Read Las Estrellas mi destino Online
Authors: Alfred Bester
—Adelante.
—Hace dos minutos llegó otra nave. Está flotando en el otro lado del asteroide.
—¡Qué!
—Está marcada con franjas negras y amarillas, como las de un abejorro.
—¡La marca de Dagenham!
—Entonces, nos han seguido.
—¿Qué otra cosa podía ser? Probablemente Dagenham me seguía desde que salimos de la Gouffre Martel. Fui un tonto al no pensar en ello. Tenemos que trabajar rápido, Jiz. Métete en el traje y ven a buscarme a bordo del Nomad. Junto a la caja fuerte. Venga, muchacha.
—Pero Gully...
—Corta. Tal vez estén interceptando nuestra longitud de onda. ¡Hazlo!
Corrió a lo largo del asteroide, alcanzó una puerta, derribó a los guardas, la abrió y salió al vacío de los pasadizos exteriores. El Pueblo Científico estaba demasiado desesperado cerrándola como para tratar de detenerlo, pero sabía que lo perseguirían; estaban furiosos.
Llevó la masa de su equipo a través de los giros y revueltas hasta los restos del Nomad. Jisbella lo esperaba en la sala de la caja fuerte. Hizo un movimiento para encender la radio y Foyle la detuvo. Colocó su casco contra el de ella y gritó:
—Nada de radio. Estarán a la escucha y nos localizarían con el goniómetro. ¿Puedes oírme así?
Ella asintió.
—De acuerdo. Tenemos, tal vez, una hora antes de que Dagenham nos localice. Puede que también tengamos una hora antes de que Jóseph y su gente vengan a por nosotros. Estamos en un tremendo lío. Tenemos que trabajar rápido.
Ella asintió de nuevo.
—No tenemos tiempo para abrir la caja y transportar los lingotes.
—Si es que están aquí.
—Dagenham ha venido, ¿no? Eso ya es bastante prueba. Tendremos que arrancar la caja del Nomad y llevárnosla al Fin de Semana. Entonces saldremos disparados.
—Pero...
—Escúchame y haz lo que te digo. Regresa a nuestra nave. Vacíala. Echa afuera todo lo que no necesitemos... hasta la comida, excepto las raciones de emergencia.
—¿Por qué?
—Porque no sé cuantas toneladas pesa esta caja, y tal vez la nave no pueda con ellas cuando volvamos a estar bajo la acción de la gravedad. Tenemos que curarnos en salud. Significará un viaje de regreso duro, pero vale la pena. Vacía la nave. ¡Rápido! ¡Vamos, muchacha, vamos!
La empujó y, sin volver a mirarla, atacó la caja. Estaba construida en el acero estructural del casco, una masiva bola de acero de un metro y medio de diámetro. Estaba soldada al costillaje del Nomad en doce puntos diferentes. Foyle atacó cada una de las soldaduras por turno con ácidos, perforadoras, termita y refrigerantes. Estaba operando sobre la teoría de la fatiga estructural: calentar, helar y corroer el acero hasta que su estructura cristalina quedase distorsionada y destruida su fortaleza física. Estaba cansando al metal.
Jisbella regresó, y se dio cuenta de que habían pasado cuarenta y cinco minutos. Estaba chorreando y temblando, pero el globo de la caja fuerte colgaba libre del casco con una docena de burdos asideros surgiendo de su superficie. Foyle le hizo una señal a Jisbella y empujó con toda su fuerza contra la caja. No pudieron mover su masa. Mientras se apretaban contra ella, exhaustos y desesperados, una rápida sombra eclipsó la luz del sol que entraba a través de las grietas del casco del Nomad. Miraron. Una espacionave estaba girando alrededor del asteroide a menos de un kilómetro de distancia.
Foyle colocó su casco contra el de Jisbella.
—Dagenham —jadeó—. Nos busca. Probablemente tiene también un equipo aquí abajo siguiéndonos. Tan pronto como hablen con Jóseph, vendrán aquí.
—Oh, Gully...
—Todavía tenemos una oportunidad. Tal vez no divisen la nave de Sam hasta que hayan dado un par de vueltas. Está escondida en aquel cráter. Quizá podamos llevar la caja a bordo en ese tiempo.
—¿Cómo, Gully?
—¡No lo sé, maldita sea! No lo sé. —Golpeó sus puños, frustrado—. Estoy acabado.
—¿No podríamos sacarla con una explosión?
—¿Explosión...? ¿Cómo, bombas en lugar de cerebro? ¿Es la misma McQueen cerebral la que habla?
—Escucha. Ponerle algo explosivo. Algo que actuase como un cohete... que le diera un empujón.
—Sí, ya te he entendido. ¿Y qué entonces? ¿Cómo la llevamos a la nave, muchacha? No podemos ir haciendo explotar cargas. No tenemos tiempo.
—No, llevaremos la nave a la caja.
—¿Qué?
—Lanzaremos la caja al espacio con una explosión. Entonces traeremos la nave y dejaremos que la caja entre por la compuerta principal. Como si cogiésemos una pelota en una red, ¿lo entiendes?
Lo entendió.
—Por Dios, Jiz, lo podemos hacer. —Foyle saltó al montón de equipo y comenzó a separar cartuchos de explosivo plástico, fulminantes y detonadores—. Tendremos que usar la radio. Uno de nosotros se queda con la caja; el otro pilotará la nave. El que esté con la caja lleva al de la nave a la posición correcta. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Lo mejor será que tú pilotes, Gully. Yo te dirigiré.
Asintió, fijando explosivos a la cara de la caja, disponiendo los fulminantes y detonadores. Luego juntó su casco con el de ella.
—Fulminantes de vacío, Jiz. Dispuestos para dos minutos. Cuando te dé la señal por radio, tan sólo has de arrancar las cabezas de los fulminantes y salir disparada. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Quédate con la caja. Una vez me hayas dirigido la nave, ven directamente a ella. No te detengas para nada. La cosa va a ir muy justa.
Le dio una palmada en el hombro y regresó al Fin de Semana. Dejó la compuerta exterior abierta y también la puerta interior de la cámara de presión. El aire de la nave se vació inmediatamente. Sin aire y vaciada por Jisbella parecía solitaria y triste. Foyle se dirigió directamente a los controles, se sentó y conectó su radio.
—Prepárate —murmuró—. Voy ahora.
Encendió los cohetes, disparó los laterales por tres segundos y luego los delanteros. La nave se alzó fácilmente, sacándose los restos de los lados como una ballena que sale a la superficie. Mientras la deslizaba hacia arriba y hacia atrás, Foyle llamó:
—¡El explosivo, Jiz! Ahora.
No hubo ni detonación ni destello. Se abrió un nuevo cráter en el asteroide, debajo de él, y una flor de chatarra se alzó hacia arriba, dejando rápidamente atrás a una oscura bala de acero que seguía tranquilamente, girando en cansada rotación.
—Tranquilo —la voz de Jisbella llegó fría y competente por sus auriculares—. Estás retrocediendo demasiado aprisa. E, incidentalmente, te diré que tengo problemas.
Frenó con los cohetes traseros, mirando hacia abajo, alarmado. La superficie del asteroide estaba cubierta por una nube de abejorros. Era el equipo de Dagenham en escafandras a bandas negras y amarillas. Estaban revoloteando alrededor de una solitaria figura de blanco que hacía fintas y zigzagueaba y los eludía. Era Jisbella.
—Tranquilo, tal como vas —dijo Jiz en voz baja, aunque podía notar el jadeo de su respiración—. Un poco más hacia atrás... rueda un cuarto de vuelta.
La obedeció casi automáticamente, contemplando aún la lucha de allí abajo. El costado del Fin de Semana le cortaba la vista de la trayectoria de la caja mientras se acercaba a él, pero aún podía ver a Jisbella y a los hombres de Dagenham. Ella prendió el cohete de su traje... podía ver la débil llamita surgiendo de su espalda... y se alzó de la superficie del asteroide. Un grupo de llamas surgieron de las espaldas de los hombres de Dagenham mientras la perseguían. Media docena de ellos abandonaron la persecución de Jisbella y se dirigieron a la nave.
—Va a ir realmente justo, Gully —Jisbella jadeaba ahora, pero su voz sonaba tranquila—. La nave de Dagenham ha salido por el otro lado, pero probablemente ya le habrán dado aviso y estará viniendo hacia aquí. Mantén tu posición, Gully. Quedan unos diez segundos...
Los abejorros se acercaron y rodearon al pequeño traje blanco.
—¡Foyle! ¿Me oye? ¡Foyle! —La voz de Dagenham se oyó primero confusa y luego se aclaró—. Aquí Dagenham llamando por su longitud de onda. ¡Conteste, Foyle!
—¡Jiz! ¡Jiz! ¿Puedes escapar de ellos?
—Mantén la posición, Gully... ¡Ahí va! ¡Ha sido un blanco perfecto, hijo!
Un crujiente estrépito atravesó la nave cuando la caja, moviéndose lentamente pero con gran inercia, entró por la compuerta principal. Al mismo tiempo, la figura de traje blanco se escapó de la nube de abejorros amarillos. Se acercó a gran velocidad al Fin de Semana, perseguida de cerca.
—¡Ánimo, Jiz! ¡Ánimo! —aulló Foyle— ¡Venga, muchacha! ¡Venga!
Mientras Jisbella desaparecía de su vista tras el costado de la nave, Foyle dispuso los controles y se preparó para máxima aceleración.
—¡Foyle! ¿Me responderá de una vez? Le habla Dagenham.
—¡Al infierno con usted, Dagenham! —chilló Foyle—. Avísame cuando estés a bordo, Jiz, y agárrate.
—No puedo hacerlo, Gully.
—¡Venga, muchacha!
—No puedo subir a bordo. La caja está bloqueando la puerta. Está medio metida...
—¡Jiz!
—¡No hay forma de entrar, te lo aseguro! —gritó desesperada—. Estoy bloqueada fuera.
Miró a su alrededor desesperado. Los hombres de Dagenham estaban abordando el casco del Fin de Semana con la amenazadora facilidad de los piratas profesionales. La nave de Dagenham se estaba alzando por sobre el limitado horizonte del asteroide en una trayectoria directa hacia él. Su cabeza empezó a girar.
—Foyle, está acabado. Usted y la muchacha. Pero le ofrezco un trato...
—Gully, ayúdame. Haz algo, Gully. ¡Estoy perdida!
—Vorga —dijo con voz estrangulada.
Cerró los ojos y tocó los controles. Los cohetes de popa rugieron. La nave se agitó y saltó hacia delante. Se liberó de los corsarios de Dagenham, de Jisbella, de los avisos y las súplicas. Apretó a Foyle contra la silla de piloto con el empuje de la aceleración de 10 g. Una aceleración que era menos oprimente, menos dolorosa, menos traicionera que la pasión que lo guiaba.
Y mientras perdía el sentido apareció en su rostro el estigma sangriento de su idea fija.
Con un corazón de furiosos deseos
De los que poseo el mando,
Con una lanza ardiente y un caballo de aire,
A la desolación me dirijo.
Con un caballero de fantasmas y sombras
Llamado soy al torneo,
Diez leguas más allá del fin del amplio mundo...
En lo que creo que es fácil jornada.
Tom-a-Bedlam.
El año viejo se agriaba mientras la peste envenenaba los planetas. La guerra se aceleraba y crecía desde un lejano asunto de románticos ataques y duelos en el espacio hasta los inicios de un holocausto. Se hizo evidente que había pasado el tiempo de las Guerras Mundiales y se iniciaba el de las Guerras Solares.
Los beligerantes concentraban lentamente hombres y material para la destrucción. Los Satélites Exteriores decretaron la movilización total, y los Planetas Interiores tuvieron obligatoriamente que seguir el ejemplo. Las industrias, las profesiones, las ciencias, las habilidades y los negocios fueron militarizados; siguieron normas y opresiones. Los ejércitos y las marinas requisaron y ordenaron.
El comercio obedeció, pues esta guerra (como todas) era la fase caliente de una lucha comercial. Pero las poblaciones se rebelaron y el que la gente escapase jaunteando al reclutamiento y al trabajo se convirtió en un problema crítico. Los pánicos ante posibles espías e invasiones se extendieron. Los histéricos se transformaron en informadores y linchadores. Un ominoso presentimiento paralizó cada casa, desde la Isla de Baffin a las Malvinas. El año que moría tan sólo fue alegrado por la llegada del Circo de Fourmyle.
Éste era el nombre popular que se daba a la grotesca corte de Geoffrey Fourmyle de Ceres, un rico joven bufón del mayor de los asteroides. Fourmyle de Ceres era tremendamente rico; también era tremendamente divertido. Era el clásico nuevo rico de todas las épocas. Los que lo rodeaban eran un cruce entre un circo ambulante y la cómica corte de un reyezuelo búlgaro, como demostraba esta típica llegada a Creen Bay, Wisconsin.
A primera hora de la mañana un abogado, llevando el sombrero de copa de un clan legal, apareció con una lista de lugares de acampada en su mano y una pequeña fortuna en su bolsillo. Se decidió por una pradera de cuatro acres situada frente al Lago Michigan y la alquiló por una suma exorbitante. Fue seguido por un grupo de trabajadores del clan Masón & Dixon. En veinte minutos los trabajadores habían planificado el campamento y había corrido ya la voz de que el Circo Fourmyle estaba llegando. Nativos de Wisconsin, Michigan y Minnesota se acercaron a contemplar la diversión.
Veinte obreros jauntearon, cada uno de ellos llevando una tienda empaquetada a su espalda. Se oyó una tremenda obertura de órdenes aulladas, gritos, maldiciones, y el torturado gemir del aire comprimido. Veinte gigantescas tiendas se hincharon hacia el cielo, mientras sus superficies de látex y plástico brillaban mientras se secaban al sol del invierno. Los espectadores aplaudieron.
Un helicóptero hexamotor descendió y planeó sobre una gigantesca red. Su panza se abrió y cayó una cascada de mobiliario. Llegaron jaunteando sirvientes, criados, cocineros y camareros. Amueblaron y decoraron las tiendas. Las cocinas comenzaron a humear y el campo se llenó con el olor de fritos, guisos y horneados. La policía privada de Fourmyle ya estaba trabajando, patrullando los cuatro acres, manteniendo lejos a la gran masa de espectadores.
Entonces, en avión, en coche, en autobús, en camión, en bicicleta o jaunteando, llegó la corte de Fourmyle. Bibliotecarios y libros, científicos y laboratorios, filósofos, poetas, atletas. Se dispusieron armerías con espadas y sables, dojos de judo y un cuadrilátero de boxeo. Se hundió en el suelo una piscina de veinte metros y fue llenada bombeando agua del lago. Se inició un interesante altercado entre dos musculosos atletas acerca de si dicha piscina debía ser caldeada para poder nadar o congelada para poder patinar.
Llegaron músicos, actores, juglares y acróbatas. El ruido se hizo ensordecedor. Un equipo de mecánicos construyó un foso de reparaciones y comenzaron a revisar la colección de antiguas cosechadoras diesel de Fourmyle. Por último, llegaron los seguidores del campo: esposas, hijas, amantes, prostitutas, mendigos, tahúres y tramposos. A media mañana el rugido del circo podía ser oído desde bien lejos.