Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta (3 page)

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Authors: Chrétien de Troyes

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BOOK: Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta
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El rapto de la reina Ginebra y su subsiguiente rescate parece provenir de una vieja leyenda, atestiguada por un relieve escultórico en una arquivolta del portal norte de la catedral de Módena. Es la primera aparición de Arturo y sus caballeros en la iconografía románica. La representación se fecha hacia el 1100, y se cree que el tema pudo haber sido difundido hasta allí por algún
conteor
bretón, que llegara a Italia en el contingente del duque de Normandía en la ruta de la Primera Cruzada.

Allí se representa claramente el asedio de un castillo por unos caballeros; en él hay una dama prisionera defendida por otros tres personajes. Los nombres adscritos a las figuras no dejan lugar a dudas sobre su identidad. Allí están
Artus de Bretania
con sus fieles
Galvaginus
(Galván),
Che
(Keu) e
Isdernus
(Yder), enfrentados a
Carado, Burmaltus
y
Mardoc
, que tienen prisionera a
Winlogee
(del bretón
Winlowen
, equivalente de «Ginebra»).

Además de esta ilustración, bastante anterior a las novelas de Chrétien, poseemos otra variante del motivo de un pasaje de la
Vita Sancti Gildae
(escrita por un clérigo galés, Caradoc de Llancarvan, hacia mediados del siglo XII). Éste nos cuenta que la mujer del rey Arturo, Guennuvar fue raptada por Melvas, soberano de la
aestiva regio
(Somerset, «país del verano») que se la llevó a la Urbs Vitrea (Glastonbury, «la ciudad de cristal»). Arturo logró luego rescatar a su esposa gracias a la intervención de Gildas, abad del monasterio, tan destacado luego por su influyente propaganda en la literatura de la época
[17]
.

No nos interesa tratar en detalle aquí de estas variantes. En este momento queremos sólo dejar claro que el rapto y el rescate posterior de Ginebra eran un tema divulgado ya, como uno más de esos raptos,
aitheda
, frecuentes en las leyendas célticas.

En la versión citada (escrita antes o después de la novela de Chrétien, pero en todo caso independiente de ella), ciertos rasgos pueden aludir al otro mundo de donde nadie retorna. (Así, p.e., la Isla de Cristal, que es un material de la ciudad de los muertos en otras leyendas. Loomis ha supuesto que el misterioso reino de
Gorre
, en Chrétien, es una modificación fonética de «
Voirre
», el vidrio de ese fantástico y aislado lugar.) En ambas versiones, la plástica de Módena y el relato hagiográfico, el rescatador de la reina es su esposo, Arturo.

Resulta bastante coherente pensar que, de ese modo, en un principio, fue el rey Arturo el protagonista heroico y el salvador de Ginebra. Pero luego, fue desplazado por Chrétien, retirado en el trono a su papel de
roi fainéant
, cavilando con la mano en la mejilla, abismado y resignado en su melancólica impotencia ante la acción, al tiempo que se encargaba del rescate un nuevo héroe de su corte, Lanzarote. El declinar heroico del rey Arturo, desde su primitivo carácter mítico de belicoso paladín, al monarca cortés que preside la civilizada Tabla Redonda, ha sido bien estudiado, como reflejo sociológico
[18]
. Por otra parte, resulta claro que la sustitución del marido por el amante, de Arturo por Lanzarote, ofrecía enormes ventajas novelescas, para ennoblecer la pasión romántica como impulso a la acción imposible. Arturo renuncia a reconquistar a Ginebra; Lanzarote, movido por el amor, se lanza en tromba ciega a la búsqueda de la amada.

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En cuanto al personaje de Ginebra, la dama altiva y amorosa soberana, estaba también en la leyenda artúrica aureolada de un extraño prestigio. J. Marx sospecha que bajo su figura regia late el blanco fantasma de un hada voluble
[19]
. En la Historia de los reyes de Bretaña del increíble historiador Geoffrey de Monmouth, Ginebra se convertía al fin en la esposa del traidor Mordred, en la ausencia del rey Arturo; y es posible que este dato recogiera la ambigua posición de la reina, proclive al adulterio. En otro relato se habla de sus amoríos con el caballero Yder, y tal vez otras leyendas le atribuyeran una predilección sentimental por algún otro, como Galván, el sobrino de su esposo. Pero, desde la novela de Ghrétien, el amor de Ginebra la encadena a Lanzarote, en una pasión que el gran ciclo cu prosa relatará como extendida por muchos años, desde que el joven caballero recibe sus armas en la investidura hasta que los dos amantes, ya viejos, asisten a la destrucción de la caballería artúrica en una lucha fraticida, que es la consecuencia de su pecaminoso y trágico amor. Lanzarote y Ginebra son los mártires de un amor tan paradigmático y trágico como el de Tristán e Isolda. Si buscamos el parangón notamos que Lanzarote y Ginebra son víctimas de un impulso menos tempestuosamente desencadenado, pero no menos fatal; aunque aquí la fatalidad no opera por el mecanismo de un filtro de amor, como en el
Tristán
, sino por la magia de los encuentros y las miradas.

En el
Lanzarote en prosa
se describen atentamente los emotivos encuentros del tímido Lanzarote y de la bellísima anfitriona de la corte artúrica; y la patética nostalgia de los amantes, condenados al remordimiento y a la ausencia, al final de largos años de fidelidad, se expresa inolvidablemente en el amargo crepúsculo de
La muerte de Arturo
, parte final del ciclo en prosa. Lanzarote quedará condenado a la melancolía por su amor imposible, y su pecaminosa pasión le impedirá el acceso al Santo Grial, empresa reservada a su hijo Galaad, el puro y casto sustituto de Perceval; el hijo de Lanzarote, pero no de Ginebra, nacido de un encuentro amoroso forzado por la aventura y la magia. A Ginebra el amor adúltero la obliga a larga infelicidad, a cambio de los momentos magníficos de vibrante pasión.

Pero la larga historia del amor de Lanzarote y de Ginebra no nos la cuenta Chrétien. A él le interesa la hazaña romántica, no la patética y trágica melodía, propósito de desarrollos posteriores, ocurrencia de unos novelistas de otra intención, más pesimistas y más sistemáticos y moralistas.

Según Elaine Soutrrward
[20]
, Chrétien habría compuesto su novela para justificar el adulterio atribuido por los relatos tradicionales a la reina Ginebra, sustituyendo las alusiones a un amorío corriente por la historia de un gran amor, que embellecía la infidelidad de la reina a su matrimonio con el confiado Arturo. El caballero que iba al Más Allá, que ponía el amor por encima del honor al subir a la infamante carreta, bien merecía todo el afecto de su dama. El novelista dio al relato la pátina cortés, reelaborando la doctrina del
fin’ amors
[21]
, cantado por los trovadores, en honor de sus románticos y esforzados protagonistas. El tratamiento novelesco dejó en la sombra las anteriores leyendas sobre la infiel Ginebra, y dio a los amantes su fama definitiva.

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Lanzarote es un héroe de procedencia desconocida. Algunos celtizantes imaginativos han pretendido ver en él un trasunto del dios céltico Lug
[22]
. Pero como amante de Ginebra es, con seguridad, una invención de nuestro novelista. Chrétien tenía algunas noticias sobre un héroe del mismo nombre, al que ya en su primera novela,
Erec
, cita entre los primeros caballeros del cortejo de Arturo. En la trama misma de
El Caballero de la Carreta
hay algún trazo suelto que nos remite a la historia anterior del personaje, que el novelista no nos cuenta. Así por ejemplo, el anillo, regalo de un hada, que lleva en su dedo Lanzarote para defenderse de los encantamientos; y que en la aventura particular de esta novela no tiene utilidad directa. El hada protectora pertenece a la tradición anterior, tal vez a un
folktale
bretón sobre la juventud del héroe. Es, probablemente, la Dama del Lago, que recogerá el ciclo en prosa para presentarla como la madrina misteriosa de sus «infancias». Algunos otros trazos de la vida del héroe que recoge y reelabora el ciclo en prosa pueden depender de una tradición diversa; pero lo esencial depende de Chrétien.

Lanzarote —es decir, un héroe de nombre convergente con el de la novela de Chrétien— es el protagonista de una famosa novela artúrica alemana: el
Lanzelet
de Ulrich von Zatzikhoven. Compuesta entre 1195 y 1200, es una obra de excelente estilo, pero a la que le falta lo esencial en la definición universal de Lanzarote: su relación amorosa con Ginebra. El protagonista Lanzelet es un bravo caballero, que desafía con magnanimidad peligros y aventuras, pero carece de la personalidad de Lanzarote. Es sólo un típico caballero andante. El autor, un clérigo poeta de las cercanías de Lommis en Thurgau, nos informa sobre la procedencia de su temática. Ha utilizado un libro galés (
Welsche buoch
) que trajo a Alemania uno de los caballeros ingleses encargados de pagar al emperador alemán el rescate por Ricardo Corazón de León (hacia 1194)
[23]
.

J. Marx coincide con E. Southward en apreciar la contribución esencial de Chrétien a la figura del héroe en su presentación como amante ejemplar de Ginebra: «¿Había habido un Lanzarote amante de la reina antes de la obra de Chrétien? Lo dudo, puesto que en el
Lanzelet
, el valiente caballero que es bien sensible a la belleza de las damas y se complace en sus amores, no es el amante de la reina. En todo caso es Chrétien quien ha transformado la figura de Lanzarote. En la novela de
Perlesvaus
, posterior a Chrétien, de quien procede, pero anterior al ciclo en prosa, el autor hará decir magníficamente a Lanzarote, al que ruega el Rey Ermitaño se arrepienta de su amor culpable por la reina, que no le es posible arrepentirse de un amor que ha sido para él fuente de proeza, de honor y cíe caballería. María de Francia y Chrétien han sabido transformar y heroicizar el
fin' amor
cuya tradición había aportado el mundo occitano. Pero del mismo impulso, por el éxito de la novela y el eco que ha encontrado, han impuesto la transformación del personaje de Ginebra, ligera y discutida, cuya figura antigua no sobrevive más que bajo forma de vagas reminiscencias y tímidas alusiones»
[24]
.

7

Otro de los grandes méritos de la novela de Chrétien es, a nuestro parecer, la irrupción del caballero, misterioso y anónimo héroe cuyo nombre no conoce el lector hasta mediada ya la trama, después de más de 3.000 versos y de su marcha aventurada en pos del rastro de la reina raptada.

¿De dónde viene? ¿A dónde irá después?

La trayectoria del héroe excede los márgenes del texto de Chrétien, como ya advertimos, inteligentemente inacabado. Para abarcar toda su historia personal se necesitará la vasta arquitectura del ciclo en prosa, como una saga de enormes episodios, como una suma novelesca inagotable en la que el rescate de Ginebra es sólo un episodio central.

La estructura de la novela de Chrétien es abierta y corresponde al esquema de la
queste
, la búsqueda o demanda, solución narrativa de un asombroso éxito posterior, entre los novelistas medievales. Este esquema narrativo, que a su vez recoge, en cierta medida, el de «los cuentos de aventura», según la terminología de J. Marx, tiene una serie de convenciones de gran interés.

El caballero de la búsqueda va de incógnito; tan empeñado y presuroso que no puede detenerse más que de noche, y por una sola noche en cada lugar, antes de dar fin a su empresa; a lo largo de su frenética carrera triunfa en numerosas aventuras, entre peligrosos encuentros violentos y tentaciones amorosas cautivadoras; generoso con los vencidos, los envía a la corte del rey Arturo para que atestigüen allí sus triunfos, mientras él prosigue su ascética peregrinación, solitario hasta el fin. El propio Chrétien sugiere otra complicación de este tipo de relato, al oponer a la
queste
del protagonista la de otro caballero en una empresa paralela. Este otro compañero en la búsqueda, que avanza por un camino paralelo, sirve para reflejar, con su intento fallido, el mayor valer del protagonista. En las novelas de Chrétien el segundo buscador, condenado a una divagación curiosa por otro periplo aventurero, es Galván, el patrón ejemplar de la caballería artúrica, superado siempre por el héroe protagonista de la novela. Galván, con toda su gloria y su buena intención, queda desbancado por héroes como Lanzarote o Perceval, que comprometen todo su ser, hasta el fondo de una existencia trágica, en la empresa. Mientras que Galván es sólo el caballero ejemplar, que trata de lucirse en su deber, gentil con las damas, campeón deportivo, amable «turista de la
queste
» (J Frappier), perfecto «gentleman», condenado —por su falta de personalidad profunda— al fracaso. No podrá alcanzar la gloria de un amor inmortal ni llegará a aproximarse al misticismo del Grial, pese a toda su gloria mundana
[25]
.

Ese doblar la búsqueda y el buscador para resaltar el valor de la auténtica empresa parece un gran invento de la técnica narrativa. Se me ocurre que el mismo procedimiento inventado por el novelista medieval se encuentra utilizado asiduamente en la novela policíaca moderna, que, como F. Lacassin bien advierte
[26]
, reincorpora algunos prestigios de la novela de aventuras caballerescas.

En la novela medieval los participantes en la búsqueda se multiplican. Manessier en su
Continuación del Perceval
intentó lanzar nada menos que treinta y cinco caballeros en búsquedas paralelas; pero le faltaron fuerzas para ejecutar el plan. En el ciclo en prosa los buscadores del Grial son tan numerosos que su marcha deja desierta la corte de Arturo, y las aventuras de unos y otros se relatan por una técnica narrativa de cruce de relatos episódicos, llamada
entrelacement
, habilidosa.

8

En
El Caballero de la Carreta
se nos ofrece el mejor paradigma novelesco del «amor cortés». Aunque el tratamiento romántico es distinto del lírico, tanto por razones del género mismo (la narración novelesca ofrece una visión del proceso y del tiempo diferente a la momentánea y más subjetiva de la lírica), como por la personalidad del autor, diferente en la intención ética y estética a la de los trovadores provenzales. El «Amor cortés» de la novela se define en relación con la aventura, como impulso y a la vez como tensión frente al servicio caballeresco. La obra de Chrétien se ocupa lúcidamente de esta problemática, como bien han indicado J. Frappier y E. Koehler
[27]
, con una concepción optimista respecto a la conciliación de las tensiones entre individuo y colectividad, a diferencia de la visión trágica de Thomas, el poeta de la versión cortés del
Tristán
. En todo caso, el amor de Lanzarote y Ginebra parece escenificar las normas de ese código amoroso cortesano, que luego es teorizado en el
Tractatus de Amore
.

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