El archimago aceptó la antigua espada y la examinó con interés.
—Un arma fascinante. ¿Qué deseas de mí?
—Tengo que averiguar todo lo que pueda acerca de su historia y sus poderes. ¿Puedes ayudarme?
—Yo no soy ningún sabio, pero un hechizo de leyendas y tradiciones podría darnos alguna respuesta —contestó Khelben, colocándose la hoja de luna bajo la axila—. Por favor, sígueme.
El archimago los condujo al patio. Al llegar a la torre les hizo una seña de que lo siguieran y desapareció en el muro. Al ver que Arilyn vacilaba, Danilo la empujó sin ninguna ceremonia a través de la puerta oculta. La semielfa le lanzó una iracunda mirada por encima del hombro.
—No es la primera vez que lo hago, ¿sabes? —le espetó.
—¿De veras? Nadie lo diría.
—Bah. —Arilyn se puso derecha y entró muy dignamente en el vestíbulo de la torre.
—Vamos arriba —dijo Khelben—. En mi cuarto de los hechizos podremos examinar mejor la espada.
Arilyn y Danilo subieron tras el archimago la empinada escalera de caracol que se elevaba por el centro de la torre. En el segundo y último piso entraron en un estudio de grandes dimensiones con las paredes cubiertas de libros. Khelben los hizo pasar por el estudio y abrió una puerta de madera de roble que conducía a otra habitación, más pequeña. Sólo había una ventana bajo la cual se veía una mesa, y en el centro de la habitación una bola de cristal colocada sobre un pedestal de mármol. En la habitación no había nada más que pudiera distraer al mago cuando lanzaba sus hechizos.
—Esperad aquí —les dijo Khelben. El mago dejó la hoja de luna encima de la mesa y desapareció por una puerta.
—Ingredientes del conjuro —le explicó Danilo a Arilyn—. Guarda sus suministros mágicos en otro cuarto. Es muy organizado.
Khelben reapareció con diversos objetos de pequeño tamaño.
—Id al otro extremo de la habitación —ordenó a sus visitantes—. Y por el amor de Mystra, Danilo, trata de mantener la boca cerrada. Este encantamiento requiere bastante concentración.
El archimago fue hacia la mesa sobre la que descansaba la hoja de luna y desplegó los ingredientes del conjuro. Arilyn vislumbró un pequeño frasco blanco con el símbolo de Khelben.
La semielfa se mordió un labio, súbitamente consciente de su atrevimiento. Sabía que algunos encantamientos requerían el sacrificio de un objeto valioso y, por primera vez, se le antojó extraño que un archimago de la talla de Khelben Arunsun estuviera dispuesto a lanzar uno por ella, una simple conocida.
El mago pronunció las palabras del encantamiento con una voz timbrada de poder, al tiempo que ejecutaba los gestos precisos con seguridad. Finalmente destapó un segundo frasco y el denso aroma del incienso llenó el cuarto. El archimago inclinó el frasco y lo vació sobre la hoja de luna. Instantáneamente, los ingredientes del hechizo desaparecieron en un fogonazo de luz.
Arilyn sintió más que vio que Khelben cruzaba el cuarto y se unía a ellos. Toda la atención de la semielfa se centraba en la hoja de luna y en la neblina fantasmagórica que emanaba de ella. La neblina empezó a girar rápidamente hasta formar una espiral, fue descendiendo hacia el suelo y dio lugar a la imagen de un bardo elfo que llevaba una pequeña arpa e iba vestido a la moda antigua. Sin reparar en la presencia del trío, el fantasma elfo habló:
—Escuchad todos los presentes la balada de la sombra elfa. —El bardo tocó las cuerdas del arpa y empezó a entonar una balada de ritmo resonante:
Sobre las alas de los siete vientos,
sobre las olas de todos los mares,
Zoastria, la viajera,
busca a la elfa viva de la sombra.
Gemela nació, y desde la cuna
hermanas de carne y espíritu,
Zoastria y Somalee
unidas estaban por los lazos del destino.
La mayor heredó una espada elfa,
la joven partió a lejanas costas
para casarse, como era su deber.
Pero su barco no llegó a puerto.
Ahora Zoastria camina sola,
y sus lágrimas el mar hacen crecer.
Tanto echa de menos a su hermana
que renace en una sombra de piedra y acero.
Invocada a través de piedra y acero;
gobiernas la imagen de ti mismo
pero cuidado con el espíritu que
mora en la sombra elfa.
El bardo elfo tocó un último acorde y luego la imagen y la música se esfumaron.
—La letra no está mal —comentó Danilo rompiendo el tenso silencio que flotaba en el cuarto de los hechizos—, pero la música se podría mejorar.
Khelben se volvió hacia la semielfa, que estaba pálida y muy quieta.
—¿Tiene algún sentido para ti? —Arilyn vaciló, y luego negó con la cabeza—. ¿Y tú, Dan? ¿Alguna idea?
—¿Me preguntas a
mí
? —El dandi parecía atónito.
Estas palabras sacaron a Arilyn del trance. Con una leve sonrisa, le pinchó:
—¿Por qué no? La magia es tu especialidad, ¿no?
—Dan me enseñó todo lo que sé —dijo Khelben, haciéndose eco del cáustico humor de la elfa—. Vayamos todos al comedor y lo hablamos.
Arilyn recogió la hoja de luna y bajó tras Khelben la escalera de caracol hasta un gran comedor amueblado con cómodas sillas y decorado con ejemplos del talento artístico de Khelben. Arilyn se dejó caer en una silla y colocó la espada, cruzada, en su regazo, pero Danilo prefirió pasearse por la habitación y examinar con aire indolente los retratos colgados en las paredes y colocados en caballetes en los rincones.
—¿Podrías lanzar de nuevo ese hechizo? —preguntó Arilyn al archimago.
—Hoy no —contestó éste, tomando asiento cerca de la semielfa—. ¿Por qué?
—Tengo que averiguar todo lo que haya que saber de la hoja de luna —respondió Arilyn lacónicamente—. Si tú ya no puedes hacer más, ¿adónde puedo ir?
Khelben se frotó el mentón, pensativo.
—Probablemente en el alcázar de la Candela es donde hay más información. Posee una magnífica biblioteca sobre objetos mágicos elfos.
—Eso es como si me dijeras Rashemen —dijo Arilyn muy desanimada—. El viaje hasta el alcázar de la Candela duraría meses por tierra, y por mar podría costarme varias semanas, o más, ahora que se avecinan las tormentas de invierno.
—Da la casualidad de que eso no es problema. Yo hago muchas investigaciones allí, por lo que he acabado por instalar una puerta dimensional entre mi biblioteca y el alcázar. —Al ver que Arilyn dudaba, añadió—: Llévate a Danilo contigo. El chico podrá ayudarte en la investigación. Me ha acompañado varias veces al alcázar de la Candela y conoce sus métodos. ¿Qué te parece, Dan?
Arilyn y Khelben se volvieron hacia el joven, que estaba enfrascado examinando uno de los retratos de Khelben. Danilo asintió con entusiasmo.
—Me parece de perlas. En Aguas Profundas hay un elfo bribón que quiere matarme. Será mejor que desaparezca hasta que cambie de idea. —Las negras cejas de Khelben se alzaron súbitamente, pero Danilo le quitó importancia al asunto encogiéndose de hombros despreocupadamente —. Por cierto —añadió—: ¿qué es una sombra elfa?
—No lo sé —confesó el mago—. Normalmente las respuestas que se obtienen con un hechizo de leyendas y tradiciones son crípticas.
De pronto, Arilyn recordó que el mago Coril había logrado interpretar con sus hechizos dos de las runas grabadas en la hoja de luna: puerta elfa y sombra elfa. En ese momento le pareció extraño que Kymil Nimesin no hubiera sido capaz de ello y ahora se preguntaba por qué Kymil no había tratado de lanzar un hechizo de leyendas y tradiciones.
—¿El encantamiento que has lanzado es muy difícil? —preguntó al archimago.
—Eso es relativo —contestó Khelben extendiendo las manos—. Pero supongo que sí. Los ingredientes son caros y no hay muchas personas que lo conozcan. Está al alcance de muy pocos.
—De mí no, por ejemplo —intervino Danilo, como si sintiera que debía reforzar las palabras del mago.
—Ya veo —murmuró Arilyn con aire ausente—. ¿Es posible que la espada esté protegida contra la magia elfa?
—Lo dudo. ¿Por qué?
—No, por nada. —La semielfa se irguió y, afirmándose en su resolución, miró a Danilo—. Si debemos ir al alcázar de la Candela será mejor que nos pongamos enseguida en camino.
—Necesitaréis una carta de presentación —dijo Khelben. El archimago se puso en pie y se encaminó hacia un pequeño escritorio, se sentó y garabateó unas runas en una hoja de pergamino. Después lo enrolló y lo selló con su símbolo. A continuación escribió rápidamente una nota en un trozo de pergamino y entregó ambos mensajes a su sobrino.
Danilo echó un vistazo a la nota, se la guardó en el bolsillo del pecho y el rollo en su bolsa mágica.
—¿Tío Khel, podría hablar contigo en privado? Es un asunto familiar, me temo, algo personal.
—Éste no es el momento más oportuno. ¿Es importante?
—Creo que sí. Aunque quizás a ti no te lo parezca.
El archimago frunció el entrecejo, pero acabó por ceder.
—Muy bien. Subamos a mi estudio. ¿Nos disculpas? —dijo, dirigiéndose a Arilyn. Ésta asintió con aire ausente, y los dos hombres desaparecieron por la escalera.
Apenas Khelben había cerrado la puerta del estudio cuando Danilo dijo, sin rodeos:
—Un grupo de Arpistas ha hecho seguir a Arilyn. Al parecer, creen que ella es la asesina. ¿Lo sabías?
—No, no tenía ni idea. —El archimago estaba realmente sorprendido—. ¿Cómo te has enterado?
—Alguien sigue a Arilyn desde que nos conocimos en Evereska, de eso estoy seguro. Al principio creí que se trataba del asesino de Arpistas, luego un elfo rufián llamado Elaith Craulnober nos dijo que un explorador Arpista seguía la pista a Arilyn. Cómo se enteró él no lo sé, pero parecía saber muchas cosas de ella.
—Elaith Craulnober, ¿eh? La última vez me dijiste que sospechabas que había un elfo implicado. Desde luego él es un candidato muy probable.
—No —repuso Danilo con firmeza. Khelben parecía curioso, pero el joven se limitó a sacudir la cabeza, sin dar explicaciones—. ¿Puedes averiguar algo de los Arpistas?
Khelben asintió y posó una mano sobre la bola de cristal. La esfera empezó a relucir, y el semblante del archimago adoptó una expresión cada vez más distante a medida que volcaba sus pensamientos hacia su interior y éstos viajaban a lugares remotos.
El noble esperaba con impaciencia. Cuando Khelben se volvió hacia él parecía más alterado de lo que Danilo lo había visto nunca.
—Ha surgido una complicación —afirmó el mago.
—Oh, qué bien —dijo Danilo, cruzándose de brazos—. Hasta ahora la misión ha sido demasiado fácil.
Khelben hizo caso omiso del sarcasmo de su sobrino.
—Elaith Craulnober tenía razón. Un pequeño grupo de Arpistas en Cormyr cree que Arilyn es la asesina. Se proponen demostrar su culpabilidad y llevarla a juicio.
—Continúa —le pidió Danilo, pálido el rostro.
—Han encargado a Bran Skorlsun que la siga. —El tono empleado por Khelben indicaba que se trataba de algo muy grave.
—¿Quién es?
Muy agitado, Khelben empezó a pasear por el estudio.
—Bran Skorlsun es un Maestro Arpista y uno de los mejores exploradores y rastreadores con los que cuenta la organización —admitió de mala gana—. El hecho de que la de los Arpistas sea una organización secreta hace posible que algunos bribones usen el nombre para estafar a los demás. Desde hace unos cuarenta años, Bran Skorlsun se dedica a seguir la pista a Arpistas falsos o renegados, sobre todo en las islas Moonshaes, pero ocasionalmente en otras áreas remotas. Su vida está consagrada a mantener la pureza en las filas de los Arpistas.
—¿Cuarenta años, dices? Pues debe de ser ya bastante mayor —observó Danilo. Su tono despreocupado enmascaraba una inquietud creciente, pues no era propio de su tío irse tanto por las ramas.
—Bran Skorlsun pertenece a una familia muy longeva —replicó Khelben.
—Ya entiendo.
—Y también es el padre de Arilyn —añadió el mago, tensa la mandíbula.
Danilo se apoyó en la pared y se pasó ambas manos por el pelo.
—Pobre chica —murmuró.
—¿Pobre chica? —repitió Khelben—. No pierdas de vista de qué estamos hablando, Dan. ¿Has olvidado que el padre de Arilyn lleva el ópalo? La última cosa que necesitamos es que el ópalo y la espada se reúnan.
—Sí, lo sé —repuso Danilo, y su expresión se endureció al preguntar—: ¿Cómo ha podido ocurrir algo así?
—Los Arpistas son una organización secreta —respondió Khelben, irritado.
—Ya, ya. No paráis de repetirme todos lo mismo. ¿Significa eso que la mano derecha no sabe lo que hace la izquierda?
—Exactamente. En este caso en particular se consideró más prudente que nadie conociera todos los detalles acerca de la puerta dimensional, o puerta elfa, como se dio en llamar.
—Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, ¿aún crees que fue una medida prudente? A mí me parece que ya es hora de compartir información. Tú tienes una idea bastante aproximada de qué quiere el asesino, y es posible que Arilyn sepa quién es y por qué.
De pronto Khelben pareció muy interesado.
—¿Conoce la identidad del asesino?
—No estoy seguro. Creo que no.
—Bueno, pues tendremos que esperar hasta que lo sepamos. Debemos averiguar si los asesinatos están relacionados con la puerta elfa.
—Esta torre está protegida de la observación mágica. ¿Por qué no le cuentas a Arilyn toda la historia, aquí y ahora? —Khelben se quedó en silencio, y la expresión del joven se fue haciendo más tensa—. Un momento. No confías en ella, ¿verdad?
—La cuestión no es si confío o no en Arilyn. Cuando Arpistas y elfos trabajaron juntos para soslayar el peligro de la puerta elfa, tuve que hacer algunas promesas. —El archimago hizo una pausa—. Prometí que no se lo contaría a nadie, con la sola excepción de mi probable sucesor.
Danilo agachó la cabeza, sintiéndose pasmado por lo que implicaban las palabras del archimago.
—No puedes estar refiriéndote a mí —murmuró.
—Quizás éste no es el mejor momento para hablar de esto —replicó Khelben muy serio—, pero jamás se me ocurriría sugerirte algo así a la ligera. Y tampoco rompería la promesa que hice hace casi cuarenta años.
—Comprendo tu posición —dijo Danilo—, pero Arilyn está tratando de desvelar el secreto de la espada. ¿Qué ocurrirá si el asesino decide que se está acercando demasiado? —Su tío no dijo nada, pero el silencio que se abrió entre ambos contenía la respuesta—. Si la causa es lo suficientemente noble el sacrificio está justificado. ¿Estoy en lo cierto?