La Venganza Elfa (32 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

BOOK: La Venganza Elfa
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—Acamparemos aquí. Yo cazaré y tú te ocupas de los caballos. —Sin esperar respuesta la semielfa desmontó de un salto y, armada con un pequeño arco y una aljaba, se internó en el bosque.

Mientras preparaba el campamento, Danilo trató de dar con el modo de sacar a colación el tema de la hoja de luna. Mientras almohazaba y ataba a los caballos, iba descartando una idea tras otra. Después de ocuparse de los caballos reunió unas piedras y las dispuso en círculo. Luego apiló leña dentro del círculo, cortó dos palos ahorquillados para que tuvieran la misma longitud y los clavó en el suelo, uno a cada lado del fuego; servirían para asar lo que Arilyn abatiera con las flechas.

Tuvo una idea. Había reunido diversas informaciones acerca de Arilyn como piezas de un rompecabezas, y la perspectiva de encender un fuego le proporcionó la última y crucial pieza que le faltaba. Entonces se sentó cerca del círculo de piedras a esperar el regreso de la semielfa.

Cuando Arilyn volvió al campamento con un par de perdices, Danilo se levantó y continuó haciendo su parte del trabajo. Lanzó unas ramas dentro del círculo y sacó de su bolsa un pedazo de pedernal. Con movimientos lentos y exagerados se inclinó y apuntó el pedernal al círculo de piedras. Por el rabillo del ojo vio que la semielfa, que se disponía a cortar una rama de un matorral, se quedaba quieta y extendía una mano como si quisiera detenerlo.

Haciendo deliberadamente caso omiso, Danilo murmuró las palabras «aliento de dragón». El pedernal que sostenía desapareció y de la leña surgieron brillantes llamas que lanzaron una lluvia de chispas doradas al cielo nocturno. Tras el estallido inicial, el fuego mágico se apaciguó inmediatamente y se convirtió en una pequeña y agradable fogata que chisporroteaba.

—¿No te había dicho que no hicieras eso?

Danilo se levantó y se dio media vuelta, con las manos en los bolsillos, para encararse con la furiosa semielfa.

—Es posible —contestó en tono afectado—. Pero no comprendo por qué.

—No me gusta el fuego mágico, eso es todo. —Arilyn se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y empezó a preparar un asador; arrancó las hojas de una rama verde y se puso a sacar punta a un extremo.

—¿Puedo ayudar en algo?

La semielfa le lanzó las perdices a Danilo, indicándole así que las desplumara. El noble se puso manos a la obra de inmediato. Una vez listo el asador, Arilyn alzó los ojos y preguntó en tono brusco:

—¿Aún no has acabado con esos pájaros?

Danilo le tendió la primera perdiz. La semielfa la ensartó en el asador y, con bastante cautela, la puso sobre el fuego.

A Danilo le pareció una manera de empezar tan buena como cualquier otra.

—La verdad, querida —dijo, afanado en desplumar la segunda perdiz—, ¿no crees que tu aversión al fuego mágico es un poco estúpida?

—¡Estúpida! —Los ojos de Arilyn centellearon. Se sentó y se abrazó con fuerza las piernas dobladas contra el pecho—. Tú no eres el más indicado para usar tales palabras. Para ti todo es un juego: la magia es para hacer trucos de salón y el asesino de Arpistas tema para una de tus pésimas canciones.

—Tal vez no debería haber dicho «estúpido» —reconoció Danilo.

Al ver que la segunda perdiz ya estaba lista, la semielfa se la arrebató de las manos. A continuación retiró el asador del fuego y ensartó la otra ave. Una vez hecho esto, se volvió de nuevo hacia Danilo. Ahora se la veía más tranquila, pero en sus ojos aún ardían la rabia y los recuerdos dolorosos.

—Durante la Época de Tumultos el fuego mágico se volvió loco. Muchos murieron, muchas personas buenas... —La semielfa no pudo continuar.

—¿Algún conocido tuyo? —preguntó Danilo suavemente.

Arilyn asintió.

—En esa época yo viajaba con un grupo de aventureros llamado Los Siete del Martillo. Uno de ellos era mago y quiso lanzar una bola de fuego mágico contra un ogro. Las llamas consumieron a todo el grupo, menos a mí, obviamente —relató en tono amargo.

—Me pregunto por qué tú no.

—Supongo que tú nunca has visto usar el fuego mágico en batalla —prosiguió Arilyn, haciendo caso omiso de las palabras del noble—. La devastación que crean los magos guerreros va más allá de lo imaginable. Deberías haber visto qué hicieron los Magos Rojos de Thay en algunas zonas de Rashemen, o lo que los magos de la Alianza hicieron a los tuigan durante la cruzada del rey Azoun contra los bárbaros. Aunque, desde luego ningún miembro de la nobleza de Aguas Profundas creyó que aquella cruzada fuese lo suficientemente importante... —Arilyn se interrumpió y arrojó una ramita al fuego—. Estáis tan consentidos, tan protegidos y vivís tan cómodamente... Es imposible que puedas entenderme, así que no te atrevas a juzgarme y a acusarme de ser estúpida por temer lo que tú ni siquiera imaginas.

Durante unos segundos los únicos sonidos que se oyeron fueron el chisporroteo del fuego y el grito de una lechuza que cazaba.

—Quizá tienes razón —admitió Danilo—. Yo apenas sé nada sobre la vida de una aventurera, pero soy algo así como una autoridad en mujeres.

El comentario provocó un resoplido de exasperación de Arilyn.

—No lo dudo. Pero conmigo eso no te vale; te recuerdo que no soy humana sino elfa.

—Medio elfa. Con eso me vale.

—¿De veras? ¿Por qué no compartes conmigo tu profunda sabiduría sobre las mujeres? —El sarcasmo que expresaba la voz de la aventurera era tan cortante como el filo de una daga.

—Como quieras —replicó Danilo con toda tranquilidad y añadió señalando la hoja de luna—: Cojamos esa espada, por ejemplo. Te intimida un poco, ¿verdad?

Arilyn se irguió, tan ultrajada como Danilo había previsto.

—¡Claro que no! —exclamó—. ¿Cómo se te ocurre algo así?

—He estado pensando sobre algunas de las cosas que dijo Elaith Craulnober. Es extraño que sepas tan poco acerca de tu propia espada. A decir de todos, posee grandes poderes mágicos, y tú no has hecho más que poner la espita al barril.

—Sólo piensas en cerveza —comentó Arilyn, ridiculizándolo.

—No cambies de tema, querida. La magia, incluido el fuego mágico, es un hecho de la vida, es una herramienta fiable y poderosa.

—¿Fiable? ¡Ja! —El semblante de Arilyn aparecía tirante por la furia—. Si hubieras visto a tus amigos morir por el fuego mágico durante la Época de Tumultos no dirías lo mismo.

—Tampoco Aguas Profundas se libró de sufrir ese desafortunado período —le recordó Danilo con voz gentil—. Por lo que se cuenta, fue terrible. En las calles de la ciudad se libraron batallas campales contra moradores del mundo subterráneo, uno o dos dioses fueron destruidos y una buena parte de la ciudad quedó reducida a polvo.

—¿Por lo que se cuenta? ¿Dónde estabas tú mientras eso sucedía?

Danilo enarcó las cejas, sorprendido.

—En el sótano de la mansión familiar, bebiendo. —Arilyn lo fulminó con la mirada, ante lo cual el noble trató de defenderse—: Me pareció que era lo más sensato que podía hacer en aquellos momentos.

La semielfa resopló y se quedó en silencio. Al cabo de unos segundos miró a su irritante compañero. Danilo holgazaneaba junto al fuego, contemplándola. La expresión de su rostro era de compasión, pero en sus ojos grises brillaba una mirada inusualmente perspicaz.

—Puesto que no estás de acuerdo con mis observaciones, permite que te demuestre que mi intuición no se equivoca.

—Adelante —dijo ella.

—Retira el asador y camina por encima del fuego.

La semielfa ahogó una exclamación.

—¿Es que te has vuelto loco?

—No —contestó Danilo pensativamente—. Creo que no. Estoy absolutamente convencido de que puedes hacerlo sin resultar herida o no te lo propondría. De hecho, estoy tan convencido que te propongo un trato. Ya hace días que estás tratando de librarte de mí, ¿verdad?

—Qué perspicaz.

Danilo alzó las manos.

—Si me equivoco me marcharé. Esta misma noche.

Arilyn lo miró de hito en hito. El noble parecía hablar en serio. Así pues, la semielfa asintió y se puso en pie. Unas botas chamuscadas serían un precio muy bajo por quitarse de encima a Danilo Thann.

Retiró el asador y se lo tendió al noble junto con la carne ensartada, tras lo cual atravesó el fuego por el centro. Las ardientes ramas crujían bajo sus botas y lanzaban chispas que revoloteaban alrededor de la aventurera. Unas brasas y un poco de ceniza aterrizaron en la manga de la camisa que llevaba. Rápidamente Arilyn se las sacudió, pero otras chispas se le adherían a las perneras como diminutas estrellas. La semielfa se dio cuenta de que la tela ni siquiera se chamuscaba.

Arilyn se dejó caer de rodillas al lado del fuego, acercó una mano a las llamas y la mantuvo allí. Tuvo una sensación de calor, pero no sintió ningún dolor. Entonces se sentó sobre los talones y miró a Danilo.

—El fuego está encantado —le dijo.

En respuesta el dandi sacó un par de guantes de su bolsa mágica. Se puso uno y acercó la mano al fuego. El aire se llenó del olor a piel de cabritilla quemada. Danilo se quitó el guante chamuscado y lo arrojó al regazo de Arilyn, al tiempo que le decía sin dar importancia a la cosa:

—Me debes un par nuevo.

Arilyn se quedó mirando fijamente el guante medio quemado.

—¿Te importaría decirme de qué va todo esto? —preguntó.

—¿No es evidente? La magia te protege del fuego. La tragedia de Los Siete del Martillo y, sobre todo, tu paseo sobre las llamas, lo demuestra. La verdad, querida, normalmente no eres tan dura de mollera.

—Tiene gracia que tú digas eso —se rió Arilyn, pero era una risa forzada.

—Voy a decírtelo de otro modo: ¿te atreverías a repetirlo, pero esta vez sin la hoja de luna? —El noble se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

Tras un breve silencio la semielfa levantó una mano, imitando el gesto de un esgrimista de tocado. Danilo insistió:

—Tu aversión hacia la magia es tu punto flaco. Es evidente que la espada posee una habilidad que tú no aprovechas. ¿No crees que puede tener otras?

—Es posible.

—Pues vamos a averiguar cuáles son, ¿te parece?

Arilyn colocó de nuevo las perdices ensartadas sobre el fuego con el aire de alguien decidido a ir a lo práctico.

—Tengo obligaciones más urgentes —se excusó.

—Como descubrir al asesino.

—Sí.

—¿Y qué hacemos aquí? —inquirió Danilo, paseando significativamente la mirada por el solitario campamento.

Arilyn hundió los hombros.

—Haga lo que haga, el asesino me sigue. Su intención no es matarme (ha tenido una docena de oportunidades para hacerlo) sino usarme de peón en un macabro juego. No sé qué motivos tiene, pero hasta que lo averigüe no quiero ser responsable de que mueran más Arpistas. —Arrojó otra ramita al fuego y añadió—: Aquí no hay Arpistas a los que pueda asesinar.

—¿No es posible que el asesino te persiga por los poderes de tu espada? —sugirió Danilo con cautela.

—Claro que es posible —repuso la semielfa amargamente—. La hoja de luna y yo somos inseparables.

—Razón de más para investigar qué magia posee. Cuando sepas qué es capaz de hacer, tal vez descubras cuál es el objetivo que persigue el asesino, y una vez sepas eso tendrás una oportunidad de descubrir la identidad de ese villano.

Arilyn clavó la mirada en Danilo, muy asombrada. Había verdad en sus palabras, amén de una considerable sabiduría.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó.

—Será muy fácil —le aseguró Danilo, presuntuosamente—; la magia es mi especialidad. —El noble se echó hacia atrás con aire melodramático—. Hazme caso, querida. Si tú quisieras aconsejarme sobre cómo matar a alguien, yo aceptaría tu consejo de experta. Espero que tú muestres la misma cortesía.

El noble se puso en pie y, con aire irritado, fue a sentarse en un tronco al otro lado del fuego. Arilyn no pudo evitar sonreír ante su imagen de dignidad ofendida. Normalmente la estupidez no le hacía sonreír, pero Danilo la había convertido en una forma de arte y la había elevado a un nivel que merecía respeto.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó enfadado Danilo al fijarse en la sonrisa de la semielfa. Esta pestañeó. La perspicacia del noble le había llevado a suponer, momentáneamente, que su estupidez era fingida. Pero ahora, al mirarlo, ya no estaba tan segura.

—No sé —repuso, poniendo cara seria—. Muy bien, Danilo, tú ganas. Voy a averiguar todo lo que pueda sobre la hoja de luna. Vámonos —dijo, poniéndose de pie.

—¿Ahora? —protestó el noble lanzando una mirada de pesar a las perdices asadas.

—Me gusta estar siempre ocupada.

Y durante la hora siguiente ambos estuvieron muy ocupados. Tras apagar el fuego Danilo colocó sencillas protecciones mágicas alrededor del campamento para que los caballos no fueran atacados por depredadores nocturnos. Después, él y Arilyn descendieron cuidadosamente la rocosa pendiente hacia el mar y luego se dirigieron al norte a lo largo de la costa de la península del Espolón. Aunque la brillante luz de la luna los guiaba, tenían que avanzar con mucho cuidado por la ribera cuajada de rocas melladas.

En la punta del Espolón había una formación natural de rocas negras, cuya parte inferior se sumergía en el mar. Los pequeños crustáceos se adherían a la base de la roca, y varias puntas irregulares se alzaban hacia el cielo como pequeños torreones. A Danilo se le antojó el intento de un mago borracho por conjurar un castillo en miniatura.

Arilyn avanzó hasta una cavidad en la formación rocosa y sacó una pequeña bolsa de piel. De ella retiró una zampoña plateada. Bajo la fascinada mirada de Danilo, la semielfa se llevó el instrumento a los labios y tocó notas. Los cristalinos sonidos flotaron sobre las aguas, cabrilleando como la luz de la luna.

—Bonita tonada —observó Danilo—. ¿Y ahora qué hacemos?

—Esperar —respondió y señaló a Danilo una pila de rocas situada unos pocos centenares de metros de distancia. Obedientemente, el noble se retiró y se sentó a esperar, mientras Arilyn se sentaba en la misma punta del Espolón de Aguas Profundas y se dedicaba a observar el agua con paciencia elfa.

El noble no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban con la vista fija en el mar cuando percibió que, hacia el sur, una onda agitaba la superficie aún plateada del agua. Suponiendo que la espera tocaba a su fin, se levantó y se sacudió la arena y el liquen de los fondillos del pantalón. Inmediatamente Arilyn alzó una mano para detenerlo, y luego le indicó por gestos que se quedara quieto. Danilo obedeció.

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