—¡Vale, vale, cazaré! —exclamó Danilo al punto—. ¡Lo prometo!
La pareja cabalgó en silencio hasta salir del pantano. A medida que la hedionda neblina se disipaba, el suelo se fue haciendo cada vez más firme. Las estrellas empezaron a parpadear formando las constelaciones otoñales que habían acompañado a Arilyn desde que era una niña: Correlian, Esetar y los Fragmentos de Selune. En el horizonte unos árboles se perfilaban contra el cielo nocturno. «Árboles», pensó Arilyn con un silencioso suspiro de alivio. Los árboles eran una señal segura de que ya habían dejado atrás el pantano. La semielfa nunca se había sentido tan contenta de ver árboles. De lo más profundo de su alma elfa brotó una oración de agradecimiento, una silenciosa canción de bienvenida a las estrellas y el bosque.
—Me pregunto a qué distancia estaremos de Aguas Profundas —soltó de pronto Danilo.
El gozo que sentía Arilyn se evaporó como el rocío bajo el sol de mediodía.
—Demasiado lejos.
Pese a que era noche cerrada, Arilyn captó con su visión elfa la vacilante sonrisa del dandi.
—¿Me acabas de insultar o me lo imagino? —le preguntó.
—Sí.
—¿Sí que me lo imagino?
—No.
—Oh.
El intercambio de palabras hizo enmudecer a Danilo. Arilyn espoleó a su caballo, con la intención de acampar junto al arroyo que corría justo detrás del aún lejano grupo de árboles.
Aquella noche cenaron bien, pues, inexplicablemente, un par de conejos gordos y despistados cayeron en las trampas de Danilo. Aunque el humano jurara y perjurara que no había empleado magia en la caza, Arilyn no le creyó. No obstante, estaba demasiado cansada y hambrienta para ponerse a discutir. Danilo incluso preparó y asó los conejos, sazonándolos con las hierbas y el vino que llevaba en su bolsa mágica. El resultado fue muy sabroso, y los viajeros comieron la suculenta y suave carne en silencio. Después se echaron a dormir, y la hoja de luna veló mágicamente sus sueños. Al alba continuaron hacia Aguas Profundas.
Los colores del amanecer aún teñían el cielo cuando una misteriosa figura abandonó su escondite entre los árboles. La figura vio cómo la desigual pareja montaba y se dirigía hacia el oeste. Teniendo El Páramo Alto al sur y las escarpadas montañas del Pico Gris al norte, a la semielfa no le quedaba más que una ruta lógica para dirigirse a Aguas Profundas. Que eligiera enfrentarse a los peligros del Chelimber había sido toda una sorpresa.
No obstante, la oscura figura dudaba que Arilyn Hojaluna aceptara el reto de los trolls del páramo ni de las tribus de orcos y los dragones negros que vagaban por las escarpadas montañas del Pico Gris. La figura la había estado siguiendo y vigilando desde que salió del valle del fuerte Tenebroso, y la semielfa parecía conocer la zona tan bien como ella. Tenía que saber que sólo una ruta era relativamente segura. Así pues, la figura esperó, dejando que la aventurera y su compañero tomaran una buena ventaja. Arilyn había estado a punto de ver su rostro varias veces, por lo que no iba a arriesgarse más. No hasta que estuviera listo para mover ficha.
No se puso en marcha hasta media mañana. No le costó ningún esfuerzo encontrar el rastro de los dos consentidos caballos de polo, y con una cierta renuencia empezó a seguir a su última presa.
El levante soplaba con fuerza desde el mar trayendo con él una fría llovizna. De vez en cuando una ráfaga caprichosa apagaba uno de los faroles que iluminaban el camino del Comercio hacia Aguas Profundas.
Pese al mal tiempo, los viajeros que aguardaban ante la Puerta Sur de Aguas Profundas estaban de muy buen humor. Al día siguiente empezaría la Fiesta de la Luna, lo que significaba tanto jolgorio como buenos negocios. Durante los siguientes diez días las calles se llenarían de vendedores y estarían animadas por artistas ambulantes. La mayor parte del comercio se concentraría alrededor del Mercado y de la adyacente calle del Bazar, pero toda la ciudad se preparaba para la festividad.
La multitud reunida junto a la Puerta Sur era en verdad heterogénea. Estaban las habituales caravanas de comerciantes con mercancías traídas por las rutas terrestres del este y el sur, artesanos con carretillas y carros cargados con mercancías que pensaban exponer en los mercados al aire libre, además de viajeros de todas las profesiones y condiciones sociales que acudían a Aguas Profundas para aprovisionarse para el invierno y disfrutar de una última salida antes de que el mal tiempo los confinara en sus casas.
Los músicos y artistas itinerantes aprovechaban el tiempo que quedaba para que todo estuviera montado, mostrando de manera bien visible los recipientes donde sus cautivos espectadores podían depositar sus monedas. Una hermosa bailarina que se balanceaba sinuosa a los quejumbrosos sones de un cuerno de madera, y que iba ataviada únicamente con un vaporoso vestido propio de un harén calimshita, atrajo a un numeroso grupo, que se hizo aún más numeroso cuando, por efecto de la lluvia, las transparencias se hicieron más visibles. A poca distancia cuatro bailarines de las selvas de Chult giraban en círculo. Llevaban vestidos adornados con flores exóticas, y las campanillas atadas a sus tobillos desnudos tintineaban con fuerza cuando ellos golpeaban el suelo en contrapunto al ágil ritmo de sus atezados brazos y cuerpos. Algunos pasos más allá un hábil halfling hacía malabarismos con diversas armas de pequeño tamaño. Unos pocos vendedores de alimentos estaban haciendo su agosto, y el tintineo de las monedas que cambiaban de manos amenazaba con ahogar el sonido de la lluvia de otoño.
En previsión de la muchedumbre que acudiría a la ciudad se había doblado la guardia de la Puerta Sur, y los soldados comprobaban los papeles y permitían con rápida eficiencia el paso de la gente por la puerta a empujones. La lluvia arreció, y los helados y cansados guardias aceleraron los trámites de admisión. Uno de ellos, tras reconocer al hijo menor de lord Thann, se llevó brevemente una mano a la frente en señal de respeto y lo dejó pasar sin más, sin ni siquiera lanzar una mirada a la menuda figura envuelta en una capa oscura que cabalgaba a su lado.
—La mala fama tiene sus ventajas —comentó Danilo alegremente a su compañera. Si Arilyn lo oyó no lo demostró. Ambos, con el noble a la cabeza, se dirigieron a caballo hacia el norte por la Carretera Alta, una avenida adoquinada que era la principal vía del distrito Sur. Por allí entraba a la ciudad la mayor parte del comercio interior. Estaba flanqueada por establos y almacenes muy bien acondicionados así como un buen número de atractivas posadas y tabernas.
Aguas Profundas estaba preparada para acoger una gran afluencia de viajeros. Los edificios se veían totalmente iluminados. Los mozos de cuadras y los cargadores iban de aquí para allá, ocupándose de mercancías y animales. Los posaderos daban la bienvenida a sus huéspedes con alegría y presteza.
Danilo y Arilyn pasaron por delante de las primeras posadas sin detenerse, pues a muchos viajeros ya no los dejaban entrar por estar completas. Lo mismo ocurría más al norte, y, encima, la tormenta empeoró. Las que en el pasado fueran yeguas consentidas ahora chapoteaban resignadas en los charcos, con la cabeza inclinada bajo una lluvia torrencial. Después de hacer una señal a Arilyn para que lo siguiera, Danilo guió a su yegua lejos de la multitud, hacia la primera de una serie de estrechas calles sinuosas.
Pasaron por delante de una sucesión de almacenes y después por un pequeño barrio comercial, en el que a ambos lados de la calle pulcras tiendas se agolpaban con camaradería. Encima de la mayoría de ellas se habían construido casas que sobresalían tanto que sus ocupantes podían asomarse a la ventana y darse la mano, si así lo deseaban. Los habitantes del barrio eran pobres pero trabajadores; los humildes edificios estaban en un perfecto estado, sin excepción, las calles se veían limpias e incluso a aquellas alturas del otoño las jardineras de las ventanas lucían una gran profusión de hierbas aromáticas. Unas pocas y tercas plantas perfumaban la atmósfera lluviosa.
Danilo guió a la semielfa hacia la calle Empinada, llamada así porque subía una pequeña colina. Arriba se erigía un desgarbado edificio que en un principio fue de madera pero al que recientemente se habían añadido estructuras de adobe y cañas. Las largas ventanas enmarcadas por cortinas blancas y púrpura, bordadas con la marca de algún que otro gremio, brillaban con alegre luz. Sobre la puerta principal pendía un enorme letrero con la misma marca tallada y que proclamaba que el establecimiento era La Casa del Buen Libar.
—Vamos a dejar los caballos —gritó Danilo para hacerse oír pese al viento. Arilyn inclinó la cabeza y lo siguió a través de una serie de edificios conectados entre sí y situados en una calle en forma de herradura. Primero pasaron por una gran estructura de madera que, por el olor a levadura, debía de ser una fábrica de cerveza. Después lo hicieron por un almacén de piedra del que emanaba el aroma de vainilla y mantequilla propio del vino blanco que envejecía en buenas barricas de roble. El gran edificio vecino parecía que se utilizaba para almacenar zzar, el recio vino por el que Aguas Profundas era famosa. Arilyn expresó su desagrado arrugando la nariz; ese peculiar aroma almendrado sólo podía proceder de aquel fuerte licor color naranja. Como la mayoría de los elfos, Arilyn aborrecía aquel vulgar brebaje, pero el zzar se consideraba la bebida por excelencia de Aguas Profundas. Lo cual era muy significativo, se dijo Arilyn.
Finalmente doblaron la calle curva y llegaron al último edificio: los establos. Arilyn vio con satisfacción que parecían cálidos y limpios; las yeguas habían soportado un largo y duro viaje, y se merecían un buen descanso.
El mozo de cuadras que salió a la carrera para coger las riendas reconoció a Danilo y lo saludó con gran deferencia, tras lo cual le prometió solemnemente que trataría a los caballos con especial cuidado. «Por todos los dioses —pensó Arilyn con irritación—. ¿Es que no hay ninguna taberna ni ningún soldado en esta ciudad que no conozca a Danilo Thann?»
Tras dejar a los caballos y entregar un generoso puñado de monedas al sonriente mozo de cuadras, Danilo cogió a Arilyn por la mano y atravesó corriendo el pequeño patio que separaba los establos de la puerta trasera de la posada, arrastrando a la semielfa tras de sí. Ambos irrumpieron en un pequeño vestíbulo, donde Arilyn se desasió bruscamente de la mano del dandi. Sin dar impresión de notar nada extraño en el comportamiento de su compañera, Danilo se quitó una empapada capa y la colgó de un gancho. A continuación ayudó a Arilyn con un galante ademán a quitarse la suya y la colgó junto a la otra.
—Qué cómodo y calentito se está aquí —comentó el noble. Tras colgar asimismo su sombrero de ala ancha de un gancho, se alisó el cabello y se fue frotando las manos y soplando en ellas mientras esperaba pacientemente a que Arilyn acabara de arreglarse.
Ésta no necesitaba ningún espejo para saber que tenía la cara literalmente azul de frío. En un intento por no ofrecer un aspecto tan desaliñado se alisó sus mojados rizos tras las orejas y se ató un pañuelo azul sobre el pelo. Danilo frunció los labios pero, muy juiciosamente, se abstuvo de hacer ningún comentario. Cuando estuvo lista, el noble le puso una mano en la región baja de la espalda y la empujó suavemente hacia la puerta que conducía a la taberna propiamente dicha.
—No es La Jarra de Jade —se disculpó Danilo, refiriéndose a la hospedería más lujosa de la ciudad—, pero es habitable y, sobre todo, es el cuartel general del Gremio de Vinateros, Cerveceros y Destiladores. He estado aquí muchas veces. No tiene ni atmósfera ni estilo pero puede vanagloriarse de ofrecer la mejor selección de bebidas espirituosas de toda Aguas Profundas.
Tal estimación de los méritos de la posada irritó a Arilyn. Quizá La Casa del Buen Libar no estaba a la altura del aristócrata, pero después de tantos días de penoso viaje, para ella era un atractivo refugio. El salón principal, que tenía el techo bajo y pequeños rincones que creaban una sensación muy agradable, estaba caliente e iluminado por una luz tenue. En el aire flotaba el olor a carne asada, cerveza agradablemente amarga así como el aroma de los troncos de pino de tea que crepitaban en una enorme chimenea. Fueran cuales fuesen las supuestas limitaciones de la posada, negocio no le faltaba. Alegres camareras y robustos mozos llevaban de acá para allá grandes bandejas llenas de bebidas y de comida sencilla pero bien preparada.
—Las he visto peores —replicó Arilyn en tono cortante.
—¡Alabada sea la Dama Medianoche! ¡Es un milagro! ¡Habla! —exclamó Danilo fingiendo sorpresa y retrocediendo.
Arilyn lo fulminó con la mirada y entró en la taberna pasando junto a él como si no existiera. Durante casi veinte días había tratado en vano de hacer caso omiso de la presencia de aquel mentecato y sólo le había dirigido la palabra cuando era estrictamente necesario. Sin embargo, Danilo no se había mostrado ofendido por su silencio, y no había cesado de parlotear y lanzarle pullas como si fueran amigos de infancia.
—Tú busca una buena mesa y yo me encargo de las habitaciones —sugirió Danilo, que la seguía.
La semielfa giró sobre sus talones y le dijo bajando la voz:
—Esto es Aguas Profundas. Esta noche nos decimos adiós. Es probable que tu objetivo más apremiante en estos momentos sea emborracharte, pero yo estoy aquí para buscar un asesino, ¿recuerdas?
Impasible, Danilo esbozó su más irresistible sonrisa.
—Sé razonable, querida. Que hayamos llegado a Aguas Profundas no significa que debamos fingir que no nos conocemos. De hecho, sería bastante difícil en una posada tan pequeña como ésta. Mira a tu alrededor.
El noble hizo un gesto que abarcaba todo el salón. La variada clientela que lo llenaba casi por completo estaba compuesta en su mayor porte por esforzados artesanos de Aguas Profundas así como un puñado de ricos comerciantes y nobles, todos ellos bebedores habituales que sabían apreciar los méritos de la posada. Algunos parroquianos llevaban exóticos atuendos y parecían haber recorrido un largo camino, lo que indicaba que habían acudido a la ciudad atraídos por el festival. Los parroquianos charlaban en voz baja, saboreando la bebida y la comida con aire de satisfacción. A juzgar por las mesas atestadas de jarras y las vacuas sonrisas de la mayoría de los clientes, muchos de ellos habían decidido dedicar toda la velada a empaparse de alcohol. Apenas quedaban mesas libres.