—Ándate con cuidado, muchacho —advirtió Khelben—. En la vida pocas cosas son tan simples como tú crees. Cuando hayas soportado las mismas cargas y responsabilidades que yo, entonces podrás juzgarme. ¿Quieres o no lanzar el conjuro?
Danilo asintió y se inclinó sobre el rollo. Le bastó echar un vistazo a los arcanos símbolos que formaban el poderoso hechizo para darse cuenta de que la tarea pondría a prueba toda su capacidad de mago. Pocos magos osarían lanzar aquel conjuro. El hecho de que Khelben esperara algo así de él indicaba la fe que tenía en él, o de su desesperación.
Mientras el joven mago se esforzaba por leer el conjuro sentía punzadas de dolor por toda la cabeza semejantes a relámpagos, y los arcanos símbolos bailaban en el pergamino. Danilo hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para concentrarse en las palabras del conjuro y, al cabo de unos minutos, los símbolos dejaron de bailar. Mientras se disponían en palabras y líneas, él empezó a comprender su significado y a aprender de memoria los complejos gestos y las extrañas palabras.
Tras apenas uno o dos minutos cerró los ojos y vio en su mente las runas del conjuro estampadas en oro sobre un fondo negro. Siempre que aprendía un hechizo podía visualizar los símbolos en su mente. Entonces abrió los ojos y asintió.
—Lo tengo —anunció.
—¿Tan pronto? ¿Estás seguro?
El noble esbozó una amplia sonrisa dirigida a su tío.
—Me temo que lanzar el conjuro va a ser la parte más fácil.
—No seas tan gallito, muchacho.
—¡Es verdad! Será fácil comparado con impedir que Arilyn convierta a Kymil en pedacitos de elfo dorado.
Khelben sonrió de mala gana.
—Quizá tengas razón. Incluso sin la hoja de luna Arilyn es una luchadora formidable.
A Danilo las palabras de su tío le sonaron faltas de convicción.
—Tú crees que no puede ganar, ¿verdad?
—Lo siento, Dan. Sin la hoja de luna tendrá suerte si sigue viva mañana al atardecer.
—Entonces será mejor que Bran y yo nos pongamos enseguida en camino.
Khelben se quitó un anillo plateado de un dedo y se lo tendió a Danilo.
—Es un anillo de transporte. Con el grifón hechizado Arilyn podría llegar a Evereska mañana por la tarde.
—Gracias —dijo Danilo, al tiempo que aceptaba el anillo. El noble tuvo que quitarse una gran esmeralda cuadrada para hacerle sitio. Khelben enrolló el pergamino que contenía el conjuro y se lo dio a su sobrino, el cual se lo metió en su bolsa mágica. Mientras lo hacía un audaz plan floreció en su mente, y él se quedó mirando fijamente la bolsa unos momentos, reflexionando—. Supongo que estoy listo —dijo al fin.
—No veo que tengas otra opción.
Khelben y Danilo bajaron la escalera para reunirse con Bran, que esperaba impaciente en el comedor.
—¿Estás listo? —preguntó al noble.
—Se me acaba de ocurrir algo —repuso Danilo parpadeando—. Puesto que Arilyn vuela a Evereska en un grifón, tendrá que aterrizar fuera de la ciudad y buscar otro medio de transporte. ¿Tío Khelben, podrías ponerte en contacto con el grifón Eyrie? Quizás Arilyn dijo a los cuidadores adónde se dirigía.
—Buena idea, Dan. Ahora mismo vuelvo. —Khelben Arunsun regresó al cuarto de los hechizos para hacer indagaciones a través de la bola de cristal.
Danilo sacó un par de guantes de su bolsa mágica y escuchó atentamente hasta que oyó el sonido de una puerta al cerrarse. Entonces se dirigió a una esquina del comedor. La hoja de luna de Arilyn seguía donde la semielfa la había arrojado. El joven vaciló un brevísimo instante, pero entonces, dispuesto a aceptar el dolor, cogió la espada envainada. Como ya esperaba, una corriente de energía mágica le subió por el brazo, y la habitación se llenó con el olor acre de carne quemada. Rápidamente el joven dejó caer la espada dentro de la bolsa mágica y se enfundó un guante en la mano quemada. Acto seguido ejecutó a toda prisa los gestos y salmodió las palabras de un encantamiento que crearía una ilusión. Cuando acabó, se hubiera podido jurar que la hoja de luna seguía donde Arilyn la había abandonado.
—Arilyn necesita la hoja de luna, y yo voy a llevársela —dijo en voz baja a Bran Skorlsun—. Si dices algo de esto eres hombre muerto.
Una leve sonrisa curvó los labios del Arpista, que puso una mano sobre el hombro de Danilo.
—Me gusta tu manera de pensar, joven —le dijo.
Khelben Arunsun arrugó la nariz, asqueado, cuando entró de nuevo en el comedor.
—¡Por el amor de Mystra! Qué mal huele aquí.
—Sin duda al cocinero se le habrán quemado las lentejas —dijo Danilo—. ¿Has averiguado adónde se dirige?
—Sí. A la posada A Medio Camino, situada justo a las puertas de Evereska.
Esto era justamente lo que Danilo había esperado oír.
—Bien. Pues vámonos.
El noble y el Arpista salieron de la torre de Báculo Oscuro a toda velocidad. Sonriendo pícaramente como dos colegiales que saborean una travesura, ambos hombres atravesaron el patio y se internaron en la oscuridad de la calle.
—Hola, Bran —saludó una voz musical en tono ligeramente divertido.
El Arpista se paró en seco. A la sombra de una sombrerería se veía a Elaith Craulnober. El elfo se acercó al cerco de luz que proyectaba una farola.
—Ya me empezaba a preguntar si Khelben Báculo Oscuro os había invitado a instalaros en la torre. Veo que te acompaña su sobrino. ¿Debo suponer, entonces, que Arilyn anda por aquí?
Danilo entrecerró los ojos e hizo ademán de empuñar la espada, pero entonces recordó que se la había dado a Arilyn. El elfo de la luna se echó a reír.
—Esa funda está tan vacía como tu cabeza. No te preocupes, querido muchacho. No tienes nada que temer de mí.
—¿De veras? Creí que querías verme muerto.
—No te apures por eso.
—Para ti es muy fácil decirlo —replicó el noble.
El elfo enarcó las cejas, muy divertido.
—¿Te tranquilizaría saber que ya se produjo el intento de asesinarte?
—La Casa del Buen Libar —dijo Danilo, que de pronto lo vio claro—. Tú sabías desde el principio quién había tras los asesinatos —afirmó con ojos entornados.
—Si eso fuera cierto, no me habría gastado una fortuna en sobornos a los zhentarim. No les importa traicionar a los suyos, pero el precio de la amistad es muy alto —dijo Elaith sosteniendo en alto los documentos que había mostrado a la semielfa dos días antes—. ¿Dónde está Arilyn? Tengo que hablar con ella sobre estos papeles.
—Alguien envió copias de esos documentos al castillo de Aguas Profundas. Yo creo que fuiste tú —dijo Danilo tratando de mantener la calma.
—Por todos los dioses, no. Fue Kymil Nimesin. Él fue quien mandó la factura a los zhentarim. Trabajando para ambos bandos ha amasado una bonita suma. —El elfo de la luna meneó la cabeza, y una expresión sombría reemplazó su habitual fachada de cordial diversión—. Me encantaría saber qué piensa hacer con todo ese oro. A estas alturas debe de ser un elfo muy acaudalado, y su último engaño es servir a Arilyn en bandeja de plata como la asesina de Arpistas.
Danilo miró a Bran con cara de preocupación.
—Sería un bonito modo para Kymil de justificar la muerte de Arilyn, ¿no crees? Él íntegro maestro de armas mata a la asesina semielfa. —Bran se limitó a asentir sin apartar la mirada del rostro de Elaith.
—Razón de más para que Arilyn se ocupe enseguida de Kymil —convino con él el elfo de la luna—. Por favor —dijo, tendiendo a Danilo los documentos—, dale esto.
El noble lanzó una rápida mirada a los documentos.
—No lo entiendo.
—Siempre es prudente tener un plan alternativo. Con esta carta Arilyn puede poner a los zhentarim en contra de Kymil. Sería un divertido fin para ese villano, ¿no te parece?
—¡Arilyn jamás trabajaría con la Red Negra! —vociferó Bran.
—Mi querido Cuervo, trata de ser práctico por una vez en la vida. —Elaith cogió la factura desglosada que sostenía Danilo—. En esta lista constan los nombres de algunas personas que ya no son de ninguna utilidad para el zhentarim.
—Ya. ¿Y qué?
—Bueno, supongamos que hubiera más nombres, entre ellos los de personas realmente importantes para los jefes del zhentarim.
Bran se mostró escandalizado, pero en los labios de Danilo asomó una pequeña sonrisa de comprensión.
—Ya veo. Has «rellenado» un poco la factura, ¿verdad? —inquirió el joven aristócrata.
—He escogido los nombres adecuados para levantar algunas ampollas —admitió Elaith suavemente—. Lo he preparado bien. Como es normal, últimamente han ocurrido varias muertes inexplicables de miembros de la Red Negra. Si, de pronto, surgiera una explicación...
—Muy listo —admitió Danilo—, pero dudo que Arilyn permita que el zhentarim haga su trabajo por ella. Quítate esa idea de la cabeza. Preferirá ocuparse ella solita de Kymil Nimesin.
—Probablemente tienes razón. —Elaith agachó la cabeza.
—No es éste el comportamiento que uno esperaría de la famosa Serpiente —comentó Bran observando al elfo con recelo.
Elaith soltó una cascada de cínicas carcajadas.
—No cometas el error de creerme noble, porque no lo soy.
—¿Qué quieres de Arilyn? —quiso saber Bran.
—Caray, te tomas tus deberes de padre demasiado a pecho, ¿no crees? —se mofó el elfo. Súbitamente, su sonrisa se desvaneció y sus ambarinos ojos mostraron un aspecto apagado y vacío—. No te inquietes, Arpista. Soy consciente de que la noble hija de Amnestria está fuera de mi alcance. Sería muy distinto si Arilyn fuese realmente la taimada asesina que yo creía que era.
—¿Entonces por qué la ayudas? —preguntó Bran, perplejo.
—A diferencia de la
etrielle
, yo no tengo ningún reparo en dejar que otros hagan mi trabajo por mí. —De pronto la voz de Elaith Craulnober se endureció y clavó sus ojos de ámbar en los de Danilo—. Kymil Nimesin me ha insultado demasiadas veces. Quiero verlo muerto y, a menos que esté muy equivocado, cosa que no creo, Arilyn va a matarlo. Es así de simple. Aunque ella y yo seamos muy diferentes, en lo que se refiere a Kymil Nimesin ambos queremos lo mismo.
Danilo sostuvo la intensa mirada del elfo durante un largo instante y luego asintió.
—Venganza —dijo en voz baja.
—Por fin nos entendemos —repuso el elfo de la luna con una extraña sonrisa. Entonces se fundió en las sombras y desapareció.
—¡Que Mystra nos ayude! —musitó Danilo—. Me temo que mantener a Kymil Nimesin con vida será mucho más difícil de lo que creía.
—Por Mielikki, ésta no es manera de viajar para un explorador —rezongó Bran Skorlsun, sacudiendo la cabeza para librarse de la confusión causada por el conjuro de transporte. A continuación dio varias patadas en el suelo para asegurarse de que volvía a pisar tierra firme. Esta acción provocó que crujieran unas hojas caídas. Él y Danilo se habían teletransportado a un bosque envuelto en niebla. La noche empezaba a cerrarse a su alrededor, y el noble señaló hacia unas luces que parpadeaban entre las ramas desnudas de los árboles.
—La posada A Medio Camino está un poco más arriba. Vamos —apremió Danilo y echó a andar sobre las hojas del otoño con tanto sigilo como un elefante. Más experto en tales lides, Bran lo siguió en silencio. La urgencia daba alas a sus pies.
Pocos minutos después llegaron a un gran calvero en el que se levantaba un conjunto de edificios de madera agrupados en torno a una gran posada de piedra. El lugar bullía de comerciantes humanos y elfos que se ocupaban de sus animales, cerraban tratos o almacenaban sus mercancías durante la noche en alguno de los depósitos. De los amplios establos salía el sonido de satisfechos relinchos, y por las ventanas de la cocina de la taberna se oía el tintinear de la loza. Los aromas de la cena proporcionaban un agradable calor al aire otoñal.
—En esta posada fue donde conocí a Arilyn. Dejó su caballo aquí, y antes de que Khelben consultara al grifón Eyrie, yo ya sabía que volvería a buscarlo.
—¿A qué distancia estamos de Evereska? —inquirió Bran.
—Bastante cerca —le aseguró Danilo—. A una o dos horas a caballo hacia el este. Vamos a comprobar que el caballo de Arilyn sigue aquí.
Ambos hombres se deslizaron dentro de los establos. Danilo localizó al punto la yegua gris de la semielfa.
—Vayamos a la posada y busquemos a alguien que quiera vendernos dos caballos —propuso el noble.
—De acuerdo. —Bran se echó sobre el rostro la capucha de su capa y se encaminó detrás de Danilo hacia el grande y ancho edificio de piedra. Mientras el noble colgaba de un gancho su elegante capa bordada, el Arpista echó un vistazo a la atestada taberna. Entonces colocó una mano sobre el brazo de Danilo para detenerlo.
—¿Quién es ese elfo de detrás de la barra? —preguntó.
Danilo miró. En un esquina de la barra vio a un elfo de la luna menudo y solemne inclinado sobre lo que parecía ser un libro de cuentas.
—¿Ése? Es Myrin Lanza de Plata, el propietario de la posada. ¿Por qué preguntas?
—Lo conocí una vez, hace muchos años, en mi único viaje a Siempre Unidos —murmuró Bran—. Qué raro que un capitán de la guardia de palacio se convierta en posadero. Ve tú solo —dijo a Danilo—. No creo que me reconozca, pero será más prudente que no me deje ver. —Dicho esto el Arpista se escabulló de la posada y se fundió en las sombras de la noche.
Danilo se dirigió a la barra con paso despreocupado. El posadero alzó los ojos al notar su presencia y contempló al noble con unos ojos plateados que no revelaban nada.
—Lord Thann, bienvenido de nuevo.
—Gracias, Myrin. Me gustaría decir que me alegro de estar de vuelta pero he tenido un poco de mala suerte. Cerveza, por favor.
El elfo le sirvió una espumeante jarra, y Danilo se sentó en un taburete de la barra y dio unos sorbos a la bebida.
—Acabo de perder el caballo en un juego de azar —dijo—. Necesito comprar dos nuevas monturas. Y tiene que ser rápido.
—¿Su caballo o la transacción? —preguntó el posadero con un toque de humor.
—Bueno, ambas cosas supongo. Preferiría hacerlo ahora mismo, porque después de varias de éstas —dijo levantando la jarra ya vacía— no regateo nada bien.
El elfo estudió a Danilo en silencio.
—Varios de mis clientes podrán ayudarlo. Me encantará hacer las presentaciones.
Myrin Lanza de Plata llamó a una camarera, una joven elfa de la luna de pelo negro y cutis azulado que a Danilo le recordó a Arilyn. Tras recibir unas breves instrucciones la muchacha desapareció. Regresó a los pocos minutos con un mercader amnita.