Las llanuras del tránsito (63 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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Jondalar se puso en cuclillas junto a la mujer.

–Roshario deseaba preguntarte algo –dijo– acerca de Serenio. Me sentí muy mal cuando la dejé de ese modo. ¿Ella... se sentía feliz cuando se marchó de aquí?

–Al principio estaba muy afectada y se sentía muy desgraciada. Dijo que tú le propusiste permanecer en este lugar, pero ella te dijo que fueses con Thonolan. Él te necesitaba más. Después, llegó imprevisiblemente el primo de Tholie. Se parece a ella en muchas cosas. Dice lo que piensa.

Jondalar sonrió.

–Así son.

–También se le parece. Es una cabeza más bajo que Serenio, pero es fuerte. Se decidió deprisa. La miró una vez y llegó a la conclusión de que era la persona indicada para él..., dijo que era su «bello sauce», la palabra mamutoi correspondiente. Nunca pensé que la convencería y estuve a punto de decirle que no se molestara, aunque nada de lo que yo dijera hubiera podido detenerle, pero, de todos modos, imaginé que era un caso desesperado y que ella jamás se sentiría a gusto con nadie después de conocerte. Y de pronto, un buen día, vi que reían juntos y comprendí que me había equivocado. Era como si ella hubiese revivido después de un invierno prolongado. Floreció. No creo que la haya visto tan feliz después de su primer hombre, cuando tuvo a Darvo.

–Me alegro por ella –dijo Jondalar–. Merece ser feliz. La realidad es que, cuando partí, estaba inquieto..., ella dijo que creía que quizá la Madre le había concedido su bendición. ¿Serenio estaba embarazada? ¿Había comenzado a formar una nueva vida, tal vez a partir de mi espíritu?

–No lo sé, Jondalar. Recuerdo que cuando te fuiste ella dijo que quizá fuera así. Si así era, se hubiera tratado de una bendición especial para su nueva unión, pero ella nunca me lo dijo.

–Pero, Roshario, ¿tú qué crees? ¿Parecía que estaba embarazada? Quiero decir, ¿puedes saberlo con tanta anticipación nada más que con la vista?

–Jondalar, ojalá pudiese hablarte con más certeza, pero no lo sé. Sólo puedo decirte que quizá fuera así.

Roshario le miró fijamente y se preguntó por qué sentía tanta curiosidad. No era lo mismo que si el niño hubiese nacido en el hogar de Jondalar –él había renunciado a ese derecho al partir–, aunque si ella hubiese estado embarazada, el niño que Serenio habría tenido ahora probablemente sería de la estirpe de Jondalar. De pronto, sonrió ante la idea de un hijo de Serenio que alcanzara la estatura de Jondalar y que naciera en el hogar del mamutoi de pequeña estatura. Roshario pensó que probablemente eso le complacería.

Jondalar abrió los ojos y vio las mantas arrugadas que ocupaban el lugar vacío de al lado. Las apartó, se sentó en el borde de la plataforma que cumplía la función de cama, bostezó y se estiró. Al mirar alrededor, comprendió que había dormido hasta tarde. Todos estaban levantados y habían salido. La noche anterior se había hablado alrededor del fuego de la posibilidad de salir a cazar la gamuza. Alguien las había visto descendiendo de las altas escarpadas, lo que significaba que pronto comenzaría la temporada para cazar a los antílopes, que, con su andar seguro, se asemejaban a las cabras montesas.

Ayla se había entusiasmado ante la perspectiva de participar en la caza de la gamuza, pero cuando fueron a acostarse y conversaron en voz baja, como hacían a menudo, Jondalar le recordó que pronto partirían. Si la gamuza comenzaba a descender, eso significaba que estaba descendiendo la temperatura de los altos prados, lo cual, a su vez, marcaba el cambio de las estaciones. Aún debían recorrer mucho camino y tenían que partir cuanto antes.

No podía decirse que hubiesen discutido, pero Ayla había confirmado que no deseaba irse. Habló del brazo de Roshario y él comprendió que la joven deseaba cazar la gamuza. En realidad, Jondalar estaba seguro de que ella quería permanecer entre los sharamudoi, y se preguntó si ella no estaría intentando retrasar la partida, con la esperanza de que él cambiase de idea. Ella y Tholie ya eran muy amigas y todos parecían simpatizar con la joven. Jondalar se sentía complacido de que ella despertase tanta simpatía, pero esa circunstancia dificultaría aún más la partida, y cuanto más tiempo permanecieran allí, más difícil sería separarse del grupo.

Permaneció despierto hasta bien entrada la noche, pensando. Se preguntó si debían quedarse allí, por el bien de Ayla; pero en ese caso, lo mismo habrían podido quedarse con los mamutoi. Finalmente llegó a la conclusión de que debían alejarse cuanto antes, dentro de un día o dos. Sabía que Ayla no se sentiría complacida con eso, y no encontraba el modo de decírselo.

Se levantó, se vistió y caminó hacia la entrada. Apartó la cortina, salió de la morada y sintió un golpe de viento frío en el pecho desnudo. Pensó que necesitaría ropas más abrigadas y caminó deprisa hacia el lugar en el que los hombres orinaban por la mañana. En lugar de la nube de coloridas mariposas que generalmente revoloteaban por allí –varias veces se había preguntado por qué las atraía aquel lugar maloliente–, de pronto vio cómo caía una hoja de vivo color; y después advirtió que casi todas las que quedaban en los árboles comenzaban a cambiar de color.

¿Por qué no se había percatado antes? Los días habían pasado con tanta prisa y el tiempo había sido tan grato que no había advertido el cambio de estación. De pronto recordó que estaban orientados hacia el sur en una región meridional del país. Quizá la temporada había avanzado mucho más de lo que él creía, y el frío era mucho más intenso en el norte, hacia donde se encaminaban. Cuando volvió rápidamente a la vivienda, estaba más decidido que nunca a partir lo antes posible.

–Ya estás despierto –dijo Ayla, que entró con Darvalo mientras Jondalar se vestía–. He venido a buscarte antes de que se distribuyese todo el alimento.

–Estaba poniéndome algo más abrigado. Ahí fuera hace frío –dijo Jondalar–. Pronto será tiempo de que me deje crecer la barba.

Ayla sabía que estaba diciéndole más de lo que expresaban sus palabras. Seguía refiriéndose a lo mismo que había sido el tema de la conversación de la noche anterior; la estación estaba cambiando y tenían que ponerse en camino. Ella no deseaba abordar el tema.

–Ayla, probablemente deberíamos sacar nuestras ropas de invierno y asegurarnos de que están en condiciones. ¿Los canastos continúan en la morada de Dolando? –preguntó.

«Sabe que es así. ¿Por qué me lo pregunta?» Ayla se dijo: «Sabes cuál es la razón», mientras trataba de pensar algo que le permitiese cambiar de tema.

–Sí, allí están –dijo Darvalo, tratando de colaborar.

–Necesito una camisa más cálida. Ayla, ¿recuerdas en qué canasto están mis ropas de invierno?

Por supuesto, ella lo sabía y él también.

–Jondalar, las ropas que usas ahora no se parecen a las que tenías la primera vez que viniste aquí –dijo Darvalo.

–Ésas me las regaló una mujer mamutoi. Cuando vine antes, aún usaba mis ropas zelandonii.

–Me probé esta mañana la camisa que me regalaste. Todavía es demasiado grande para mí, pero ya no tanto.

–Darvo, ¿todavía tienes esa camisa? Casi me he olvidado cómo es.

–¿Quieres verla?

–Sí. Sí, quisiera verla.

A pesar de sí misma, Ayla también sentía curiosidad.

Caminaron los pocos pasos que les separaban del refugio de madera de Dolando. De un estante dispuesto sobre su cama, Darvalo retiró un envoltorio cuidadosamente confeccionado. Desató el cordel, abrió la envoltura de cuero suave y mostró la camisa.

Ayla pensó que era una prenda pasada de moda. Los dibujos que la adornaban, así como la longitud y el corte más suelto, no se asemejaban en absoluto a las prendas mamutoi que ella conocía. Algo la sorprendió más que nada en aquella prenda. Estaba adornada con colas de armiño blancas, con la punta negra.

Incluso a Jondalar le pareció extraña. Tantas cosas habían sucedido desde la última vez que había usado esa camisa, que casi le parecía extraña y anticuada. No la había usado mucho durante los años en los que había vivido con los sharamudoi, porque prefería vestirse como los demás, y aunque se la había regalado a Darvo hacía apenas unas pocas lunas más que un año, tenía la sensación de que habían pasado épocas enteras desde la última vez que había visto prendas de su hogar.

–Darvo, tienes que llevarla muy suelta. Va ceñida con un cinturón. Vamos, póntela. Te lo mostraré. ¿Tienes algo para atarla? –preguntó Jondalar.

El joven pasó por encima de su cabeza la camisa de cuero que tenía forma de túnica y profusos dibujos como adorno; después entregó a Jondalar una larga cinta de cuero y éste le dijo a Darvo que se enderezara; después ajustó la cinta bastante abajo, casi en las caderas, de modo que la camisa se ensanchaba y las colas de armiño colgaban libremente.

–¿Ves? No es tan grande para ti, Darvo –dijo Jondalar–. ¿Qué te parece, Ayla?

–Es extraña. Nunca he visto una camisa así, pero creo que te sienta bien, Darvalo –dijo.

–Me gusta –dijo el joven, extendiendo los brazos y mirando su propio cuerpo para ver el aspecto que ofrecía. Quizá la usara la próxima vez que fuesen a visitar a los sharamudoi que vivían río abajo. Tal vez le gustase a aquella muchacha a la que él había visto.

–Me alegro de haber tenido la oportunidad de mostrarte cómo se usa... –dijo Jondalar–, antes de partir.

–¿Cuándo os vais? –preguntó Darvalo, que parecía sobresaltado.

–Mañana, o a lo sumo pasado mañana –indicó Jondalar, mirando a los ojos de Ayla–. Apenas estemos preparados.

–Es posible que las lluvias hayan comenzado del otro lado de las montañas –dijo Dolando–, y tú recuerdas cómo es la Hermana cuando se desborda.

–Ojalá la cosa no sea tan grave –deseó Jondalar–. Necesitaríamos cruzar en uno de tus botes grandes.

–Si deseáis ir en bote, os llevaremos hasta la Hermana –dijo Carlono.

–De todos modos, tenemos que conseguir más arrayán del pantano –agregó Carolio–. Y generalmente vamos a buscarlo allí.

–De buena gana remontaría el río en el bote, pero no creo que los caballos puedan viajar en él –dijo Jondalar.

–¿No has dicho que saben atravesar a nado los ríos? Quizá puedan nadar detrás del bote –sugirió Carlono–. Y embarcaremos al lobo.

–Sí, los caballos pueden atravesar a nado un río, pero hay mucho camino hasta la Hermana; por lo que recuerdo, varios días –dijo Jondalar–, y no creo que puedan nadar río arriba una distancia tan larga.

–Hay un camino a través de las montañas –señaló Dolando–. Tendréis que retroceder un poco, para después subir y rodear uno de los picos más bajos, pero el sendero está marcado; finalmente os llevará cerca del lugar en el que la Hermana se une con la Madre. Hay un alto risco exactamente al sur, y es fácil verlo incluso desde lejos, apenas uno llega a la pradera baja que se extiende hacia el oeste.

–Pero ¿será ése el mejor lugar para cruzar la Hermana? –preguntó Jondalar, que recordaba el río ancho de aguas remolineantes que había visto la última vez.

–Quizá no, pero desde allí puedes seguir el curso de la Hermana hacia el norte, hasta que encuentres un lugar mejor, si bien no es un río fácil. Sus afluentes descienden de las montañas y las aguas corren veloces y golpean con fuerza, y la corriente es mucho más veloz que la de la Madre; además, el río es más traicionero –dijo Carlono–. Algunos de los nuestros remontaron su curso durante casi una luna. El río continuó siendo un curso de aguas rápidas y difíciles en todos los tramos que visitaron.

–Necesito seguir el curso de la Madre para regresar, y eso significa que tendré que cruzar la Hermana –concluyó Jondalar.

–En ese caso, te deseo suerte.

–Necesitarás alimentos –sugirió Roshario–, y tengo algo que desearía darte, Jondalar.

–No disponemos de mucho espacio para llevar más carga –dijo Jondalar.

–Es para tu madre –dijo Roshario–. El collar favorito de Jetamio. Lo guardé para entregárselo a Thonolan si regresaba. No ocupará mucho espacio. Después de morir su madre, Jetamio necesitaba saber que pertenecería a un lugar. Le dije que recordara que ella seguía siendo sharamudoi. Confeccionó el collar con dientes de gamuza y las vértebras de un pequeño esturión, para representar la tierra y el río. Pensé que a tu madre le gustaría algo que perteneció a la mujer elegida por su hijo.

–Tienes razón. Le gustaría algo así –dijo Jondalar–. Gracias. Sé que significará mucho para Marthona.

–¿Dónde está Ayla? También a ella tengo que darle algo. Ojalá disponga de espacio para guardarlo.

–Está con Tholie, preparando las cosas –dijo Jondalar–. En realidad, no desea marcharse todavía, porque tu brazo no está aún curado. Pero el caso es que no podemos esperar más.

–Estoy segura de que curaré perfectamente. –Roshario caminó al paso de Jondalar cuando regresaron a las viviendas–. Ayla me retiró la vieja corteza de haya ayer y colocó un trozo nuevo. Aun cuando el brazo es más pequeño por la falta de uso, lo cierto es que ahora parece curado. Pero ella quiere que mantenga esta envoltura algún tiempo más. Dice que apenas comience a usar de nuevo mi brazo, se fortalecerá.

–Estoy seguro de que así será.

–No sé por qué el mensajero y el shamud tardan tanto, pero Ayla explicó lo que hay que hacer y habló no sólo conmigo, sino con Dolando, Tholie, Carolio y varios más. Nos arreglaremos sin ella, estoy segura..., aunque preferiríamos que ambos continuaseis aquí. No es demasiado tarde para cambiar de idea...

–Roshario, para mí significa más de lo que puedo decirte el que nos hayas recibido con tan buena voluntad..., especialmente en vista de la actitud de Dolando y la crianza... de Ayla...

Roshario se detuvo y miró al hombre de elevada estatura.

–Eso te molestó, ¿verdad?

A Jondalar se le encendió el rostro.

–Así es –reconoció–. En realidad ya no me molesta; pero sabiendo lo que Dolando sentía hacia ellos, el que, aun así, tú la aceptes, hace que..., no puedo explicarlo. Me alivia. No quiero que ella sufra. Ya ha soportado demasiado.

–Sin embargo, es muy fuerte. –Roshario miró atentamente a Jondalar, vio el gesto preocupado, la expresión turbada en aquellos ojos tan azules–. Has estado ausente mucho tiempo, Jondalar, has conocido a mucha gente, has aprendido otras costumbres, otros modos, incluso otras lenguas. Es posible que tu propia gente ya no te reconozca; ni siquiera eres la misma persona que eras cuando saliste de aquí y ellos no serán la misma gente que tú recuerdas. Cada uno pensará del otro como era, no como es ahora.

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