en las entrañas de la tierra. Kitiara bajaba rápidamente, y el repiqueteo de sus botas sobre la piedra acababa de ahogar el lamento distante de las
banshees.
Raistlin la siguió. Se fijó en que la escalera no estaba quemada ni había rastro de humo o muerte.

—Esta obra es nueva —dijo, pasando la mano por la piedra. Los dedos se le cubrieron de polvo—. Se ha construido hace poco.

—Lo ha hecho nuestra reina —contestó Kitiara.

Raistlin dejó de caminar.

—¿Dónde me llevas? ¿Qué hay ahí abajo?

Kitiara le sonrió con malicia.

—¿Quizá prefieras volver a subir para escuchar los cánticos?

Raistlin siguió bajando. La escalera, con los cuarenta y cinco escalones que contó, llevaba a una puerta de impenetrable acero. Raistlin se quedó mirándola, impresionado. Sólo aquella puerta valía toda la riqueza de Neraka. No podía imaginar siquiera el tesoro que guardaría al otro lado.

Kitiara apoyó la mano derecha, con la palma abierta, en el centro de la puerta, cuya superficie era perfectamente lisa. Raistlin no veía que tuviera ni una sola marca. Kit pronunció una única palabra: «Takhisis.» Bajo su mano destelló una luz blanca. Volvió a invocar el nombre de la Reina Oscura y brilló una luz verde. Kitiara repitió el nombre tres veces más y en las tres ocasiones la luz cambió de color, pasando del rojo al azul y después al negro.

Se iluminó el perfil de un dragón de cinco cabezas, grabado en la puerta, y ésta se elevó lenta y silenciosamente, hasta que desapareció en el techo.

Kitiara hizo un gesto a Raistlin para que entrara. Él se quedó fuera, mirándola fríamente.

—Tú primero.

Kitiara se rió y sacudió la cabeza, luego pasó delante de él. Mantenía la antorcha en alto, para que pudiera verse bien la cámara. La llama iluminó las paredes excavadas en la roca. La cripta no era demasiado grande, tendría unos veinte pasos por veinte. El techo era bajo. Raistlin podría tocarlo con la mano si estiraba el brazo.

En la cripta sólo había tres objetos: un reloj de arena en un armazón de oro, el pedestal de oro que lo sostenía y una vela con rayas rojas numeradas en intervalos regulares, desde el uno hasta el veinticuatro. La vela contaba las horas del día. Casi se había consumido.

Raistlin seguía sin confiar en Kitiara, pero la curiosidad se impuso a la precaución. Entró en la cámara y se acercó al reloj de arena para estudiarlo. No necesitaba conjurar un hechizo para darse cuenta de que estaba encantado.

La parte superior del reloj estaba llena de arena; en la inferior reinaba la oscuridad, impenetrable y eterna. Raistlin lo observó con más atención y vio que un grano de arena estaba atrapado en el estrecho paso que dividía las dos partes. El grano no había caído. Cortaba el paso al resto de los granos de arena, que no podían pasar a la mitad inferior.

—Está atascado —dijo Raistlin.

—¡Espera! —exclamó Kitiara en un susurro.

—¿A qué?

—A la Vigilia Oscura —repuso Kitiara.

Raistlin observó como la llama de la vela consumía la cera y derretía la parte blanca hasta llegar a la raya roja que marcaba el final del día. Cuando la banda roja empezó a fundirse, miró el reloj de arena y contuvo el aliento.

El único grano de arena atrapado en el cuello estrecho que comunicaba las dos partes empezó a brillar. El grano se iluminó y, como si fuera una estrella, cayó al fondo del reloj. Centelleó un momento en la negrura y después la luz se debilitó y acabó por apagarse. Otro grano minúsculo bajó por el cuello estrecho y se quedó cerrándolo.

Kitiara sustituyó la vela que marcaba las horas por otra nueva y la encendió con la llama agonizante de la anterior. La llama se encendió, intensa y firme, en la atmósfera inmóvil de la cripta.

—¿Qué es esto? —preguntó Raistlin con la voz timbrada por el asombro.

—El Reloj de Arena de las Estrellas —dijo Kitiara—. Empezó a contar el tiempo el primer día de la creación. Cuando se termine la arena, el tiempo llegará a su fin.

Raistlin ansiaba acariciar la superficie brillante del cristal, pero mantuvo las manos entrelazadas bajo las mangas de la túnica. Había que ser precavido con los objetos mágicos.

—¿Y qué hace aquí? ¿Cómo se hizo con él Takhisis?

—Ella lo creó —contestó Kitiara.

—¿Qué tiene que ver todo esto con Ariakas?

—Nada.

Raistlin la miró, perplejo.

—Sí, ya sé que eso fue lo que le dije a Iolanthe. Tenía que decirle algo que le hiciera traerte, pues de lo contrario sospecharía algo. ¿Cómo crees que escapó esa hechicera, Ladonna? Iolanthe la ayudó. Esa bruja no es de confianza, hermanito.

Raistlin no se sorprendió. Todo encajaba con sus propias sospechas.

—Yo no confío en ella —dijo Raistlin—. No confío en nadie.

—¿Ni siquiera en mí? —quiso saber Kitiara con un tono juguetón. Alargó la mano como si quisiera echarle el pelo hacia atrás, como hacía cuando era un niño y lo consumía la fiebre.

Raistlin se echó hacia atrás para esquivar su caricia.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué quieres de mí?

Kitiara bajó la mano y la apoyó en la parte superior del armazón del reloj de arena.

—El Ladino. Así te llamaban. Tal vez por eso siempre fuiste mi preferido. Parece que Nuitari ha traicionado por última vez a su madre. Takhisis ha decidido librarse del dios de la magia y de sus dos primos traidores. Va a traer tres dioses nuevos, los dioses del gris. Responderán directamente ante su reina y ella les concederá la magia.

Raistlin se tambaleó, como si acabaran de propinarle un puñetazo en la cara. Si no hubiera tenido el apoyo del bastón, se habría desplomado. Cualquier pensamiento de rescatar a Laurana se borró de su mente. Tenía que pensar en sí mismo. Corría un peligro de muerte. Kit estaba hablando de destruir a los dioses de la magia, acabar con la magia, que para él era su vida.

Podía sentir a la Reina Oscura muy cerca de él. Podía sentir su aliento en la nuca. Oyó la voz como la había oído en su altar del Palacio Rojo.

«¡Sírveme! ¡Inclínate ante mí!»

Ésa era su forma de castigarlo por su desobediencia. Tendría que tener cuidado con ella, mucho cuidado.

—Una idea interesante —comentó Raistlin fríamente—. Eliminar tres dioses no puede ser fácil, ni siquiera para Takhisis. ¿Cómo piensa conseguirlo?

—Con tu ayuda, hermanito. —La mirada de Kitiara se perdió en la llama de la vela—. Mañana por la noche, en la Noche del Ojo, los hechiceros más poderosos de Ansalon se reunirán en un mismo lugar: la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth. Tú vas a destruir la torre y a aquellos que estén en ella.

—¿Y si me niego? —preguntó Raistlin.

—¿Por qué ibas a negarte? No les debes nada a esos hechiceros. Te hicieron sufrir —contestó Kitiara—. Takhisis te hará mucho más poderoso de lo que haya sido Par-Salian jamás, más poderoso que todos los hechiceros del mundo juntos. Únicamente tienes que pedírselo.

Raistlin contempló la llama de la vela devorando la cera.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó al fin.

—Sirve a Takhisis y ella te concederá todo lo que tu corazón desea —dijo Kitiara. Acarició la parte superior del armazón del reloj de arena—. Traiciónala, y terminará contigo.

—Veo que no tengo muchas opciones.

—Tienes suerte de que te deje al menos una. No sé lo que habrás hecho, pero nuestra reina no está contenta contigo. Te concede esta oportunidad para que demuestres lo que vales. ¿Qué respondes?

Raistlin se encogió de hombros.

—Me inclino ante mi reina.

Kitiara sonrió con esa sonrisa maliciosa tan suya.

—Creo que es lo mejor que puedes hacer.

21

La puerta rota

Cuestión de confianza

DÍA VIGÉSIMO CUARTO, MES DE MISHAMONT, AÑO 352 DC

La Vigilia Oscura había pasado hacía tiempo. Había empezado el nuevo día, el día que cambiaría su vida. Raistlin volvía a estar en su habitación de El Broquel Partido y no recordaba cómo había llegado allí. Se quedó atónito al darse cuenta de que había conjurado hechizos y recorrido los corredores de la magia sin ser consciente. Se alegró al pensar que al menos una parte de su cerebro seguía actuando de forma racional, mientras el resto corría a lo loco, lanzando chillidos histéricos y agitando los brazos.

—¡Tranquilo! —se dijo, paseando por la pequeña habitación—. Tengo que estar tranquilo. Tengo que pensarlo bien.

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