Khelben asintió en dirección a Arilyn.
—Mejor, porque no podría explicarlo de otro modo. Amnestria se casó con un humano y quedó embarazada. Esto no es lo que los elfos esperan de sus princesas. —El mago lanzó un hondo suspiro—. En un inocente intento por tender un puente entre ambos mundos, la princesa añadió un poder potencialmente peligroso a su hoja de luna. Pero el ópalo fue retirado antes de que pudiera absorber por completo ese poder.
—Supongo que era la puerta elfa —interpoló Arilyn. Al ver que Khelben fulminaba a Danilo con la mirada, la semielfa enarcó las cejas y añadió—: Tu sobrino no descubrió el pastel. La puerta elfa es una puerta dimensional entre Siempre Unidos y Aguas Profundas. ¿Cómo, si no, el elfo que mató al rey Zaor podría haber sido hallado muerto en Aguas Profundas ese mismo día? Hubiese sido una proeza imposible.
—Impresionante. Tú sola has reunido todas las piezas del rompecabezas —la alabó el archimago.
—No —objetó Arilyn—. Todavía no entiendo por qué el ópalo fue entregado a Bran.
—Fue un castigo —repuso Khelben—. Amnestria fue desterrada y tuvo que jurar que protegería la puerta elfa. Ella sabía que mientras Bran llevara la piedra nunca podrían estar juntos de nuevo.
—¿Por qué no se me dijo nada de esto? —inquirió el Arpista.
—Porque, de haberlo sabido, habrías tenido en tus manos la llave de la puerta elfa —explicó Khelben—. Los elfos de Siempre Unidos no confiaban en ti y, como pensaban que una semielfa no podría heredar la espada, no previeron la posibilidad de un reencuentro entre padre e hija.
—Kymil se aseguró de que eso pasara —afirmó Arilyn amargamente. Ante la perplejidad de los tres hombres, la semielfa preguntó a Bran—: ¿Quién te contrató para seguirme?
—Unos Arpistas de Cormyr se pusieron en contacto conmigo.
—¿Lycon de Sune? ¿Nadasha? —preguntó Arilyn lacónicamente. Bran asintió—. Me lo imaginaba. Kymil trabajaba a menudo con ellos, pero nunca llegaron a confiar plenamente en mí. Supongo que a Kymil le resultó muy fácil convencerlos de que yo era la asesina de Arpistas y que debían ponerte a ti tras mi pista.
—Así que Kymil Nimesin planeó el asesinato de los Arpistas para atraer a Bran hacia ti, con la esperanza de que el ópalo y la hoja de luna se reunieran —musitó Khelben—. ¿Pero para qué quiere la puerta elfa?
Arilyn esbozó una sonrisa capaz de helar los huesos.
—Me aseguraré de averiguarlo antes de matarlo.
—No puedes ir tras Kymil —se opuso el mago—. Ahora que el ópalo vuelve a estar incrustado en la espada, la hoja de luna podría ayudar a cualquiera (especialmente a un elfo) a localizar y usar el portal oculto.
—Podría encontrar a Kymil antes de que éste dé con el portal —sugirió Danilo.
—Demasiado tarde. Él ya está allí —dijo Arilyn—. Me dejó un mensaje donde me decía dónde encontrarlo.
—¿Dónde? Oh, sí. Evereska —recordó Danilo—. Dejó un mensaje diciendo que iba a Evereska. Pues le seguiremos.
—No seas estúpido, Dan —espetó Khelben—. La hoja de luna no debe acercarse a Evereska. Supongo que ya habrás deducido que la puerta elfa se trasladó allí —dijo a Arilyn.
—Sí. Tal vez la hoja de luna no puede ir a Evereska, pero yo sí. —Con estas palabras la semielfa se desciñó la espada y la ofreció a Khelben—. Toma. En tu cripta estará segura.
Pero el mago sacudió la cabeza.
—No puedes ir a Evereska sin la espada, Arilyn. Ahora que el ópalo vuelve a estar en la empuñadura, estás indisolublemente unida a la hoja de luna. Ningún poseedor de una hoja de luna activa y completa puede sobrevivir si se separa de ella cierto tiempo.
Arilyn contempló un momento la espada que tenía entre las manos y luego la arrojó al otro lado de la habitación. El arma aterrizó en el suelo ruidosamente.
—Que así sea. Me contento con vivir lo suficiente para encontrar y vencer a Kymil Nimesin.
—¿Por qué? —quiso saber Danilo. El joven la cogió por los hombros y la zarandeó—. ¿Por qué quieres malgastar tu vida?
—Mi vida nunca me ha pertenecido del todo, de modo que no soy yo quien puede decidir si vivo o renuncio a la vida —repuso ella, mirándolo desafiante—. Debo enmendar el mal uso que se ha hecho de la espada. —La voz de Arilyn era firme y totalmente desprovista de autocompasión—. Y lo haré a mi propia manera. Es posible que sea sólo medio elfa y medio Arpista, pero me niego rotundamente a ser sólo medio persona. Me niego a seguir siendo la sombra de la hoja de luna.
—Nunca ha sido así. Tú controlas la hoja de luna, no al revés —le dijo Bran.
—Si eso fuera cierto, entonces podría decidir dejarla atrás —replicó ella tercamente.
—Supongo que será inútil tratar de disuadirte —intervino entonces Khelben.
—Sí.
—Entonces te guardaré la hoja de luna. Tienes razón al decir que debe estar aquí. Y tú también, si se me permite opinar.
—Gracias, Khelben. Querría pedirte una cosa más. ¿Puedes proporcionarme un medio de transporte hasta Evereska? ¿Tal vez un grifón con un hechizo de velocidad? —pidió Arilyn.
—Claro —repuso el mago—. Si insistes en ir a Evereska, te ayudaré a llegar. Pero con una condición, Danilo irá contigo.
—No. —El tono de la semielfa no admitía discusión—. Iré sola.
Khelben lanzó una enojada mirada a Bran, como si él tuviera la culpa.
—No hay duda de que es hija tuya. —Entonces se volvió hacia Arilyn—. Muy bien, te proporcionaré transporte. Supongo que un grifo hechizado es tan bueno como cualquier otro.
—Bien. ¿Dónde lo recojo? —preguntó Arilyn.
—Los establos están situados en lo alto del monte de Aguas Profundas. —El mago se dirigió a su escritorio y garabateó algo en un pedazo de pergamino. Luego apretó el sello de su anillo en la nota, y su runa se grabó mágicamente en el papel—. Da esto al maestro de grifones —dijo, tendiéndole la nota a la semielfa—. Él te dará todo lo que necesites.
—Gracias —repuso ella, y se encaminó a la salida de la torre.
—Arilyn. —La semielfa se detuvo al oír la voz de Danilo, pero no se volvió—. Necesitarás una nueva espada. —El joven titubeó—. Permíteme que te preste la mía.
Arilyn asintió y cogió la espada que Danilo le ofrecía. Acto seguido desapareció por la puerta mágica. Mientras contemplaba cómo se marchaba, el noble mascullaba maldiciones.
—¿Os esperabais esto alguno de los dos? —preguntó a los otros.
—Yo debí haberlo imaginado —contestó el Arpista—. A su edad, yo habría hecho lo mismo.
Antes de que el archimago pudiera responder, su atención se vio atraída por un golpe fuerte que parecía provenir del centro de la habitación.
—Piergeiron es tan inoportuno como siempre —rezongó Khelben, al tiempo que se encaminaba a la puerta que conducía al sótano y al túnel secreto que unía la torre y el palacio del Señor de Aguas Profundas—. Vosotros esperad aquí.
Danilo se puso a pasear de un lado a otro frente a la puerta, murmurando furiosas imprecaciones contra los Señores de Aguas Profundas y su obsesión con el protocolo. Danilo no tenía paciencia con los procesos de la ley y el orden. Él prefería trabajar de manera independiente y con una tapadera, lo que le permitía saltarse las sagradas convenciones que regían todos los aspectos de la vida en la ciudad. Daba igual que Kymil Nimesin estuviera libre, que la seguridad del reino elfo peligrara, que Arilyn se metiera voluntariamente en una trampa; seguramente los Señores de Aguas Profundas estarían consultando a Khelben Báculo Oscuro sobre un nuevo monumento o alguna otra tontería parecida.
Al impaciente joven le pareció que la conversación entre susurros que mantenía el mago con el mensajero duraba una eternidad. Finalmente, Báculo Oscuro volvió con un pergamino de aspecto oficial. Parecía profundamente atribulado.
—Es un mensaje de los Señores de Aguas Profundas —dijo Khelben, a quien no le gustaba andarse por las ramas—. Se ha identificado a la asesina de Arpistas: Arilyn Hojaluna, una aventurera al servicio de los zhentarim.
—¡¿Qué?! —explotó Bran—. ¿Quién la acusa? Era yo quien debía decidir su inocencia o culpabilidad.
Khelben alzó una mano para pedirle silencio y continuó:
—Piergeiron afirma que las pruebas son abrumadoras. Alguien anónimo envió unos documentos al castillo de Aguas Profundas en los que queda demostrado que en cada asesinato Arilyn se encontraba cerca. Además, se incluía una factura dirigida a los zhentarim por los asesinatos. Las fechas coinciden con los asesinatos de los Arpistas.
—Elaith Craulnober la ha vendido —dijo Danilo con ojos de hielo—. Morirá por ello.
Khelben se mostró preocupado.
—Arilyn ha hecho negocios con ese bellaco, ¿verdad? Por Mystra que esto causará muy mala impresión en el juicio.
—¿Juicio? —Danilo se desplomó sobre una silla—. ¿Se llegará a un juicio? ¿Tú no puedes hacer nada?
—Puedo hablar en su favor.
—Es una acusación falsa —protestó Danilo, pero entonces se estremeció e hizo una corrección—: Al menos, casi todo es falso.
—Hace mucho tiempo aprendí que la verdad raras veces hace cambiar de opinión a los demás. Al parecer, los Arpistas nunca confiaron plenamente en Arilyn y cualquier sospecha de que mantenía alguna relación con los zhentarim los reafirmará en esa opinión. Debes admitir que, con su pasado de asesina, es una sospechosa creíble.
Incluso Danilo tuvo que admitir que parecía lógico.
—Pero cuando se sepa toda la historia... —objetó.
—Nunca podrá contarse toda la historia —afirmó Khelben en tono inflexible—. Si se propagara la noticia de la existencia de la puerta elfa, Siempre Unidos estaría en peligro. El secreto debe protegerse.
—¿Incluso a costa de la vida de Arilyn? —preguntó Danilo, furioso, levantándose y encarándose con el mago.
Sus miradas chocaron y se quedaron prendidas como las astas de dos ciervos; la de Danilo, acusadora, y la de Khelben, la de alguien resuelto a cumplir con su deber ante todo. El joven aristócrata fue el primero en desviarla.
—Voy tras de Arilyn —anunció Danilo de repente.
—Sé razonable, Dan —gruñó Khelben—. ¿Cómo vas a encontrarla? ¿Te reveló la situación de la puerta elfa?
—Está en Evereska. No sé más. —Danilo entornó los ojos—. Espera un segundo. ¿Es que tú no lo sabes?
—Evereska es una ciudad muy grande —se defendió el mago—. Y no fui yo el encargado de trasladar la puerta.
—Muy bien, muy bien. —El joven sacudió la cabeza, asqueado—. ¿Quién lo sabe? ¿O no puedes renunciar a tus votos de guardar secreto ni el tiempo suficiente para darme esa información?
—Cuidado con lo que dices. Laeral ideó el hechizo que trasladó la puerta elfa. Sólo hay otras dos personas que conocen su situación exacta: la reina Amlaruil y Erlan Duirsar, Señor elfo de las colinas del Manto Gris. Quizás ahora también lo sepa el consejo elfo de Evereska. Por Mystra, este lío nos hará retroceder uno o dos siglos en nuestras relaciones de amistad con los elfos —murmuró Báculo Oscuro.
—La política es lo tuyo, tío. Si no puedes ayudarme, iré a Evereska solo.
—Espera, yo te acompaño —replicó Bran Skorlsun suavemente, pero con una voz tan inflexible como el acero templado.
—Tú y tu hija sois tal para cual —le recriminó Khelben—. ¿Qué te hace creer que los elfos permitirán que te acerques a Evereska, Bran? Los elfos no olvidan fácilmente y no tienen demasiado cariño por los humanos que echan a perder a sus princesas.
—¿Conoces a otro capaz de seguir el rastro de Arilyn hasta la puerta elfa? —repuso el Arpista, sosteniéndole la mirada a Khelben.
—¡Ni hablar! ¡No irás!
Danilo se echó a reír sin ni pizca de alegría.
—Oh, vamos, tío. ¿No tienes ni un poco de curiosidad por saber dónde está la puerta? Ahora que el zorro ya está en el gallinero, por así decirlo, supongo que, más pronto o más tarde, se tendrá que cambiar la puerta de sitio. —Khelben abrió mucho los ojos.
—Hay otra cosa —intervino Bran—. Para ayudar a Arilyn tenemos que entregar a Kymil Nimesin a las autoridades. En su actual estado de ánimo me temo que Arilyn lo matará.
—Que lo haga —replicó Danilo—. No seré yo quien vierta lágrimas por la muerte de Kymil Nimesin.
—Por mucho que me duela debo darle la razón a Bran —dijo el archimago—. Arilyn es una antigua asesina y Kymil Nimesin un maestro de armas muy respetado. Kymil tiene que ser entregado a las autoridades e interrogado mágicamente. Sin esta prueba en el juicio, sin la presencia de Kymil en él, Arilyn dará la impresión de que es la asesina de Arpistas. Si mata a Kymil sus posibilidades de ser absuelta serán mucho menores.
—Así pues, ¿estás de acuerdo en que debemos ir, tío Khelben?
—Teniendo en cuenta todas las opciones, sí —respondió el mago, y dijo a Bran—: Si nos perdonas, tengo que hablar un momento con mi sobrino antes de que os vayáis. Ven conmigo arriba, Danilo.
Tío y sobrino ascendieron por la escalera de la torre hasta el cuarto en el que Khelben guardaba los suministros mágicos. Después de cerrar y sellar la puerta, el archimago fue directo al grano.
—Tienes razón. Es preciso cambiar la puerta elfa de sitio.
—¡Pues qué bien! Con Laeral pasándoselo en grande con los elfos de Siempre Unidos, ¿se puede saber quién va a realizar tal milagro?
Khelben miró a su sobrino de hito en hito. Danilo sacudió la cabeza y susurró:
—No va en serio, ¿no?
—Va muy en serio.
El mago se acercó con paso majestuoso a una gran estantería que cubría todo un muro, y en la que guardaba en orden sus rollos mágicos, cientos de ellos. La estantería contaba con multitud de casilleros redondos y muy pequeños que le daban un aspecto de panal descomunal o, al menos, de un impresionante botellero.
Como andaba escaso de tiempo Khelben musitó un hechizo. Instantáneamente uno de los casilleros relució con luz verde. Khelben retiró el rollo que contenía, limpió el polvo que cubría el pergamino soplando sobre él y quitó las protecciones mágicas que lo sellaban.
—Aquí está el conjuro, Dan. —Khelben desplegó el rollo encima de una mesa y miró fijamente al joven—. Yo juré que no lo lanzaría nunca, así que tendrás que hacerlo tú. —Danilo palideció—. Puedes hacerlo. He trabajado contigo desde que tenías doce años, después de que tu último tutor arrojara la toalla, desesperado. Posees la capacidad. ¿Crees que pondría tu vida en peligro animándote a lanzar un conjuro que no pudieras controlar?
—Bueno, no te importa sacrificar a Arilyn —replicó Danilo.