La trilogía de Nueva York (20 page)

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Authors: Paul Auster

Tags: #Policíaco, Relato

BOOK: La trilogía de Nueva York
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Todo sigue igual durante los primeros días. Azul observa a Negro y no sucede casi nada. Negro escribe, lee, come, da breves paseos por el barrio, no parece darse cuenta de que Azul está allí. En cuanto a Azul, intenta no preocuparse. Supone que Negro está escondido temporalmente, esperando a que llegue el momento oportuno. Dado que Azul es un solo hombre, se da cuenta de que no se espera de él una vigilancia constante. Después de todo, no puedes vigilar a alguien veinticuatro horas al día. Tienes que tener tiempo para dormir, comer, lavar la ropa, etcétera. Si Blanco hubiera querido que Negro fuese vigilado día y noche, habría contratado a dos o tres hombres, no a uno. Pero Azul es sólo uno, y no puede hacer más de lo que es posible.

Sin embargo, se preocupa, a pesar de lo que se dice a si mismo. Porque deduce que, si es preciso vigilar a Negro, debería ser vigilado todas las horas de todos los días. Cualquier cosa que no sea una vigilancia constante no sería una vigilancia. No haría falta mucho, razona Azul, para que todo el cuadro cambiase. Un solo momento de descuido —una mirada a un lado, una pausa para rascarse la cabeza, un simple bostezo— y, presto, Negro se escapa y comete el nefando acto que está planeando cometer Y, sin embargo, necesariamente habrá tales momentos, cientos e incluso miles de ellos cada día. Azul encuentra esto inquietante, porque por más vueltas que le da al problema, no se acerca a su solución. Pero eso no es lo único que le inquieta.

Hasta ahora Azul no ha tenido muchas oportunidades de permanecer inactivo, y esta nueva ociosidad le ha dejado un poco perdido. Por primera vez en su vida le parece que le han dejado a solas consigo mismo, sin nada a que agarrarse, nada que le permita distinguir un momento del siguiente. Nunca ha pensado mucho en su mundo interior, y aunque siempre ha sabido que estaba allí, ha sido un territorio desconocido, inexplorado y por tanto oscuro, incluso para sí mismo. Se ha movido rápidamente por la superficie de las cosas hasta donde puede recordar, fijando su atención en esas superficies sólo con el fin de percibirlas, valorando una y pasando a la siguiente, y siempre se ha conformado con el mundo tal cual era, sin pedir más a las cosas que su presencia allí. Y hasta ahora allí han estado, vívidamente grabadas contra la luz del día, diciéndole claramente lo que son, tan perfectamente ellas mismas y nada más, que nunca ha tenido que detenerse ante ellas o mirarlas dos veces. Ahora, de repente, con el mundo apartado de él, sin nada que ver excepto una vaga sombra llamada Negro, se encuentra pensando en cosas que nunca se le habían ocurrido, y esto también ha empezado a inquietarle. Si pensar es quizá una palabra demasiado fuerte en este momento, un término algo más modesto —especulación, por ejemplo— no se alejaría de la realidad. Especular, del latín
speculatus
, que significa espejo. Porque mientras espía a Negro al otro lado de la calle es como si Azul estuviera mirándose al espejo, y en lugar de simplemente observar a otro, descubre que también se está observando a si mismo. La vida se ha ralentizado tan drásticamente para él que Azul ahora es capaz de ver cosas que antes escapaban a su atención. La trayectoria de la luz que pasa por la habitación cada día, por ejemplo, y la forma en que el sol a ciertas horas refleja la nieve en el extremo más lejano del techo de su habitación. Los latidos de su corazón, el sonido de su aliento, el parpadeo de sus ojos, Azul es consciente de estos minúsculos acontecimientos, y por más que intenta no fijarse en ellos, persisten en su mente como una frase absurda repetida una y otra vez. Sabe que no puede ser verdad, y sin embargo, poco a poco, esta frase parece estar cobrando sentido.

Ahora, Azul empieza a tener ciertas teorías sobre Negro, sobre Blanco y sobre el trabajo que está haciendo. Más que simplemente ayudarle a pasar el rato, descubre que inventar historias puede ser un placer en si mismo. Piensa que quizá Blanco y Negro sean hermanos y que una gran suma de dinero esté en juego, una herencia, por ejemplo, o el capital invertido en una sociedad. Quizá Blanco quiere demostrar que Negro es un incompetente, hacerle encerrar en una institución para controlar él la fortuna familiar.

Pero Negro es demasiado listo para consentir eso y se ha escondido, esperando a que pase la tormenta. Otra teoría que sugiere Azul es que Blanco y Negro son rivales, ambos corriendo hacia la misma meta —la solución de un problema científico, por ejemplo—, y que Blanco quiere que Negro sea vigilado para asegurarse de que no se le adelanta. Otra historia más sostiene que Blanco es un agente traidor del FBI o alguna organización de espionaje, quizá extranjera, y está actuando por su cuenta para llevar a cabo alguna investigación periférica no necesariamente aprobada por sus superiores. Contratando a Azul para que le haga el trabajo, consigue que la vigilancia de Negro sea un secreto y al mismo tiempo puede continuar realizando su trabajo normal. Día a día, la lista de estas historias crece y Azul regresa a veces mentalmente a una historia anterior para añadir ciertos adornos y detalles y otras veces comienza una nueva. Conjuras para cometer un asesinato, por ejemplo, y planes para secuestrar a alguien a cambio de un gigantesco rescate. A medida que pasan los días, Azul se da cuenta de que puede inventar historias sin fin. Porque Negro no es más que una especie de vacío, un agujero en la textura de las cosas, y una historia puede llenar ese agujero tan bien como cualquier otra.

Azul no cuida las palabras, sin embargo. Sabe que más que nada le gustaría enterarse de la verdadera historia. Pero también sabe que en esta primera etapa se necesita paciencia. Poquito a poco, por lo tanto, empieza a instalarse, y con cada día que pasa se encuentra un poco más cómodo en su situación, un poco más resignado al hecho de que estará ahí una larga temporada.

Desgraciadamente, el pensar en la futura señora Azul perturba ocasionalmente su creciente paz interior. Azul la echa de menos más que nunca, pero también intuye que por alguna razón las cosas nunca volverán a ser como antes. De dónde viene este sentimiento no lo sabe. Pero aunque se siente razonablemente contento mientras limita sus pensamientos a Negro, su habitación y el caso en el que está trabajando, cada vez que la futura señora Azul entra en su conciencia, se adueña de él una especie de pánico. De repente, su calma se convierte en angustia y se siente como si estuviera cayendo en un lugar oscuro, semejante a una cueva, sin ninguna esperanza de encontrar la salida. Casi todos los días ha tenido la tentación de coger el teléfono y llamarla, pensando que quizá un momento de verdadero contacto rompería el hechizo. Pero los días pasan y sigue sin llamarla. También esto le inquieta, porque no recuerda ninguna ocasión en su vida en que haya sido tan reacio a hacer algo que tan claramente desea hacer. Estoy cambiando, se dice. Poco a poco, estoy dejando de ser el mismo. Esta interpretación le tranquiliza algo, al menos durante un rato, pero al final le deja sintiéndose más extraño que antes. Pasan los días y se le hace difícil dejar de ver imágenes de la futura señora Azul en su cabeza, especialmente por la noche, y allí, en la oscuridad de su habitación, tumbado de espaldas con los ojos abiertos, reconstruye su cuerpo pedazo a pedazo, empezando por los pies y los tobillos, subiendo por sus piernas y sus muslos, trepando desde el vientre hacia los pechos, luego vagabundeando feliz por su suavidad, deslizándose hasta las nalgas y volviendo a subir a lo largo de su espalda, encontrando al fin su cuello y rodeándolo para llegar a su cara redonda y sonriente. ¿Qué estará haciendo ahora?, se pregunta a veces. ¿Y qué piensa de todo esto? Pero nunca da con una respuesta satisfactoria. Si es capaz de inventar multitud de historias que encajen con los hechos concernientes a Negro, con la futura señora Azul todo es silencio, confusión y vacío.

Llega el día en que tiene que escribir el primer informe. Azul es un experto en tales redacciones y nunca ha tenido ningún problema con ellas. Su método es atenerse a los hechos externos, describir los sucesos como si cada palabra concordara exactamente con lo descrito, y no llevar el asunto más allá. Las palabras son transparentes para él, grandes ventanas que se hallan entre él y el mundo, y hasta ahora nunca le han impedido la visión, ni siquiera parecían estar ahí. Oh, hay momentos en que el cristal se mancha un poco y Azul tiene que limpiarlo en un punto u otro, pero una vez que encuentra la palabra adecuada, todo se aclara. Sirviéndose de las anotaciones que ha hecho anteriormente en su cuaderno, revisándolas para refrescar su memoria y subrayar comentarios pertinentes, trata de formar un todo coherente, descartando lo superfluo y embelleciendo lo esencial. En todos los informes que ha escrito hasta ahora la acción predomina sobre la interpretación. Por ejemplo: el sujeto fue andando desde Columbus Cirde a Carnegie Hall. Ninguna referencia al tiempo, ninguna mención del tráfico, ningún intento de adivinar lo que el sujeto pudiera estar pensando. El informe se limita a los hechos conocidos y verificables y no intenta ir más allá de este límite.

Enfrentado con los hechos del caso Negro, sin embargo, Azul toma conciencia de que está en un apuro. Tiene el cuaderno, por supuesto, pero cuando lo hojea para ver lo que ha escrito, le decepciona encontrar tal escasez de detalles. Es como si sus palabras, en lugar de dibujar los hechos y hacerlos aparecer palpablemente en el mundo, los hubieran inducido a desaparecer. Eso no le había sucedido nunca. Mira por la ventana y ve a Negro sentado ante su mesa como de costumbre. También Negro está mirando por la ventana en ese momento, y de pronto a Azul se le ocurre que ya no puede depender de los viejos procedimientos. Pistas, trabajo de piernas, investigación de rutina, nada de esto le servirá ya. Pero entonces, cuando trata de imaginar qué sustituirá a esas cosas, no llega a ninguna parte. En este punto, Azul sólo puede conjeturar lo que el caso no es. Decir lo que es, sin embargo, le resulta completamente imposible.

Azul pone su máquina de escribir sobre la mesa y busca ideas, tratando de concentrarse en la tarea que tiene entre manos. Piensa que quizá un verdadero informe de la última semana incluiría las diversas historias que ha inventado para sí relativas a Negro. Teniendo tan poca cosa que contar, estas excursiones a la ficción darían por lo menos cierto sabor a lo que ha sucedido. Pero Azul se contiene, dándose cuenta de que en realidad no tienen nada que ver con Negro. Ésta no es la historia de mí vida, al fin y al cabo, se dice. Tengo que escribir sobre él, no sobre mí.

Sin embargo, la idea se alza como una perversa tentación y Azul tiene que debatirse consigo mismo durante un rato antes de vencerla. Vuelve al principio y trabaja el caso, paso a paso. Decidido a hacer exactamente lo que se le ha pedido, redacta concienzudamente el informe en el viejo estilo, tratando cada detalle con tanto cuidado y tan irritante precisión que pasan muchas horas hasta que consigue terminarlo. Mientras lee el resultado, se ve obligado a reconocer que todo parece exacto. Pero, entonces, ¿por qué se siente tan insatisfecho, tan molesto por lo que ha escrito? Se dice: Lo sucedido no es realmente lo sucedido. Por primera vez en su experiencia de escribir informes, descubre que las palabras no necesariamente sirven, que pueden oscurecer lo que están intentando decir. Azul mira a su alrededor y fija su atención en varios objetos, uno detrás de otro. Ve la lámpara y se dice a sí mismo: Lámpara. Ve la cama y se dice a sí mismo: Cama. Ve el cuaderno y se dice a sí mismo: Cuaderno. No serviría llamar cama a la lámpara, piensa, o lámpara a la cama. No, estas palabras se ajustan bien a las cosas que representan, y en cuanto Azul las dice, siente una profunda satisfacción, como si acabara de probar la existencia del mundo. Luego mira al otro lado de la calle y ve la ventana de Negro. Ahora está oscuro y Negro duerme. Ése es el problema, se dice Azul, tratando de encontrar un poco de valor. Ése y ningún otro. Él está ahí, pero es imposible verle. E incluso cuando le veo es como si las luces estuvieran apagadas.

Mete su informe en un sobre y sale a la calle, camina hasta la esquina y lo echa en el buzón. Puede que yo no sea la persona más lista del mundo, se dice, pero estoy haciendo lo que puedo, todo lo que puedo.

Después, la nieve empieza a derretirse. A la mañana siguiente el sol brilla con fuerza, grupos de gorriones pían en los árboles y Azul oye el agradable goteo del agua que cae desde el borde del tejado, las ramas y las farolas. De repente la primavera parece estar cercana. Unas semanas más, se dice, y todas las mañanas serán como ésta.

Negro aprovecha el buen tiempo para vagabundear más lejos que otras veces, y Azul le sigue. Se siente aliviado al estar de nuevo en movimiento, y mientras Negro sigue su camino, Azul espera que el paseo no termine antes de que él haya tenido la oportunidad de descubrir algo. Como es de suponer, siempre ha sido un paseante entusiasta, y estirar las piernas en el aire de la mañana le llena de felicidad. Mientras avanzan por las estrechas calles de Brooklyn Heights, a Azul le anima ver que Negro sigue aumentando la distancia que le separa de su casa. Pero luego su humor se ensombrece de repente. Negro empieza a subir las escaleras que llevan al puente de Brooklyn y a Azul se le mete en la cabeza que está pensando tirarse. Esas cosas pasan, se dice. Un hombre se sube a un puente, lanza una última mirada al mundo a través del viento y las nubes y luego salta al agua, sus huesos se quiebran por el impacto, su cuerpo se rompe. La imagen le provoca náuseas, se dice que debe estar alerta. Si algo empieza a pasar, decide, él se saldrá de su papel de espectador neutral e intervendrá. Porque no quiere a Negro muerto, por lo menos, todavía no.

Hace muchos años que Azul no cruza el puente de Brooklyn a pie. La última vez fue con su padre cuando él era niño y ahora le viene el recuerdo de aquel día. Se ve a sí mismo cogido de la mano de su padre y caminando a su lado, y mientras oye el tráfico que pasa por la estructura de acero debajo de él, recuerda haberle dicho a su padre que el ruido sonaba como el zumbido de un enorme enjambre de abejas. A su izquierda está la estatua de la Libertad; a su derecha, Manhattan, los edificios tan altos bajo el sol de la mañana que parecen de mentira. A su padre se le daba muy bien recordar datos y le contó a Azul las historias de todos los monumentos y rascacielos, largas letanías de detalles —los arquitectos, las fechas, las intrigas políticas—, y que hubo un tiempo en que el puente de Brooklyn era la estructura más alta de los Estados Unidos. El viejo había nacido el mismo año en que se terminó el puente y siempre hubo esa conexión en la mente de Azul, como si el puente fuese de alguna manera un monumento a su padre. Le gustó la historia que su padre le contó aquel día mientras caminaban hacia casa sobre las mismas tablas por las que él va andando ahora, y por alguna razón no la olvidó nunca. Que John Roebling, el diseñador del puente, se machacó un pie entre los pilares del muelle y un transbordador pocos días después de terminar los planos y murió de gangrena en menos de tres semanas. No tenía por qué haber muerto, dijo el padre de Azul, pero el único tratamiento que aceptaba era la hidroterapia y ésta resultó inútil, y a Azul le impresionó que un hombre que se había pasado la vida construyendo puentes sobre extensiones de agua para que la gente no se mojara creyese que la única medicina verdadera consistía en sumergirse en el agua. Después de la muerte de John Roebling, su hijo Washington le sustituyó como ingeniero jefe y ésa era otra historia curiosa. Washington Roebling tenía sólo treinta y un años por entonces y su única experiencia en construcción eran los puentes de madera que había diseñado durante la Guerra de Secesión, pero resultó ser aún más brillante que su padre. Poco después de que comenzara la construcción del puente de Brooklyn, sin embargo, quedó atrapado varias horas en uno de los cajones neumáticos bajo el agua durante un incendio y salió de allí con una grave aeroembolia, una espantosa enfermedad en la cual se acumulan burbujas de nitrógeno en la corriente sanguínea. Estuvo a punto de morir a causa de ello y desde entonces se quedó inválido, incapaz de salir de la habitación del piso alto en el que él y su mujer se habían instalado en Brooklyn Heights. Washington Roebling estuvo allí sentado diariamente durante muchos años, observando los progresos del puente a través de un telescopio, mandando a su mujer todas las mañanas con sus instrucciones, haciendo complicados dibujos en color para que los trabajadores extranjeros que no hablaban inglés entendiesen lo que tenían que hacer, y lo más notable era que todo el puente estaba literalmente en su cabeza: cada pieza del mismo había sido memorizada, hasta el más diminuto pedazo de acero o piedra, y aunque Washington Roebling nunca puso el pie en el puente, estaba totalmente presente dentro de él, como si al final de todos aquellos años de alguna manera éste hubiese crecido dentro de su cuerpo.

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