Danilo se encogió de hombros.
—Vale, pero es posible que no te guste.
—Prueba.
—Parece que una de tus sombras se me ha pegado, querida —le informó el noble—. He venido a devolvértela.
—No comprendo —repuso Arilyn, retrocediendo.
—Vaya, hombre, Me temía que dirías justamente eso —dijo Danilo con un suspiro—. Bueno, deja que te lo aclare, si puedo. Como sabes, anoche me marché de casa de Loene. Hace muchos días que estaba ausente de Aguas Profundas y debía ocuparme de un asunto personal de importancia.
—¿En la Casa de Placer y Salud de la Madre Tathlorn?
Danilo se limitó a encogerse de hombros, sin decir ni sí ni no.
—Pero desde esa pequeña escapada algo me ha estado siguiendo. Y fíjate —dijo recalcando las palabras— que digo «algo». Por el rabillo del ojo veo una sombra pero cuando me doy la vuelta no hay nadie. Es verdaderamente desconcertante —añadió en tono remilgado.
La descripción le sonaba familiar. Arilyn había tenido esa misma sensación muchas veces, aunque, y ahora caía en la cuenta, no se había repetido desde que abandonaran La Casa del Buen Libar la noche antes. Asintió lentamente.
—Imagino que reconoces mi descripción de esa particular sombra —dijo Danilo, y Arilyn asintió otra vez—. Perfecto —añadió irónicamente—. Ahora llegamos a alguna parte. Déjame que te diga que no tengo la más mínima intención de solucionar esto yo solito. Tal como yo lo veo, si te sigo por ahí un tiempo más quizás esa sombra regrese a su dueña, a ti, y yo podré seguir mi camino sin estorbos. ¿Te parece justo?
—Supongo que sí —accedió ella de mala gana—. Vamos, y mantén la boca cerrada, si puedes.
—Tú primero.
Arilyn iba a cruzar la puerta abierta de la taberna cuando chocó contra una pared de músculo macizo. La semielfa retrocedió un paso, alzó la vista y se encontró con la cara de pocos amigos del hombre más grande que había visto en su vida. Era cuadrado como un armario y literalmente ocupaba toda la entrada.
—Está cerrado —gruñó a través de una espesa barba crespa del color del hierro oxidado.
—Venimos a ver a Elaith Craulnober —dijo Arilyn.
—Si él quisiera verte, zagal, ya te buscaría —comentó el gigante con una desagradable sonrisa—. Largo o tendré que darte unos azotes en el trasero.
—Me temo que debo insistir —dijo suavemente Arilyn al tiempo que desenvainaba la hoja de luna.
El hombretón inclinó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. Su risa atrajo a otros hombres de aspecto igualmente duro.
—Este mocoso dice que «insiste» —dijo a uno de ellos, señalando con el pulgar al delgado «muchacho» parado en la entrada. Sus compañeros sonrieron con suficiencia.
—Dice que insiste —murmuró Danilo, hundiendo la cara en las manos.
—Bonita espada, chico. La tienda de antigüedades está un poco más abajo —se burló uno de los matones—. Para lo que va a servirte te aconsejo que la vendas.
—Apartaos o desenvainad las armas —dijo Arilyn con firmeza—. Yo no lucho contra hombres desarmados.
—Nos ha salido caballeroso, el niño —saltó otro, y sus palabras fueron acogidas con risotadas.
—Bueno, si eso es lo que quiere... —dijo una grave voz de bajo desde el otro lado de la mole humana que taponaba la puerta.
—Sí. Mostradle las armas, chicos. —Quien había hablado tenía la piel curtida por el sol y llevaba las elegantes prendas de un pirata de Ruathym. El pirata esbozó una maligna sonrisa que dejó al descubierto varios dientes de oro, mientras se sacaba un cuchillo muy largo de un brillante fajín amarillo.
Con una expresión de apenada resignación, Danilo desenvainó su espada y se puso junto a Arilyn. Los matones examinaron al lechuguino desde la pluma del sombrero hasta la punta de las lustradas botas y les sobrevino otro ataque de hilaridad.
El elfo dueño de la taberna, alertado por el jaleo, alzó la vista. Al ver que se acercaba grácilmente a la puerta, Arilyn guardó la espada y se quitó la gorra que le cubría el pelo y las orejas. Los ojos de Elaith Craulnober se iluminaron al reconocerla.
—Está bien, Durwoon —dijo el
quessir
al gorila—. Tu diligencia es encomiable pero no debemos ahuyentar a los clientes.
Fue una reprimenda muy suave, pero el hombretón palideció y se esfumó en las sombras seguido por sus compinches.
—Qué sorpresa tan agradable —murmuró Elaith, dejando bien claro que sólo se dirigía a Arilyn—. Bienvenida a mi nuevo establecimiento. —El elfo hizo un gesto para señalar la frenética actividad y explicó—: Lo adquirí hace sólo dos noches. El anterior propietario bebió demasiado, me temo, y me desafió a una partida de dardos. Tenemos previsto reabrir esta noche, que será la primera del festival. —Súbitamente se interrumpió, tomó la enguantada mano de Arilyn y se inclinó sobre ella—. Disculpa. No creo que hayas venido aquí para oírme hablar de mi última aventura empresarial. ¿En qué puedo servirte?
—Supongo que sabrás que Rhys Alacuervo fue asesinado anoche en la misma posada en la que nos conocimos —replicó Arilyn.
—Una tragedia —repuso Elaith suavemente—. ¿Pero qué tiene que ver eso contigo o conmigo?
—Tú estabas allí —observó Danilo con candidez.
El quessir enarcó las cejas en señal de gentil reproche.
—Y vosotros también. Los soldados han hecho la misma lúgubre suposición, pero ahora están completamente convencidos de mi inocencia.
Arilyn lanzó a Danilo una mirada apabullante y se volvió hacia el elfo.
—¿Podemos hablar a solas?
—Naturalmente —repuso Elaith, mirando a Danilo con aversión. El elfo cogió a Arilyn por el brazo y la condujo al interior de la taberna. Negándose a sentirse insultado o excluido, Danilo los siguió resueltamente.
—No quisiera meterme donde no me llaman, mi querida
etrielle
, pero yo de ti me desharía de ése —murmuró el elfo en voz demasiado baja para que el humano lo oyera.
—No creas que no lo he intentado —replicó Arilyn.
—¿De veras? Qué interesante —comentó Elaith, pensativo.
Para sorpresa de la semielfa, Elaith pareció tomarse su brusco comentario como una pieza especialmente importante de un rompecabezas. Le hubiera gustado pedirle una explicación, pero ya habían cruzado toda la taberna y se encontraban en una habitación trasera en la que, al parecer, tenía su despacho. El elfo no había perdido tiempo en instalarse en lo que probablemente antes era un almacén; la habitación había sido barrida y encalada de nuevo, y la ventana que daba al callejón relucía al sol de la mañana. Había otra ventana con todo el aspecto de haber sido abierta recientemente, que daba a la taberna. Arilyn recordó que del otro lado esa ventana parecía un espejo.
Elaith le ofreció cortésmente una de las sillas de piel que flanqueaban un pupitre de madera de teca traída de Chult. Danilo prefirió quedarse de pie y se apoyó indolentemente en la pared, justo detrás de Arilyn, arreglándose cuidadosamente los pliegues de la capa.
—¿Qué sabes de la muerte del bardo? —preguntó Arilyn, yendo directamente al grano.
Elaith se sentó tras el pupitre y extendió las manos ante él.
—Muy poco —contestó—. Me marché de la posada poco después de que tú te retiraras. ¿Por qué lo preguntas?
—Como siempre digo, nunca descartes lo evidente —metió baza Danilo jovialmente.
El
quessir
lo miró despectivamente. El humano estaba de pie detrás de Arilyn Hojaluna, como si quisiera protegerla aun a costa de su despreciable vida. Era una idea divertida, pero Elaith no estaba de humor para apreciarla.
—Joven, no pongas a prueba mi paciencia. Yo no he matado a esos Arpistas como tan torpemente insinúas. —La ceñuda expresión del elfo desapareció para ser sustituida por una malvada sonrisa—. A decir verdad, casi desearía serlo. El asesino, o asesina, es realmente muy bueno.
—No te apures, cuando lo encontremos no nos olvidaremos de darle recuerdos de tu parte —comentó Danilo arrastrando las palabras—. Estoy seguro de que tu admiración significa mucho para él.
Arilyn hizo caso omiso de su compañero y dijo a Elaith:
—Tengo razones para creer que el asesino es un Arpista.
—¿De veras? —intervino Danilo y su tono de voz reflejaba sorpresa.
—Sí. ¿Te importa, por favor? —dijo Arilyn, echando una rápida mirada al aristócrata por encima del hombro—. Esto me dificulta hacer cualquier investigación. Obviamente no puedo hacer indagaciones directamente, pues podría alertar a la persona equivocada.
—Obviamente —murmuró Elaith con una sonrisa—. Me encantaría ayudarte, pero ¿por qué has acudido a mí?
—Necesito información y sé que tú tienes muchos contactos en esta ciudad. Pagaré lo que me pidas.
—Eso no será necesario —repuso el elfo de la luna con firmeza—. Es poco probable que los Arpistas me confíen sus secretos, al menos no directamente, pero tengo otras fuentes así como información a la que los Arpistas no pueden acceder. No te preocupes, haré indagaciones. —Elaith abrió un cajón del que sacó pergamino y pluma—. ¿Por qué no me dices algo más sobre el asesino? Empieza por la lista de muertos.
La lista de muertos. Arilyn se estremeció ante las palabras que el elfo había pronunciado de manera tan insensible. Tal vez no era prudente hacer negocios con Elaith Craulnober. Mientras vacilaba, Danilo fue a sentarse en la silla contigua. El noble sacó de su bolsa mágica una cajita de rapé y cogió un buen pellizco. Después de estornudar violentamente varias veces ofreció la cajita primero a Arilyn y después a Elaith.
—No, gracias —declinó Elaith fríamente. Arilyn se limitó a mirar a Danilo de hito en hito. Era evidente lo que se proponía: al mostrarle la cajita de rapé de Perendra le estaba diciendo que no confiara en el elfo. La aventurera no había creído a Danilo capaz de tal estratagema y por un momento se sintió inclinada a seguir el consejo del petimetre. No obstante, sólo pensaba ofrecer a Elaith Craulnober datos que podría obtener fácilmente de otras fuentes. ¿Qué mal podría haber en ello?
Brevemente Arilyn describió el método que usaba el asesino y su macabra firma. A instancias de Elaith enumeró todas las víctimas, la fecha aproximada del ataque y el lugar. Finalmente no se le ocurrió nada más que quisiera que el elfo supiera.
—Realmente impresionante. —Elaith levantó la vista del pergamino y dirigió una tranquilizadora sonrisa a Arilyn—. Supongo que es suficiente para comenzar. Me pondré enseguida con esto y cuando sepa algo te lo comunicaré de inmediato. —Con estas palabras se levantó y tendió la palma de su mano a Arilyn.
Agradecida, ésta colocó su propia palma sobre la otra.
—Muchas gracias por tu ayuda.
—Querida, puedes estar segura de que haré todo lo que pueda.
—¿Por qué? —preguntó Danilo, sin andarse con rodeos.
Elaith retiró la mano y miró al noble con una sonrisa divertida.
—La
etrielle
y yo tenemos mucho en común. Y ahora, si me perdonáis... Aún tengo mucho que hacer si quiero abrir a tiempo la taberna para el jolgorio de esta noche.
Arilyn inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y arrastró a Danilo por la puerta trasera, que daba al callejón.
—¿Qué te ha parecido ese último comentario? «Mucho en común», ¡ya lo creo! —preguntó Danilo con sorna tan pronto como la puerta se cerró tras ellos—. No sé qué más pruebas necesitas.
—Pero ¿qué estás farfullando?
—De pruebas. ¿«Mucho en común»? Piensa: tú eres una asesina y él también. A mí me ha sonado a confesión —respondió Danilo. La semielfa alzó las manos al cielo, contrariada—. Ya veo que no estás de acuerdo conmigo.
La semielfa pensó muy bien lo que iba a decir antes de hablar.
—Sea lo que sea Elaith Craulnober, es un elfo de la luna y quessir. Tú no entiendes qué significa eso.
—Ilústrame —replicó Danilo frívolamente.
—El término
quessir
significa mucho más que elfo. Es un tratamiento cortés que implica una determinada posición social y un código de comportamiento. El equivalente más parecido en común es «caballero», aunque es más que eso.
—Yo nunca lo consideraría un caballero —observó Danilo.
—Lo has dejado muy claro. Por cierto, ¿desde cuándo tomas rapé?
El aristócrata sonrió de oreja a oreja.
—¡Ah! Captaste mi mensaje.
—No era muy sutil que digamos —refunfuñó la semielfa—. ¿Qué te hace pensar que ese rufián de Evereska compró la cajita de rapé a Elaith? Te recuerdo que él no es el único elfo de Aguas Profundas.
—No confío en él —contestó Danilo francamente—, y no me gusta que tú sí lo hagas.
—¿Quién ha dicho que confío en él? —replicó Arilyn—. Aunque quizá debería. Entre los elfos de la luna suele haber un gran sentido de la lealtad.
Danilo abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor.
—Cambiando de tema, ¿por qué dijiste que el asesino podría ser un Arpista?
—Porque es muy probable —contestó la semielfa en tono cortante—. Los Arpistas forman una organización secreta, y la mayoría de ellos no van por ahí anunciando qué son. El asesino conoce demasiado bien a sus víctimas para ser un extraño.
—Ah.
Arilyn echó a caminar por el callejón, y Danilo la siguió.
—¿Adónde vamos ahora?
—Vamos a encontrar al elfo que vendió la cajita de rapé de Perendra.
En el callejón flanqueado por árboles de detrás de la ajetreada taberna, una sombra se movió y se dispuso a seguir a Arilyn y Danilo.
—Espera, espera, viejo amigo. ¿A qué tanta prisa?
La melodiosa voz tocó una fibra sensible, avivando la memoria de viles actos que parecían incompatibles con el dulce tono de quien había hablado. Un escalofrío recorrió el espinazo de Bran Skorlsun y, al volverse, vio por primera vez en muchos años a «la Serpiente».
Elaith Craulnober había cambiado muy poco en las últimas décadas. Seguía siendo un guerrero elfo en la flor de la vida; una bella arma viviente. Esbelto y sinuoso, se apoyaba en una graciosa pose en la valla de madera del callejón. Una leve sonrisa divertida iluminaba su apuesto rostro, y sus ojos ambarinos tenían una mirada aparentemente dulce. Pero a Bran no le engañó ni por un momento.
—Es una mañana demasiado fría para que las serpientes salgan.
—Vaya forma de saludar a un compañero con el que compartiste tantas aventuras en tu lejana juventud —replicó Elaith, enarcando las cejas y con aire displicente.