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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Ensayo

Las venas abiertas de América Latina (39 page)

BOOK: Las venas abiertas de América Latina
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L
OS
E
STADOS
U
NIDOS CUIDAN SU AHORRO INTERNO, PERO DISPONEN DEL AJENO: LA INVASIÓN DE LOS BANCOS

La canalización de los recursos nacionales en dirección a las filiales imperialistas se explica en gran medida por la proliferación de las sucursales bancarias norteamericanas que han brotado, como los hongos después de la lluvia, durante estos últimos años, a lo largo y a lo ancho de América Latina. La ofensiva sobre el ahorro local de los satélites está vinculada al crónico déficit de la balanza de pagos de los Estados Unidos, que obliga a contener las inversiones en el extranjero, y al dramático deterioro del dólar como moneda del mundo.
América Latina proporciona la saliva además de la comida. y los Estados Unidos se limitan a poner la boca
. La desnacionalización de la industria ha resultado un regalo.

Según el International Banking Survey,
[358]
había setenta y ocho sucursales de bancos norteamericanos al sur del río Bravo en 1964 pero en 1967 ya eran 133. Tenían 810 millones de dólares de depósitos en el
64
, y en el 67 ya sumaban
1.270
millones. Luego, en 1968 y 1969, la banca extranjera avanzó con ímpetu: el First National City Bank cuenta, en la actualidad, nada menos que con ciento diez filiales sembradas en diecisiete países de América Latina. La cífra incluye a varios bancos nacionales adquiridos por el City en los últimos tiempos. El Chase Manhattan Bank, del grupo Rockefeller, adquirió en 1962 el Banco Lar Brasileiro, con treinta y cuatro sucursales en Brasil; en 1964, el Banco Continental, con cuarenta y dos agencias en Perú; en 1967 el Banco del Comercio, con ciento veinte sucursales en Colombia y Panamá, y el Banco Atlántida, con veinticuatro agencias en Honduras; en 1968, el Banco Argentino de Comercio. La revolución cubana había nacionalizado veinte agencias bancarias de los Estados Unidos, pero los bancos se han recuperado con creces de aquel duro golpe: sólo en el curso de 1968, más de setenta nuevas filiales de bancos norteamericanos fueron abiertas en América Central, el Caribe y los países más pequeños de América del Sur.

Es imposible conocer el simultáneo autr:ento de las actividades paralelas —subsidiarias
, holdings
, financieras, oficinas de representación— en su magnitud exacta, pero se sabe que en igual o mayor proporción han crecido los fondos latinoamericanos absorbidos por bancos que aunque no operan abiertamente como sucursales, están controlados desde fuera a través de decisivos paquetes de acciones o por la apertura de líneas externas de crédito severamente condicionadas.

Toda esta invasión bancaria sirve para desviar el ahorro latinoamericano hacia las empresas norteamericanas que operan en la región, mientras las empresas nacionales caen estranguladas por la falta de crédito. Los departamentos de relaciones públicas de varios bancos norteamericanos que operan en el exterior pregonan sin rubores que su propósito más importante consiste en canalizar el ahorro interno de los países donde operan para el uso de las corporaciones multinacionales que son clientes de sus casas matrices.
[359]
Echemos al vuelo la imaginación: ¿podría un banco latinoamericano instalarse en Nueva York para captar el ahorro nacional de los Estados Unidos? La burbuja estalla en el aire: esta insólita aventura está expresamente prohibida. Ningún banco extranjero puede operar, en Estados Unidos, como receptor de depósitos de los ciudadanos norteamericanos. En cambio, los bancos de los Estados Unidos disponen a su antojo, a través de las numerosas filiales, del ahorro nacional latinoamericano. América Latina vela por la norteamericanízación de las finanzas, tan ardientemente como los Estados Unidos. En junio de 1966, sin embargo, el Banco Brasileiro de Descontos consultó a sus accionistas para tomar una resolución de gran vigor nacionalista. Imprimió la frase
Nós confiamos em Deus
en todos sus documentos. Orgullosamente, el banco hizo notar que el dólar ostenta el lema In God We Trust.

Los bancos latinoamericanos, incluso los invictos, no infiltrados ni copados por los capitales extranjeros, no orientan los créditos en un sentido distinto al de las filiales del City, el Chase o el Bank of America: ellos también prefieren atender la demanda de las empresas industriales y comerciales extranjeras, que cuentan con garantías sólidas y operan por volúmenes muy amplios.

U
N IMPERIO QUE IMPORTA CAPITALES

El «Programa de acción económica del gobierno», elaborado por Roberto Campos, preveía que, como respuesta a su política benefactora, los capitales afluirían del exterior para impulsar el desarrollo de Brasil y contribuir a su estabilización económica y financiera.
[360]
Se anunciaron para 1965 nuevas inversiones directas, de origen extranjero, por cien millones de dólares. Llegaron setenta. Para los años siguientes, se aseguraba, el nivel superaría las previsiones del
65
, pero las convocatorias resultaron inútiles. En 1967 ingresaron 76 millones; la evasión por ganancias y dividendos, asistencia técnica, patentes,
royalties
o regalías y uso de marcas superó en más de cuatro veces a la inversión nueva. Y a estas sangrías habría que agregar, aún, las remesas clandestinas. El Banco Central admite que, fuera de las vías legales, emigraron de Brasil ciento veinte millones de dólares en 1967.

Lo que se fue es, como se ve, infinitamente más que lo que entró. En definitiva, las cifras de nuevas inversiones directas en los años
claves
de la desnacionalización industrial —1965, 1966, 1967— estuvieron muy por debajo del nivel de 1961.
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Las inversiones en la industria congregan la mayor parte de los capitales norteamericanos en Brasil, pero suman menos del cuatro por ciento del total de las inversiones de los Estados Unidos en las manufacturas mundiales. Las de Argentina llegan apenas al tres por ciento; las de México al tres y medio. La digestión de los mayores parques industriales de América Latina no ha exigido grandes sacrificios a Wall Street.

«Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la exportación de capital»
, había escrito Lenin. En nuestros días, como han hecho notar Baran y Sweezy, el imperialismo
importa
capitales de los países donde opera. En el período
1950-67
, las nuevas inversiones norteamericanas en América Latina totalizaron, sin incluir las utilidades reinvertidas, 3.921 millones de dólares. En el mismo período, las utilidades y dividendos remitidos al exterior por las empresas sumaron 12.819 millones. Las ganancias drenadas han superado en más de tres veces el monto de los nuevos capitales incorporados a la región.
[362]
Desde entonces, según la CEPAL, nuevamente creció la sangría de los benefi
cios, que en los últimos años exceden en cinco veces a las inversiones nuevas
; Argentina, Brasil y México han sufrido los mayores aumentos de la evasión. Pero éste es un cálculo conservador. Buena parte de los fondos repatriados por conceptos de amortización de deuda corresponde en realidad a las utilidades de las inversiones, y las cifras no incluyen tampoco las remesas al exterior por pagos de patentes,
royalties
y asistencia técnica, ni computan otras transferencias invisibles que suelen esconderse tras los velos del rubro «errores y omisiones»,
[363]
ni tienen en cuenta
las ganancias que las corporaciones reciben al inflar los precios de los abastecimientos que proporcionan a sus filiales y al inflar también, con igual entusiasmo, sus costos de operación
.

La imaginación de las empresas hace otro tanto con las inversiones mismas. En efecto, como el vértigo del progreso tecnológico abrevia cada vez más los plazos de renovación del capital fijo en las economias avanzadas, la gran mayoría de las instalaciones y los equipos fabriles exportados a los países de América Latina han cumplido anteriormente un ciclo de vida útil en sus lugares de origen. La amortización, pues, ha sido ya hecha, en forma total o parcial. A los efectos de la inversión en el exterior, este detalle no se toma en cuenta: el valor atribuido a las maquinarias, arbitrariamente elevado, no sería, por cierto, ni la sombra de lo que es, si se consideraran los frecuentes casos de desgaste previo. Por lo demás, la casa matriz no tiene por qué meterse en gastos para producir en América Latina los bienes que antes le vendía desde lejos. Los gobiernos se encargan de evitarlo, adelantando recursos a la filial que llega a instalarse y cumplir su misión redentora: la filial tiene acceso al crédito local a partir del momento en que clava un cartel en el terreno donde levantará su fábrica; cuenta con privilegios cambiarios para sus importaciones —compras que la empresa suele hacerse a sí misma— y hasta puede asegurarse, en algunos países, un tipo de cambio especial para pagar sus deudas con el exterior, que frecuentemente son deudas con la rama financiera de la misma corporación. Un cálculo realizado por la revista
Fichas
[364]
indica que las divisas insumidas entre 1961 y 1964 por la industria automotriz en la Argentina son tres veces y media mayores que el monto necesario para construir diecisiete centrales termoeléctricas y seis centrales hidroeléctricas con una potencia total de más de dos mil doscientos megawatios, y equivalen al valor de las importaciones de maquinarias y equipos requeridas durante once años por las industrias dinámicas para provocar un incremento anual del 2,8 por ciento en el producto por habitante.

L
OS TECNÓCRATAS EXIGEN LA BOLSA O LA VIDA CON MÁS EFICACIA QUE LOS «MARINES»

Al llevarse muchos más dólares de los que traen, las empresas contribuyen a agudizar la crónica hambre de divisas de la región; los países «beneficiados» se descapitalizan en vez de capitalizarse. Entra en acción, entonces, el mecanismo del empréstito. Los organismos internacionales de crédito desempeñan una función muy importante en el desmantelamiento de las débiles ciudadelas defensivas de la industria latinoamericana de capital nacional, y en la consolidación de las estructuras neocoloniales. La
ayuda
funciona como el filántropo del cuento, que le había puesto una pata de palo a su chanchito, pero era porque se lo estaba comiendo de a poco. El déficit de la balanza de pagos de los Estados Unidos, provocado por los gastos militares y la ayuda extranjera, crítica espada de Damocles sobre la prosperidad norteamericana,
hace posible, al mismo tiempo, esa prosperidad
: el Imperio envía al exterior sus
marines
para salvar los dólares de sus monopolios cuando corren peligro y, más eficazmente, difunde también sus tecnócratas y sus empréstitos para ampliar los negocios y asegurar las materias primas y los mercados.

El capitalismo de nuestros días exhibe, en su centro universal de poder, una identidad evidente de los monopolios privados y el aparato estatal.
[365]
Las corporaciones multinacionales utilizan directamente al Estado para acumular, multiplicar y concentrar capitales, profundizar la revolución tecnológica, militarizar la economía y, mediante diversos mecanismos, asegurar el éxito de la norteamericanización del mundo capitalista. El Eximbank, Banco de Exportación e Importación, la AID, Agencia para el Desarrollo Internacional, y otros organismos menores cumplen sus funciones en este último sentido; también operan así algunos organismos presuntamente internacionales en los que los Estados Unidos ejercen su incontestable hegemonía: el Fondo Monetario Internacional y su hermano gemelo, el Banco Internacional de Reconstrucci6n y Fomento, y el BID, Banco Interamericano de Desarrollo, que se arrogan el derecho de decidir la política económica que han de seguir los países que solicitan los créditos. Lanzándose exitosamente al asalto de sus bancos centrales y de sus ministerios decisivos, se apoderan de todos los datos secreto de la economía y las finanzas, redactan e imponen leyes nacionales, y prohiben o autorizan las medidas de los gobiernos, cuyas orientaciones dibujan con pelos y señales.

La caridad internacional no existe; empieza por casa, también para los Estados Unidos. La ayuda externa desempeña, en primer lugar, una función interna: la economía norteamericana se ayuda a sí misma. El propio Roberto Campos la definía, en los tiempos en que era embajador del gobierno nacionalista de Goulart, como un programa de ampliación de mercados en el extranjero destinado a la absorción de los excedentes norteamericanos y al alivio de la superproducción en la industria de exportación de los Estados Unidos.
[366]
El Departamento de Comercio de los Estados unidos celebraba la buena marcha de la Alianza para el Progreso, a poco de nacida, advirtiendo que había creado nuevos negocios y fuentes de trabajo para empresas privadas de cuarenta y cuatro estados norteamericanos.
[367]
Más recientemente, en su mensaje al Congreso de enero de 1968, el presidente Johnson aseguró que más del noventa por ciento de la ayuda externa norteamericana de 1969 se aplicaría a financiar compras en los Estados Unidos,
«y he intensificado personalmente y en forma directa los esfuerzos para incrementar este porcentaje»
.
[368]
Los cables trasmitieron, en octubre del 69, las explosivas declaraciones del presidente del Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso, Carlos Sanz de Santamaría, quien expresó en Nueva York que la ayuda había resultado un muy buen negocio para la economía de los Estados Unidos, así como para la tesorería de ese país. Desde que, a fines de la década del cincuenta, hizo crisis el desequilibrio de la balanza norteamericana de pagos, los préstamos fueron condicionados a la adquisición de los bienes industriales norteamericanos, por lo general más caros que otros productos similares en otras partes del mundo. Mas recientemente se pusieron en acción ciertos mecanismos, como las
«listas negativas»
, para evitar que los créditos sirvan a la exportación de los artículos que los Estados Unidos pueden colocar en el mercado mundial, en buenas condiciones competitivas, sin recurrir al expediente de la autofilantropía. Las posteriores
«listas positivas»
han hecho posible, a través de la ayuda, la venta de ciertas manufacturas norteamericanas a precios que son entre un treinta y un cincuenta por ciento más altos que los de otras fuentes internacionales. La
atadura
del financiamiento —dice la OEA en el documento ya citado— otorga
«un subsidio general a las exportaciones norteamericanas»
. Las firmas fabricantes de maquinarias sufren serias desventajas de precios en el mercado internacional, según confiesa el Departamento de Comercio de los Estados Unidos,
«a menos que puedan aprovechar el financiamiento más liberal que se puede obtener bajo los diversos programas de ayuda»
.
[369]
Cuando Richard Nixon prometió
desatar
la ayuda, en un discurso de fines de 1969, sólo se refirió a la posibilidad de que las compras pudieran efectuarse, alternativamente, en los países latinoamericanos. Este ya era, desde antes, el caso de los préstamos que el Banco Interamericano de Desarrollo otorga con cargo a su Fondo para Operaciones Especiales. Pero la experiencia muestra que los Estados Unidos, o las filiales latinoamericanas de sus corporaciones, resultan siempre los proveedores finalmente elegidos en los contratos. Los préstamos de la AID; el Eximbank y, en su mayoría, los del BID, exigen también que no menos de la mitad de los embarques se realice en barcos de bandera norteamericana. Los fletes de los buques de los Estados Unidos resultan tan caros que en algunos casos llegan hasta a duplicar los precios de las líneas navieras más baratas disponibles en el mundo. Normalmente, son también norteamericanas las empresas que aseguran las mercaderías transportadas, y norteamericanos los bancos a través de los cuales las operaciones se concretan.

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