—¿Por todos los dioses, mujer, es que no te he dicho que no necesitas amenazarme? Ya sabes que eres bienvenida.
Arilyn respondió a la broma con una seca maldición y otro intento de soltarse. Con una velocidad y fuerza que Arilyn nunca hubiera creído posible en él, Danilo los sacó a ambos del catre y la inmovilizó en el suelo. Mientras luchaban entre las plumas que revoloteaban perezosamente, Danilo le agarró una muñeca y se la retorció hasta que a Arilyn se le quedó la mano insensible y tuvo que soltar la daga. La semielfa lo maldijo en élfico y trató de soltarse.
—Suéltame —gruñó.
—Hasta que me expliques qué pasa aquí, no.
El acerado tono del humano dejó a Arilyn sin habla. Fuera por la razón que fuese, Danilo hablaba muy en serio. Pero ella no tenía tiempo para hablar, pues todos sus instintos le decían que el intruso era el asesino de Arpistas. Nunca había estado tan cerca de él.
Arilyn se relajó, y Danilo, pensando que se daba por vencida, aflojó un poco.
Era todo lo que la semielfa necesitaba. Todos los músculos de su cuerpo, perfectamente afinados, se tensaron, y la mujer se retorció, rechazando violentamente a quien la tenía agarrada. Danilo rodó sobre sí mismo pero, para sorpresa de Arilyn, no le soltó la muñeca. La semielfa se puso de pie de un salto y propinó una patada al noble en el antebrazo. Durante un instante la acción refleja pudo más que la voluntad y Arilyn se desasió. Instantáneamente se dirigió a la puerta desenvainando la espada.
Danilo se recuperó del golpe, se lanzó hacia adelante, y agarró a Arilyn por el tobillo. La semielfa cayó de bruces, y la hoja de luna rebotó en el suelo, fuera de su alcance. Enfurecida, la aventurera golpeó a Danilo con el pie que tenía libre, y la mandíbula del humano dio un chasquido. Entonces le soltó el tobillo y empezó a jurar de una forma insospechada en alguien de su posición.
Arilyn rodó sobre su espalda y se levantó de un salto. Detrás de ella un aturdido Danilo de rodillas se llevó una mano a la cara y movió la mandíbula para comprobar si seguía entera. Satisfecha por que hubiera dejado de resistirse, la semielfa se inclinó para recoger la espada.
Pero el terco aristócrata se irguió de repente y se abalanzó sobre ella. Ambos cayeron al suelo, rodaron, dando puntapiés y tratando de ganar ventaja sobre el otro. Arilyn luchaba por liberarse, frustrada por la inesperada fuerza y persistencia del ataque de Danilo. El humano nunca podría vencerla con la espada, pero en el combate cuerpo a cuerpo era un digno rival. No podría liberarse de él a tiempo.
—Para de una vez. Se está escapando —dijo Arilyn con furia.
—¿Quién? ¿Quién escapa? —preguntó él, agarrándola aún con más fuerza.
—El asesino.
La expresión de Danilo se endureció y reflejó escepticismo. Arilyn se lanzó a un desesperado intento de convencerlo, para que comprendiera antes de que fuese demasiado tarde.
—El asesino. Estaba aquí. Lo vi junto a tu cama, inclinándose sobre ti. Atacó y... —El horror que sentía le impidió continuar.
—¿Y? —instó Danilo.
Pero Arilyn no pudo responder. ¿Qué se había hecho del intruso? Un momento la misteriosa figura estaba en la alcoba, y al momento siguiente ella ya estaba luchando con Danilo. ¿Lo habría soñado? La semielfa se incorporó y se presionó la frente con ambas manos, apenas consciente de que el noble la había soltado.
—Arilyn —dijo Danilo con voz suave, echándola hacia atrás—. Arilyn, querida, dime qué esta ocurriendo.
—Ojalá lo supiera. —En su desconcierto permitió que Danilo la atrajera hacia sí, como si fuera una niña asustada.
—Dímelo —la apremió él.
—Tuve un sueño. Al despertar, al menos creo que estaba despierta, había alguien que se inclinaba sobre ti. Era el asesino.
—¿Estás segura?
—Sí. No puedo explicarlo, pero estoy segura. Así pues, saqué un arma y ataqué. —Antes de que Danilo pudiera decir nada, sonó un fuerte golpe en la puerta.
—¿Lord Thann? ¿Va todo bien ahí dentro?
—¡Maldita sea hasta el noveno infierno! Es el posadero —masculló Danilo—. Sí, Simon, todo va perfectamente —gritó—. Perdón por el jaleo. Ha sido sólo una pesadilla, nada más.
—No parecía una pesadilla, señor —objetó Simon.
—Sí, bueno —improvisó Danilo—, cuando mi acompañante despertó de la pesadilla necesitaba que la... mmm consolaran. Una cosa llevó a la otra y... bueno, mis disculpas si hemos molestado a alguien.
—¿Estáis seguro de que no pasa nada?
—Nada en absoluto.
Hubo un silencio seguido de una breve risita.
—Lord Thann, puesto que mis huéspedes menos afortunados quieren dormir, ¿os importaría no armar tanta bulla?
—Te aseguro que no despertaremos a nadie más.
—Gracias, señor. Buenas noches. —Los pasos del posadero se alejaron de la puerta y fueron apagándose.
Danilo bajó la mirada hacia la semielfa, sin saber cómo reaccionaría ésta. Pero Arilyn estaba demasiado preocupada para sentirse ofendida por la escandalosa explicación del noble. Una vez seguro de que no corría peligro, Danilo le apartó de la cara un rizo húmedo de cabello azabache.
—Sólo ha sido un sueño —le dijo suavemente.
—No —insistió Arilyn, apartándose de él. Se levantó y se abrazó a sí misma, cogiéndose los codos con las manos mientras trataba de resolver el misterio con toda su capacidad mental—. Ha sido más que una pesadilla; más que un sueño para advertirme.
—Oye, me parece que estás un poquito alterada —dijo Danilo, extendiendo las manos delante del cuerpo en un gesto que pretendía tranquilizarla—. ¡No es de extrañar! Teniendo en cuenta por lo que has pasado últimamente es normal tener pesadillas. Cada vez que recuerdo a esos osos lechuza me entran ganas de...
Danilo se interrumpió, pues era evidente que Arilyn no lo escuchaba. Tenía la mirada fija, y en su rostro el alivio y el horror luchaban por obtener el dominio.
—Sabía que no era un sueño —susurró.
Danilo siguió su mirada. En la palma de su mano izquierda brillaba con un débil resplandor azulado una pequeña arpa y una luna creciente. El símbolo de los Arpistas.
Las agitadas nubes se abrieron, y la intermitente luz de la luna iluminó dos figuras que avanzaban por un lado del edificio. Una de ellas se movía con seguridad por la estrecha cornisa, mientras que la otra se agarraba al edificio y se arrastraba dificultosamente tras la primera.
—Supongo que estás acostumbrada a las alturas —murmuró Danilo, aferrándose al muro y pugnando por seguir el paso de su mucho más ágil compañera.
—Más o menos —replicó Arilyn distraída, pensando sólo en su meta.
—Espero que el bardo haya dejado la ventana abierta —se quejó Danilo—. Por cierto, ¿sabes forzar puertas? Claro que sí. Olvida la pregunta. Es que se me acaba de ocurrir que si tienes que forzar la ventana, bueno, podrías haber hecho lo mismo con la puerta, y nos habríamos ahorrado la molestia de reptar por el muro como si fuésemos dos malditas arañas.
—Silencio —susurró Arilyn, tragándose el enojo que sentía. Una vez más se reprochó interiormente haberse sentido atraída hacia Danilo Thann. Era un hombre de lo más frustrante; un momento era un astuto luchador, otro un amigo comprensivo y otro un bobo bueno para nada. Normalmente era esto último. Pero ahora era más simple que nunca, sin duda porque el ataque dirigido contra su preciosa persona lo había intimidado. Debería haberlo dejado atrás, encogido de miedo en esa deprimente alcoba.
Arilyn bordeó una ventana con aguilón, segura pese a la diminuta superficie de apoyo, pero Danilo tropezó y agitó frenéticamente los brazos al tiempo que se inclinaba peligrosamente hacia adelante. La semielfa lo agarró por la capa y tiró de él hacia atrás.
—Cuidado —le espetó—. ¿Estás seguro de que Rhys Alacuervo duerme en la habitación del fondo?
—Totalmente —resopló Danilo, agarrándose con ambas manos al muro mientras echaba un vistazo al patio de abajo. Pese a que trataba de hablar con aire despreocupado, la voz le temblaba—. Pedí al posadero la Cámara del Rey, donde suelo alojarme cuando le doy demasiado al zzar, pero Simon me informó de que estaba reservada para el bardo. ¡Imagínate!
Se acercaban al final del edificio. Arilyn le indicó a Danilo por señas que permaneciera callado y avanzó con sigilo hasta la última ventana. Estaba abierta. La semielfa entró silenciosamente en la habitación y se ocultó tras las pesadas cortinas de brocado que flanqueaban la ventana. En la habitación no se oía ningún sonido; no había ni rastro de un intruso.
Conteniendo la respiración, Arilyn se aproximó al lecho y colocó los dedos sobre el cuello del bardo.
—Demasiado tarde —gruñó suavemente.
Danilo entró en la habitación tambaleándose y fue a reunirse con ella.
—¿Muerto? —susurró. Por una vez su rostro aparecía pálido.
—Sí. —La semielfa señaló la marca a fuego en la palma de la mano vuelta hacia arriba. Arilyn sentía que la rabia le corría por las venas como fuego líquido—. Mataré a ese monstruo —juró en voz baja.
—No lo dudo, pero esta noche no —replicó Danilo cogiéndola por un codo—. Tenemos que marcharnos de aquí. Enseguida.
—¡No! —Arilyn se desasió bruscamente—. Estoy demasiado cerca.
—Exactamente —dijo Danilo con voz forzada—. Peligrosamente cerca, diría yo. Mira, es posible que tú no temas a ese asesino de Arpistas, pero a mí no me sentaría nada bien una lividez cadavérica. —El noble alzó la palma izquierda para que su compañera viera la reluciente marca azulada—. ¿Recuerdas esto?
—Tú puedes irte cuando quieras —dijo Arilyn.
Danilo se llevó la mano marcada a la cabeza para alisarse el ensortijado cabello alborotado por el viento. El movimiento le hizo perder el equilibrio y tuvo que agarrarse a un pilar de la cama para no caer.
—¿Irme? Nada me gustaría más que salir corriendo de aquí para ponerme a salvo —replicó—. Pero ¿te has parado a pensar que quizá no puedo hacerlo?
Arilyn retrocedió y le dirigió una penetrante mirada.
—¿De qué estás hablando?
—De mí. Me siento fatal.
—Y yo también. Conocía a Rhys Alacuervo de Suzail.
—No, no me refiero a eso, aunque también es algo a tener en cuenta. Me encuentro mal. Piensa —dijo, señalando al bardo muerto—. ¿Qué mató a Rhys Alacuervo? ¿Acaso ves sangre o signos de lucha?
—No, nada —admitió ella—. Eso es parte del problema. Todas las víctimas fueron asesinadas mientras dormían y no mostraban más marcas que... —Los ojos de la semielfa se abrieron mucho—. Veneno —añadió en un agrio susurro—. La marca está envenenada. No se la hace después de muertos, como creíamos. Los mata con una marca mágica y envenenada.
—Sí, yo también lo creo —convino con ella Danilo—. Ni tú ni yo contamos con los medios para hacer frente a un asesino con poderes mágicos, ni siquiera si logramos dar con él. Y dudo que podamos.
Arilyn comprendió y los ojos se le desorbitaron. Entonces cogió la mano de Danilo y la contempló fijamente, como si pensara que podía borrar la marca sólo con la fuerza de voluntad.
—Oh, dioses, a ti también te ha envenenado. ¿Qué hacemos aquí parados? ¿Estás bien?
El noble se encogió de hombros tratando de tranquilizarla.
—Sobreviviré, creo. Interrumpiste al asesino antes de que me inoculara todo el veneno, pero me empieza a rodar la cabeza.
—El tejado —dijo Arilyn, recordando que Danilo había estado a punto de caer.
—Entonces me lo imaginé —admitió Danilo con una débil sonrisa—. Yo también estoy acostumbrado a entrar y salir por las ventanas y tengo un excelente sentido del equilibrio. Es posible que me haya oxidado un poco, pero no tanto. Ese traspié puso todas las piezas del rompecabezas en su sitio. —Su voz se endureció de pronto—. Tú me metiste en esto y por tu culpa han estado a punto de matarme, una vez más debería añadir. Así pues, vas a llevarme a un lugar seguro. Enseguida.
Arilyn asintió secamente sintiéndose frustrada porque sabía que el asesino andaba cerca y también preocupada por Danilo. Pese a sus protestas, el joven aristócrata se veía lívido. Si la cosa iba a más no sería capaz siquiera de salir de la posada por su propio pie.
—Vamos —dijo la semielfa, y añadió secamente—: En estas circunstancias quizá será mejor salir por la puerta.
—Oh —exclamó Danilo, alejándose de la ventana—. Buena idea.
Arilyn echó una mirada a la bolsa mágica que pendía del cinturón del humano y recordó que en su interior llevaba un libro de hechizos. No le gustaba nada emplear magia pero no le quedaba más remedio.
—¿Por casualidad conoces el hechizo de la invisibilidad?
—No, pero si cantas algunos compases yo trataré de seguirte —respondió Danilo en tono algo aturdido.
Arilyn lo miró realmente preocupada.
—Debes de haber asimilado mucho más veneno del que creíamos. Esa broma ya era vieja en los tiempos de Myth Drannor.
El pisaverde replicó con una débil sonrisa. Entonces levantó los ingredientes del hechizo e indicó a Arilyn por señas que se pusiera junto a él.
—En estos momentos yo también me siento muy viejo. Vamos, salgamos de aquí.
Pocos minutos más tarde unos invisibles Arilyn y Danilo se dirigían silenciosamente al noroeste, hacia el distrito del Castillo, donde tenía la casa la aventurera Loene. Era el lugar más seguro que se le ocurría a Arilyn. La casa de Loene, ubicada en la avenida de Aguas Profundas, era una auténtica fortaleza situada al alcance de la vista de los soldados estacionados en el castillo. Al recordar la estela de muertos que iba dejando a su paso, la semielfa detestaba implicar a la mujer; no quería conducir al asesino de Arpistas a casa de Loene.
Pero no podía hacer otra cosa. El esfuerzo de lanzar el hechizo que los haría invisibles a ellos dos y también a los caballos había mermado las fuerzas de Danilo, que parecía debilitarse por momentos. Arilyn temía que si se desmayaba ya no volvería a recuperar la conciencia. Tal vez si lo animaba a seguir hablando... No debería resultarle demasiado difícil.
—¿Estás seguro de que el posadero no sospechará de nosotros por la muerte del bardo? —preguntó en un susurro.
Danilo asintió y el esfuerzo estuvo a punto de tirarlo del caballo.
—¿Por qué? —inquirió de nuevo Arilyn, alargando un brazo para volver a poner al noble erguido sobre la silla.
—Dejé una ilusión mágica en nuestra alcoba —masculló Danilo—. Antes de salir para ver cómo estaba el bardo. Por lo que pudiera pasar.