La Venganza Elfa (20 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

BOOK: La Venganza Elfa
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—Sí, sí —dijo Kymil Nimesin, impaciente—. Ya lo sé.

Pese a la interrupción, Elaith, imperturbable, prosiguió:

—Pero, como ambos sabemos, las apariencias engañan. Estoy convencido de que el compañero de la
etrielle
no es el idiota que aparenta ser. ¿Sabías que Danilo Thann está emparentado con Khelben Arunsun? Creo que es su sobrino.

—¿Sobrino de Báculo Oscuro? —En el rostro de Kymil asomó el primer destello de interés. Pero rápidamente se desvaneció—. ¿Y qué si lo es?

—Quizá no tiene importancia —admitió Elaith—, pero Arilyn Hojaluna tiene fama de ser muy hábil para ocultar su identidad y sus propósitos. ¿Es inconcebible que su compañero sea igual de hábil?

—Tu desfachatez sí que es inconcebible. —La faz de la esfera se contrajo de enojo—. Olvidas, elfo gris, que puedo observar a Arilyn Hojaluna personalmente. No me pasó por alto la conversación que has mantenido esta noche a la mesa. Ese bobo de Thann te desafió a un combate de palabras, y fíjate que no digo un combate de ingenio, que acabó en empate.

—Pero es sobrino de Báculo Oscuro.

—Eso ya lo has dicho antes. Yo no veo que sea importante.

—Está bien situado y es más inteligente de lo que aparenta —arguyó Elaith—. Teniendo en cuenta el pasado de Arilyn, no me extrañaría que los Arpistas sospecharan de ella por los asesinatos. Tal vez ese Thann es un espía enviado para determinar su culpabilidad o inocencia.

—¡Bah! —lo atajó Kymil desdeñosamente—. Danilo Thann no es más Arpista que tú o que yo.

—Quizá no, pero si lo fuera, ¿no sería divertido que fuese la próxima víctima del asesino de Arpistas?

—Tienes un sentido del humor muy peculiar.

—Sí, siempre me lo dicen —convino Elaith—. ¿Y bien? ¿Qué me dices de Danilo Thann?

—Si quieres ver muerto a ese necio, encárgate tú. A mí tanto me da un humano más o menos.

El rostro en la esfera ya empezaba a convertirse en niebla cuando Elaith añadió en tono casual:

—Ah, también vi a Bran Skorlsun. —Instantáneamente la imagen volvió a definirse—. Sí, ya me pareció que esto te interesaría —murmuró Elaith con un malicioso destello en sus ojos ambarinos—. Imagínate mi sorpresa al volver a ver a nuestro amigo después de tantos años. Desde luego, al principio no lo reconocí. Los humanos envejecen terriblemente en... ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Casi cuarenta años?

Kymil Nimesin no respondió, sino que preguntó a su vez:

—¿Bran Skorlsun estaba allí? ¿En La Casa del Buen Libar?

—Una coincidencia fascinante, ¿no te parece? —replicó Elaith con tono despreocupado.

Kymil no respondió, pues estaba absorto en sus pensamientos. Después de una pausa dijo:

—Has hecho bien en llamarme. Te enviaré tus honorarios habituales.

Elaith sólo se había puesto en contacto con Kymil Nimesin para enojarlo, pero ahora el dorado había picado su curiosidad. Cualquier intriga que incluyera a Bran Skorlsun olía a aventura, y donde había aventura siempre se podía sacar provecho. El elfo de la luna decidió olvidarse, de momento, de la actitud condescendiente del elfo dorado e insistir para descubrir más detalles.

—¿Puedo servirte de ayuda en algo más? —preguntó a Kymil.

—Nada —respondió éste secamente—. Espera. Sí, hay algo.

—Lo que quieras.

—Mantente alejado de Arilyn Hojaluna.

—Naturalmente. ¿Eso es todo?

—Sí.

La voz de Kymil sonaba tajante, pero Elaith no se dejó impresionar. El elfo de la luna estaba acostumbrado a decir él la última palabra en el momento y de la forma que él eligiera.

—Como desees —dijo—. No obstante, queda el pequeño detalle de mis honorarios. Las condiciones han cambiado. Preferiría que me pagaras en... una moneda menos directa.

—¿Sí? ¿Cuál?

—Danilo Thann —repuso Elaith cansinamente.

—Hecho —dijo al punto Kymil Nimesin—. Como ya he dicho, me da igual si vive o muere. Teniendo en cuenta el oro al que has renunciado, tu orgullo tiene un alto precio.

«Ya te darás cuenta de que mi orgullo tiene un precio más alto del que te imaginas», pensó Elaith Craulnober.

9

—Podríamos compartirlo —se aventuró Danilo.

—Ni hablar —replicó Arilyn, mirando significativamente el estrecho catre, que era el único lecho de la habitación—. Es demasiado estrecho incluso para un par de halflings recién casados. Yo dormiré en el suelo.

Danilo la miró mientras se tumbaba en una esterilla al lado de la chimenea y se cubría totalmente con una manta.

—Debería comportarme como un caballero e insistir en que tú te quedases con la cama, pero estoy demasiado cansado para discutir —dijo.

—Mejor —fue la apagada respuesta de la semielfa.

Con un suspiro Danilo se dejó caer sobre el lecho. ¿Y qué si ésa era la alcoba más humilde de una posada de segunda categoría? Habían tenido suerte de encontrar un sitio donde dormir. Después de los rigores del viaje cualquier sitio era bueno. Sin embargo, Danilo no lograba conciliar el sueño. Ya hacía rato que la débil y acompasada respiración de Arilyn indicaba que ésta se había dormido, y él continuaba despierto, tumbado en aquel colchón lleno de bultos.

Le preocupaba el encuentro con el bribón elfo de luna. En Evereska el noble había reconocido el símbolo de Perendra en la cajita de rapé dorada. El rufián de una sola oreja se la había comprado a un elfo en Aguas Profundas, y no era descabellado pensar que ese elfo podría ser clave para descubrir al misterioso asesino de Arpistas. Para Danilo «la Serpiente» Craulnober tenía todos los números para ser ese elfo.

Mucho tiempo atrás Danilo había descubierto que cuando la gente se sale de sus casillas suele revelar más de lo que quiere. Esa noche él había hecho todo lo posible para desconcertar a Elaith Craulnober. Había sido una estrategia arriesgada, teniendo en cuenta la mala reputación del elfo, pero, por lo general, el papel de tonto lo protegía.

Danilo sonrió tristemente en la oscuridad. Había sido una de sus mejores actuaciones; pero, increíblemente, Elaith Craulnober se había mantenido impasible. Lo único que había conseguido era que Arilyn se distanciara aún más de él, lo que le importaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. El joven aristócrata echó un vistazo a la semielfa dormida.

Semielfa. Tendría que reflexionar sobre ello. Danilo entrelazó los dedos detrás de la cabeza y clavó los ojos en las grietas del techo. Desde que Khelben le mostrara el retrato de Arilyn él la había considerado una mujer humana, incluso después de enterarse de que era medio elfa. Danilo había llegado a considerarla una de las mujeres más fascinantes que había conocido en su vida, aunque, desde luego, terca y también misteriosa. Pero aquella noche había visto por primera vez la otra cara de Arilyn Hojaluna. De pronto, Danilo se había dado cuenta de que ella se consideraba más elfa que humana; nadie que contemplara su rostro durante el ritual del elverquisst lo dudaría. El carácter de Arilyn había sido forjado por la cultura elfa dentro de la cual había crecido y que, mucho se temía Danilo, no la aceptaba.

El noble confiaba en lo que le decía su intuición sobre las personas; raramente se equivocaba. De camino a Aguas Profundas había visto muchas veces a su compañera de viaje demostrar una amargura profunda e insondable para él. Danilo recordó la primera noche en la cabaña y la expresión de la cara de Arilyn mientras le contaba cómo un elfo dorado solía burlarse de ella por sus orígenes. Por primera vez Danilo se preguntó qué significaba ser una semielfa, alguien que no pertenecía por completo ni al mundo de los elfos ni al de los humanos.

Podía verlo en ella, en cómo anhelaba todo lo elfo. Arilyn se había visto atraída por Elaith Craulnober; el elfo la había embelesado con su cortesía elfa y tratándola desde un buen principio como una igual.
«Etrielle»
, la había llamado, que Danilo sabía que era un término de respeto que se aplicaba a las elfas nobles por origen, carácter o ambas cosas. Danilo había tenido la impresión de que Arilyn no estaba acostumbrada a recibir tal tratamiento, pues se había vuelto hacia el bribón elfo como esas plantas que llaman dondiegos de día buscando la salida del sol. Por lo que había averiguado de Arilyn durante los últimos veinte días, Danilo tenía la impresión de que no era una reacción normal en ella. La semielfa se enorgullecía de su capacidad para arreglárselas sola sin ayuda de nadie.

Bueno, ya se encargaría él de vigilar de cerca a su nuevo amigo. Puesto que Arilyn no podía juzgar con objetividad al elfo de la luna, Danilo asumiría la responsabilidad de mantener la necesaria perspectiva. Él estaba en mejor situación de hacerlo.

«Pues claro que sí», pensó y se le escapó una risita. Su tío Khelben solía decirle que una persona que no se conociera a sí misma era peligrosa. Pero el bueno del archimago había olvidado mencionar que conocerse demasiado a uno mismo no siempre era una bendición.

Danilo suspiró. Quizás era ese extraño tiempo el que lo hacía estar tan meditabundo. Ahora que la lluvia había cesado, la noche era bastante cálida para el otoño. El viento había cambiado y ahora soplaba del sur, haciendo que el viejo edificio crujiera y protestara. Era una de esas noches en las que uno espera visitas desagradables, y Danilo no conseguía desprenderse de una sensación casi palpable de un inminente... algo. Cualquier cosa podía suceder en una noche como aquélla. Con tantos huéspedes cargados de dinero y de alcohol, la posada era el objetivo ideal para un ladrón o algo peor. Si a eso se le añadía el misterioso perseguidor de Arilyn, era suficiente para impedir que se durmiera.

El humano echó otro vistazo a su compañera dormida. ¿Cómo podía conciliar el sueño en una noche como aquélla? Debía de tener mucha confianza en que la hoja de luna la avisaría del peligro, cosa que, al parecer, podía hacer de modos muy distintos. Danilo la había visto relucir en el pantano de Chelimber. Otra noche, durante el viaje, Arilyn lo había despertado y había insistido en que tendieran una trampa enorme alrededor del campamento. Efectivamente, atraparon un par de osos lechuza. Arilyn había respondido a sus preguntas diciendo únicamente que la hoja de luna le había enviado un sueño para advertirla, y Danilo se felicitó de que la espada mágica poseyera ese poder. Los osos lechuza eran conocidos por su ferocidad, y si ellos no hubieran estado sobre aviso no habrían tenido ninguna posibilidad contra seres de más de dos metros y medio de altura en los que se unían las características más letales de los osos y de lechuza. En comparación con eso, ¿por qué no iba a sentirse Arilyn relativamente segura entre las cuatro paredes de la posada?

Danilo rodó sobre un costado y contempló el cielo sin estrellas por la ventana abierta. La noche, misteriosa e inquietante, estaba en consonancia con su estado de ánimo. Había luna llena, pero era noche cerrada. El fuerte viento arrastraba las nubes por el cielo, y sólo de vez en cuando se podía vislumbrar la luna redonda y plateada. A falta de algo mejor que hacer Danilo se puso a contemplar ociosamente la danza de las nubes y las formas que dibujaba la luz de la luna en las paredes de la más humilde alcoba de la posada.

Así permaneció tumbado, contando las horas por las campanas del cercano templo de Torm, hasta que, por fin, se sumió en un inquieto duermevela acunado por el movimiento de la luz de la luna.

Una oscura figura avanzó silenciosamente por el pasillo de la posada, dirigiéndose inexorablemente hacia la alcoba situada al fondo. Una pesada puerta exhibía con orgullo la inscripción «Cámara del Rey Rhigaerd», en conmemoración de una visita que el ya fallecido rey de Cormyr realizara mucho tiempo atrás. Era la habitación reservada al huésped más distinguido de la posada, y aquella noche no era una excepción.

La puerta se abrió sin su habitual crujido, y el intruso se deslizó dentro. Rhys Alacuervo descansaba hecho un ovillo bajo el grueso cobertor, con una mano colocada amorosamente sobre la tabla armónica de su arpa, al lado del lecho. La sombra avanzó sigilosamente hacia la cama, tomó una de las manos de largos y ágiles dedos de Rhys y apretó contra su palma un nefasto objeto.

Se oyó el débil silbido de la carne al quemarse. Cuando el sonido se apagó el asesino abrió la ventana y desapareció silenciosamente en la noche. Una ráfaga de viento se enredó entre las cuerdas del arpa arrancando un triste acorde con el que el instrumento se despidió de su dueño.

En ese mismo pasillo pero un poco más abajo, en una pequeña alcoba que nunca había alojado a la realeza, Arilyn Hojaluna se daba vueltas y se agitaba en sueños, sumida en una pesadilla.

Siempre que la hoja de luna le enviaba un sueño para avisarla, Arilyn inmediatamente se despertaba, lista para encararse con cualquier peligro. Era práctico. El sueño de aquella noche tenía toda la intensidad y la urgencia de uno de los que la espada le enviaba para avisarla, pero por mucho que la semielfa trataba de despertarse no conseguía sacudirse el sueño de encima. Algo se lo impedía; algo siniestro y antiguo, lleno de una desesperación que en parte era la suya propia.

Jadeando, Arilyn se encontró sentada en el suelo de la alcoba más modesta de La Casa del Buen Libar. Aún adormilada, se frotó con fuerza los ojos para alejar los últimos vestigios de sueño. Se estiró sin hacer ruido y se puso las botas. Puesto que nunca lograba volverse a dormir después de uno de aquellos sueños, decidió salir a dar un paseo.

De pronto se quedó paralizada, sin saber del todo si realmente estaba despierta. Las nubes se habían abierto y la luz de la luna iluminaba la habitación, revelando una vaga y delgada figura inclinada sobre su latoso compañero de viaje dormido.

¡Danilo! Sin pensárselo dos veces Arilyn se sacó la daga de la bota y se puso de pie de un salto, presta para arrancar el corazón del intruso. La semielfa se lanzó hacia él con la daga preparada. Pero, para su completa sorpresa, la cuchillada que debería haber matado al intruso solamente atravesó la almohada de Danilo llena de bultos. Arilyn golpeó con fuerza el catre, levantando una nube de plumas.

Danilo se despertó con una exclamación de sobresalto, y sus brazos se cerraron en torno a su atacante en un movimiento reflejo.

—¡Suéltame! —gritó Arilyn, haciendo fuerza con los codos y tratando de levantarse del catre.

Los ojos del dandi se abrieron mucho por el asombro, fijos en la daga que Arilyn aún empuñaba, pero no la soltó sino que la agarró con más fuerza de la cintura.

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