Las ranas también se enamoran (6 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—Lo malo de todo esto es que conocemos a Juliana, Phil. Ella intentará volver contigo.

—Lo sé. Pero esta vez no hay vuelta atrás. Mi nivel de transigencia con ella ha rebosado. La perdoné en otras ocasiones, pero hace meses que lo nuestro acabó. Siete años juntos son muchos años para saber que odio el engaño y la mentira. Y más aún una mentira tan terrible como la de su embarazo. Por ello, amigo —dijo con una sonrisa divertida, mientras se lavaba las manos—, creo que lo mejor es seguir utilizando mi agenda de contactos y pasarlo bien con otras, sin compromiso alguno. Me lo merezco, ¿no crees?

—Excelente idea. Ya sabes de oca a oca... —rió Marc dando al botón del secador.

Segundos después aquellos dos desaparecieron del baño y Marta, abriendo la puerta del aseo, salió y mirándose en el espejo pensó «Vaya... otro jugador. Él de ocas y yo de ranas.»

Cuando salió del baño de los hombres, Marta miró a su alrededor hasta que localizó al jugador de ocas. Dirigiéndose directamente hacia la barra, pidió otro
rebujito
mientras le escaneaba con disimulo por detrás. Era alto, rubio y, por como se le ajustaba la americana a la espalda, intuía que debía machacarse de lo lindo en el gimnasio.

«Bien, lo opuesto a mí. Odio los gimnasios y los rubios», pensó mientras le observaba. Tenía largas piernas y por su forma de apoyarse en la barra, intuía que no era bailón.

—Venga... venga...
guiri
date la vuelta que ahora que no me miras quiero verte —murmuró dando sorbos a su
rebujito
.

Como si la hubiera oído, aquel se volvió para sonreírle a una chica y Marta exclamó satisfecha.

—Vaya... eres una rana más mona de lo que recordaba. Aunque no lo suficiente como para que yo me cuelgue por ti.

—¿Con quién hablas? —preguntó Patricia que en ese momento fue hasta ella.

Marta, con una mirada divertida y achispada le señaló el hombre y dijo:

—Creo que he encontrado mi primera rana.

Patricia, siguiendo el dedo de aquella, se sorprendió al ver al hombre que le indicaba.

—¡Guau, pedazo de rana! Aplaudo tu decisión. Es más, si no la quieres tú, la quiero yo —pero al fijarse en él susurró—: Oye... pero ese no es el tipo con el que discutiste la noche que... el que se parecía a Ronan Keating...

—El mismo que viste y calza —asintió divertida.

Boquiabierta, Patricia miró a su amiga.

—Vamos a ver, alma de cántaro, ese tipo tiene todo lo que no te gusta en un hombre. Rubio, trajeado, incluso parece culto, algo que, perdóname, pero dista mucho de lo que es el Musaraña. ¿Por qué él?

—Porque es diferente —sonrió satisfecha—. Justo lo que necesito.

Patricia, sorprendida por cómo le miraba, dándose la vuelta dijo a su amiga:

—Ese tío está cañón... pero cañonazo, y a ti te gustan más desgarbados y latinos. Joder, Marta, ¡ese pollo está buenísimo!

—Lo sé. Demasiado bueno y almidonado para mí —suspiró, al reparar en el traje, la corbata y su pelo perfectamente peinado.

Al ver la sonrisa de aquella, que no planeaba nada bueno, Patricia preguntó:

—¿Realmente crees que es lo más recomendable para este momento?

Marta le contó lo que había escuchado en el baño y su amiga dijo con rotundidad:

—A por él. Pásalo bien y ya sabes... de rana en rana y...

Pero no pudo terminar, Lola se acercó hasta ellas y al ver a Marta preguntó:

—Ojú mi arma
¿Has bebido de más?

—¡Qué va... cuatro copichuelas de nada! —contestó esta.

Apreciaba mucho a aquella mujer. Siempre se había comportado como una madre, y sin ella, sin su inestimable ayuda, nunca habría podido salir adelante.

—Ay, mi niña. Me ha dicho Adrian que el impresentable de tu ex ha aparecido por aquí ¿es cierto o nuestro Adrian también está afectadillo? —preguntó la mujer.

—No, Lola... no está cogorza. Ese innombrable ha tenido la poca vergüenza de venir hasta aquí y dejarse ver —cuchicheó Patricia.

Tras maldecir y entender el porqué de cómo se encontraba Marta, Lola dijo con cariño:

—Recordarme que para el año que viene, deje dicho que a ese impresentable se le excluya de la caseta donde nosotras vayamos a estar.

Al escucharlas Marta sonrió. Aquellas dos mujeres la conocían como nadie y sabían lo mucho que había luchado por aquella relación.

—Bueno... bueno... dejad de cotillear como dos cotorras y pasémoslo bien. ¡Esto es una fiesta!, ¿No? —dijo Marta comenzando a bailar como una descosida.

—Por cierto, jefa ¿conoces al rubiales almidonado del traje gris marengo? Nos suena pero no sabemos quién es —preguntó Patricia ante la reprochadora mirada de su amiga.

Lola, colocándose las gafas que llevaba colgadas al cuello lo miró y dijo:

—Ese es Philip Martínez. El hijo de un buen amigo.

—¿Philips? ¿Se llama cómo las pilas alcalinas? —preguntó Patricia haciendo reír a Marta.

—Philip... niñas... Philip. Felipe en español, aunque él es inglés —rectificó Lola—. Su madre, que en paz descanse, era inglesa. Por cierto una mujer monísima y con un estilo increíble.

—Mmmmm, tiene nombre de aburrido —sonrió Marta— ¡Me encanta!

Lola la conocía muy bien y mirándola indicó.

—A ti no te gustan los rubios, corazón mío, y beber nunca te sentó bien,
miarma
.

—No, Lola, no ha bebido... ha absorbido —se guaseó Patricia.

Pero Marta no las escuchaba.

—Mmmmm... es todo lo opuesto al Musaraña. Alguien con el que me aburriré hasta la saciedad y del que nunca me enamoraré por soso y encorsetado. El candidato perfecto para cuatro polvetes, ¿no crees, Lola?


Ojú
, ¿pero qué dices? Patricia, tenemos que sacar de aquí a Marta ahora mismo, ¿tú has visto como está? —murmuró la mujer escandalizada.

Pero Patricia no la escuchó y algo achispada también por los
rebujitos
respondió a su amiga.

—Déjame decirte, guapa, que ese tiene de soso lo que yo de monja. Seguro que le despeinas, le quitas el traje y sale de él una fiera increíble.

—¡Virgencita! Callad las dos, os puede oír alguien —sonrió Lola—. Patricia, busca a Adrian y llevad a Marta a mi casa. En su estado no puede seguir aquí.

—Lola... Lola... ¿Qué estado? Pero si estoy fantásssssticcccaaaaaa —rió Marta como una boba.

Patricia asintió de inmediato y se fue en busca de Adrian. Lola cogió a Marta del brazo y la hizo sentar en una silla, con tal mala suerte que chocó con uno de los camareros y se le cayó directamente encima la bandeja repleta de bebidas. Su primera reacción fue maldecir como una posesa por como aquel le había puesto, pero al ver la cara de susto del camarero y su vestido de flamenca empapado de
rebujitos
, comenzó a reír atrayendo las miradas de todo el mundo.

—Lo siento... de verdad —se disculpó el camarero.

—No pasa nada hombre, esto lo meto yo en la lavadora ¡y listo!

Lola la miró con gesto de horror y cogiendo unas servilletitas de la barra comenzó a limpiarla. —Oh, cariño, te has puesto fina.

—Tranquila, Lola —se carcajeó Marta—. Pero no enciendas una cerilla, o exploto por la cantidad de alcohol que llevo dentro y fuera del cuerpo. Maldito Musaraña, ¿por qué? ¿Por qué ha tenido que venir aquí?

En ese momento la voz varonil y con acento extranjero que Marta ya había escuchado en otras ocasiones se acercó hasta ellas. El hombre, muy caballeroso, con rapidez se quitó la americana y se la tendió.

—Tome, señorita. Está empapada. Póngase mi chaqueta.

—Anda mi madre ¡si eres tú! —chilló cómicamente Marta al verle.

—Sí, señorita. Soy yo —respondió aquel ante la mirada expectante de Lola.

Con una sonrisa divertida, Marta le miró.

—Mejor no me dejes tu carísima chaqueta hombre rana o arderá conmigo. En este momento estoy en fuerte peligro de inflamación.

Eso le hizo sonreír, aunque no entendió eso de «hombre rana». Lola, mirándole, dijo con gesto contrariado:

—Discúlpala, Phil. Ella no bebe. Pero hace poco rompió con su novio y...

—Cierra ese piquito de oro, Lola, o te lo grapo yo. Mis miserias no le interesan a nadie y menos a este
guiri
... —regañó Marta con una mirada vidriosa.

—Vale... vale. Tesoro, él es Philip Martínez.

La muchacha con guasa le miró y él con elegancia dijo:

—Encantado de volver a conocerla, señorita.

Desconcertándole, Marta saltó para horror de Lola.

—No digas tonterías hombre por Diosssssss, ¿cómo puedes estar encantado de volver a conocerme con estas pintas? No mientas, rana con nombre de pila —rió tontamente mientras pensaba «...qué acabo de decir para que me mire así».

Philip, al escuchar cómo le había llamado, la miró extrañado. ¿Rana con nombre de pila? Pero tras cruzar una mirada con Lola que le pidió que las dejara a solas, se volvió, se puso su americana y siguió hablando con su amigo Marc.

—¡¿Qué he dicho?! —preguntó extrañada.

—Ay, niña. Le has llamado ¡rana con nombre de pila! —se carcajeó Lola sin poder evitarlo—. Si la prensa lo escuchara, no quiero ni pensar los titulares.

—¿La prensa? ¿Qué tiene que ver la prensa en todo esto?

Lola mirando a ambos lados observó que nadie las escuchaba y dijo:

—Philip es hijo de un amigo mío y una difunta condesa inglesa.

—¿El
guiri
es conde?

—Pssss..., calla
miarma
..., calla.

Boquiabierta, Marta miró en su dirección y se sorprendió al ver que aún la observaba. Con rapidez se llevó la mano la cabeza y con un gesto cómico resopló:

—Ostras... ¡No me digas!

En ese momento llegaron hasta ellas Adrian y Patricia. —Vamos a ver, nena ¿desde cuándo bebes para afuera en vez de para adentro? —le dijo Adrian chasqueando la lengua. Todos rieron hasta que Lola indicó:

—Creo que debéis llevarla a casa. Yo me quedo un ratito más. Estoy hablando con alguien que nos interesa para el negocio.

—¿Sabéis? —cuchicheó Marta mirando a sus amigos—. El
guiri
, el rubiales ese con el que siempre discuto... ¡es conde!

Al escuchar aquello Adrian lo comprendió todo. Le conocía de haberle visto en las revistas del corazón.

—Es verdad... ya sé quién es. Ese tío le vi en... —comenzó a decir.

Pero Lola no le dejó acabar y empujándoles con delicadeza les hizo salir de la caseta. Cinco minutos después Marta, Adrian y Patricia salían del Real. Llegaron hasta una parada de taxis y, como suele ocurrir cuando se necesitan, no había ni uno.

—Gracias a Dios que Vanesa hoy no duerme en casa de Lola —susurró al recordar a su hija. Hubiera sido vergonzoso que la encontrara así.

—Uf, nena... estás verde y con una toña de no te menees —dijo Adrian mirándola.

Marta, asintió. Por cómo se sentía debía de estar de todos los colores. ¿Pero qué había bebido?

—Menos mal que no estamos en Madrid y no tienes la moto. Tal y como vas, no hubieras podido llevarla de vuelta —señaló Patricia.

—Uf... calla... calla ¡Menudo garrafón que nos han dado en esa caseta! —boqueó esta sintiéndose cada vez peor.

—¿Garrafón? ¿Qué nos han dado garrafón? —rió Patricia—. No, cariño... es que has bebido esta noche como una auténtica cosaca. Tan pronto bebías
rebujitos
como JB con coca-cola... entre otras cosas.

En ese momento se escuchó el suave motor de un coche. Ante ellos paró un increíble Porsche 911 gris biplaza.

—Buenas noches, ¿necesitan ayuda?

Los tres se agacharon para ver quién hablaba y se sorprendieron al ver que aquel era Philip Martínez. ¡El conde! Pero antes de que ninguno pudiera decir nada, Marta se dio la vuelta y metiendo la cabeza casi en la papelera que había al lado de la parada de taxi, vomitó.

—Uy, nena... que desperdicio de JB —señaló Adrian.

Al ver aquello Philip paró el coche. Miró a ver si había prensa alrededor y, tras comprobar que no, salió del vehículo. Se paró frente a una pálida y desconchada Marta y dijo en tono burlón:

—Vaya, vaya, nunca había ocasionado esta reacción en una mujer.

—Vete a paseo, gracioso —gritó ella desde su posición.

Patricia, horrorizada, miró a Adrian que se encogió de hombros. Los tres permanecieron frente a Marta hasta que ella pareció recuperar el color en el rostro y, enfadada como en sus mejores momentos, se volvió hacia el hombre que le tendía un pañuelo.

—¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿Te gusta ver lo que estoy haciendo?!

Sorprendido por aquello, la miró y dijo:

—No, señorita. Solo pensé que le podría venir bien un poco de ayuda. —Respondió mientras ella se limpiaba la boca con uno de los volantes blancos del vestido sin querer coger el pañuelo.

Patricia reaccionó con celeridad. Sacó el móvil de su bolso, aunque ni siquiera había sonado, y ante la mirada de todos, gritó como una loca:

—¡¿Que Oscar está en el hospital?!... Ahora mismo vamos Adrian y yo para allá.

Adrian, sin entender nada, miró a Patricia, que levantaba la mano para detener el único taxi que apareció por allí, y sin dejarle hablar le dijo a Philip apresuradamente:

—Por favor, acércala a casa de Lola ¿sabes dónde es? —Este asintió, aunque no estaba muy seguro—. Tenemos que ir de urgencias al hospital. Un primo segundo mío se ha caído por unas escaleras y está muy grave.

—Pero, nena... —protestó Adrian. ¿Qué estaba diciendo?

Pero Patricia le empujó al interior del taxi y tras guiñarle el ojo a su amiga, que la miraba incrédula y boquiabierta, se marchó.

Parada en la acera, vestida de flamenca y con la flor caída en medio de la frente Marta miró el taxi y después al hombre que frente a ella la observaba con cara de malas pulgas. Tras cerrar los ojos y resoplar, se enfrentó a él.

—Vamos a ver, señor Rana. A mí me apetece tan poco como a ti que me acompañes, por lo tanto, métete en tu preciosa calabaza que yo sólita sé buscarme un taxi, ¿entendido?

—No.

—¡¿Que no?! —gritó ella.

Y antes de que pudiera decir nada más, él abrió la portezuela del coche, la metió dentro y la cerró. Una vez él se sentó en su asiento, se inclinó sobre ella para ponerle el cinturón y arrugó la nariz. Olía fatal.

«Oh, Dios... qué bochorno ¡doy asco! Debo oler a Eau de Alcohol» pensó al ver el gesto de aquel. Sin querer decir nada, comenzó a tocar todos los botones de su puerta, hasta que la ventanilla se abrió y entró el aire.

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