—¡Te invoco!
La orden de Arilyn se oyó por encima del fragor. La airada corriente de magia vaciló, pero rápidamente empezó a comprimirse. En un abrir y cerrar de ojos la sombra elfa apareció ante Arilyn.
—Renuncia a la venganza —dijo severamente la semielfa—. Nosotras no somos las únicas a las que Kymil Nimesin ha hecho daño. Los Arpistas tienen el derecho de juzgarlo y, para ello, debe seguir con vida.
—Es un error —protestó la sombra elfa mirando fijamente la forma tendida boca abajo de Kymil, con un odio que no trataba de disimular.
—Es posible —replicó la semielfa con la cabeza bien alta—, pero estoy en mi derecho de cometerlo. —Entonces alzó la hoja de luna, y por un segundo Arilyn y su sombra se encararon.
Finalmente, la sombra inclinó levemente la cabeza y extendió las manos con las palmas hacia arriba en el gesto elfo de respeto. Acto seguido se desvaneció en una niebla azul que formó un pequeño vórtice que fue absorbido por el ópalo de la espada.
Arilyn guardó de nuevo la hoja de luna en la funda del cinto y avanzó hacia sus compañeros. Bran había ayudado a Danilo a levantarse, y ahora el joven estaba muy ocupado comprobando el estado en el que había quedado el que antes fuera un elegante atuendo.
—Danilo.
El noble levantó la vista hacia Arilyn. Su ropa se veía desgarrada y ensangrentada, y el rostro presentaba un tono casi gris por el agotamiento. Para la sabia mirada del joven, los ojos de Arilyn se expresaban tan claramente como si hablaran. Finalmente Arilyn había hecho las paces consigo misma y ahora era la verdadera dueña de la hoja de luna.
—Ahora sí que ha acabado —dijo ella.
—¿Te he cantado ya la balada sobre el pantano de Chelimber? —preguntó Danilo al Arpista.
—Dos veces —contestó Bran Skorlsun.
—Oh.
Arilyn se rió entre dientes.
—¿Te has fijado en que el número de goblins y hombres lagarto aumenta a cada interpretación? Ya sólo le queda añadir uno o dos orcos en el caldo para darle un poco más de emoción.
Arilyn, Danilo y Bran estaban pasando una velada en La Casa del Buen Libar, bebiendo vino espumoso y charlando. Mientras ellos hablaban, la taberna se fue vaciando, las camareras colocaron las sillas encima de la mesas y después se fueron a la cama y el posadero empezó a dormitar detrás de la barra con los bolsillos muy llenos con el oro de Danilo.
Pese a las aventuras que habían compartido y los diferentes lazos que los unían, sabían muy poco unos de otros. Los tres se sentían ávidos por saber más de la historia, los sueños y los planes de sus compañeros. A la salida del sol habían avanzado bastante.
Inevitablemente la conversación recayó en los sucesos del día anterior.
—Ahora que has recuperado tu buen nombre, ¿qué piensas hacer? —preguntó Bran a Arilyn.
La semielfa se quedó pensativa.
—El tribunal de Arpistas me declaró inocente, pero esto no me devuelve necesariamente mi buen nombre. Supongo que podré encontrar trabajo pero tardaré años en labrarme de nuevo una reputación.
—¿Como asesina? —preguntó ingenuamente Danilo.
Arilyn puso los ojos en blanco y suspiró.
—Gracias por volver a poner las cosas en su justo lugar.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó Bran a Danilo—. ¿Todavía crees que Khelben y los Arpistas no supieron llevar bien el tema de la puerta elfa?
—Antes lo creía —respondió Danilo eligiendo cuidadosamente las palabras—. Pero no se me ocurre cómo podrían haberlo hecho mejor. Tal vez no apruebe todo lo que Khelben ha hecho, pero soy consciente de que tuvo que tomar decisiones muy difíciles.
—¿Y los riesgos inherentes a mantener el secreto?
—Siguen ahí —admitió Danilo un tanto atribulado—. Pero en esto tampoco veo una alternativa real. En muchas ocasiones trabajar para el bien y mantener el equilibrio es una cuestión de matices. Para dar forma a un seto hay que podarlo con cuidado, no utilizar una guadaña.
—Necesitamos a personas con tu talento y tu lucidez —replicó Bran con una sonrisa. Entonces metió la mano en el bolsillo interior del manto y sacó una cajita. En su interior relucía una insignia de Arpista labrada en plata: la luna creciente y el arpa.
«Esta insignia es poca cosa al lado de tus galas —dijo el Arpista en tono de amable burla, al tiempo que entregaba la cajita a Danilo—, pero es un signo de extraordinario valor. Me complace poder ofrecértela, junto con un lugar en las filas de los Arpistas.
Viendo que el joven dudaba, Bran insistió.
—Cógelo y llévala con orgullo. Mereces ser conocido por lo que realmente eres.
—No me malinterpretes; me siento honrado por tu confianza —le aseguró Danilo—. Pero fingiendo ser el idiota del pueblo he sido bastante eficaz. No podré continuar con mi trabajo si se sabe que soy un Arpista.
—No tienes elección —señaló Bran Skorlsun con un toque de humor—. La balada que has compuesto te hará extraordinariamente famoso.
Arilyn se echó a reír.
—El papel de tonto te ha sido muy útil, Danilo —dijo la semielfa—. ¿Pero no crees que ya es hora de dejarlo atrás? Deberías recibir el respeto que te mereces, y cuentas con los suficientes recursos para desarrollar nuevos métodos.
—El tío Khelben me sugirió algo parecido —meditó Danilo.
Bran Skorlsun sonrió de nuevo y le tendió la insignia con la luna creciente y el arpa.
—Entonces todavía me es más grato ofrecértela. A Khelben no le gustará nada que yo usurpe ese privilegio. Ésta es una oportunidad única para irritar a nuestro buen mago. —El Arpista se sumó a las risas de Danilo, tras lo cual dejó la cajita frente al joven y le cogió por ambos antebrazos; el saludo de un aventurero a un compañero e igual—. Eres un buen hombre, hijo mío.
Profundamente conmovido Danilo aceptó la insignia.
—Gracias, Bran. Pero el mejor regalo que me has dado es tu aceptación. Algo que incluso mi propia familia todavía me niega.
—Esto también tendrá que cambiar —afirmó Arilyn—. La familia Thann tendrá que oír todo lo que has hecho, aunque tenga que obligarlos a todos con mi espada a que se sienten y escuchen. —Entonces dulcificó el gesto y puso una mano en el hombro de Danilo—. Me alegro por ti. Mereces ese honor.
—No creas que me he olvidado de ti —dijo Bran a su hija. El Arpista se quitó su propia insignia, muy desgastada ya, y se la ofreció.
—No puedo aceptarla —protestó Arilyn echándose hacia atrás.
—¿Por qué no? Nunca he conocido a nadie que se la mereciera más que tú.
—Pero es tuya y...
—Razón de más para que la tengas tú. Los dioses saben que te he dado muy poco mío.
Arilyn miró al Arpista sorprendida por la tristeza de su voz.
—No te culpo —le dijo—. Todos debemos cumplir con nuestro deber. No tenías elección. La acepto —añadió en tono serio—. ¿Pero sabes qué significa la entrega de la insignia de Arpista?
—Por supuesto —respondió Bran con una sonrisa de desconcierto.
—Tendrás que responder por mí y supervisar mi actuación hasta que se me acepte como Arpista de pleno derecho —prosiguió Arilyn como si no lo hubiera oído—. Teniendo en cuenta mi pasado y la mala fama que he adquirido en el juicio, no será una tarea agradable y podría tomar bastante tiempo. ¿Te quedarás cerca de mí para hacerlo o planeas marcharte de nuevo al otro lado del mundo?
El corazón del Arpista se conmovió por la petición que se escondía tras las palabras de la semielfa. Ante la perspectiva que se le presentaba: conocer a su extraordinaria hija, los años que aún le quedaban por vivir de pronto le parecían mucho más atractivos.
—Me quedaré —dijo—. En el norte hay más que trabajo suficiente para un explorador. Tal vez, dentro de un tiempo, me retiraré a Aguas Profundas.
—Oh, qué bien —comentó Danilo con una amplia sonrisa—. Tío Khelben estará encantado.
—Hablando del archimago, debemos hablar con él sobre la puerta elfa —dijo Bran—. Deben tomarse medidas para proteger el nuevo emplazamiento.
—¿Qué pasa? —inquirió Arilyn al reparar en la sonrisita del joven.
—¿Qué? Oh, me limito a mostrarme de acuerdo con el buen Arpista. —De mala gana se levantó de la mesa—. Ahora debo irme. Me costará varias horas explicar a mi familia mi prolongada ausencia, por no hablar de los nuevos escándalos con los que he manchado últimamente el apellido Thann. Padre simplemente se mostrará decepcionado, pero la reacción de mi madre seguro que es digna de un dragón rojo.
Arilyn también se puso en pie, y en sus ojos ardió el fuego de la batalla.
—Yo voy contigo —anunció.
—¿De verdad? —inquirió Danilo, muy complacido—. Creí que sólo bromeabas.
—Raramente bromeo —replicó la semielfa en tono adusto.
Danilo echó la cabeza hacia atrás y prorrumpió en carcajadas.
—Por los dioses, esto será digno de ver.
El trío abandonó la taberna y fue a buscar a los caballos. Arilyn montó y se quedó mirando al noble. La capa de terciopelo verde de Danilo y sus extravagantes joyas no parecían apropiadas para un Arpista recién nombrado.
—Supongo que querrás cambiarte antes de irnos —comentó la semielfa.
—¿Para qué, querida? —repuso el noble en tono afectado. Con un resoplido de indignación jugueteó con las blandas plumas de su sombrero recién adquirido—. Debes saber que el conjunto que llevo es la última moda entre la buena sociedad de Aguas Profundas. O, al menos —se corrigió—, lo será cuando me lo vean puesto.
—Como quieras —replicó Arilyn, siguiéndole la corriente—. Yo me conformo con no volver a oír nunca más esa condenada balada tuya.
Danilo dirigió a Bran una sonrisa afectada y se subió a la silla de un salto.
—Parece que la dama tiene buen gusto. Bueno —se corrigió, recorriendo significativamente con la mirada las ropas de viaje de la joven—, tiene buen gusto en lo referente a la música.
Arilyn contempló su habitual atuendo: botas, pantalones, camisa blanca holgada y capa oscura. El único adorno que llevaba era la estropeada insignia Arpista.
—¿Qué tiene de malo la ropa que llevo?
—Yo esperaba que, después de vencer a lady Cassandra Thann, lo celebraríamos como es debido. Perdóname, querida, pero eso que llevas no sirve.
—A mí me gusta.
—Por suerte pude ir de compras después del juicio. —Danilo rebuscó en su bolsa mágica y sacó una nube de diáfana seda color zafiro. Al levantarla se vio que era un vestido de insólita belleza.
Arilyn lo miró con severidad.
—Puedo ver tus manos a través de la tela.
La única respuesta de Danilo fue una amplia sonrisa.
—Dime, Danilo, ¿finges sólo ser un dandi o es que lo eres de verdad? —inquirió la semielfa sin poder evitar que se le contagiara la sonrisa del joven aristócrata.
—Uno tiene que guardar las apariencias —respondió él guardando el vestido en la bolsa—. Me parece que no te gusta.
—Muy perspicaz.
—Vamos a ver, ¿qué otra cosa te podría quedar bien? ¿Has pensado alguna vez en un vestido de terciopelo azul, tal vez con un escote hasta aquí? ¿No? Entonces, al menos, una blusa azul. De seda azul intenso y con una o dos joyas de oro. Y quizás una capa de terciopelo que haga juego. ¡Sí, eso es! Mira, conozco una maravillosa tiendecita que nos viene de camino, donde...
Arilyn se estiró y dio una palmada en el flanco al caballo de Danilo. El animal relinchó, ofendido, y echó a correr por la calle. Las últimas palabras de Danilo se las llevó el viento.
Entonces la semielfa bajó la vista hacia su padre. Lentamente extendió las manos con las palmas hacia arriba, el gesto elfo de respeto. Después de muchos años los ojos del Arpista se llenaron de lágrimas al devolver el saludo. Su hija sacudió con fuerza las riendas y galopó en pos de Danilo Thann.
—Todavía queda un misterio —comentó Arilyn mientras ambos cabalgaban juntos por las calles de la ciudad—. ¿Adónde trasladaste la puerta elfa?
—Al lugar más seguro que se me ocurrió —respondió Danilo con una mirada solemne.
—¿O sea?
—La torre de Báculo Oscuro.
—¿Qué?
Danilo puso cara de un niño que ha hecho una diablura.
—¿Se te ocurre un lugar más seguro? ¿O un hombre más capaz de guardar el secreto?
—No, pero...
—Y todavía hay más —la interrumpió Danilo—. Puse la puerta elfa en la habitación de Laeral. Puesto que nuestra buena maga pasa gran parte de su tiempo en Siempre Unidos, pensé que así podría visitar a tío Khelben con mayor frecuencia. ¿Tú crees que así el archimago apaciguará su malhumor?
Arilyn soltó una carcajada.
—Es posible. Pero hay un problema. Cuando la puerta elfa estaba en Evereska yo siempre me sentía atraída hacia el templo de Hanali Celanil. ¿Significa eso que ahora sentiré el impulso de visitar a Khelben Arunsun?
Al imaginárselo Danilo se sumó a la risa de Arilyn.
—De hecho —dijo el joven cuando se tranquilizó—, es un emplazamiento adecuado. La puerta elfa creó muchos desequilibrios. El trasladarla a la torre de Báculo Oscuro puede ayudar a eliminar las tensiones entre Siempre Unidos y los Arpistas que surgieron con su creación.
—Ya empiezas a hablar como un Arpista —se mofó Arilyn—. ¿También piensas cambiar tu frívolo comportamiento?
En lugar de responder, Danilo se quitó el emblema plateado de Arpista de la capa de seda. Entonces la dobló y la sujetó al forro. Cuando miró a Arilyn, mostraba de nuevo la sonrisa de suficiencia vacua y perezosa del figurín más celebrado de Aguas Profundas y del mago con más fama de inepto.
—¿Yo, un Arpista? —Danilo rió—. Mi querida muchacha, esta broma sería muy celebrada en determinados círculos.
—¿Así es como van a ser las cosas? —inquirió la semielfa con una débil sonrisa.
—Creo que es lo mejor —repuso el joven a la ligera—. ¿Qué piensas hacer tú?
—Cuando Kymil Nimesin empezó a entrenarme me dijo que la hoja de luna me hacía distinta. Yo siempre he sentido que tenía que estar sola, que no era más que una sombra del poder de la espada. Pero yo soy la dueña de la hoja de luna, y las cosas deben cambiar.
Arilyn desenvainó el arma y señaló las líneas de runas.
—Ahora hay nueve; esta nueva es mía. —Hizo una pausa y eligió las palabras con mucho cuidado—. No es tanto un nuevo poder como la supresión de determinadas limitaciones. —Entonces dio la vuelta a la espada y se la tendió a Danilo por la empuñadura.
Los ojos grises del joven aristócrata expresaron que lo comprendía. Arilyn le ofrecía mucho más que la espada. Profundamente conmovido, aceptó el símbolo de su amistad y sostuvo cariñosamente la hoja de luna entre sus manos quemadas.