—¿Ves? —prosiguió Danilo—. No tienes más remedio que pasar otra noche conmigo. Ya casi ha pasado la hora de la cena, y sería estúpido que uno de nosotros saliera afuera con esta tormenta en busca de otra posada, y total por nada. A decir verdad, dudo que quede ninguna habitación libre en toda Aguas Profundas. Puesto que aquí soy un cliente habitual y, aunque esté mal decirlo, se me aprecia, se ocuparán bien de nosotros.
Al ver que la semielfa dudaba, el noble insistió:
—Vamos, mujer. Ambos tenemos frío y necesitamos reposar bien esta noche. Además, al menos a mí no me importaría comer algo que no hayamos tenido que cazar antes.
Sí, tenía razón, admitió Arilyn mentalmente.
—De acuerdo —accedió de mala gana.
—Está decidido. —Algo a espaldas de Arilyn captó la atención de Danilo—. ¡Ah! Ahí está el posadero. ¡Eh tú! ¡Simon! —gritó, al tiempo que se dirigía hacia un hombre regordete con un gran delantal.
¿Es que nunca podría deshacerse de aquel imbécil? Arilyn fue con paso airado hacia la chimenea en busca de unas sillas libres. En la zona en penumbra se veían unas cuantas mesas relativamente apartadas. Quizás uno de los rincones no estuviera ocupado.
—¡Amnestria!
Quefirre soora kan izzt?
La melodiosa voz detuvo a Arilyn en medio de una zancada, y una avalancha de recuerdos alejó de su mente todo pensamiento de cansancio y de hambre. ¿Cuándo había sido la última vez que había oído esa lengua?
La semielfa se volvió y se encontró cara a cara con un elfo de la luna alto y de cabello plateado. Iba todo vestido de elegante negro, y tanto su gracioso porte como sus armas muy bien cuidadas proclamaban que era un luchador avezado. Se había dirigido a ella en la lengua oficial de la corte de los elfos de la luna, una lengua que Arilyn nunca había llegado a dominar. La semielfa sintió una punzada al verse a ella misma como una niña muy inquieta que se negaba a aprender de su madre, Z'beryl, nada que no fuera esgrima.
—Lo siento —dijo compungida—, pero hace muchos años que no oigo ese dialecto.
—Naturalmente —replicó el apuesto
quessir
, cambiando inmediatamente al Común—. Es una lengua antigua que ya apenas se habla. Perdóname, pero los de nuestra raza son pocos en Aguas Profundas y me dejé llevar por la nostalgia. —La sonrisa del elfo era melancólica y encantadora.
Arilyn aceptó la explicación con un asentimiento.
—¿Cómo me has llamado?
—Debo disculparme de nuevo. —El elfo volvió a inclinar la cabeza—. Por un momento me recordaste a alguien que conocí hace mucho tiempo.
—Siento haberte decepcionado.
—Oh, estoy seguro de que eso es imposible —afirmó con vehemencia—. De hecho, ya empiezo a darme cuenta de que he cometido un afortunado error.
El elfo tuvo el privilegio entonces de contemplar por un momento los hoyuelos que se le hacían a Arilyn al sonreír.
—¿Siempre eres tan galante con las extrañas a las que conoces por casualidad?
—Siempre —contestó él, devolviéndole la sonrisa—. No obstante, la casualidad raramente me conduce a desconocidas tan hermosas como tú. ¿Me harías el honor de acompañarme? Éste es uno de los pocos lugares de Aguas Profundas donde uno puede encontrar elverquisst, y precisamente acabo de pedir una botella. No hay muchos capaces de apreciar los matices ni la tradición.
El rostro de Arilyn se relajó y esbozó una sonrisa. La sorpresa de encontrarse con un elfo de la luna en aquel lugar, unido al hecho de oírle hablar la lengua que ella asociaba con su madre, había vencido su natural reserva. La nostalgia que el elfo reconocía sentir le recordó que también ella llevaba mucho tiempo lejos de Evereska.
—Un cortés ofrecimiento que acepto agradecida —replicó, usando la fórmula tradicional. Acto seguido extendió la mano izquierda con la palma hacia arriba y se presentó—. Soy Arilyn Hojaluna de Evereska.
El
quessir
colocó su palma sobre la de la semielfa y se inclinó profundamente sobre las manos unidas.
—Conozco tú nombre. Me siento muy honrado —murmuró en tono de respeto.
El ruido de unos pasos interrumpió a los dos elfos.
—Tengo buenas y malas noticias, Arilyn —anunció Danilo alegremente, acercándose con total tranquilidad—. ¡Anda! ¿Quién es tu am...? —El joven aristócrata se interrumpió de golpe y entornó los ojos, fijando la mirada en el elfo de la luna.
El rostro de Danilo se ensombreció y, para horror de Arilyn, una mano se le fue hacia la empuñadura de la espada en un inequívoco gesto de desafío. «¿Qué hace ese loco?», pensó consternada.
Los clientes de La Casa del Buen Libar eran en su mayor parte bebedores habituales, muchos de ellos veteranos de incontables reyertas de taberna, por lo que eran capaces de oler en el ambiente que se aproximaba una pelea del mismo modo que un capitán de navío huele las tormentas. Todas las conversaciones enmudecieron, y se oyó el tintineo de las jarras que los parroquianos apuraban a toda prisa mientras aún podían.
Pero la amenaza pasó tan rápidamente como había surgido. Como si él mismo se sorprendiera de su comportamiento, Danilo soltó la espada y después de rebuscar en el bolsillo superior se sacó un pañuelo bordado. Entonces se limpió los dedos como si se hubieran contaminado por tocar un arma y esbozó una leve sonrisa de disculpa que incluía a Arilyn y al elfo.
—Un conocido, supongo —dijo en medio del silencio del salón, contemplando las manos aún unidas de los elfos.
Presa de una súbita timidez, Arilyn se soltó bruscamente, cerró ambas manos y se metió los puños en los bolsillos de los pantalones. Antes de que se le ocurriera una mordaz réplica se le adelantó el elfo que acababa de conocer.
—Por un momento confundí a la
etrielle
con una vieja amiga.
—¡Por todos los dioses, qué excusa tan original! —exclamó Danilo admirado, enarcando ambas cejas—. Tendré que probarla la próxima vez que quiera conocer a una dama apetecible.
El
quessir
entrecerró los ojos por lo que implicaban las palabras del humano, pero el rostro anodino y sonriente de Danilo no mostraba ni pizca de sarcasmo. Por un momento los tres se quedaron de pie e inmóviles. Entonces el elfo de la luna inclinó secamente la cabeza hacia Danilo a modo de despedida y le dio la espalda, como si el dandi no mereciera ni un segundo más de su atención, tomó el brazo de Arilyn y la escoltó hacia una mesa situada cerca de la chimenea. Los parroquianos notaron que la tensión se había esfumado, y el tintineo de las jarras y el murmullo de las conversaciones volvieron a llenar la posada.
Horrorizada aún por el rudo comportamiento de Danilo, Arilyn se sintió muy aliviada de que no hubiera llegado la sangre al río. En el pantano de Chelimber el humano había demostrado ser un luchador realmente bueno, pero no creía que tuviera muchas posibilidades de vencer al elfo. Mientras el
quessir
la conducía a la mesa, la semielfa lanzó a Danilo una enojada mirada por encima del hombro y le dijo moviendo los labios pero sin articular palabra: «Vete». Arilyn lo fulminó con la mirada y deseó con todas sus fuerzas que se alejara.
Pero si Danilo entendió su mensaje se negó estúpidamente a darse por enterado y con toda tranquilidad siguió a los elfos hacia la mesa. Era una mesa situada en una esquina con espacio sólo para que dos personas compartieran bebida y conversación, pero Danilo arrastró una tercera silla y se puso cómodo. Su sonrisa era de arrogante complacencia, como si su presencia hubiese sido requerida por la realeza.
—¿Danilo, qué rayos te ha picado antes? —preguntó rudamente Arilyn.
—¿Qué rayos te pica a ti? —replicó el noble lánguidamente, señalando con un ademán al
quessir
—. Francamente, querida, ¿cómo puedes aceptar una invitación de este... mmm gentilhombre, o debería decir «gentilelfo», sin haber sido adecuadamente presentados? —El dandi sacudió la cabeza y emitió ruiditos de reconvención—. A este paso nunca te podré presentar a la buena sociedad de Aguas Profundas.
Furiosa por el atrevimiento de Danilo, Arilyn inspiró hondo lentamente. Pero antes de poder lanzar una andanada de improperios que se tenía muy merecidos, algo que había dicho el humano entre tantas tonterías hizo mella en ella. Ahora que lo pensaba, el
quessir
no le había dicho cómo se llamaba. La aventurera miró al elfo, que observaba el intercambio con una expresión alerta en sus ojos ambarinos.
—Mi identidad no es ningún secreto —dijo entonces, dirigiéndose exclusivamente a Arilyn—. Lo que pasa es que nos interrumpieron antes de poder presentarme. Soy Elaith Craulnober, a tu servicio.
—¡Bueno, bueno, que me aspen! —terció Danilo en tono jovial—. ¡He oído hablar de ti! ¿No te conocen acaso como «la Serpiente»?
—En ciertos círculos muy poco recomendables, sí —admitió el elfo fríamente.
Elaith «la Serpiente» Craulnober. Arilyn tuvo que hacer un esfuerzo para poner cara inexpresiva. También ella había oído hablar de él era un aventurero cuya crueldad y felonía eran legendarias. Kymil le había prohibido estricta y repetidamente que se acercara a él. Su mentor había recalcado que su ya maltrecha reputación por la etiqueta de asesina que le habían colgado no saldría ganando si se la veía en compañía de Elaith Craulnober.
No obstante, Arilyn se negaba a dejarse influir ni por oscuros rumores ni por los aspavientos de Kymil, más propios de una vieja comadre. Después de todo, a ella misma le llegaban relatos de sus propias aventuras narradas de manera tan distorsionada que no las reconocía. Podría ocurrir otro tanto con aquel elfo. Arilyn se volvió hacia él procurando mantener una expresión y un tono de voz neutrales. Ya juzgaría por sí misma.
—Bien hallado, Elaith Craulnober. Por favor, acepta mis disculpas por el desafortunado comentario de mi compañero.
—¿Tu compañero? —Por primera vez Elaith miró a Danilo con cierto interés.
—Muchas gracias, Arilyn, pero sé hablar por mí mismo —protestó el humano alegremente.
—Eso me temo —masculló la semielfa—. Oye, Danilo, ya sé que casi no quedan sitios libres, ¿pero te importaría dejarnos solos? He aceptado la invitación de Elaith Craulnober para tomar una copa. Ya me reuniré contigo más tarde, si quieres.
—¿Qué? ¿Quieres que me marche? ¿Y perderme la oportunidad de conocer a toda una leyenda? No, gracias. ¿Qué clase de bardo aficionado crees que soy? —Danilo cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia Elaith Craulnober sonriendo con aire confidencial—. ¿Sabes que se cantan tus proezas?
—Pues no. —El tono del
quessir
pretendía zanjar el tema. Pero Danilo no se dio por enterado.
—¿Me estás diciendo que nunca has oído
Sigilosa ataca la Serpiente?
Es una tonada muy pegadiza. ¿Quieres que te la cante?
—Otro día.
—Danilo... —le advirtió Arilyn entre dientes.
El lechuguino le dirigió una sonrisa de disculpa.
—Arilyn, querida, me estoy pasando de nuevo, ¿verdad? Supongo que es propio de un aficionado; hablar y hablar sin parar cuando un verdadero bardo se limitaría a escuchar y observar. Muy bien, a partir de ahora lo haré. Por favor, vosotros seguid hablando como si yo no estuviera. Seré tan silencioso como un caracol, lo juro.
«Es más tozudo que una mula», se dijo Arilyn, ahogando un suspiro. Pero sabía que discutir con él era inútil, por lo que sonrió tristemente a Elaith y dijo:
—Con tu permiso, parece que esta noche seremos tres.
—Como desees —accedió el elfo gentilmente, aunque miraba a Danilo como si éste fuera un cachorro mal educado que hubiera crecido demasiado—. Creo que no nos han presentado.
—Es Danilo Thann. —Arilyn se apresuró a hacer las presentaciones antes de que el joven pudiera decir otra cosa que encendiera la cólera del elfo.
—Ah, sí —sonrió Elaith, ligeramente divertido—. El joven amo Thann. Tu reputación también te precede.
El elfo dejó que Danilo se tomara sus palabras como quisiera mientras concentraba su atención en la ceremonia del elverquisst. Con un giro de una de sus manos de largos dedos lanzó una diminuta bola de fuego mágico hacia la vela situada en el centro de la mesa. Arilyn se estremeció cuando la vela se encendió. En ese instante sorprendió a Danilo mirándola con curiosidad y sacudió la cabeza gravemente para avisarlo de que no interrumpiera. El joven noble se calmó y contempló la ceremonia cada vez más fascinado.
Elaith Craulnober ahuecó las manos primero sobre la vela, y después sobre la licorera de licor elfo colocada encima de la mesa, delante de él. La botella era una auténtica maravilla, hecha de cristal transparente con miles de diminutas facetas que relucían. El elfo cogió la licorera con ambas manos y le dio lentamente la vuelta delante de la vela, con lo que la botella absorbió la luz y se hizo aún más brillante. Finalmente el
quessir
pronunció una frase en lengua elfa, y la luz almacenada formó trece puntos distintos que relucían como estrellas en contraste con la súbita oscuridad de la licorera de cristal.
Arilyn sintió una mano de hierro que le atenazaba la garganta, como siempre que contemplaba la constelación otoñal Correlian. Para los elfos de la luna, la aparición de aquella formación de estrellas marcaba la muerte del verano. Las voces de Elaith y Arilyn se unieron en un canto de adiós, y con las últimas palabras del ritual la luz se apagó.
Delicadamente Elaith vertió un poco de líquido en una copa y la hizo girar dibujando un complejo dibujo que puso en movimiento un despliegue de maravillosas luces y colores. Las elegantes manos del elfo ejecutaban todos los pasos del ritual con una facilidad fruto de la práctica. La resonante magia de la ceremonia había sido forjada a lo largo de siglos de repetición, a medida que incontables generaciones de elfos celebraban el ciclo de las estaciones.
Mientras miraba, Arilyn casi se olvidó del cabeza de chorlito de Danilo y de la reputación de Elaith, y por un momento o dos se dio el lujo de sentirse transportada a su niñez, en Evereska. La última vez que Arilyn había compartido el ritual del elverquisst había sido cuando tenía quince años, poco antes de la muerte de Z'beryl.
El elverquisst era un licor rojo rubí que se destilaba por medios mágicos a partir de los rayos del sol y de frutos estivales muy difíciles de encontrar. Aunque completamente uniforme, el elverquisst presentaba pequeñas manchas doradas y era irisado. Era muy apreciado, aunque en los rituales de otoño se saboreaba como si fuera el regalo de un último y perfecto día estival.