Los cazadores de mamuts (14 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los cazadores de mamuts
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–¿Y por qué pagar por una mujer? –preguntó Jondalar–. ¿No la convierte eso en una mercancía, como la sal, el pedernal, el ámbar?

–El valor de una mujer es mucho más que eso. El Precio Nupcial es lo que un hombre paga por el privilegio de vivir con una mujer. Un buen Precio Nupcial beneficia a todos. Da a la mujer un alto rango; revela a todos el elevado concepto que de ella tienen el hombre que la pide y su propio Campamento. Honra al Campamento del hombre, demostrando que son pudientes y que pueden permitirse el pago. Honra al Campamento de la mujer, otorgándoles estima y respeto, y les da algo a modo de compensación por perderla cuando ella se marcha, como lo hacen algunas jóvenes, para incorporarse a otro Campamento. Pero lo más importante es que les ayuda a pagar un buen Precio Nupcial cuando uno de sus propios hombres quiere a una mujer; de ese modo hace alarde de su riqueza.

»Los niños nacen con el rango de la madre; por tanto, un alto Precio Nupcial les beneficia. Aunque el Precio Nupcial se paga en regalos, y algunos de esos regalos son para que la pareja inicie con ellos la vida en común, el verdadero valor es el rango, la alta estima en que se tiene a una mujer, tanto en su propio Campamento como en los otros. Dicho valor es el que ella otorga a su compañero y a sus hijos.

Ayla seguía desconcertada, pero Jondalar hacía gestos de asentimiento; comenzaba a comprender. Los detalles, específicos y complejos, no eran los mismos, pero las características generales de parentesco y el sistema de valores no eran demasiado diferentes con respecto a los de su propio pueblo.

–¿Cómo se calcula el valor de una mujer para establecer un buen Precio Nupcial? –preguntó el Zelandonii.

–El Precio Nupcial depende de muchas cosas. Todo hombre tratará siempre de buscar a una mujer con el rango más alto que él pueda permitirse, pues, al abandonar a su madre, asumirá el rango de su compañera, quien es o será madre. La mujer que ha demostrado su maternidad tiene un valor más alto; por tanto, las mujeres con hijos son muy buscadas. Con frecuencia, los hombres tratan de aumentar el valor de su posible pareja, pues eso les beneficia. Cuando dos hombres rivalizan por una mujer muy apreciada, pueden combinar sus recursos (siempre que se entiendan bien y ella esté de acuerdo); así aumentan aún más el Precio Nupcial.

»A veces, un hombre se une a dos mujeres, sobre todo tratándose de hermanas que no desean separarse. En este caso adquiere el rango de la más encumbrada y es tratado con el máximo respeto, lo cual proporciona cierto rango adicional: esto demuestra que es capaz de mantener a dos mujeres y a la progenie futura de ambas. De las muchachas gemelas se piensa que son una bendición especial; rara vez se las separa.

–Cuando mi hermano buscó mujer entre los Sharamudoi, ésta tenía lazos de parentesco con una joven llamada Tholie, que era Mamutoi. Ella me dijo una vez que había sido «robada», aunque estuviera de acuerdo en ello –dijo Jondalar.

–Nosotros comerciamos con los Sharamudoi, pero no tenemos las mismas costumbres. Tholie era una mujer de alto rango. Cederla a otros no significaba sólo perder a alguien que era valiosa en sí (y ellos pagaron un alto Precio Nupcial), sino también a alguien que habría dado a sus hijos y a su compañero el valor recibido de su madre; ese valor habría sido intercambiado, con el correr del tiempo, entre todos los Mamutoi. No había modo de compensar esto. Era como si su valor nos fuera robado. Pero Tholie estaba enamorada y decidida a unirse al joven Sharamudoi; por tanto, permitimos que nos la «robaran».

–Deegie dice madre de Fralie hizo Precio Nupcial bajo –observó Ayla.

El anciano cambió de postura. Intuía la intención de la pregunta; no iba a ser fácil responder. Casi todo el mundo comprendía intuitivamente sus costumbres, pero habrían sido incapaces de explicarlas con tanta claridad como Mamut. En la situación de éste, muchos se habrían mostrado reacios a explicar creencias que, normalmente, se divulgaban enmascaradas en cuentos ambiguos, temiendo que una exposición franca y detallada de los valores culturales los despojara de misterio y poder. A él mismo le resultaba incómodo hacerlo, pero ya había sacado ciertas conclusiones y tomado determinadas decisiones con respecto a Ayla. Deseaba que comprendiera aquellos conceptos cuanto antes.

–La madre puede mudarse al hogar de cualquiera de sus hijos –explicó–. Si lo hace (y habitualmente espera a ser vieja), suele irse a vivir con una hija que aún viva en el mismo Campamento. Lo normal es que el hombre se traslade al Campamento de la mujer, pero puede volver al Campamento de su madre o vivir con una hermana, si así lo desea. Con frecuencia, el hombre se siente más cerca de los hijos de su compañera, los hijos de su hogar, pues vive con ellos y les enseña; pero sus herederos son los hijos de su hermana; al envejecer, a ellos les corresponde atenderle. Por lo común, los ancianos son bien recibidos, pero no siempre, desgraciadamente. Fralie es la única hija que le queda a Crozie; por tanto, donde ella vaya, irá la madre. La vida no ha sido generosa con Crozie; la edad no la ha dulcificado. Es obstinada y pocos hombres están dispuestos a compartir un hogar con ella. Al morir el primer compañero de Fralie, ella tuvo que bajar una y otra vez el Precio Nupcial de su hija; eso le duele y aumenta su amargura.

Ayla asintió con la cabeza en señal de que comprendía. Pero, acto seguido, frunció el ceño, preocupada.

–Iza me dijo de mujer vieja, vive con clan de Brun antes de encontrarme. Vino de otro clan. Muere compañero, no hijos. No tiene valor, no rango, pero siempre comida, siempre lugar junto al fuego. Si Crozie no tiene Fralie, ¿dónde va?

Mamut estudió la pregunta por un momento. Quería que su respuesta fuera completamente ajustada a verdad.

–Crozie sería un problema, Ayla. Por lo general, el que no tiene parientes es adoptado por otro hogar, pero ella es tan desagradable que pocos la recibirían. Probablemente tendría suficiente para comer y sitio donde dormir en cualquier Campamento, pero al cabo de cierto tiempo le pedirían que se fuera, tal como pasó con su propio Campamento al morir el primer hombre de Fralie.

El viejo chamán continuó con una mueca:

–Frebec tampoco es muy agradable. El rango de su madre era muy bajo; ella tenía poco que ofrecer, salvo su afición por la bouza; por eso él tampoco tenía mucho con que empezar. Su Campamento no quería a Crozie y a nadie le importaba que él se fuera. Se negaron a pagar. Por eso el Precio Nupcial de Fralie fue tan bajo. Si están aquí es sólo por Nezzie. Ella convenció a Talut de que los defendiera y fueron aceptados. Algunos, ahora, lo lamentan.

Ayla asintió. Eso aclaraba un poco la situación.

–Mamut, ¿qué...?

–¡Nuvie! ¡Nuvie! ¡Oh, Madre, se está ahogando! –aulló súbitamente una mujer.

Varias personas rodeaban a su hija, de tres años, que tosía y escupía tratando de respirar. Alguien le dio unos golpes en la espalda, pero de nada sirvió. Otros se acercaron, tratando de brindar consejos. Pero nadie sabía qué hacer. Mientras tanto, la niña, a la vista de todos, pugnaba por respirar y se iba poniendo azul.

Capítulo 6

Ayla se abrió paso a empellones entre el gentío. Cuando llegó al lado de la niña, la encontró casi inconsciente. Sentada en el suelo, con ella en el regazo, le hurgó en la boca con un dedo, tratando de hallar la obstrucción. Como sus esfuerzos no dieron resultado, se puso de pie, con la criatura colgada cabeza abajo, sostenida por la cintura, y la golpeó con fuerza entre los omóplatos. La cogió después por detrás, rodeando con sus brazos el torso de la desmayada pequeña y la apretó con energía, bruscamente.

Todo el mundo había dado un paso atrás, conteniendo la respiración; aquella mujer parecía saber lo que hacía; era una lucha a vida o muerte por despejar la garganta de la niña. Nuvie había dejado de respirar, aunque su corazón aún latía. Ayla la dejó en el suelo y se arrodilló junto a ella. Cogió una prenda de vestir, la pelliza de la pequeña, y se la colocó debajo del cuello para mantenerle la cabeza hacia atrás y la boca abierta. A continuación, cerrándole con los dedos las fosas nasales, puso la boca sobre la de la niña y aspiró con todas sus fuerzas, ejerciendo fuerte succión. Mantuvo la presión hasta quedar sin aliento.

De pronto, con un chasquido ahogado, sintió que un objeto volaba hasta su boca, casi atascándole su propia garganta. Ayla se incorporó y escupió un trozo de hueso, con carne pegada. Aspiró profundamente, apartándose la cabellera, y volvió a cubrir con su boca la de la pequeña, para insuflar en los pulmones inmóviles el aliento vivificador. El pechito subió. Ayla repitió los movimientos varias veces más.

De pronto, la niña volvió a toser y escupir. Por fin aspiró profunda, agitadamente, por sí misma.

Ayla la ayudó a sentarse en cuanto la vio respirar. Sólo entonces notó que Tronie sollozaba de alivio al ver a su hija viva.

Ayla se puso la pelliza y echó la capucha hacia atrás para mirar la hilera de hogares. En el último, el Hogar de los Uros, Deegie estaba cerca del fuego, cepillando hacia atrás su opulenta cabellera castaña; mientras conversaba con alguien que estaba en una de las plataformas, recogió su pelo en un rodete. Ayla y Deegie se habían hecho buenas amigas en los últimos días; habitualmente salían juntas por la mañana. La muchacha clavó una horquilla de marfil en sus cabellos; era una varilla fina y larga, hecha con un colmillo de mamut y bien pulida. Al ver a Ayla, la saludó con la mano, haciéndole una señal que indicaba: «Espérame. Saldremos juntas».

Tronie estaba sentada en una cama, en el hogar vecino al del Mamut, dando de mamar a Hartal. Sonrió a Ayla y la llamó con un gesto. Ayla entró en la zona llamada Hogar del Reno, se sentó a su lado y se inclinó hacia el bebé, arrullándole y haciéndole cosquillas. El niño soltó el pecho por un momento, entre risitas y puntapiés; luego volvió a mamar.

–Ya te conoce, Ayla –dijo Tronie.

–Hartal bebé sano y feliz. Crece rápido. ¿Dónde Nuvie?

–Manuv se la llevó hace un rato. Me ayuda tanto con ella que me alegro de que viva con nosotros. Podría haberse quedado con la hermana de Tornec. Los viejos y los niños siempre parecen entenderse bien, pero Manuv pasa casi todo su tiempo con la pequeña y no sabe negarle nada. Sobre todo ahora, después de haber estado tan cerca de perderla–. La joven madre se puso al bebé contra el hombro para darle palmaditas en la espalda. Después se volvió hacia Ayla–. No he tenido oportunidad de hablar contigo a solas. Quería darte las gracias otra vez. Te estamos tan agradecidos... Cuánto miedo tuve de que... Aún tengo pesadillas. Yo no sabía qué hacer. Y no sé cómo me las habría arreglado si no hubieras estado tú.

Se ahogó con las lágrimas que le subían a los ojos.

–Tronie, no hables. Soy mujer de medicina, no necesito des las gracias. Es mi... No sé palabra. Tengo conocimiento..., es necesario... para mí.

Ayla vio que Deegie se acercaba cruzando el Hogar de la Cigüeña; notó que Fralie estaba mirándola. Ésta tenía grandes ojeras y parecía más cansada de lo normal. Ayla, que la había estado observando, se extrañaba de que, ya avanzado el embarazo, siguiera vomitando a menudo, y no sólo por la mañana. Habría querido examinarla con más atención, pero Frebec había armado un escándalo a la primera mención. Aseguraba que el haber salvado a alguien de atragantarse no significaba necesariamente que supiera curar. El solo hecho de que ella lo dijera no le convencía. Eso dio pie a nuevas discusiones con Crozie. Por fin, para cortar la pelea, Fralie declaró que se sentía bien y que no necesitaba la atención de Ayla.

La joven sonrió alentadoramente a la acosada mujer. Después recogió una bolsa para agua, vacía, y caminó junto a Deegie hacia la entrada. Cuando pasaron por el Hogar del Zorro, Ranec levantó la vista hacia ellas. Ayla tuvo la clara sensación de que la había seguido con los ojos hasta la arcada interior y tuvo que contener el impulso de volverse.

Cuando apartaron la cortina exterior, Ayla parpadeó ante el inesperado fulgor de un sol intenso en un cielo violentamente azul. Era uno de esos cálidos y suaves días de otoño que aparecen como raro presente que merece ser atesorado en la memoria como defensa contra la estación de los vientos crueles, las tormentas desatadas y el frío riguroso. Ayla sonrió, agradecida; de pronto recordó algo en lo que no pensaba desde hacía años: Uba había nacido un día así, el primer otoño que ella pasó con el clan de Brun.

El albergue y la zona nivelada de enfrente estaban excavados en una cuesta que daba al oeste, a media altura. Desde la entrada se gozaba de un amplio panorama; allí se detuvo Ayla un momento, sólo para observar. El río impetuoso centelleaba, brindándole un rumoroso y líquido acompañamiento al juego mutuo de la luz y el agua; más allá, en una lejanía borrosa, Ayla divisó otros barrancos similares. El río ancho y veloz, que abría un canal en las vastas estepas, corría entre murallas de tierra erosionada.

Desde la cima redondeada de la meseta hasta la amplia planicie aluvial, el fino suelo loésico estaba esculpido por profundos barrancos: obra de la lluvia, la nieve fundida y el deshielo de los grandes glaciares del norte en primavera. En esta desolación se erguían algunos pinos y alerces, escasos y diseminados entre la aplastada maraña de arbustos sin follaje que cubría el suelo más bajo. Corriente abajo, a lo largo de la orilla, se mezclaban distintos tipos de juncos. Corriente arriba, el meandro bloqueaba la vista, pero Whinney y Corredor pastaban en las inmediaciones el seco heno que cubría el resto de aquel desnudo paisaje.

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