El elfo miró de soslayo al dandi.
—Claro que sí. Me imaginé que Arilyn volvería e hice que me trajeran algunas cosas. —El elfo avanzó graciosamente hasta una caja fuerte empotrada en la pared, la abrió hábilmente y sacó dos objetos envueltos en seda. Desenvolvió el primero y se lo tendió a la semielfa.
Arilyn dejó escapar un pequeño grito. En las manos sostenía amorosamente un pequeño marco oval del que no podía apartar los ojos. Danilo se inclinó hacia el objeto por encima de su hombro.
—¿Tu madre?
La aventurera sólo pudo asentir. El retrato mostraba a una joven elfa de la luna, una
etrielle
que aún no podía considerarse adulta, con el sedoso cabello color zafiro recogido en largas trenzas y los ojos azules con motas doradas. Junto a ella se veía a un Elaith Craulnober más joven y feliz. Ambos iban ataviados con túnicas ceremoniales plateadas y azul cobalto, ¿acaso vestiduras nupciales? Arilyn dirigió una incrédula mirada el elfo de la luna, y la sonrisa de éste reflejó una antigua tristeza.
—Y también hay esto —dijo Elaith, dejando a la vista una ornamentada espada, que dejó sobre la mesa frente a Arilyn. Había runas grabadas a lo largo de la hoja y una piedra blanca con manchas azules relucía en la empuñadura.
—¡Una hoja de luna! —exclamó Danilo, señalando el arma.
—No se de qué te extrañas tanto, joven. Estas espadas no son tan singulares como crees entre los elfos. Conozco a muchos que o bien llevan una o bien la poseen, aunque es cierto que la mayoría de ellos viven muy lejos de aquí: en Siempre Unidos o en las áreas más remotas de los Valles, cerca de donde antes se alzaba Myth Drannor.
—¿Tú no llevas tu hoja de luna? —preguntó Arilyn.
—No.
—Pero yo creía que el elfo y su espada no podían separarse —objetó la semielfa.
—Normalmente es así, pero esta espada en particular está adormecida. La magia que en otro tiempo poseía se ha perdido.
—No estoy segura de comprenderlo —dijo Arilyn, frunciendo el entrecejo.
—¿Z'beryl no te habló de las hojas de luna? No, ya veo que no. —Elaith se recostó en el borde de la mesa y cruzó los brazos—. Hace muchos siglos, trescientos maestros armeros forjaron las hojas de luna. En un principio, su único poder era la capacidad de juzgar el carácter. Sólo un elfo podía empuñarla, y se transmitía de generación en generación. Cada nueva generación añadía un nuevo poder a la espada, que dependía de las necesidades o la manera de ser de quien la empuñaba. —Elaith hizo una pausa y enarcó una ceja—. ¿Conoces todo esto? —Arilyn asintió, pues no deseaba distraer a Elaith—. ¿Sabes por qué fueron creadas? —preguntó el elfo. Arilyn vaciló y después negó con la cabeza.
»No puedo decir que me sorprenda —comentó Elaith secamente—. Kymil Nimesin fue tu maestro, ¿verdad?
—Sí, ¿y qué? —repuso Arilyn en tono algo desafiante.
—Mi querida
etrielle
, lord Kymil pertenece, en más de un sentido, a una especie en vías de extinción. Aún se lamenta de la destrucción de Myth Drannor y, como muchos de su raza, es incapaz de aceptar los cambios radicales ocurridos en Faerun que han transformado el destino de los pueblos elfos. Si Kymil conoce el papel que las hojas de luna desempeñaron en ese proceso, dudo que sea capaz de hablar de ello.
—Yo soy mala estudiante, y él lo sabe. A mí sólo me interesaba el uso práctico de la espada. El tiempo de Kymil era demasiado valioso para malgastarlo en darme lecciones de historia a las que no hubiera prestado atención.
—Es una auténtica lástima —dijo Elaith y suspiró—. Pero prosigamos. El Consejo de Myth Drannor decidió que debían tomarse medidas para asegurar la supervivencia de los pueblos elfos en Faerun. Nosotros, los elfos de la luna, nos parecemos bastante a los humanos y de todas las razas elfas somos los más adaptables y tolerantes, es decir, los más adecuados para actuar como puente entre las razas elfas más cerradas y el género humano, cada vez más numeroso. Así que se decidió ennoblecer a una familia de elfos de la luna, que deberían reinar en la isla de Siempre Unidos. Con las hojas de luna se eligió a esa familia mediante un proceso que se prolongó muchos siglos.
»Fue un simple proceso de eliminación —prosiguió Elaith, cogiendo la hoja de luna adormecida—. Como ya sabes, la hoja de luna es capaz de aceptar o rechazar a su futuro dueño. La familia que al cabo de tiempo poseía un mayor número de hojas de luna demostró auténtica nobleza, y una línea de sucesión probada. Ésa se convirtió en la familia real.
—¿Qué pasa cuando una de esas espadas rechaza al heredero elegido? —inquirió Danilo.
—¿Recuerdas qué ocurrió cuando trataste de tocar la hoja de luna? —preguntó Arilyn.
—Huy. —Danilo se estremeció—. Una herencia muy peligrosa.
—Justamente —convino con él el
quessir
—. Y con el paso del tiempo es cada vez más peligrosa, ya que la hoja de luna va adquiriendo nuevos poderes y cuesta más manejarla. Pocos demuestran ser dignos de esta tarea. Sin embargo, no todos los herederos indignos mueren en el intento; si él o ella es el último miembro de un linaje la espada considera que ha completado su misión, probar la nobleza de ese linaje, y se adormece. —La mano del elfo acarició con aire ausente la piedra blanca incrustada en la espada.
—Como tu espada —dijo Danilo.
—Sí, como mi espada —confirmó Elaith suavemente. Entonces alzó los ojos hacia Arilyn y admitió—: Yo soy el último Craulnober. Todo mi clan fue masacrado, con excepción de mi abuelo. Poco después de que se tomara este retrato mi abuelo murió y la espada llegó a mis manos. —Sus labios se curvaron en una leve sonrisa de desprecio por sí mismo, pero sus ojos no lo reflejaron—. Parece que la espada me conocía mejor que yo mismo entonces.
—Lo siento —dijo Arilyn suavemente.
—Y así sucedió. A raíz del juicio emitido por la espada, mi boda se suspendió. En lugar de quedarme en Siempre Unidos y vivir con ese estigma preferí venir a Aguas Profundas y hacerme aquí un hueco. El resto ya es cosa sabida y... —Aquí el elfo se interrumpió e inclinó irónicamente la cabeza en dirección a Danilo—... materia de rumores.
—Una historia conmovedora —comentó Danilo arrastrando las palabras— que explica tu interés por Arilyn, pero, desgraciadamente, poca cosa más.
—¿Qué más queréis saber?
—Volvamos a esto —respondió el noble, cogiendo la cajita de rapé de Perendra de encima de la mesa—. ¿Cómo llegó a ti?
—Se la compré a un perista.
—Jannaxil.
—Muy bien, humano. —Elaith enarcó las cejas sorprendido—. Y supongo que ya habrás averiguado de dónde la sacó él.
—De Hamit. Aguas Profundas parece ser una ciudad muy pequeña.
—En estos momentos estoy de acuerdo contigo —repuso el elfo, mirando a Danilo con desagrado—. Sí, por órdenes mías, Barth y su socio, Hamit, se introdujeron en casa de la maga para recuperar un objeto en particular: un libro de hechizos. Perendra los sorprendió, y ellos la mataron. Luego cometieron el error de desvalijar la casa y vender lo que habían robado. Yo me enteré cuando vi la cajita de rapé de Perendra en la tienda de Jannaxil. La compré y me la llevé a mi casa, y después fui a ajustar cuentas con Hamit.
—O sea, a matarlo —lo corrigió Danilo.
—Naturalmente. También me hubiera encargado de Barth, pero mientras me ocupaba de Hamit al parecer cogió la cajita de rapé y partió hacia Evereska. Por suerte el hechizo ha funcionado. —Elaith hizo una pausa—. Para entonces, varios Arpistas habían sido víctimas del asesino. Aunque Perendra era la única que no presentaba la marca a fuego, no quería correr el riesgo de que alguien me acusara de ser responsable de su muerte, y quizá también de ser el asesino de Arpistas. No quiero que me carguen con el muerto.
—Estás siendo muy locuaz —comentó el noble con cierta perplejidad.
Elaith lo miró un tanto sorprendido.
—Supongo que has oído hablar del código de honor que existe entre ladrones. Los asesinos tienen un código similar. Por cierto —añadió, dirigiéndose a Arilyn—, he obtenido la información que me pediste. —El elfo volvió a la caja fuerte y sacó varias hojas de pergamino, una de las cuales dio a la semielfa—. Esta mañana adquirí algo que te pertenece. Estoy seguro de que no quieres que caiga en manos equivocadas.
Sin entender sus palabras Arilyn echó un vistazo a la página.
—Está dirigida a los zhentarim de Zhentil Keep.
—Sí. Lo encontré por casualidad mientras investigaba los posibles antecedentes del asesino de Arpistas.
Involuntariamente Arilyn se estremeció. Elaith acogió su reacción con una sonrisa divertida.
—Tal vez ahora, teniendo en cuenta estos nuevos datos, podemos acabar con la farsa.
—¿Farsa?
—Oh, vamos —la reprendió el elfo amablemente—. Debo decir que admiro tu plan; eres realmente astuta. A mí no se me hubiera ocurrido cobrar simultáneamente de los Arpistas y de los zhentarim.
—¿De qué estás hablando? —inquirió ella, horrorizada.
—De tu genial montaje. ¿De qué si no? —Elaith sonrió—. Es brillante aunque también arriesgado. Una agente Arpista que trabaja para los zhentarim. Pese a sus muchos defectos, la Red Negra ciertamente paga bien. Como ejecutora de zhentarim le ofreces un valioso servicio: eliminar a los rebeldes, los inoportunos y los ineptos de sus filas. Y a los Arpistas les encanta que acabes con las alimañas de este mundo. —Elaith rió por lo bajo—. Arpistas y zhentarim unidos por fin. ¡Qué ironía tan deliciosa!
La diversión de Elaith acabó tan pronto como se encontró con la punta de la espada de Arilyn en la garganta.
—Yo no trabajo para los zhentarim —afirmó la semielfa, y su voz rebosaba una rabia contenida—. ¿De dónde has sacado esa idea?
—Caramba, caramba —se maravilló Danilo—. Al final resulta que he estado acusando a quien no era.
Arilyn le lanzó una mirada furiosa.
—Danilo, éste no es el momento para...
—¿Es que no lo ves? —insistió el noble—. El elfo al que estás a punto de atravesar es inocente. Bueno, quizás inocente no sea la palabra adecuada para él, pero tampoco es culpable. Esto... lo que quiero decir es...
—¡Suéltalo ya!
—Elaith Craulnober cree que tú eres la asesina de Arpistas —dijo Danilo—. Por tanto, eso significa que él no es el asesino.
Lentamente Arilyn bajó la espada. Elaith se llevó una mano a la garganta para limpiarse la gota de sangre que le había arrancado la punta de la hoja de luna.
—Gracias por tu conmovedora defensa de mi carácter —dijo a Danilo. Entonces se volvió hacia Arilyn y le hizo una reverencia—. Parece que he cometido un grave error. Perdóname por haberte juzgado mal, hija de Z'beryl. ¿Permites que te explique cómo ha ocurrido?
—Por favor.
Elaith señaló la carta que Arilyn aún sostenía en una mano.
—Creí que la habías escrito tú.
—¿Por qué? —inquirió Danilo, escandalizado.
—Fue enviada junto con una factura detallada —respondió Elaith, al tiempo que depositaba sobre la mesa dos páginas más de pergamino—. Esta es la factura —dijo señalando la de la izquierda—, y ésta es la información que me diste sobre los Arpistas asesinados.
Arilyn se inclinó sobre el pupitre para leer, mientras que Danilo hacía lo propio por encima de su hombro. La factura dirigida a los zhentarim era una lista de nombres. Arilyn los conocía todos. El último era Cherbill Nimmt, el soldado que ella había matado en el fuerte Tenebroso la pasada luna.
—Esta factura incluye la mayoría de mis misiones del último año —dijo en voz baja.
—Sí, lo sé —repuso Elaith.
Arilyn comparó las listas; las fechas y los lugares coincidían como las columnas de un libro de cuentas de un comerciante. El balance era perfecto. La semielfa se quedó helada.
Equilibrio. Por cada agente que ella había matado con su espada, el asesino había matado a un agente Arpista. Ningún lado se beneficiaba de la pérdida del otro. Mientras Arilyn reflexionaba sobre ello, una sospecha se fue abriendo paso en su mente. Era algo atroz, pero que no podía descartar alegremente.
Danilo, absorto aún en el estudio de ambas listas, lanzó un quedo silbido.
—Por los dioses, alguien se ha tomado muchas molestias para tenderte una trampa.
—Y lo ha logrado —apostilló el elfo que añadió dirigiéndose a Arilyn—: Tengo razones para creer que los Arpistas sospechan de ti y han lanzado a alguien tras tu pista. Si se enteran de esta supuesta conexión con los zhentarim, te harán responsable. Ve con cuidado.
—Lo haré. —Arilyn se levantó y tendió la palma de la mano izquierda al elfo de la luna—. Gracias por tu ayuda.
—A tu servicio —respondió éste, cubriendo brevemente la palma de Arilyn con la suya propia. La semielfa se encaminó a la puerta seguida de Danilo.
En el umbral, la aventurera se volvió hacia el elfo y le preguntó:
—Una cosa más: cuando nos conocimos en La Casa del Buen Libar me confundiste con Z'beryl, ¿verdad?
—Sí.
—Pero me llamaste por otro nombre.
—¿Eso hice? —Elaith se encogió de hombros como si el asunto no tuviera importancia, y se dirigió a Danilo—. Por cierto, he tomado medidas para que te maten. Te lo digo porque, en caso de que no consiga anular la orden, es posible que desees tomar precauciones extra.
A Danilo casi se le salen los ojos de las órbitas.
—¿Por cierto? —repitió, incrédulamente.
—Se lo sugerí a un viejo conocido, y él me dijo que se ocuparía —comentó el elfo, que parecía divertirse de lo lindo con la turbación del petimetre.
—¿Supongo bien si creo que no vas a revelarnos el nombre de ese conocido tuyo? —inquirió Arilyn. El elfo de la luna se limitó a enarcar una ceja, y la semielfa se encogió de hombros—. Sólo dime una cosa: ¿es un Arpista?
—La verdad es que no —contestó Elaith, que encontró la ocurrencia muy divertida.
La semielfa asintió y abandonó aquella línea de interrogatorio.
—Por cierto, ¿por qué querías ver a Danilo muerto?
—¿Por cierto? —repitió Danilo con voz aturdida—. Otra vez esa expresión.
—No me cae bien —le dijo el elfo a Arilyn, como si eso fuera razón suficiente—. Y ahora, si me perdonas, tengo mucho trabajo que hacer antes de esta noche.
Arilyn cogió a Danilo del brazo y lo arrastró fuera de La Daga Oculta. El sol de última hora de la tarde proyectaba ya largas sombras. El pisaverde miró nervioso a su alrededor.
—El elfo bromeaba, ¿verdad? —preguntó cuando se encontraban de nuevo en la seguridad de la calle atestada.