La Venganza Elfa (35 page)

Read La Venganza Elfa Online

Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

BOOK: La Venganza Elfa
7.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

—En general, sí —contestó Khelben con rostro sombrío.

El joven se encaminó lentamente a la puerta del estudio. Con el pomo en la mano, se detuvo y dijo al archimago, dándole la espalda:

—Con todos los respetos, tío Báculo Oscuro, no estoy seguro de que desee ser tu probable sucesor.

Entonces salió, cerrando firmemente la puerta tras él.

—Vámonos —dijo Danilo a Arilyn mientras bajaba la escalera. La semielfa se levantó y se ciñó la hoja de luna.

—Espera un momento, muchacho —gritó Khelben desde el piso de arriba—. Debéis marcharos por la biblioteca, ¿recuerdas? Por la puerta dimensional.

Danilo se detuvo al pie de la escalera, y su estúpida sonrisita vaciló.

—Oh. Es verdad —dijo.

—¿Vinisteis a caballo? Entonces tendréis que dejarlos aquí. Saldré con vosotros y os ayudaré a traerlos —dijo Khelben con firmeza.

Al llegar a la calle, añadió:

—Por cierto, Dan, la puerta dimensional desde el alcázar de la Candela no os traerá directamente a mi torre. Saldréis en un lugar llamado plaza del Bufón, donde se cruzan la calle de Selduth y la calle de las Sedas. La puerta es de sentido único, invisible y está situada entre dos robles gemelos negros en el lado norte del jardín.

—Lo recordaré.

—Quiero que os presentéis a mí mañana antes del amanecer. ¿Está claro?

—Como el agua —replicó Danilo frívolamente. Sin más charla, él y Arilyn condujeron a los caballos a los establos, situados en la parte de atrás de la torre de Báculo Oscuro, y después regresaron con el mago al primer piso. Khelben deslizó hacia un lado una estantería, dejando a la vista un estrecho portal negro donde debía haber estado la pared.

—Antes de partir al alcázar de la Candela tengo una pregunta más —dijo Arilyn al archimago. La buena disposición de Khelben a ayudarla había levantado sus sospechas. ¿Acaso el archimago sabía algo de la hoja de luna, algo que le ocultaba? Decidió comprobarlo de una manera muy sencilla: si un mago de poca monta como Coril era capaz de descifrar algunas de las runas de la funda, el archimago debería ser también capaz. Arilyn desenvainó la espada y recorrió las runas con un dedo.

»¿Puedes leerlas? —le preguntó.

Khelben se inclinó hacia el arma y estudió las arcanas marcas durante unos momentos.

—No. Lo siento.

—Pero sabes qué dicen —afirmó la semielfa en tono de pregunta.

El rostro del archimago era inescrutable.

—¿Cómo podría saberlo? Buena suerte en el viaje —añadió señalando hacia el portal.

—Gracias por tus buenos deseos —replicó Arilyn con voz dulce—. Dado que viajaremos a oscuras la necesitaremos.

Khelben fulminó con la mirada a la irrespetuosa semielfa, demasiado astuta para su gusto. Arilyn simplemente enarcó las cejas, cogió a Danilo por el brazo y desapareció en la aterciopelada negrura de la puerta dimensional.

El archimago sonrió débilmente. «Arilyn es muy perspicaz», se dijo mientras descendía hasta el comedor. Algo verde le llamó la atención; Danilo había tapado con un pañuelo de seda verde un pequeño retrato que descansaba en un diminuto caballete. Pero cuando Khelben hizo ademán de coger el pañuelo, éste se evaporó.

—Una ilusión —murmuró suavemente—. El chico está aprendiendo demasiado. —Instantáneamente se dio cuenta de por qué Danilo había cubierto el retrato. Era un apunte de cuatro amigos que había dibujado de memoria muchos años antes. El archimago lo cogió para mirarlo más de cerca, y su propia cara lo miró a su vez desde el pasado. Entonces era un joven mago, aún sin entradas. El hombre que había a su lado también tenía el pelo oscuro, rizado y espeso, y tanto la mandíbula como la mirada reflejaban una implacable obstinación. Ante los hombres se veía a Laeral, la maga, y a la princesa Amnestria de Siempre Unidos.

Khelben aferró con fuerza el retrato. Laeral estaba sentada y ella y su amiga Amnestria se daban la mano. El archimago comprendió por qué Danilo no había querido que Arilyn viera el dibujo a lápiz; excepto por la diferencia de colorido, Amnestria y Arilyn se parecían tanto que, sin duda, la semielfa hubiera reconocido a su madre. Si hubiera visto el dibujo le hubiera hecho preguntas que Khelben no estaba preparado para responder.

Laeral. La mirada del mago se posó de nuevo en el rostro sonriente y de nariz respingona de la joven aventurera. Hacía tiempo que no veía a su amada. Laeral regresaba a Aguas Profundas de vez en cuando, y en el último piso de la torre aún tenía una habitación. Pero Laeral se había aficionado a viajar y continuaba con su vida de aventurera, mientras que Khelben cada vez más a menudo se encontraba atrapado en Aguas Profundas, inmerso en cuestiones políticas y diplomáticas. Ambos se habían convertido en poderosos magos, ambos trabajaban para los Arpistas y entre ellos no había rencillas. ¿Cómo era posible, entonces, que se estuvieran alejando?

El archimago se encontró reflexionando acerca de las airadas palabras de Danilo. ¿Cuánto había sacrificado por una causa noble? Incluso para alguien que se esforzaba por conocerse a sí mismo, aquél era un pensamiento perturbador.

En su villa, cerca de la torre de Báculo Oscuro, Kymil Nimesin se apartó un poco de su bola de cristal. Su faz angulosa expresaba una profunda preocupación. Quizá debería haber hecho caso a la advertencia de Elaith Craulnober sobre Danilo Thann.

Incluso en el caso de que fuera el tonto que aparentaba ser, había conducido a Arilyn hasta Khelben Arunsun. De todas las personas relacionadas con los Arpistas, Báculo Oscuro era quien tenía más posibilidades de conocer los secretos de la hoja de luna. Pero, dado que le era imposible observar mágicamente a la semielfa dentro de la torre, no tenía ni idea de qué le habría dicho el archimago. Por suerte Khelben había sido lo suficientemente estúpido para mencionar fuera de la torre adónde se dirigían Arilyn y Danilo: al alcázar de la Candela. Kymil lanzó una maldición; allí tampoco podría espiarlos. Si quería que su plan tuviera éxito tenía que moverse ya. Kymil se volvió hacia su ayudante.

—Filauria, haz pasar al grupo de mercenarios.

La encantadora
etrielle
obedeció al instante. A los pocos minutos regresó con un grupo de aventureros humanos que se habían entretenido bebiendo cerveza y jugando a dados mientras esperaban a que Kymil los llamara.

El elfo dorado contempló largamente a los hombres que Elaith Craulnober le había recomendado para aquella tarea. El jefe era Harvid Beornigarth, un zafio gorila de un solo ojo; el desafortunado resultado de un ataque bárbaro. Harvid debía su enorme tamaño a su padre, y el parche que le cubría la cuenca de un ojo a Arilyn Hojaluna. El guerrero tenía unos formidables brazos musculosos y era conocido por su maestría en el manejo de la maza tachonada de púas. Los otros cuatro hombres del equipo eran igualmente fuertes y presentaban el mismo aspecto descuidado. A todas luces formaban una fuerza realmente formidable. Eran precisamente lo que necesitaba Kymil.

—Bueno, Harvid, parece que finalmente tendrás la oportunidad de vengarte por el ojo que perdiste —dijo Kymil a modo de saludo, juntando las yemas de los dedos en gesto de satisfacción.

—¿Dónde está la gris? —gruñó el gigantón, alzando su maza.

—Espero que tu habilidad sea tan grande como tu entusiasmo —replicó Kymil secamente—. Tendrás tu oportunidad antes de que el sol vuelva a salir. Mira.

Kymil agitó los dedos sobre la bola de cristal, en la que apareció la imagen de una plaza ajardinada. Unas cuantas personas paseaban por ella disfrutando de la soleada mañana otoñal.

—Es la plaza del Bufón. ¿La conoces? Bien. La semielfa y su compañero, Danilo Thann, llegarán allí antes del alba. Sólo hay dos formas de salir de la plaza. —Kymil señaló un gran espacio vacío entre dos edificios—. Seguramente intentarán salir por aquí. Vosotros se lo impediréis a cualquier precio. Los acecharéis desde aquí, desde este callejón.

»Y los mataréis a los dos —añadió, alzando su adusto rostro hacia los mercenarios. La elfa, que lo veía y escuchaba todo con atención de pie detrás de la silla del maestro de armas, ahogó una exclamación de sorpresa.

Harvid Beornigarth tenía sus dudas. Hizo una mueca y se rascó el parche con un dedo enorme y mugriento.

—¿Algún problema? —inquirió Kymil con calma.

—Bueno, sí —admitió Harvid—. Resulta que conozco al joven lord Thann.

—Ya. ¿Y?

—Que no quiero matarlo.

—Caramba, no te creía tan sentimental —lo reprendió el elfo.

—No es nada personal. Pero no me gusta meterme con la nobleza. Su familia es poderosa.

—No te apures por eso —resopló Kymil—. Créeme, la muerte de Danilo no será una gran pérdida para la familia Thann. Es el sexto hijo, un holgazán y un estúpido. —La voz del elfo se endureció—. Matarás a Danilo Thann. Es el precio que exijo por darte la vida de Arilyn Hojaluna.

El ojo bueno de Harvid Beornigarth recuperó el brillo.

—¿Me darás el oro que me prometiste cuando te traiga su espada?

—Pues claro —le aseguró Kymil—. Ahora ve.

—He visto a la semielfa luchar —dijo Filauria cuando los mercenarios se marcharon pisando con fuerza—. Tus mercenarios son hombres muertos.

—Por supuesto, querida mía —replicó Kymil dándole unos golpecitos en la palma de la mano—. Pero son totalmente prescindibles.

—Si Harvid Beornigarth y sus hombres no pueden matar a la semielfa, ¿por qué los envías? —inquirió la
etrielle
, perpleja.

—No quiero a Arilyn muerta. Lo único que quiero es devolver a la espada todo su potencial —respondió Kymil con voz serena—. Harvid Beornigarth es el medio para lograr ese fin. A primera vista parece peligroso, y él y sus hombres deberían ser capaces de poner en apuros a Arilyn. Estoy seguro de que Bran Skorlsun saldrá de las sombras si cree que la vida de su hija corre peligro. Y él lleva el ópalo.

La primera cosa que Arilyn notó del alcázar de la Candela fue que el aire era bastante más cálido que en Aguas Profundas. «No es de extrañar —pensó, aún aturdida—, nos hemos materializado a centenares de kilómetros al sur de la Ciudad de los Prodigios.»

Frente a ellos se alzaba la biblioteca, una enorme Ciudadela de piedra gris pálido rodeada por murallas, encaramada en lo alto de una rocosa costa. Pese a lo austero del escenario, el aire de finales de otoño era agradable y cálido gracias a la fuerte brisa que soplaba del mar de las Espadas.

—¿Qué queréis? —tronó una poderosa voz. Entonces Arilyn se fijó en la pequeña torre situada en la entrada de la muralla que protegía el alcázar. De ella salió un hombrecillo arrugado.

El custodio de la puerta era un hombre delgado y encorvado, con una piel tan reseca y amarillenta como pergamino antiguo. No obstante, lo envolvía tal aura de poder que Arilyn dudó que alguien osara desafiarlo.

—Solicitamos el acceso a las bibliotecas. El archimago Khelben Arunsun de Aguas Profundas nos ha enviado para buscar información sobre un arma elfa mágica. —Danilo entregó el rollo al custodio. El anciano echó una mirada al símbolo y asintió.

—¿Quiénes sois?

—Soy el aprendiz de Báculo Oscuro —respondió Danilo con una mezcla de orgullo y apropiada modestia, al tiempo que se erguía—. Danilo Thann, y me acompaña una agente de los Arpistas.

—Buena tapadera —murmuró la semielfa, inclinándose hacia el noble—. Recuérdame que nunca juegue a cartas contigo. —Danilo esbozó una sonrisa de complicidad.

El custodio, sin reparar en el intercambio de palabras, rompió el sello y leyó rápidamente la carta de introducción de Khelben.

—Podéis entrar —dijo. Inmediatamente la puerta se abrió y por ella salió un hombre ataviado con una túnica, que inclinó la cabeza hacia el custodio.

—Hojas de luna —se limitó a decir el anciano, y el recién llegado volvió a inclinar la cabeza.

—Me llamo Schoonlar —se presentó. Era un hombre de estatura mediana y esbelto, con facciones corrientes y cabello que no llamaba la atención. A esto se le añadía una ropa del color del polvo—. Yo os ayudaré en vuestra investigación. Si sois tan amables de seguirme...

El hombre los guió al interior de la torre y después por una escalera de caracol. Los tres pasaron por un piso tras otro llenos de rollos y tomos, donde copistas e iluminadores copiaban laboriosamente libros raros, y los estudiosos se empapaban de la sabiduría acumulada durante siglos. Situada a medio camino de dos de las mayores ciudades costeras —Aguas Profundas y Calimport—, y justo al este de las islas Moonshaes del sur, los muros del alcázar de la Candela custodiaban los conocimientos de las tres regiones: el norte, las tierras desérticas del sur y las antiguas culturas de las islas.

Finalmente llegaron a un piso casi en la parte superior de la torre. Schoonlar sacó un gran libro y lo colocó sobre un atril.

—Este libro os servirá para comenzar vuestra investigación. Contiene una colección de relatos acerca de elfos que han esgrimido hojas de luna. Puesto que son pocos los dueños de tales armas que pregonan los poderes de sus espadas, en general dependemos de lo que han escrito observadores.

Schoonlar abrió el libro las primeras páginas, que comprendían un índice.

—Que vosotros sepáis, ¿cuál fue el primer poseedor de la hoja de luna en cuestión? —preguntó.

—Amnestria —contestó Arilyn.

—Lo siento. No consta —dijo Schoonlar, después de recorrer con el dedo la lista de nombres.

—Prueba con Zoastria —sugirió Danilo.

El rostro del estudioso se iluminó.

—El nombre me suena. —Rápidamente encontró el pasaje que buscaba y fue disparado a buscar más información. Danilo empezó a leer en voz alta:

—«En el año 867, según el cómputo de Los Valles, yo, Ventish de Somlar conocí a la aventurera elfa Zoastria. Ésta buscaba información acerca de su hermana gemela Somalee, la cual había desaparecido durante una travesía marítima entre Kadish y la Isla Verde.»

«Kadish era una ciudad elfa situada, creo, en una de las islas Moonshaes —le explicó Danilo levantando la vista del libro—. Hace mucho tiempo que desapareció. Y a Siempre Unidos se la conocía en el pasado como Isla Verde.

—Continúa —le pidió Arilyn.

—«A veces, Zoastria era vista en compañía de una elfa tan igual a ella como su reflejo en un espejo. En una ocasión Zoastria confesó que poseía la facultad de llamar a la otra elfa y darle órdenes, algo que hizo con menos frecuencia durante el tiempo que la conocí.» —Danilo hizo una pausa y señaló una nota escrita con letra pequeña debajo del pasaje—. Esta nota fue añadida por los copistas que compilaron este volumen: «Zoastria murió sin descendencia, y la hoja de luna pasó al primogénito de su hermano menor. El nombre del heredero era Xenophor».

Other books

The Rise of Henry Morcar by Phyllis Bentley
Death in the Devil's Den by Cora Harrison
Cruel Summer by Alyson Noel
Swarm by Larson, B. V.
Los hijos de los Jedi by Barbara Hambly
East of the Sun by Janet Rogers