—Se han dado casos.
El elfo la miró un momento, tras lo cual comentó en tono condescendiente:
—Mi querida Arilyn, no puedes librar un duelo con esa desmayada arma.
En respuesta, la semielfa se llevó la espada de Danilo a la frente en gesto de desafío. Pero Kymil se limitó a echarse a reír y se volvió hacia la Elite:
—Matadla —ordenó.
Khelben Arunsun contemplaba el ocaso de pie junto a una de las ventanas de su torre. Por mucho que lo intentara no conseguía borrar de su mente las palabras de Danilo. En el asunto de la puerta elfa el archimago había hecho lo que había considerado mejor. El consejo de Arpistas había decidido que el secreto era lo único que podía proteger al reino elfo, y había guardado el secreto dividiéndolo en muchos trozos. En ese momento parecía el modo de obrar más prudente.
Pero ahora Khelben ya no estaba tan seguro. Los Arpistas trabajaban en secreto, reuniendo información y usando los talentos de sus miembros para frustrar sutilmente el mal o corregir desequilibrios. En lo referente a la puerta elfa, un elfo en quien todos confiaban había vuelto en su contra el manto de secreto que los Arpistas solían emplear casi siempre con éxito. Khelben sabía que ahí radicaba el dilema. Bran Skorlsun se había dedicado durante casi cuarenta años a encontrar a Arpistas falsos y a algún que otro renegado. ¿Qué desastres podrían ocurrir si esos Arpistas falsos tuvieran acceso a los secretos de la organización?
El mago reconocía que Danilo tenía razón en muchas cosas. Consciente y deliberadamente Khelben había puesto en peligro la vida de Arilyn. Desprovista de la hoja de luna la semielfa no podría sobrevivir a esa noche. Khelben sentía una profunda pena por su sobrino, ya que, obviamente, éste amaba a la semielfa.
De golpe el archimago se apartó de la ventana y caminó hasta la esquina de la habitación en la que aún yacía la espada. Que él supiera, Arilyn no había nombrado a ningún sucesor. ¿A quién iba a enviar la espada? Con aire ausente fue a coger la antigua vaina, pero sus manos se cerraron en el aire.
—¡Qué! —Khelben abandonó de golpe su introspección y entonó a toda prisa las palabras de un conjuro para disipar la magia. La hoja de luna se desvaneció, aunque su débil silueta aún flotó en el aire un instante, como para burlarse de él.
»Una ilusión —murmuró—. Danilo ha cogido la espada y ha creado una ilusión. El chico se está volviendo demasiado bueno para seguir con la farsa —se dijo, sonriendo orgulloso a su pesar.
Khelben se pasó una mano por la frente. Danilo tenía toda su comprensión, ¿pero cómo había podido ser tan estúpido para poner en peligro la puerta elfa? Danilo y Bran Skorlsun arriesgaban sus vidas para ayudar a Arilyn, y Khelben no sabía si enfadarse o sentirse avergonzado. Quizá lo lograran. Quizá Danilo podría trasladar la puerta sin problema. Quizás Arilyn podría vencer a Kymil Nimesin. «Y quizá yo debería dejar que lo intentaran», pensó.
El peso de la responsabilidad se hizo muy pesado, y Khelben Arunsun de pronto se sintió muy viejo. El mago subió la escalera hacia su cuarto de los hechizos para alertar a Erlan Duirsar. Al Señor elfo de Evereska no le haría ninguna gracia saber que la hoja de luna volvía a estar completa e iba camino de la puerta elfa.
Los sonidos de la lucha resonaron por los jardines del templo y fueron descendiendo por el laberinto de senderos que serpenteaban hacia la cima de la colina más alta de Evereska. Dos hombres echaron a correr, y el más alto cogió ventaja. Con paso veloz y seguro el maduro Arpista subió corriendo la colina. Allí, en el mismísimo corazón del jardín, vio una escena que le heló los huesos.
Delante de la estatua de una hermosa diosa elfa su hija luchaba por su vida contra cuatro elfos dorados. La luz de la luna arrancaba reflejos a las espadas.
Entonces Danilo llegó al jardín, y ambos hombres se quedaron sobrecogidos. Eran incapaces de moverse. Nunca habían visto lucha igual. Cada uno de los ágiles elfos dorados sería considerado un campeón. Pese a que Arilyn había eliminado ya a dos, los cuatro restantes ejecutaban una danza mortal alrededor de la semielfa. Algo apartado se veía a otro elfo dorado, un
quessir
alto y delgado que esperaba el fin de la lucha con una expresión de confianza.
En aquel instante uno de los dorados hizo caer la espada prestada de la mano de la semielfa. A la brillante luz de la luna, Danilo vio perfectamente la sonrisa despectiva en el rostro de Tintagel Ni'Tessine. El noble se dejó invadir por el pánico y tuvo un momento de indecisión. En un principio había planeado no sacar la hoja de luna hasta haber hallado la puerta elfa y haberla movido.
Tintagel Ni'Tessine alzó su espada trazando un arco de un lado al otro del pecho, preparándose para descargar un golpe de revés contra la garganta de Arilyn. Rápidamente Danilo tomó una decisión.
—¡Arilyn! —gritó al tiempo que metía su mano herida dentro de la bolsa mágica. Una segunda explosión de dolor le recorrió el brazo cuando sus dedos se cerraron en torno a la espada mágica. Los elfos, sobresaltados, miraron en su dirección, y Danilo lanzó la hoja de luna envainada hacia Arilyn.
Un rayo de luz azul hendió el aire del jardín como una explosión. El suelo tembló por los efectos de un trueno mágico, y los elfos dorados cayeron al suelo.
Arilyn, situada a los pies de la estatua, esgrimía ahora la reluciente espada, ofreciendo una imagen de magia y venganza. El humo provocado por la explosión fluía hacia ella. Ante la atónita mirada de Danilo, las volutas de humo se arremolinaron y se retorcieron, formando un débil círculo a espaldas de la semielfa que irradiaba una fastasmagórica luz azulada.
—¡La puerta elfa! —gritó Kymil Nimesin señalando hacia el círculo—. ¡Tenéis que quitarla de en medio y entrar en la puerta!
Los luchadores elfos se levantaron e intercambiaron inquietas miradas. Danilo echó un vistazo a la desconcertada expresión de Bran Skorlsun e inmediatamente comprendió qué les pasaba a los elfos. No podían ver la puerta.
Algunas puertas dimensionales sólo eran visibles para poderosos magos. De todas las personas presentes en el jardín únicamente Danilo podía ver lo que señalaba Kymil Nimesin.
El joven aristócrata se apresuró a sacar de su bolsa el rollo en el que estaba escrito el conjuro y se preparó para mover la puerta. De pronto se dio cuenta de que Khelben no le había dicho adónde trasladarla. Una fugaz sonrisa asomó a sus labios cuando la solución se le ocurrió por sí misma. Entonces, conjurando en su mente el nuevo emplazamiento de la puerta elfa, el joven mago empezó a entonar la larga salmodia del hechizo con sus correspondientes gestos.
—¡Por el honor de Myth Drannor! —gritó Kymil impulsando a la Elite a la lucha. Tres elfos dorados rodearon a Arilyn. Blandiendo la vara Bran corrió a ayudar a su hija, pero Filauria Ni'Tessine le salió al paso. El alto Arpista y la elfa cantora del Círculo eran extraños rivales, pero Filauria mantenía a Bran a raya con sorprendente habilidad.
—Tu espada no puede derramar sangre inocente —recordó Tintagel a Arilyn con petulancia—. No vale nada contra mí.
—Los tiempos han cambiado. ¿Quieres comprobarlo? —replicó la semielfa. Tintagel avanzó muy seguro, pero con sólo tres estocadas la hoja de luna le atravesó el corazón. El elfo abrió los ojos desmesuradamente por la sorpresa mientras se desplomaba. Filauria lanzó un agudo lamento, abandonó la lucha con el Arpista y corrió a arrodillarse junto al cuerpo de su hermano.
—El tiempo para llorar la muerte de nuestros mártires llegará más tarde —bramó Kymil—. Ahora tenéis que atravesar la puerta.
Arilyn atacó con ferocidad a sus dos atacantes elfos, dispuesta a impedirles por todos los medios que cumplieran la orden de Kymil. La hoja de luna se hundió en el corazón de uno de ellos y lo mató en el acto. Con la siguiente estocada Arilyn despanzurró al otro. El elfo dorado dejó caer la espada mientras sus manos trataron de impedir que se le salieran las tripas. Arilyn resbaló en la sangre y cayó al suelo.
—¿Dónde está? —preguntó Filauria a Kymil. Éste señaló en la dirección de la puerta elfa y se hizo a un lado. La
etrielle
echó a correr, saltó por encima del cuerpo tendido de Arilyn y se lanzó hacia algo que no podía ver.
Justo entonces Danilo completó el hechizo. El rollo desapareció de sus manos, y una segunda explosión mágica sacudió el jardín. Los supervivientes miraron horrorizados. Sólo la mitad de Filauria Ni'Tessine había conseguido atravesar la puerta.
Un grito de frustración resonó en los jardines del templo. La reserva patricia de Kymil Nimesin se había esfumado, junto con la esperanza de ver cumplido el objetivo de su vida. Con movimientos rápidos y bruscos el elfo dorado empezó a ejecutar los movimientos del hechizo de teletransporte que lo alejaría de la escena de su fracaso.
—¡Espera! —gritó Arilyn. La semielfa se levantó bajo la mirada asesina de Kymil—. Aún no has perdido.
Los ojos de obsidiana de Kymil, que ahora eran como dos pozos de odio sin fondo, se clavaron en Arilyn.
—No hables con acertijos —replicó desdeñosamente—. Te falta inteligencia para ello.
Arilyn se acercó más a él y se encaró con su antiguo mentor.
—Te desafío de nuevo a combate singular, hasta que uno de nosotros esté desarmado o herido. Si ganas, te revelaré el nuevo emplazamiento de la puerta.
Una chispa de interés brilló en los ojos negros de Kymil.
—¿Y en el caso improbable de que tú ganes?
—Te mataré —respondió la semielfa de manera sucinta.
—¡No! —gritó Bran desde el extremo opuesto del jardín—. Hay muchos que creen que tú eres la asesina de Arpistas. Tienes que llevar a Kymil Nimesin a juicio o te colgarán a ti en su lugar.
—Estoy dispuesta a correr el riesgo —repuso Arilyn resuelta.
—Quizá tu sí, pero yo no —declaró Danilo—. Si no me prometes que no matarás a ese condenado hijo de orco, tendrás que luchar conmigo para llegar hasta él.
Arilyn lanzó una mirada de exasperación al noble. En respuesta Danilo se quitó los guantes. La luz de la luna reveló una mano con feas quemaduras y un rostro que acusaba el agotamiento de haber lanzado el hechizo.
—Si luchas conmigo tendrás que matarme —añadió Danilo—. Te será muy fácil.
Su tono implacable convenció a Arilyn de que hablaba muy en serio.
—Creo que me gustabas más en el papel de estúpido —dijo.
—¡Júramelo! —insistió Danilo sin dejarse distraer.
—Muy bien. Te doy mi palabra. Dejaré lo suficiente de él para llevarlo a juicio. ¿De acuerdo?
—Vale. Ve por él.
—Bueno, ¿qué dices? —preguntó Arilyn al elfo.
—Sólo con saber dónde está la puerta elfa no es suficiente —señaló Kymil, regateando para comprobar hasta dónde estaba dispuesta a llegar Arilyn.
—Llegado el caso, yo misma te llevaré hasta allí. Llevaré la hoja de luna y te abriré la maldita puerta. Y, si quieres, te organizaré una fiesta de despedida antes de que te marches a Siempre Unidos.
—Trato hecho. —Kymil desenvainó su espada y se la llevó a la frente en un despectivo saludo. Elfo y semielfa cruzaron espadas, y la lucha empezó.
Danilo Thann y Bran Skorlsun contemplaban el duelo en temeroso silencio, casi sin atreverse a respirar. Ambos eran expertos luchadores, ambos habían visto y hecho mucho a lo largo de sus respectivas vidas, pero la batalla que se libraba ante sus ojos era algo que jamás habían presenciado antes.
Era una increíble y fascinante danza mortal en la que cada movimiento era tan rápido que sus ojos humanos apenas podían seguirlo. Arilyn y Kymil se enfrentaban con gracia y agilidad elfas, y cada uno superaba sus propios límites forzado por la habilidad y la apasionada determinación del rival. Eran combatientes iguales en estatura, fuerza y velocidad, por lo que en ocasiones sólo podían distinguirse por el color: Arilyn era un mancha blanca contra el cielo oscuro y Kymil un rayo dorado de luz fuera de lugar en plena noche.
Las espadas elfas relampagueaban y revoloteaban, y cuando chocaban lanzaban chispas hacia el cielo nocturno con tal velocidad que a Danilo le recordaba un espectáculo de fuegos de artificio. Los sonoros golpes de metal contra metal se sucedían tan rápidamente que su eco se fundía en un único grito metálico y reverberante. Un débil sonido se separó del sobrenatural alarido, y Danilo empezó a oír una voz. Era una voz que no hablaba con palabras ni con sonidos y que no iba dirigida a él. Irresistible como el canto de las sirenas, la voz mágica planeaba sobre el estruendo de la lucha, suplicando, insistiendo, obligando. Era una voz que exigía venganza y muerte.
Sobresaltado, Danilo se dio cuenta de que era la voz de la sombra elfa. La hoja de luna brillaba con la entidad de la espada, buscando implacablemente venganza, pugnando por liberarse. Incluso para Danilo sus exigencias eran irresistibles.
«Arilyn no puede ceder», se dijo Danilo desesperadamente. El noble contempló la estela de luz azul que dejaba la hoja de luna al dibujar un semicírculo y ser impulsada bruscamente hacia arriba. Los movimientos eran tan rápidos que no podía distinguirlos individualmente, pero la hoja de luna dejaba estelas de luz en el aire, luminosas cintas azules sobre el fondo del cielo nocturno.
De pronto se hizo el silencio, y el intrincado dibujo de luces azules empezó a apagarse. Kymil Nimesin se puso lentamente en pie; a su alrededor yacían desperdigados los fragmentos de su espada rota.
—Gracias, Mielikki. Ha acabado —dijo Bran agradecido. Con sendos suspiros de alivio, Danilo y el Arpista se adelantaron. Pero la expresión que se pintaba en la faz de Arilyn los detuvo, y nuevamente el temor se apoderó de Danilo al comprender que la lucha aún no había acabado.
Como si tuviera voluntad propia la hoja de luna se elevó entre las manos de Arilyn. Llegó a la altura de la garganta de Kymil Nimesin brillando con malévola luz azul. La semielfa temblaba por el esfuerzo de frenar a la espada, y su rostro contraído delataba el esfuerzo que debía hacer para no matar a su antiguo mentor. Kymil Nimesin contemplaba desafiante la espada aguardando la muerte.
—Resiste, Arilyn —le suplicó Danilo—. No dejes que la sombra elfa y tu propia necesidad de venganza te venzan.
La corriente mágica empezó a crecer, como en las calles de Aguas Profundas. Nuevamente el aire se arremolinó furiosamente alrededor de los supervivientes de la batalla en lo que era la prueba tangible de la cólera de la sombra elfa. Sólo Arilyn logró mantenerse en pie pese a la fuerza del vendaval.