La Venganza Elfa (19 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

BOOK: La Venganza Elfa
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Elaith completó la ceremonia y tendió la copa a Arilyn. Ésta bebió lentamente, con el debido respeto, tras lo cual puso fin a la ceremonia, y dio las gracias al quessir, inclinando la cabeza ante él, como mandaba el ritual.

Con un imperioso gesto Elaith llamó a un camarero.

—Otra copa, por favor —pidió al mozo. Entonces, como si se le ocurriera de pronto, se volvió hacia Danilo y le preguntó—: ¿O quizá dos más? ¿Te apetece un poco de elverquisst?

—No, gracias, prefiero el zzar —repuso Danilo.

—Naturalmente —replicó Elaith suavemente—. Una copa de ese omnipresente brebaje para nuestro joven amigo, y cena para tres —ordenó al nervioso camarero, que asintió y escapó hacia la seguridad de la cocina.

—Dime —dijo entonces Elaith, volviéndose hacia Arilyn—, ¿qué te trae a Aguas Profundas? La Fiesta de la Luna, supongo. ¿Has venido para disfrutar del festival?

—Sí, el festival —repuso la semielfa, pensando que aquélla era la respuesta más inocua.

—Resulta muy interesante; escandaloso, chabacano; pero, sin duda, lo suficientemente vistoso para atraer a una multitud. Al igual que esta posada, la ciudad está atestada de visitantes. Demasiados para mi gusto, aunque la afluencia de viajeros es buena para el negocio. Espero que hayas encontrado un alojamiento conveniente.

Arilyn miró a Danilo en busca de respuesta

—¿Has conseguido habitaciones?

—Habitación —la corrigió el noble con cierta timidez—. Sólo una. La posada está hasta los topes.

«Una habitación —pensó Arilyn consternada— ¡Otra noche con Danilo Thann!» La aventurera se recostó en el respaldo de la silla soltando un débil gruñido, que no pasó desapercibido a Elaith.

—Supongo que éstas son esas malas noticias de las que hablabas —observó el elfo secamente.

—Me extraña mucho que digas algo así —se desquitó Danilo gentilmente, fingiendo no entender la pulla—. A mí no me parece tan malo compartir una habitación con una mujer hermosa.

—La
etrielle
no parece que comparta tu entusiasmo —objetó Elaith, observando la furia silenciosa que había desatado en Arilyn el insinuante comentario del joven aristócrata.

—Oh, claro que sí. Lo que pasa es que Arilyn es la discreción personificada, ¿sabes? —le confió Danilo, hablando de hombre a hombre.

Justo entonces el camarero regresó con las bebidas. Arilyn le arrebató la copa de zzar de la bandeja y la dejó de cualquier manera encima de la mesa, ante Danilo.

—Toma, bébetela —le sugirió dulcemente—, y todas las que quieras. Yo invito.

La semielfa cogió la otra copa y se sumergió en la ceremonia de servir y ofrecer el elverquisst. La tenía un poco olvidada, pero si Elaith no encontró perfecta su ejecución del ritual, se lo calló. La ceremonia dio un giro muy necesario a la conversación, que pasó a tratar de chismes locales, política e, inevitablemente, al encontrarse en Aguas Profundas, comercio.

Pese a su promesa de actuar como un observador bardo, Danilo continuó su duelo dialéctico con el
quessir
. El joven aristócrata se apuntó un buen número de tantos que, en caso de venir de cualquier otro, podrían haber dado pie a un duelo de verdad. Elaith dejaba pasar las pullas sin ningún comentario. De hecho, no podía hacer otra cosa, pues uno no podía estar seguro de que las chanzas de Danilo fueran tales y, además, las lanzaba con tal delicadeza y amabilidad que responder con enojo sería tan absurdo como tratar de matar moscas con la espada.

Arilyn daba sorbos al elverquisst mientras tomaba la medida de su extraño compañero de mesa. Elaith era encantador y ni siquiera las tonterías de Danilo le hacían perder la cortesía. Por ser alguien con reputación de ser un cruel y despiadado asesino, hacía gala de una extraordinaria compostura y buen humor. La semielfa empezaba a pensar que los rumores realmente podían ser exagerados.

—Ah, la cena. Al fin —anunció Elaith, saludando la aparición de dos camareros, uno portando una fuente muy cargada y el otro una mesita auxiliar, ya que en la mesa ya no cabía nada.

Los camareros dejaron varios platos sobre las mesas: carne asada, diversas aves de pequeño tamaño ensartadas y aún chisporroteantes, nabos, verduras hervidas y pequeños panes acabados de hornear.

El elfo de la luna examinó la sencilla comida con desdén patricio.

—Me temo que esto es lo mejor que puede ofrecer la posada. En otra ocasión me encantará ofrecerte unos manjares más adecuados.

—No te preocupes. La cena es bastante aceptable. Después de los rigores del viaje, una comida sencilla es lo mejor —le aseguró Arilyn.

Ella y Danilo atacaron. La comida pareció poner a Danilo aún de mejor humor. Mostrando tanta alegría que daba asco, se enzarzó de nuevo en una conversación con Elaith Craulnober, gozando del toma y daca verbal tanto como un espadachín de un combate.

Pese a sentirse demasiado agotada para intervenir en la lid, Arilyn no cesaba de vigilar el salón al tiempo que comía, atenta a cualquier cosa que pudiera darle una pista en la búsqueda del asesino. Algunos parroquianos hablaban del asesino de Arpistas e incluso en aquel seguro refugio se mostraban nerviosos por los macabros rumores.

—Te digo que estaba marcada a fuego. Sí, marcada en la cadera como una res...

—Dicen que el asesino burló la guardia del castillo de Aguas Profundas y...

—Escúchame bien, si fuese un Arpista ahora mismo estaría fundiendo mi insignia para hacer con ella un orinal.

Arilyn no se enteró de nada importante a partir de los retazos de conversación, pero se dio cuenta, consternada, de que los chismes sobre el asesino de Arpistas cada vez eran más exagerados.

En un rincón se oyeron algunos aplausos, que se fueron extendiendo hasta rivalizar con el murmullo de las conversaciones. Las sillas arañaron el suelo cuando fueron retiradas para hacer sitio en el centro del salón. Dos camareros entraron una gran arpa que colocaron en medio del improvisado escenario. Un hombre alto y esbelto se encaminó tímidamente al arpa y empezó a afinarla.

—Ah, ahora podremos oír a un verdadero bardo —comentó Elaith con intención.

Danilo estiró el cuello para contemplar el escenario montado en medio de la taberna.

—¿De veras? ¿Quién es?

—Rhys Alacuervo —contestó Arilyn, que reconoció al bardo por haberlo visto en uno de sus viajes a Suzail. Aunque aún era joven y un tanto apocado, era realmente muy bueno.

—Humm... Me pregunto si le gustaría interpretar uno o dos duetos después del... ¡Ay! —Danilo se interrumpió con una mirada de reproche dirigida a Arilyn y se inclinó para frotarse la espinilla que había recibido la patada de la semielfa.

Arilyn respondió llevándose un dedo a los labios. El gesto apenas era necesario. Cuando sonaron las primeras notas todos callaron, atrapados por el poder de la música del bardo. Aquellos que habían ido a la taberna únicamente a adorar el arte de los cerveceros escuchaban tan atentamente y tan encantados como auténticos melómanos. Era habitual que los músicos que estaban de paso tocaran en las posadas o tabernas, pero La Casa del Buen Libar raramente disfrutaba de la presencia de un bardo de tal calidad. Incluso Elaith y Danilo dejaron de acosarse para escuchar la antigua canción en honor de la Fiesta de la Luna. Los aplausos que recompensaron al bardo fueron largos y ruidosos. Con una tímida sonrisa el joven accedió a tocar otra.

Durante la segunda canción, una nostálgica balada acerca de un amor perdido y aventura, un recién llegado entró en la taberna. Se detuvo un momento en el umbral mientras buscaba un sitio libre, tras lo cual atravesó silenciosamente la sala y se sentó en una mesa del fondo, cerca de Arilyn.

La semielfa se dio cuenta de la llegada del hombre y lo estudió con un interés que se esforzó en disimular. Era probablemente uno de los hombres más altos de la sala pero se movía con la misma gracia silenciosa que un gato. Al igual que la mayoría de los viajeros, el hombre iba bien protegido del frío viento otoñal. Pero, a diferencia de los demás, él no se quitó la capa ni se echó la capucha hacia atrás al entrar en la cálida posada. Su mesa estaba situada en la sombra, justo fuera del alcance del resplandor de la chimenea, y él se arrebujaba en su capa. Teniendo en cuenta la alta temperatura de la sala, a Arilyn le chocó su comportamiento.

Una camarera llevó al desconocido una jarra de aguamiel, y al inclinar la cabeza hacía atrás para beber Arilyn vislumbró su rostro. Era un hombre ya maduro, aunque pese a sus años seguía siendo robusto. Tenía unas facciones corrientes, excepto por una mandíbula cuadrada que denotaba una poco habitual determinación. A Arilyn le pareció ver en el hombre algo familiar, aunque hubiera podido jurar por todo el panteón de dioses que nunca antes lo había visto.

La semielfa vigiló al hombre un rato, pero éste no hizo nada que despertara sus sospechas. Al parecer, se conformaba con sentarse a la sombra y escuchar al bardo mientras cenaba y daba sorbos a una única jarra de aguamiel. No obstante, Arilyn se sintió aliviada cuando, finalmente, el bardo acabó y el hombre se levantó para irse.

«Me imagino peligros en cualquier sitio —se reprendió a sí misma—. Pronto empezaré a mirar debajo de la cama por si hubiera ogros, como si fuera una niña asustada. Está visto que necesito descansar.» En aquel momento se le escapó un bostezo que interrumpió el combate verbal en el que Danilo y Elaith Craulnober se habían vuelto a enzarzar.

—Lo siento —se disculpó—. Ha sido un viaje muy largo.

—No digas más. —Elaith alzó una mano—. Ha sido muy poco considerado por mi parte entretenerte tanto tiempo. A modo de excusa, ¿permitirías que me encargara yo de la cuenta?

—Gracias —repuso Arilyn, dando otra patada a Danilo por debajo de la mesa para que no se pusiera a discutir de nuevo.

—Espero que volvamos a vernos —se despidió Elaith.

—Yo también —dijo ella. Entonces inclinó la cabeza y extendió ambas manos, que era el gesto ceremonioso de despedida entre elfos. Luego cogió a Danilo por el brazo y lo arrastró de allí antes de que pudiera empezar otra vez.

—Bueno, ¿dónde esta esa habitación? —preguntó la semielfa en tono resignado.

Danilo la condujo a una pequeña escalera situada en el fondo de la sala.

—No es la mejor habitación de la posada. De hecho... era la última que quedaba libre, de modo que no esperes lujos.

—Mientras tenga una cama... —farfulló Arilyn, tan cansada que apenas se sentía el cuerpo.

—Es gracioso que lo menciones porque... —La voz de Danilo se fue apagando a medida que la pareja subía por la escalera.

Elaith los observaba, cavilando. Entonces se encogió de hombros y se levantó para marcharse. Brevemente consideró la posibilidad de dejar unas monedas en la mesa para pagar la comida pero finalmente decidió no hacerlo. ¿Por qué molestarse? Marcharse sin pagar era lo que la gente esperaba de él.

Por si acaso, cogió la licorera medio llena de elverquisst, la cerró bien y se la guardó en el cinturón a la vista de todos. Probablemente aquella licorera valía más que todo lo que ganaría la posada durante la semana que durara el festival.

Tras saludar con una negligente inclinación de cabeza al posadero, cuya rubicunda faz palideció ante la inminente pérdida de la licorera de elverquisst, Elaith Craulnober se marchó. Muchos lo vieron marcharse, pero nadie se atrevió a detenerlo.

La lluvia había cesado, y mientras se dirigía a los establos la capa negra del elfo se le arremolinaba alrededor de las piernas por efecto del viento. Cuando le entregaron el caballo, montó y se dirigió a paso ligero hacia el oeste, en dirección al camino del Dragón. En la calle principal entre el distrito Sur y el distrito de los Muelles se levantaba una casa de granito negro particularmente bonita, alta, estrecha y elegante: la Casa de la Piedra Negra.

Era una de las muchas propiedades que el elfo poseía en Aguas Profundas, aunque apenas la usaba. Era demasiado austera para su gusto, aunque estaba equipada idealmente para lo que esa noche necesitaba. Elaith Craulnober desmontó ante la puerta de la verja de hierro que rodeaba la propiedad y lanzó las riendas al joven sirviente que salió corriendo a saludarlo.

Al entrar, Elaith dirigió una leve inclinación de cabeza a los sirvientes de la casa —dos elfos de la luna de su entera confianza— y subió a toda prisa una escalera de caracol que conducía a una cámara situada en el último piso. Una vez en ella cerró la puerta y la selló mágicamente para evitar que lo molestaran.

La cámara era oscura y estaba vacía excepto por un pedestal. Elaith retiró el paño de seda que cubría una esfera oscura de cristal que flotaba en el aire a escasos centímetros por encima del pedestal. El elfo pasó una mano sobre la lisa superficie del cristal al tiempo que murmuraba una serie de sílabas arcanas. La esfera empezó a relucir, primero débilmente, y en su interior se formaron neblinas oscuras. Gradualmente la luz fue a más a medida que aparecía una imagen, hasta llenar la cámara.

—Saludos, lord Nimesin —dijo Elaith a la imagen, pronunciando el título con un matiz de ironía.

—Es tarde. ¿Qué quieres, elfo gris? —inquirió la altiva voz, dando a la palabra «gris» una sutil inflexión que la transformaba del término que designaba un color en la palabra elfa que significaba «escoria». Con una única palabra expresaba la opinión de que los elfos de la luna no eran más que la sustancia de desecho que quedó cuando se forjaron, mucho tiempo atrás, los elfos dorados.

Elaith sonrió, haciendo caso omiso de la mortal ofensa. Aquella noche podía permitirse ser tolerante.

—Siempre pagas un buen precio por la información. Debo comunicarte algo que creo que te interesará.

—¿Y bien?

—Esta noche he conocido a Arilyn Hojaluna. Está en Aguas Profundas y se aloja en La Casa del Buen Libar. Es muy hermosa y me resulta extrañamente familiar.

—¿Qué? —La cara del elfo dorado se puso lívida—. Te dije que te mantuvieras alejado de ella.

—Nos conocimos por casualidad —replicó Elaith suavemente—. No he podido evitarla.

—¡No permitiré que se asocie con canallas como tú! —espetó Kymil—. No permitiré que su reputación se mancille.

—Oh, venga ya —protestó Elaith—. ¿Mancillar su reputación? Desde luego tiene talento y es hermosa, pero muchos creen que Arilyn Hojaluna es una asesina.

—Era una asesina.

—Como prefieras. Ah, por cierto, no estaba sola; iba acompañada por un auténtico mentecato, el cachorro de una de las familias nobles de la ciudad, Danilo Thann. No sé por qué viaja con él. Al parecer, es algo así como su mascota.

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