La Tumba Negra (30 page)

Read La Tumba Negra Online

Authors: Ahmet Ümit

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La Tumba Negra
5.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

Le habría gustado decirle que ojalá hubiera llamado, que no había dejado de pensar en él, pero no lo hizo.

—Nos preocupamos al oír disparos.

—Pensaba pasarme esta mañana por la excavación y contároslo.

—Pero es que no estoy en la excavación, sino en el hospital de Antep.

—¿En el hospital?

Sintió una alegría secreta al notar la preocupación de Eşref.

—Yo estoy bien. Es Elif. Un escorpión le picó en el pie.

—Espero que no haya sido nada demasiado grave.

—Ahora está mejor. Y tú, ¿me puedes contar lo que ha pasado? Siento mucha curiosidad.

—Por teléfono es difícil de explicar. Sólo puedo decirte que se ha resuelto el caso. Ya podéis excavar tranquilos.

—¿Habéis atrapado a los asesinos? —preguntó Esra.

—Sí, ya no podrán haceros daño.

—¿Han confesado?

—Murieron en el enfrentamiento.

Se produjo un momento de silencio.

—¿Estás seguro de que eran los asesinos?

Hubo un nuevo silencio y después se oyó la voz abrumada del capitán.

—Es difícil hablar de esto por teléfono. ¿Cuándo vas a volver?

—No lo sé seguro, pero supongo que esta tarde.

—Pásate por aquí. Te lo contaré todo con más detalle.

A Esra le habría gustado saberlo en aquel preciso instante, pero no tenía sentido insistir.

—Muy bien, nos vemos esta tarde.

Se había preocupado por nada. Eşref estaba sano y salvo. Pero no se había quedado del todo tranquila. Lo que le había dicho no había acabado de convencerla. Había estado pensando mucho en la posibilidad de que la organización hubiera sido la responsable de los asesinatos, pero no lo encontraba lógico. Muy bien, puede que sí hubieran matado a Reşat, jefe de los guardias rurales, pero no tenían ninguna razón para asesinar a Hacı Settar. Y si la organización hubiera cometido los crímenes, lo habría reconocido públicamente, no tenía ningún sentido ocultarlo. Cierto, a Reşat lo habían matado ayer mismo, pero ¿no deberían haber anunciado en los medios de comunicación la otra muerte hacía ya tiempo? Entró de nuevo en el hospital con aquellas preguntas dándole vueltas en la cabeza y se topó con David en el pasillo.

—Buenos días —le dijo el médico alegremente—. La estaba buscando. ¿Ha desayunado ya?

—No, ¿por qué?

—Vamos a mi casa. Mi padre la invita a desayunar.

—Bueno, pero mis amigos todavía están durmiendo.

—Ya les dirán dónde estamos cuando se despierten.

Esra no acababa de decidirse. Le apetecía mucho hablar con el padre de David, pero no le gustaba la idea de dejar a Elif, que todavía no se había recuperado del todo.

—Elif… —empezó a decir.

—No hay nada de qué preocuparse. Cada minuto que pasa disminuyen los efectos del veneno.

—Muy bien, entonces vámonos. Les dirán a mis amigos dónde estamos, ¿verdad?

David volvió a sonreír de aquella manera que tanta seguridad proporcionaba.

—No se preocupe, enseguida aviso a la enfermera jefe.

Mientras él se alejaba, el teléfono móvil de Esra comenzó a sonar. Era Teoman. Estaban preocupados por Elif. Ella le puso al corriente de la situación. En el yacimiento todo iba bien. Tim estaba con ellos. Habían dado un descanso para que los obreros pudieran desayunar y él llamaba aprovechando la oportunidad. Tampoco había ningún problema con los obreros. Se habían presentado todos a excepción de Şıhlı. No sabía por qué no había acudido, pero los demás estaban trabajando con entusiasmo. Sólo que hoy querían acabar pronto porque era el funeral de Hacı Settar. Teoman y Murat los llevarían al pueblo. Y ambos estarían presentes en el funeral en nombre del equipo. Por cierto, Murat y él habían hecho las paces. No sabía lo que le había ocurrido aquella noche. Le pedía disculpas. Esra no quiso hablar de aquello por teléfono. Le dio recuerdos para todos y colgó.

Era bueno que Teoman se preocupara un poco. Debía aprender a tratar con más cuidado a sus compañeros. En realidad, también a Esra le había sorprendido su comportamiento la noche anterior, porque era un hombre tranquilo. No se ofendía con facilidad. No tenía demasiadas pretensiones, ni en su vida privada, ni en su profesión. Había querido ser arquitecto, pero como era dado en exceso a la comodidad, no había estudiado mucho en el bachillerato y no había podido conseguir la nota mínima para matricularse en arquitectura. Y como el examen de ingreso le parecía más difícil de lo que realmente era, renunció a la idea de volver a hacerlo y se conformó con estudiar arqueología. Le gustaba comer, beber, dormir y charlar. Era un hombre modesto y tolerante. Pero anoche había pasado algo que le había hecho enloquecer. Quizá Murat se había pasado con él. En fin, en cualquier caso, no tenía derecho a comportarse así. Por eso había considerado prematuro perdonarle por teléfono.

El Volkswagen Golf de David pasó por calles estrechas empedradas con adoquines oscuros que se extendían entre puertas cubiertas con planchas de zinc y los muros de piedra de las magníficas casas que le daban esa textura antigua a la ciudad, hasta llegar a una amplia avenida. Era una de esas feas calles con tiendas a ambos lados, con gente corriendo por las aceras, en la que atronaba el ruido de los motores y de los cláxones, comparable a cualquier vía de Estambul o de cualquier otra gran ciudad de Turquía. Afortunadamente aquello no duró mucho. El Volkswagen entró en otra avenida de amplias aceras cubiertas por moreras. Esra recordó que había pasado por aquella avenida la primera vez que había ido a la ciudad. Por eso había sido tan positiva su primera impresión de Antep. Luego también se acabó aquella calle y comenzaron aceras sin árboles y altos bloques de pisos construidos unos junto a otros. Por suerte, tampoco eso duró demasiado. De nuevo volvieron a encontrarse zonas verdes. Ahora las casas eran más escasas, apenas se veían entre los frondosos árboles antes de desaparecer de la vista.

Esra sintió una ligera inquietud.

—¿Vamos a salir de la ciudad?

David rió de forma inocente.

—No se preocupe, no la estoy secuestrando. Mi padre está en la casa de verano de Sarıgül. Allí es donde vamos.

—¿Y dónde está Sarıgül? —Esra siguió la broma del médico—. ¿Seguro que no está secuestrándome?

—Seguro —respondió David señalando con la mano—. Ahí está Sarıgül. Y ésa de allí es nuestra casa.

Ella vio un edificio de piedra entre árboles.

—Muy bonita. Parece antigua.

—Es muy antigua. Cuando se construyó, no había nadie por aquí, pero en los últimos años se ha empezado a edificar a toda velocidad.

La casa, de dos pisos, se había levantado justo en medio de aquel terreno arbolado rodeado por setos. Habían preparado la mesa del desayuno delante de la casa, bajo un inmenso nogal que se alzaba al cielo entre rosales multicolores. Esra vio que les estaban observando los dos ancianos sentados a la mesa y la mujer madura que llevaba la bandeja con el desayuno.

—El de las gafas es mi padre —le explicó David.

—¿Vive aquí solo?

—Le cuida la señora Gülsüm, la que está de pie. Mi mujer y mis hijos también vienen de vez en cuando —dudó por un instante y luego sonrió pícaramente mirando a Esra—. Pero ahora están de vacaciones. Como ve, estos días vuelvo a estar soltero.

—¿Quién es el otro? —preguntó Esra para dejarle claro que no le interesaba su soltería.

—El tío Sakıp. Un amigo de mi padre. Uno de los notables de Antep, héroe de la guerra de liberación y maestro jubilado.

El Volkswagen se aproximó a la casa hasta detenerse a la sombra de la acacia que había a la izquierda.

—No sabía que iba a venir —continuó David mientras detenía el motor—. Seguro que vuelven a discutir como siempre.

—¿No se llevan bien?

—No se soportan, cuando uno dice blanco, el otro dice negro. Antes, mi padre no le hacía mucho caso al tío Sakıp, pero según fue haciéndose viejo comenzaron a verse más a menudo. Cada vez que se encuentran, surge alguna discusión, pero no pueden dejar de estar juntos. Son muy viejos amigos. Los dos estudiaron en el colegio americano. Y no les quedan otros compañeros vivos. Cuando uno de ellos se muera, el otro se quedará muy solo… De todas maneras, habría sido mejor que hoy no viniera el tío Sakıp.

—Quizá pensaba que su amigo se aburría solo en casa.

En lugar de responder, David asintió en silencio con la cabeza.

Cruzaron el jardín y, según se acercaban a la mesa, dispuesta con un magnífico desayuno bajo la espesa sombra perfumada por los rosales, los dos ancianos se pusieron en pie respetuosamente. Nicholas, cuyos ojos azules poseían un increíble brillo de inteligencia a pesar de tener la cara llena de arrugas y de haber perdido todo el pelo, le ofreció la mano a Esra.

—Hola, soy Nicholas, médico jubilado.

Ella no olvidó presentarse mientras estrechaba la mano de prominentes venas azules del anciano.

—Y este caballero es mi viejo amigo Sakıp —dijo con una sonrisa burlona que dejaba al descubierto la regularidad de su dentadura postiza.

Sólo entonces Esra se dio cuenta de que Sakıp se apoyaba en un bastón. El anciano le extendió la temblorosa mano y, como si quisiera completar lo que su amigo había dejado a medias, añadió acentuando las palabras:

—Sakıp, profesor de historia jubilado.

Su pelo, completamente cano, era tan abundante como debía de haberlo sido en su juventud, pero en su cara morena, punteada aquí y allá por pequeñas manchas oscuras, sus ojos castaños parecían cubiertos por un velo. Esra se apartó un poco al notar que el hombre se le acercaba en exceso.

—Disculpe que me acerque tanto, hija —le explicó el anciano. Al contrario que su cuerpo devastado por la edad, su voz seguía sonando ronca y fuerte—. Mi bisnieto me ha roto las gafas. No puedo ver si no me acerco. Espero que no le moleste —y añadió señalando a Nicholas con un movimiento de cabeza—: No es que me lleve muy bien con este hombre, pero cuando me dijo por teléfono que iba a hablar de los viejos tiempos con la señora Esra, no pude aguantarme y vine.

—Has hecho muy bien, tío Sakıp —intervino David—. Así podrás completar lo que se le olvide a mi padre.

Con su mano temblorosa, Nicholas le señaló a su invitada la silla que tenía frente a él.

—Siéntese aquí, por favor.

Al sentarse la mirada de Esra se cruzó con la de la señora Gülsüm.

—Bienvenida —dijo la mujer con aire avergonzado.

Empezaron a desayunar gracias a su insistencia. La mesa estaba llena de todo tipo de cosas deliciosas: miel, mermelada casera de albaricoque, fuerte queso de oveja de Antep, queso de cabra, aceitunas aliñadas, ensalada de verdolaga… Los dos viejos camaradas, que observaban nostálgicos el contenido de los platos pero que no comían demasiado, enseguida empezaron con su interrogatorio. ¿En qué barrio de Estambul vivía? ¿Por qué facultad se había licenciado? ¿Cuántos años llevaba trabajando como arqueóloga? ¿Cuánto duraría la excavación junto al Éufrates? Esra daba respuestas breves, pero precisas mientras, por otro lado, saciaba su apetito. Las preguntas duraron tanto como el propio desayuno.

Sólo pudieron pasar al tema que les había llevado allí después de que la señora Gülsüm recogiera la mesa y sirviera tila con limón a los ancianos y café sin azúcar a David y a la invitada.

—Al parecer, le ha dicho a su hijo que hay ciertos parecidos entre estos dos últimos asesinatos y otros que se cometieron hace setenta y ocho años —dijo Esra clavando la mirada en el anciano médico—. ¿Está seguro?

—Claro que sí —respondió Nicholas—. También Sakıp se acuerda de lo ocurrido, fue hace setenta y ocho años. Si no me engaño, en 1921.

—¿En el 1339? —preguntó Sakıp entrecerrando los ojos para mirar a su amigo.

—No, hombre, en el 1340 de la Hégira.

—Ahora me acuerdo. Antep estaba sitiada. Quiera Dios que nunca vuelva a pasar nada parecido. ¡Qué días aquellos!

—Yo me refiero a después del sitio —le previno su amigo.

—Ya, ya. A los días en los que se quebró la resistencia del enemigo y Özdemir Bey, el comandante de las fuerzas de Antep, rompió el cerco francés e hizo una salida.

—No, no; después de eso también —volvió a corregirle Nicholas—. Estoy hablando de después de que en la Conferencia de Londres se decidiera que los franceses se retiraran de Antep.

Sakıp empezaba a irritarse.

—Ya te entiendo, hombre. Te refieres a la época en la que los armenios empezaron a huir.

—Ahora has acertado… Fue por aquellos días. La mayoría de los armenios temía un destierro parecido al de 1915, se desprendieron de todo lo que tenían y se pusieron en camino en dirección a Siria.

—Por supuesto que sí —dijo Sakıp—. Que se lo hubieran pensado mejor cuando recibieron a los franceses al entrar en Antep con banderas e himnos como si quisieran insultar al pueblo y cuando se pusieron sus uniformes y andaban por ahí presumiendo.

—Qué iban a saber. Pensaban que habían llegado sus salvadores… En fin, en fin, dejemos eso —dijo Nicholas aclarándose la garganta—. ¿Dónde estábamos? Ah, sí, los armenios habían empezado a irse, pero había lugares de los que no huían, como el pueblo en el que están excavando y sus alrededores. Cinco o seis familias, viendo que en la deportación de 1915 no les habían tocado, creyeron que esta vez tampoco les pasaría nada y no abandonaron la región. El padre Kirkor, Ohannes Agá, que tenía muchas tierras en lo que ahora son los alrededores de la aldea de Göven, y el maestro estañador Garo eran algunos de ellos. Y fue a estos tres hombres a quienes asesinaron brutalmente una semana después de que se retiraran los franceses. A Kirkor, el sacerdote, lo tiraron del campanario de la iglesia, que es ahora mezquita, a Ohannes Agá lo mataron en el camino de la aldea de Göven y le dejaron la cabeza cortada en el regazo, y al maestro Garo lo colgaron de una viga de su tienda.

—Qué raro —susurró Esra—. Los dos primeros asesinatos son exactamente iguales a los de Hacı Settar y Reşat Agá. ¿Nunca detuvieron a los asesinos?

—¿Detenerlos? Había guerra entonces. Los armenios eran vistos como enemigos. ¿A quién iban a detener?

—¿Cómo podías saber quién era un criminal y quién no en medio de todo aquel alboroto? —volvió a interrumpirle Sakıp.

—Déjalo ya, Sakıp. Está claro quiénes fueron los culpables. La gente no dejaba de contar que un grupo de exaltados les había matado delante de todo el mundo. Y, además, todos vieron que les dirigía İsfendiyar,
el Kurdo
, el abuelo de Reşat Türkoğlu, el hombre que mataron ayer. ¿Y no fue el mismo İsfendiyar el que se hizo agá después de apoderarse de las tierras de Ohannes Agá?

Other books

Flesh and Blood by Michael Cunningham
Siren Song by Stephanie Draven
Homefront Hero by Allie Pleiter
Rising by Kelly, Holly
Shadow Unit 15 by Emma Bull, Elizabeth Bear
Gateways by Hull, Elizabeth Anne
The Deed by Lynsay Sands
Make Me by Tamara Mataya
Battle of the Bands by Snyder, J.M.