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Authors: Almudena Grandes

Las edades de Lulú (9 page)

BOOK: Las edades de Lulú
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Era una camisita de recién nacido, hecha a la medida de una niña grande, de once o doce años.

Cuando me volví hacia atrás, con ella en la mano, Ely me miraba con extrañeza. La flamenca no, ésa ya debía de haber visto de todo, a sus años.

—¿Le gusta?

—Sí, me gusta mucho, pero no me la puedo llevar, es muy pequeña. ¿No las tiene más grandes?

—No, fue un encargo que nunca vinieron a recoger.

—¿Quién la encargó? —de repente me asaltó una sospecha estúpida.

—Oh, no sé cómo se llamaba. Un señor como de cuarenta y cinco años, con acento catalán, no sé.

—Vino con la niña? —ahora sentía curiosidad, solamente. La flamenca empezaba a estar molesta.

—¿Con qué niña?

—Bueno, por el tamaño esta blusa es para una niña, ¿no?

—El trajo las medidas apuntadas en un papel, yo nunca hago preguntas, oiga, no me importa para quién era la blusa, solamente sé que me he quedado con ella, y no la voy a colocar fácilmente... —se me quedó mirando con cara de susto y se volvió hacia Ely—. Oye... ésta no será de la madera, ¿verdad?, no serás tan hijo de puta como para haberme metido una madera aquí, ¿verdad?

Ely negó con la cabeza, yo intervine.

—No, lo siento, perdóneme, era sólo curiosidad.

—Ya... —pareció tranquilizarse—. Podemos hacérsela, si quiere.

Asentí con la cabeza y salió por la puerta, ya aparentemente segura de la bondad de mis intenciones, anunciando que iba a buscar un metro.

Ely se acercó, la cogió con la mano, y la miró detenidamente.

—Te gusta de verdad, esto?

—Sí, y a Pablo le encantará, estoy segura, más que cualquier otra cosa que hayamos visto hoy.

—¿Esto? —estaba auténticamente perplejo—. ¿Estás segura? Nunca me lo hubiera imaginado, tu chico debe de ser todavía mucho más cerdo de lo que parece...

La flamenca, metro en ristre, estaba escuchando nuestra conversación desde el umbral de la puerta.

Encargué tres blusas, iguales, todas blancas, eso ya le sorprendió más. Después de exigirme una señal abusiva, me dijo que podría ir a recogerlas a los quince días. Como Ely se había encargado una especie de quimono corto, negro, con dibujos de dragones de colores, horroroso, que a él le parecía muy elegante, se ofreció a recogerme las blusas. Cuando tendí la mano a la dueña de la casa para despedirme, ella me cogió por los hombros, me dio dos besos y me tuteó inesperadamente.

—Si dentro de una temporada necesitas volver a trabajar, ven a verme. Te podrías sacar una pasta, ahora que las morenas se han vuelto a poner de moda, sobre todo en verano, los guiris, ¿sabes?, nórdicos, belgas, alemanes, también franceses, parece mentira, aunque están tan cerca les gustan mucho las tías como tú, a los franceses, tendrías que decir que eres andaluza, pero de todas formas... —se detuvo para sonreírme, creyó haber interpretado correctamente la expresión de mi cara. Yo no estaba enfadada, ni ofendida, simplemente no me lo podía creer—. No te hagas ilusiones. Te dejará pronto, con esos gustos que tiene... Eres guapa, muy guapa, eso sí, y él no debe de ser muy viejo todavía, pero con los años le gustarán cada vez más jóvenes, rubias y delgadas, y al final, las niñas pequeñas, como al catalán, que andaba liado con su hija, el muy cerdo, una niña preciosa, daba pena verla... La verdad es que no entiendo por qué te ha elegido a ti, aunque no le conozco, no lo entiendo, hay por ahí tantas tías mayores que parecen parvulitas y tú, que debes ser tan joven, aparentas más años de los que tienes, no lo entiendo —ahora me hablaba con simpatía, como una anciana tía sinceramente preocupada por mi futuro—. En fin, ven a verme, si necesitas volver a trabajar...

Yo ya había pensado en todo aquello muchas veces, pero nunca le había dado importancia. Lo comenté con Ely cuando salimos a la calle, al fin y al cabo Pablo me había conocido en la cuna, era distinto, había jugado conmigo muchas veces de pequeña, y podía seguir considerándome una niña, si quería, no le debía de costar mucho trabajo, yo no creía hacer nada especial para fomentárselo, en realidad.

Ely me miraba sin comprender bien lo que decía.

Entre airadas protestas —pero cuántos años te crees que tengo yo, a estas horas, ni que fuera una abuela, a mí todavía no me gustan esas cosas—, le arrastré a tomar una taza de caldo mientras pensaba que para llevar tantos años dedicado a la prostitución, a veces resultaba increíblemente torpe.

Había pensado en todo aquello, muchas veces, sin darle mucha importancia, pero aquella noche, mientras conducía como una bestia, las palabras de la flamenca, y las de Ely también —mucho más joven que tú, claro—, se me clavaban en el cerebro como agujas, agujas largas y dolorosas.

Mi blusa blanca no había aparecido, la última que quedaba, las otras se habían ido rompiendo y a ésta le faltaba poco, cinco años y pico, casi seis, había durado, no estaba mal. Al principio pensé que era un buen presagio, no había aparecido, Pablo la había guardado para quedársela, yo no me iba para siempre, no sabía si me iba para siempre, en realidad no sabía para qué me iba, ésa era la verdad, pero ella a lo mejor la llevaba puesta ahora, mi camisita de recién nacida, seguramente le sentaría mejor que a mí, era más joven.

Cuando llegamos, Chelo me obligó a subir —no te puedes ir así a casa. Estaba un poco asustada incluso, siempre he sospechado que sospecha que estoy loca, un poco desequilibrada, como ella diría.

La cinta estaba metida en su estuche, encima de la televisión, la vi nada más entrar. Chelo me dijo que se iba a duchar y me preguntó si quería ducharme yo también. Le dije que no, era lo último que me faltaba aquella noche, que Chelo se me pusiera tonta. Ya acepté la última vez que salimos a cenar juntas, y luego me costó un sino quitármela de encima.

—Tiene gracia... —me había dicho—, vuelves a tener pelos en el coño, después de tanto tiempo.

Me serví una copa, la enésima, y cogí el estuche. En la cubierta aparecían tres seres resplandecientes, morenos y sanos. A la izquierda se veía a un hombre muy guapo, de pie, con una toalla blanca enrollada a la cintura y otra sobre un hombro. Era Lester, pero yo aún no le conocía. A su lado otro tío, más alto y más guapo todavía, castaño y risueño, impresionante, con unos vaqueros viejos, blanquecinos, me pareció el hombre más guapo que había visto en mi vida. Una mujer rubia, pequeña, de expresión graciosa y totalmente desnuda, sentada en una silla, completaba la composición por la derecha. Más o menos encima de su cabeza aparecía un símbolo que no había visto nunca, tres circulitos, los dos primeros con una flechita, el tercero con una crucecita también ascendente, entrelazados entre sí.

—¿Qué es esto, Chelito?

—¿Qué? —cruzó desnuda la habitación, en dirección a mí—. ¡Ah!, eso, es una película, la trajo Sergio ayer, pero no la vimos, porque, bueno, da igual, no sé de qué va... —en su voz había un ligero acento de disculpa.

La miré más detenidamente.

Tenía un arañazo largo encima del pecho izquierdo. Aunque se había colocado deliberadamente de espaldas a la luz, pude distinguir otras señales repartidas por todo su cuerpo. Estaban frescas.

Me miró a los ojos y me puso la mano encima del hombro.

Sabía lo que yo estaba pensando y sabía también que no haría ningún comentario. Era inútil, después de tantos años, me aseguraría que había sido algo accidental, pero que nunca más, como otras veces.

Pablo nunca me había pegado.

—Oye, mira Chelo, si no te importa, me acabo la copa y me voy a casa. Estoy muy cansada y ya es tarde...

—Sí, bueno, haz lo que quieras, por supuesto —me interrumpió antes de que fuera capaz de terminar la frase. Estaba dolida conmigo, ella era así, yo ya me había acostumbrado a su manera de pensar, a ese blando y ambiguo, lacrimoso concepto de la amistad. El camarero de turno, anoche, le había pegado una buena paliza, y ahora necesitaba consuelo y cariño, algo suave y delicado, un placer puramente sensitivo, como ella decía. Formaba parte del juego, por lo visto, fingir desvalimiento y ternura, adobar la piel amoratada con lágrimas y suspiros para impresionar a cualquier jovencita incauta, en las exactas antípodas del animal doble que la había embestido obedientemente unas pocas horas antes, porque aquella era su forma de hacerlo, había contemplado alguna vez los prolegómenos, les provocaba y les insultaba, iba soltando cuerda poco a poco, hasta que ellos entraban al trapo, y entraban siempre, porque ya se cuidaba ella de buscarlos suficientemente inocentes, siempre los elegía de la misma clase, camareros, motoristas, botones recién desembarcados en Madrid, inocentes todavía, como inocentes debían de ser ellas, para tragarse el cuento de la violación y las dolorosas cicatrices, a mí ya ni siquiera intentaba colocármelo, ni siquiera cuando calculaba mal y él resultaba menos manejable de lo previsible, que también los había de ésos, con ideas propias.

Ella trataba de vengarse de mi estricta impasibilidad frente a sus trucos recordándome que no soy una persona sensible, pero eso tampoco me afectaba ya, después de tantos años.

Escuché el portazo, y el ruido del agua, escapando de la ducha. Todavía tenía la cinta en la mano, y seguía intrigada por el símbolo desconocido, la cadena de circulitos iguales y distintos.

Me acerqué a la puerta del baño y chillé.

—Te importa que me la lleve? La película, quiero decir.

No me contestó. Insistí otras dos veces.

—¡Haz lo que te dé la gana! —estaba enfadada conmigo, en efecto.

Metí la cinta en el bolso y salí sin hacer ruido. Ya estaba empezando a pensar que quizá no me estaba comportando como una buena amiga, después de todo, y ella era perfectamente capaz de lanzar súbitamente un último ataque a la desesperada.

Eran conmovedores, conmovedores absolutamente, por encima de cualquier otra cosa, conmovedores más que hermosos, conmovedora su carne, deglutible, y su piel bronceada, el vientre duro y liso, el pelo muy corto, belleza conquistada milímetro a milímetro, sudor y más sudor para prolongar la adolescencia más allá de los veinte, de los treinta quizás, eran adolescentes crecidos, niños grandes, una pequeña pandilla de jovencitos aburridos, están tan solitos, pensé, se aburren, pobrecitos, y se entretienen de la única manera que saben, con sus enormes sexos enhiestos, el único juguete a su alcance, se masajean, se besan, nunca en la boca, se acarician pero no se abrazan, se miran, se gustan, no pueden evitar gustarse, les sorprendí alguna vez palpándose los músculos, frotándose los brazos, comparándose con el compañero que estaba a su lado, mirándole de reojo en el curso de sus juegos, eran deliciosos, conmovedores, me hubiera gustado consolarles, recogerles entre mis brazos y apretar fuerte, me inspiraban una especie de furor maternal, me conmovían profundamente, parecían tan jóvenes, y eran tan hermosos, perfectos, aunque seguramente me rechazarían, rehusarían mis abrazos y mi afecto, déjanos en paz, dirían, ya somos mayores, nosotros sabemos divertirnos solos, a nuestro aire, serían egoístas y soberbios, como todos los jovencitos, tontitos, y volverían a sus juegos, a cabalgarse los unos a los otros, era conmovedor verles jugar, una pandilla de adolescentes eternos, intercambiándose los papeles entre sí, sonriéndose, provocándose, rechazándose incluso, a veces, ay déjame, en serio, déjame, no quiero, no está bien, uno de ellos era un comediante nato, miraba a sus amiguitos con ojos asustados, medrosos, él no quería, y ellos se relamían ante él, eran encantadores, tan divertidos, los dos, se acariciaban el uno al otro, estaban muy graciosos, de pie, tan formalitos, un brazo colgando a lo largo del cuerpo, el otro tendido hacia el cuerpo del otro, los dedos enredados en los pelos del otro, se tocaban recíprocamente, se estimulaban con sus manitas, y advertían al pequeño cobarde que permanecía encogido en el sofá, tapándose los ojos con una mano entreabierta, miraba por la rendija, qué tramposo, te lo vamos a hacer, sí, sí, te lo vamos a hacer, es inútil que te resistas, y se reían a carcajadas, eran conmovedores, una chica rubia, rubia y pequeña, palmoteaba de alegría, joven y hermosa ella también, pero no le hacían caso, ésa era la actitud correcta, desde luego, lo aprobé enérgicamente a distancia, ignorarla, ¿qué pintaba ella en aquellos juegos de chicos? me hago pis, pero ¡qué horror!, cómo podía ser tan vulgar, aquella chica, me hago pis, repetía, y ellos la miraban con atención, claro, es normal, pensé, son tan jóvenes todavía, sienten curiosidad por el sexo opuesto, ella era vulgar, decididamente vulgar, el comediante se quitó la mano de la cara, una reacción encantadora, conmovedora, él también quería saber qué pasaba, y ella repetía, me hago pis, los otros dos también la miraban, de pie, uno de ellos había apoyado la cabeza sobre el hombro de su compañero, y le acariciaba la espalda con la mano libre, qué chico tan cariñoso, el otro se hacía el duro, era el gallito de la pandilla, fue él quien tuvo la idea, ven aquí, ponte delante de mí, ella obedeció, qué gracia, tenía dotes de líder, tan joven y ya mostraba la firmeza de sus criterios, era conmovedor, tan seguro de sí mismo, sonrió a su compañero, déjame ahora un momento, luego seguiremos jugando, espera y verás, he tenido una idea genial, ella estaba ya delante de él, era delgada y frágil, qué curioso, pensé, en los países anglosajones los niños se hacen grandes antes que las niñas, la levantó sin esfuerzo, no pesaba nada, la tomó de las corvas y separó los brazos, la mantuvo en vilo, qué malo, pero qué malo eres, ya entiendo, la chica era muy lenta, yo lo adiviné antes que ella, ya entiendo, quieres que me haga pis, aquí, ahora, el corderito intentó escapar, pero el compinche del jefe le detuvo, ya ves, tenía que haberte dejado, tonto, ella dijo que iba a aguantar un ratito más, luego da más gusto, pero ¡qué afán de protagonismo el de esta chica!, al final no fue capaz de cumplir sus amenazas, se apretó el vientre con una mano y se hizo pis, regó generosamente al infeliz que con tanto interés le había mirado antes, se lo tenía merecido por hacer trampas, los otros se reían, era sólo una broma, claro, una broma propia de sus pocos años, cómo se divertían, era maravilloso, verles reír, luego volvieron a colocarse uno al lado del otro, ella se frotaba contra ambos, con mucho descaro, ellos se frotaban entre sí, entonces el corderito intentó huir, qué ingenuo, el líder le agarró por la cintura, no, no, recuerda, te lo vamos a hacer, ahora, ahora mismo, su cuerpecito temblaba, pero era todo comedia, jugaba a no querer, dejaba que le acariciaran el pecho, dejaba que le acariciaran el sexo, fingía una expresión resignada, era conmovedor en su inocencia, y el jefe de la pandilla le levantó en vilo, le tiró sobre el sofá, su compinche le felicitó, claro, admiraba al líder, era una reacción normal, mientras se frotaba las manos, él también se iba a divertir, por supuesto que lo haría, para eso había apostado por el ganador, el rebelde tenía buena pasta, sin embargo, y por eso se arrodilló en el suelo, se puso a cuatro patas, muy bien, he perdido, pago prenda, era noble, un buen chico él también, el gallito se sostenía la barbilla con las manos, estaba pensando, su amigo se tiró en el suelo, cerró el puño, alargó la mano hacia el perdedor, y le dejó sentir los nudillos contra el agujero, los apretó contra sus nalgas, dejándole débiles señales y regresó al centro, el objeto de tales acciones lloriqueaba, y suplicaba, no, no, eso no, por favor, lo que queráis, en serio, pero eso no, el jefe miró a su amigo, que seguía en el suelo, sonreía, yo me daba cuenta de que lo del puño no iba en serio, no iba en serio, claro, era todo una broma, y por eso el suplicio terminó pronto, date la vuelta, ¿qué?, no lo entendía, estaba alterado por el miedo, pobrecito, era conmovedor, date la vuelta, siéntate encima del sofá y abre las piernas, ahora obedecía a la primera, es mejor así, o se juega bien o mejor no se juega, tú, le dijo a la jovencita, que seguía por allí dando la lata, coqueteando con ellos todo el tiempo, tú, repitió y le hizo un ademán con la cabeza, ella se sentó en el suelo, acuclillada, y dio inicio a unos extraños manejos, sus dedos desaparecían dentro de sí para reaparecer un instante y volver a esconderse dentro de aquel jovencito conmovedor, que esperaba sobre el sofá, bien erguidas las piernas, los brazos sosteniéndolas en vilo, ¡pero qué habilidosos son estos chicos, qué de cosas saben!, ahora la piel del corderito relucía, era suficiente, basta ya, el mayor, aquel que ejercía funciones de líder, dio algunos pasos hacia adelante, flexionó las piernas, e intentó proseguir a través del cuerpo encogido sobre el sofá, una vez tras otra, pero no parecía posible, aquel jovencito díscolo contraía caprichosamente los músculos, o quizá no era lo suficientemente grande, pobrecitos, qué contratiempo, pero no, ya, ya ha podido, menos mal, ahora incluso puede apoyar las rodillas sobre el sofá, qué bien, estaría cansado, angelito, con tanto forcejeo, entra y sale de su amiguito, qué gracioso, ¡pero, mira!, el colchoncito de carne mullida levanta la cabeza para mirar, ¡qué sinvergüenza!, ahora sonríe con la boca medio abierta, pone cara de bobito, le gusta, aunque a veces se le crispa la boca en un gesto de dolor, bueno, nada es gratis en esta vida, hijo, hay que sufrir, y él sufre, pero cierra los ojos y la saliva se le escapa por una de las comisuras de la boca, qué conmovedor, a él también le gusta, su resistencia era sólo comedia, ahora es sincero, ha alargado la mano hacia su sexo, lo ha tomado entre los dedos, el tercero de los jovencitos contempla la escena, alarga uno de sus pulgares hacia la boca de la presunta víctima y él lo chupa, qué gracioso, se ocupará ahora de hacer la vida agradable a este pobre corderito que tanto ha padecido bajo sus amenazas?, no, se coloca detrás del jefe, le empuja hacia adelante, precipitándole contra el cuerpo de su común víctima, y flexiona las rodillas él también, qué bien, van a hacer acrobacias, ahora, pero no, no puede ser, sencillamente no parece practicable, y, sin embargo, lo consigue a la primera, penetra limpiamente, una buena cura de humildad para este gallito, pensé, hay que estar al tanto de todo, muchacho, cualquiera puede arrebatarte el centro en un momento dado, aunque en realidad es él, el líder, quien se ha llevado la mejor parte, ya ni siquiera se mueve, el vagón de cola lo hace por los dos, y él permanece emparedado entre sus dos amiguitos, son conmovedores, conmovedores absolutamente, tan jóvenes, tan perfectos, se divierten tanto ellos solitos...

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