La Venganza Elfa (15 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

BOOK: La Venganza Elfa
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La despreocupada voz del hombre enfureció a Arilyn, que lo fulminó con la mirada sin dar crédito a sus oídos.

—Goblins —dijo en voz baja pero firme—. ¿Recuerdas? Quienes según tú cortaron la turba. No creo que ni siquiera tú los encuentres divertidos.

El joven aristócrata frunció los labios y se lo pensó antes de responder.

—Pues, de hecho, hay ese tipo bajito en Cormyr que...

—Oh, cállate ya —siseó Arilyn. Mientras sus dedos se cerraban alrededor de la empuñadura de la espada, trató de apartar de su mente a Danilo y sus tonterías para concentrarse en la inevitable batalla. Hizo avanzar al caballo lentamente hacia el oeste e indicó con señas al petimetre que la siguiera. Ahora el terreno ya no era tan plano, y sobre una suave colina situada a menos de cien metros se veían las ruinas de lo que parecía ser un antiguo alcázar. Desde allí podrían defenderse mejor y, al tener el sol del atardecer a sus espaldas, sus atacantes, fueran quienes fuesen, estarían en desventaja.

Mejor dicho, «yo podré defendernos», se corrigió Arilyn mentalmente, lanzando una mirada de desdén al hombre que cabalgaba a su lado. Incluso en el dudoso caso de que Danilo Thann fuese capaz de defenderse solo en una batalla, nunca se arriesgaría a mancharse de sangre sus elegantes galas de ciudad.

Por enésima vez desde que saliera el sol Arilyn se maldijo a sí misma por haber elegido tan mal a su rehén. Había luchado contra goblins y criaturas similares muchas veces y sabía que le esperaba una dura batalla. Incluso los caballos, pese a ser consentidas y elegantes monturas percibían el peligro; tenían las orejas hacia atrás, pegadas a la cabeza y gemían nerviosas. Por otra parte, Danilo no viajaba con ella por propia voluntad, por lo que su deber era brindarle toda la protección que pudiera. Pero, por todos los dioses, cómo le gustaría entregárselo a los goblins y que ellos le borraran esa satisfecha sonrisa de su estúpida cara.

Los turbios pensamientos de Arilyn fueron interrumpidos por un alarido sobrenatural. El sonido hendió el aire y allí se quedó suspendido, reverberando por todo el pantano. Ésa fue la gota que colmó el vaso para su temperamental yegua, que de pronto se encabritó. Arilyn tuvo que agarrarse al pomo de la silla con ambas manos para no salir despedida y antes de que pudiera coger de nuevo las riendas el caballo se desbocó.

—Agárrate —le gritó Danilo, espoleando a su caballo para que se acercara a la aterrada montura de Arilyn. La semielfa se preguntó qué trataba de hacer el humano. Su caballo no parecía mucho más calmado que el suyo; iba lanzado al galope con los dientes al descubierto, las orejas pegadas a las crines y el blanco de sus aterrorizados ojos brillante. Danilo atrapó las riendas del caballo de Arilyn, al tiempo que pugnaba por controlar al suyo con la otra mano.

«Ya estamos —se dijo Arilyn con un ramalazo de resignación—. Ya nos veo a los dos en el suelo.» Pero antes de que las asustadas yeguas avanzaran otra docena de pasos, Danilo logró detenerlas gracias a la fuerza de sus brazos y de su voluntad.

Arilyn se quedó mirando incrédulamente al aristócrata, y éste le dirigió una de sus encantadoras e irritantes sonrisas. Acto seguido el humano le arrojó sus riendas.

—No ha estado mal, ¿eh? Has tenido suerte de haber raptado al capitán del equipo de polo campeón de Aguas Profundas. Pero la próxima vez, querida, sería mejor que robaras caballos entrenados para la batalla.

Antes de que la semielfa pudiera responder a la pulla, un segundo alarido resonó en la ciénaga. Arilyn desenvainó la hoja de luna y se preparó para hacer frente al ataque. Uno de los peligros del pantano era la extraña forma que tenía de distorsionar el sonido. Las befas de sus invisibles enemigos parecían venir de todas partes. ¿Hacia dónde debían correr ella y Danilo?

De detrás de la cresta de un cercano altozano surgieron unas diez criaturas de pesadilla enormes y cubiertas de escamas. Arilyn había oído historias acerca de los hombres lagarto que habitaban en el pantano de Chelimber, pero al ver a los horribles seres con sus propios ojos se le hizo un nudo en la garganta.

Las criaturas —tan altas como un hombre, de piernas musculosas y recubiertas por escamas grises verdosas— avanzaban tambaleantes hacia ellos a través de la neblina, pisoteando la hierba de la ciénaga al tiempo que chillaban y rugían, sedientas de sangre y blandiendo espadas y martillos de guerra con sus enormes manos garrudas.

—¡Espera un momento! Dijiste que eran goblins. Y ésos no me lo parecen —protestó Danilo—. Claro que podría estar equivocado.

—Son hombres lagarto —repuso Arilyn bruscamente, luchando por controlar a su aterrorizado caballo mientras su mente urdía un plan de batalla. Como estaban en inferioridad numérica de cinco a uno, huir sería lo más sensato. Pero al lanzar un vistazo por encima del hombro vio una pequeña banda de goblins, seguramente una partida de caza, que se levantaba de la hierba de la ciénaga y les impedían huir hacia el sur.

—Bueno. ¿Luchamos o huimos? —preguntó Danilo.

La semielfa volvió a darse la vuelta. Los hombres lagarto se habían desplegado en abanico, impidiéndoles la huida hacia el norte y el este.

—Yo lucharé; tú huye —gritó, señalando con la hoja de luna hacia el alcázar en ruinas.

—Mi espada —pidió Danilo, tendiendo hacia ella la mano.

Arilyn lo había olvidado. Se llevó una mano atrás, sacó bruscamente la espada del noble de su vaina y se la arrojó. Danilo atrapó hábilmente el acero y acto seguido entornó los ojos en dirección al sol poniente.

—Eh, ésos sí que son goblins —comentó.

La semielfa gruñó. De detrás de los montones de piedras y escombros habían saltado tres criaturas más blandiendo armas. Farfullando y gruñendo como animales echaron a correr hacia ellos, y Arilyn percibió una vaharada del hedor que desprendía su piel color naranja oscuro y su asquerosa armadura de cuero. Los tres goblins enarbolaban espadas oxidadas y al gruñir dejaban al descubierto hileras de colmillos cortos y afilados. En sus ojos color limón brillaba la excitación de la batalla.

—Yo me ocuparé de esos tres de allí —se ofreció el dandi.

—Pues ve, estúpido —gritó Arilyn.

Danilo la saludó, hizo dar media vuelta a su caballo y galopó hacia las ruinas y los goblins. Arilyn se dijo que, montado como iba a caballo, incluso Danilo debería ser capaz de enfrentarse a tres goblins a pie. Para su sorpresa, el noble derribó con una estocada al hombre lagarto situado más al oeste al pasar junto a él a todo galope, como si desafiara a las criaturas a que lo siguieran.

«Buena táctica —pensó Arilyn—. Si los dividimos, no podrán rodearnos tan fácilmente.» Pero no era el momento de pensar; los hombres lagarto ya se le echaban encima. Todos a la vez.

Tras la sorpresa inicial, Arilyn lo entendió. Es posible que aquellas criaturas cazaran en grupo, pero su inteligencia era muy limitada. Sus instintos eran de supervivencia y nada sabían de estrategias. Así pues, cada uno de los hombres lagarto había decidido por su cuenta atacar al adversario de menor tamaño y en apariencia el más débil. «Qué gran error», se dijo Arilyn con una leve sonrisa. La aventurera levantó la hoja de luna en alto y lanzó al caballo al galope contra los hombres lagarto, que avanzaban pesadamente.

El primero de ellos trazó una peligrosa elipse con la cimitarra que esgrimía. Rápida como el rayo, Arilyn paró ese primer golpe y después atravesó a la criatura por la mitad. A la siguiente la desarmó cercenándole una garruda mano. Los alaridos de rabia y dolor que lanzó hicieron que el resto de sus compañeros retrocedieran un paso, lo que dio a Arilyn un respiro. Pugnando por controlar el caballo lanzó una rápida mirada en dirección a Danilo.

El humano se las estaba arreglando mucho mejor de lo que la semielfa había esperado. Había logrado derribar a dos de los goblins y ahora, todavía a lomos de la yegua, se disponía a despachar al tercero. Los hombres lagarto se habían decidido por Arilyn y a él no le prestaban ninguna atención. Por un breve instante Arilyn se dejó vencer por el desaliento; sin duda su rehén aprovecharía la oportunidad para huir y dejar que ella se enfrentara sola con los monstruos. Bueno, pues les iba a enseñar ella lo que era luchar. Lanzando un feroz grito de batalla la semielfa alzó la hoja de luna en gesto de desafío y retó a los hombres lagarto a que se acercaran a ella, si se atrevían.

Las criaturas se detuvieron, inseguras. Sus largas lenguas de reptil asomaban y desaparecían entre colmillos afilados como dagas mientras ponían en un plato de la balanza el hambre que sentían y los gritos de ánimo de la banda de goblins, y en el otro la refulgente espada y la inesperada resistencia de la semielfa. La yegua de Arilyn brincaba y gemía aterrorizada, y ese sonido pareció vencer la momentánea renuencia de los hombres lagarto. Al percibir debilidad, volvieron a chillar y se lanzaron contra la semielfa con tal impaciencia que casi tropezaron unos con otros.

La hoja de luna danzaba y centelleaba mientras Arilyn reprimía el ataque. Tres hombres lagarto cayeron, llevándose las manos a sus gargantas abiertas o a miembros cercenados. Entonces uno atacó por lo bajo con un gran cuchillo, con la brillante idea de atacar al caballo. Pero Arilyn se dio cuenta de sus intenciones, hundió los talones en los costados del animal y tiró bruscamente de las riendas. La aterrorizada yegua retrocedió, evitando por los pelos la cuchillada dirigida a su panza.

Aprovechando el impulso que llevaba el animal, desmontó. La ágil semielfa abandonó la silla con una voltereta hacia atrás y aterrizó de pie, con la hoja de luna presta. Con la parte plana de la hoja golpeó con fuerza al caballo en los flancos. Éste escapó, esquivando las garras de los cinco hambrientos hombres lagarto que quedaban en pie. Al ver desaparecer el festín de carne de caballo que ya se prometían, las monstruosas criaturas rodearon a Arilyn y se fueron acercando.

La semielfa oyó unos excitados chillidos, y ásperas y agudas voces que parloteaban sólo un poco más allá del círculo de escamas y espadas. «Fantástico —se dijo Arilyn, consternada—. Finalmente la partida de caza goblin ha decidido unirse a la fiesta. Como si ya no tuviera suficiente.»

Uno de los hombres lagarto logró superar sus defensas, y la punta de su espada le abrió una ardiente línea en el hombro izquierdo. Pero con su siguiente movimiento Arilyn le dio un tajo en la cara dejándolo ciego. El lagarto bramaba al tiempo que se llevaba las garras a los ojos y retrocedía, histérico, derribando a uno de sus hermanos. El caído se revolvió, tratando de ponerse de nuevo en pie sobre el suelo pantanoso y cubierto de sangre. Con una veloz estocada la hoja de luna le atravesó el corazón, y el monstruo se quedó inmóvil. Arilyn saltó sobre el cadáver hacia el lagarto cegado y rápidamente puso fin a su sufrimiento.

Ahora ya sólo quedaban tres hombres lagarto. Aunque estaba cansada y herida, la semielfa se sentía segura de su victoria. No obstante, dudaba que le alcanzaran las fuerzas para abrirse paso entre una banda de goblins.

Mientras luchaba, a la aventurera le pareció oír un extraño himno de batalla que llegaba desde algún punto del pantano. Era una conocida canción de taberna con una nueva letra jocosa, y lo más incongruente era que la cantaba una refinada y educada voz de tenor:

Vuelven del ataque alegres

los hombres de Zhentil Keep.

Como les gustan más las reses,

mataron a todas las mujeres.

Los zhent no se comen lo que roban;

pues ninguno de ellos es un tragón.

¿Cómo es posible entonces

que siempre huelan a cabrón?

¡Condenado humano! Arilyn se agachó para esquivar un hacha de guerra y los dientes le rechinaron por el enojo. Pero, para su sorpresa, comprobó que la estúpida cancioncilla le levantaba más la moral que el son guerrero que tocaban las gaitas de las Moonshaes. La semielfa siguió luchando, fortalecida por una mezcla de alivio e irritación. Danilo salvaría el pescuezo a su extravagante manera.

Sin dejarse impresionar por la música, los tres hombres lagarto continuaron acosando a la aventurera. Uno de ellos se lanzó contra ella con una daga entre las garras. Arilyn le obligó a soltarla de un golpe y se abalanzó contra él y le hundió la hoja de luna en un ojo, matándolo instantáneamente. La monstruosa criatura cayó pesadamente de cara, y la semielfa liberó su espada y tuvo que dar un brinco para eludir el cuerpo.

Con un rugido triunfante, un enorme hombre lagarto de escamas marrones enarboló su hacha de guerra y lanzó un poderoso cortapiés a las rodillas de su rival. Arilyn saltó para evitar la hoja, pero en el arco de vuelta el mango del hacha le dio y la tumbó. La aventurera perdió el equilibrio y voló uno o dos metros antes de aterrizar en el duro suelo, boca abajo, junto a una charca sulfurosa. Inmediatamente se levantó como pudo. Si tenía alguna herida, sentiría el dolor más tarde.

La pareja de lagartos que quedaban, al oler la sangre, se aproximaron a ella. Arilyn se encaró con ellos y se puso a la defensiva, agachada, sujetando a la hoja de luna con ambas manos. En la oscuridad, cada vez más densa, la espada brillaba con luz azulada, iluminando la hosca expresión de la semielfa y reflejando el frío fuego de sus ojos. Los monstruos, que pensaban que ya era presa fácil y estaba herida, retrocedieron sorprendidos y espantados. Aprovechando su reacción, Arilyn avanzó, levantando en alto la espada mágica.

Un chacoloteo de cascos distrajo a los hombres lagarto. Enarbolando su espada, Danilo Thann conducía a su remilgada yegua zaina en círculos cada vez más estrechos alrededor de la semielfa y los dos monstruos, a los que hostigaba pinchándolos con la punta del arma, como si quisiera que se olvidaran de Arilyn y centraran en él su atención.

«¿Y ahora qué? —pensó la aventurera exasperada—. Ese tontaina se mareará y caerá del caballo antes de poder hacer nada.»

Rugiendo de irritación una de las criaturas levantó un trozo de cadena oxidada y trató de dar al latoso humano. Su primer golpe arrancó a Danilo la espada de la mano, y con un gruñido de triunfo el lagarto empezó a hacer girar la cadena, preparándose para descargarla contra el joven noble.

Arilyn se sacó un cuchillo de la bota y lo arrojó a la boca abierta de la criatura, que rugía. La bestia se quedó paralizada con un estrangulado gorgoteo, pero la cadena siguió girando y se enrolló en el brazo del lagarto, rompiéndole los huesos. Para asombro de Arilyn, el monstruo se limitó a escupir sangre y se cambió la cadena a la otra mano.

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