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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Los cipreses creen en Dios (66 page)

BOOK: Los cipreses creen en Dios
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»Falange considera que el hombre es libre, pero no para lesionar los intereses de sus hermanos. En consecuencia, cree en la autoridad, la jerarquía y el orden, otra Trinidad. Falange cree en la supremacía de lo espiritual, y con ello se eleva por encima del más perfecto de los socialismos. Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Religión que considera verdadera: la Católica. Por su sentido de Catolicidad, de Universalidad, ganó España, al mar y a la barbarie, continentes desconocidos. Ni el Estado asumirá directamente funciones religiosas, ni permitirá intromisiones de la Iglesia con daño posible para la dignidad del Estado.

»Esto es lo que quiere Falange Española. Ser fiel a la tradición de España, unir a todos los españoles y proyectar su luz espiritual al mundo. Todas las demás concepciones de España son chatas, importadas de sociedades secretas enemigas, que han elegido el camino fácil de la promesa. Los anglosajones, primero, descompusieron nuestro imperio geográfico —América, Filipinas, Gibraltar—; ahora pretenden hacer lo propio con nuestra herencia espiritual. En nombre de una civilización mecánica superior a la nuestra, pretenden hacernos olvidar que suministramos al Imperio Romano un tercio de sus valores —Trajano, Adriano, Séneca, Prudencio, Marcial, Lucano, Juvencio, etcétera—; que las huellas que Grecia, Roma, el Islam y el Cristianismo imprimieron en nuestro espíritu nos capacitaron para crear veintidós naciones, legándoles una lengua y una religión, y que nuestra fuerza, nuestra filosofía y nuestra razón de ser radican en la Fe y en la creencia en el hombre. Los soviets son más agudos y han condenado la cíclica teoría mecánica y pretenden imponernos la evolución de la Materia en sentido lineal, de menos a más: átomo, molécula, célula viviente, planta, hombre, sociedad. Pero de una manera ciega y sin finalidad ultraterrena. La Falange rechaza unos y otros y cree en Dios y en el cielo. Para conseguir esta victoria llama a una cruzada a los españoles. Exige de ellos disciplina y peligro, espíritu, no militar como creéis, sino guerrero. Todo ello con alegría. Falange no empleará nunca la violencia como medio de opresión; ahora bien, la considera lícita cuando el ideal lo justifique, aunque ello horrorice al profesor Civil. La justicia, la Patria, la razón de ser de la raza serán defendidas por la violencia cuando por la violencia —o por la insidia— se las ataque.

»Yerras condenándonos por anticipado. Deberías meditar sobre nosotros. En el fondo tu drama consiste en que ningún programa de los que tienes a mano llena tu juventud. ¡Cómo van a llenarte! Cuando Falange dice que no cree en los programas, sino en las doctrinas, quiere decir que nada serio en la tierra ni en el mar se ha hecho con un programa preciso. Si la doctrina es clara, el programa brota luego por sí solo. «Al principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne.» La doctrina de Colón era que al otro lado del mar había tierra: el programa… lo estableció al desembarcar. Los amantes no redactan jamás un programa de los abrazos y besos que se darán: el amor es su doctrina. Falange no concreta todavía los puentes que construirá: de momento llama a los españoles a la unión. Pero, por si alguien se opone, hacemos guardia con espadas.

La nieve había desaparecido. La lluvia la había barrido, decapitando de nuevo el ángel de la Catedral. La lluvia había barrido incluso el frío. Ignacio fumaba. Hubiérase dicho que fumaba con fruición. Los porches de la Rambla estaban solitarios; sólo él y Mateo los medían de una a otra punta, las solapas levantadas, deteniéndose de vez en cuando y haciendo resonar sus zapatos. Pilar los había entrevisto un momento y había pensado, como Marta de sus hermanos: «Son dos hombres serios».

Ignacio sonrió. Dio una gran chupada a su cigarrillo. Una vuelta entera bajo los porches, en silencio. Una gran claridad mental le invadía y al mismo tiempo ganas de hablar.

—Bien, muy bien. Hablas como los ángeles. Ahora empiezo a pensar: tal vez ganes adeptos. ¿Puedo contestar? Imitaré tu estilo, aunque me parece algo pomposo. Pues bien, el socialismo también está claro. También yerras, por tu parte, condenándolo por las buenas. Me refiero al socialismo occidental, para llamarlo de algún modo, pues el socialismo comunista es otro cantar. El socialismo de que hablo, pues, cree que España es una nación muy digna, como cree que lo son Francia, Inglaterra o Suecia; ahora bien, niega que España sea algo excepcional, predestinada a mejores cosas que Francia, Inglaterra o Suecia. Todos los orgullosos le dan miedo, y considera que de la exaltación nacional a la guerra hay un paso. Es un socialismo, ¿cómo lo diría yo?, más humilde que tú y tus amigos, y que por otra parte no cree conseguir jamás que todos los habitantes de un territorio piensen de la misma manera; así que no aspira al tipo de Unidad Nacional que proclamáis; se contenta con aspirar a que a nadie le falte lo necesario, a que todo el mundo reciba una educación, a que todo el mundo encuentre un trabajo adecuado, pueda tener descendencia y la vejez asegurada. Separatismo, yo estoy en contra. Clases, siempre las habrá. Tú y yo seremos abogados, los del Banco y los canteros continuarán con sus plumillas y con sus barrenos. De lo que se trata es de que los abogados no lo tengan todo y los canteros nada. Los partidos políticos ¿cómo eliminarlos? Sólo es posible creando uno solo, más despótico que las luchas entre los demás. No todo el mundo que figure en él será sincero; de modo que, una vez más, la Unidad será ficticia. El socialismo no rechaza la familia; al contrario la protege de una manera especial, protección tanto mayor cuanto mayor sea el número de descendientes. Tampoco rechaza el Municipio; al contrario, pretende un tan perfecto aprovechamiento de sus recursos que no sólo se baste a sí mismo, sino que contribuya a un fondo común de reserva. Y en cuanto a los Sindicatos, me ha parecido comprender que vosotros los concebís independientes. Excelente sistema para que los obreros se encuentren solos frente a sus amos, sin el apoyo de sus compañeros de otros oficios, lo cual constituye su fuerza. Hay algo que falla en todo esto, y me parece que es una de las trinidades que se te olvidó citar: egoísmo, imposición, guerra. Al no poder los humildes elegir, y, sobre todo, destronar a sus representantes, la clase privilegiada queda automáticamente creada, como muy bien demuestra David. Su impunidad los convierte inmediatamente en déspotas, sobre todo en un país de tanta personalidad individual como el nuestro; y en cuanto a la empresa común, ¿qué puede ser sino invadir el país vecino? Porque, para lo interno, no hace falta tanta charanga. A menos que tal empresa sea la creación de ese Estado-Dios de que hablas, superior a la mismísima suma de los intereses de los ciudadanos, ¡Todos sacrificados en nombre de una abstracción! Tampoco veo claro lo de los intermediarios… Los diputados tienen defectos ¡cómo no! A veces incluso disparan desde el ojo de una cerradura. El Parlamento da vueltas sobre sí mismo. ¿Qué propones? ¿Un dictador? Un error de éste es mucho más fatal. ¡Pobre España, cansada de reyes sifilíticos! La idea central es que pretendéis abarcarlo todo, lo económico, lo intelectual, lo religioso, etc. Esto os obliga a inmensas síntesis, que en la práctica se fundirían como las planchas eléctricas del profesor Civil. El socialismo pretende de momento exterminar la miseria, conseguir un nivel medio decoroso: luego se verá. Imposible hablar de Trajano y de Séneca a los estómagos vacíos. El socialismo, en principio, no se opone a la libertad espiritual y religiosa que os de la gana; si en la práctica surgen complicaciones, es porque abandonáis a su antojo a los extremistas, lo cual equivale a aumentar la carga de pólvora del enemigo. Sobre la tradición hay mucho que hablar. La Rente está cansada de que en nombre de la conservación del folklore jerezano, del sepulcro del Cid y demás, se conserven también las posesiones de los potentados andaluces. Y por otra parte encerrarse en la cáscara de un país pobre de recursos como el nuestro, es suicida. Sería grotesco no comprar tractores a Europa y América so pretexto de que Viriato araba con la azada. Y que otras naciones quieran mandar tractores no significa que atenten contra nuestro imperio racial, aparte de que la palabra Imperio me hace mucha gracia cuando el bar Cataluña está lleno de obreros sin trabajo, sin contar con los del café Gran Vía. España recibió muchas influencias, es cierto. A ti te parece que esto nos ha beneficiado; a mí me parece que nos armamos un taco. ¿Qué ocurre si se hereda lo peor? De Grecia, no sé si nos queda algo, aparte las ruinas de Ampurias. De Roma, el acueducto de Segovia y la tendencia de algunos magnates a celebrar varias orgías al año. De los árabes, la sana costumbre de que las mujeres apenas sepan leer. En fin, ¿para qué continuar? Se expulsó a los judíos y aquí estamos, con provincias enteras que no han prosperado desde el año 1492. Se cerró el paso a la Reforma y aquí estamos, con «La Voz de Alerta» diciendo a los militares: «¡Duro con la plebe!» Evolución cíclica o lineal, no entiendo una palabra. Esto forma parte del programa, y según tú no hay que pensar en él… Aunque no comprendo que se pueda hacer una excursión sin explicar de antemano: «Se sale a las ocho de tal sitio y vale tanto». Y desde luego Colón llevaba consigo una brújula. Sí, vuestra cruzada es magnífica; pero no se sabe adonde va ni a quién hay que rescatar… Exigís disciplina, peligro y alegría. En otras palabras, morir cantando, ¿Para qué? Hace muchos años que aquí la gente muere cantando, y sobre todo cantándoles después de muerto. Ahora lo que la mayoría quiere es cantar en vida, como los del Orfeón. No concretáis los puentes que habrá que construir; supongo que lo que pasa es que no sabéis los ríos que bajan, ni el ruido que arman a su paso. Hacer guardia con espadas, me parece muy bien. El comandante Martínez de Soria te dará lecciones, sobre todo ahora que sus hijos están aquí… Usaréis la violencia —sin pensarlo mucho— si se ataca a la Patria. ¡Válgame Dios, todo será la Patria! El Cerebro Único, el Partido, el Gremio, la camisa azul. La menor palabra será atentar contra la Patria. ¡Zas! Porrazo. Esto sí podría llenar mi juventud. Llenarla, desde luego, de cardenales.

Los ojos de Mateo rodaban, lentos, por los porches, por el suelo, por la desierta Rambla. Cada vez que pasaban frente al Neutral las luces del interior los deslumbraban y sentían sobre sí las miradas de Murillo, fumando aburrido, de Antonio Casal, tipógrafo de
El Demócrata
; de Ramón, el camarero, que no cesaba de interrogar a los detenidos sobre sus aventuras en la cárcel. Mateo comprendió que tenía a su lado a un muchacho bien aleccionado, con dialéctica de tipo racionalista, de difícil penetración. ¿Cómo demostrarle que el retórico era él, que en el preciso momento en que consideraba que los obreros debían unirse para luchar, consentía que el abismo de clases se prolongara y fuera cada vez más feroz, en tales condiciones que el triunfo de unos no se produciría sino a costa del aplastamiento de los otros? ¿Cómo convencerle de que la lucha de clases no era inevitable, de que, situando por encima de los intereses particulares el interés común, la Producción Nacional, patronos y obreros se sentirían copartícipes y podrían formar, junto con los técnicos, una fraternal comunión? ¿Y quién le había dicho que la unidad era imposible de alcanzar? Cuando una trompeta anunciaba: «La independencia de la Patria está en peligro…», todo el mundo abandonaba su hogar y tomaba las armas. Se trataba, pues, de dar este toque de trompeta, de convencer a los hombres de las fábricas y de los campos de que si bien no habían entrado por los Pirineos tropas con cañones, habían entrado otras más peligrosas aún. Atentaban contra la independencia de España por medio del ateísmo, del determinismo, de un socialismo económico que serviría de trampolín. ¿Y quién le había dicho que de la herencia griega no quedaban sino ruinas y de Roma sólo un acueducto, del Islam unas cuantas mujeres analfabetas y del Cristianismo poca cosa? Pilar tenía un cuerpo completamente romano; César, a lo que contaban de él, un espíritu digno de los mártires de Diocleciano, como San Vicente o San Severo, o los santos Justo y Pastor, o el propio San Félix de Gerona. Matías Alvear demostraba con frecuencia una serenidad perfectamente helénica; Carmen Elgazu era un compendio de todas estas virtudes; los árabes habían legado a España un sentido del ritmo y de la austeridad, palabras tan hermosas como alféizar e instituciones tan originales y humanas como el vigilante nocturno, el sereno. Su parrafada socialista era atrayente… Era muy fácil decir que el patriotismo conducía a la guerra. Inglaterra exportaba esta teoría a las demás naciones; y mientras tanto ella se apoderaba de Gibraltar. Era iluso transformarse en cordero por consejo del lobo. Por lo demás… en la práctica la teoría de no desear más que una Clínica de Maternidad, una escuela limpia y trabajo asegurado y vejez tranquila tenía sus espeluznantes quiebras. Porque… los minutos eran lentos en el corazón del hombre. Había que vivirlos uno tras otro, sin remedio. Ya se lo dijo una vez. Al hombre esto no le bastaba y si no se le ofrecía un ideal patriótico o religioso, se buscaba otros, porque el espíritu era exigente, tendía a lo grande. Y entonces o se hacía comunista, como Cosme Vila, o se embrutecía como los que jugaban al julepe en el Cataluña. Lo terrible del socialismo era eso; que, enarbolando unos billetes a la semana y unas clínicas, convencía al mundo de que las ideas de Dios y Patria eran supersticiosas, y que sin ellas se podía vivir perfectamente. Pero luego llegaba el corazón del hombre, creado para amar, y demostraba lo contrario. ¿No veía lo que le ocurría a Julio? Buscaba saciar su sed en otras fuentes. Lo mismo que el Responsable, que el doctor Rosselló. Y entonces ocurría que gentes que hubieran rehusado alistarse en La Legión para reconquistar Jerusalén, tomaban las armas para declarar independiente a Cataluña. El socialismo sacaba a flote a los mediocres. Era indispensable esa
élite
dirigente, que tanto le asustaba, para canalizar las energías disponibles de la masa hacia algo que valiera la pena. En fin, era mejor no continuar aquella conversación. Podría contestarle a los demás puntos; pero tiempo habría. Había empezado el nuevo año. Uno de enero. 1935 sería, tal vez, decisivo para España. Lo importante era que aquellas diferencias no enturbiaran la amistad. Eran dos muchachos de la misma edad, sus padres fumaban el mismo tabaco, ellos estudiaban los mismos libros y deseaban el bien. Los platos que Orencia cocinaba en su casa habían surgido de recetas dadas por Carmen Elgazu. Si uno tenía el retrato de José Antonio en el despacho, y el otro el de… ¿de quién? ¿de Besteiro, de Largo Caballero…? —no quería volver a las andadas, pero que comparara los rostros…— pues, eso no tenía nada que ver… de momento. Algún día se alinearían juntos. En el fondo, la lucha era la de los mecheros. Mechero de gasolina —progreso socialista—; mechero de pedernal —ya usado por Viriato—. Cuanto más se elevaba el hombre —campanario de la Catedral— cuanto más en contacto con los elementos —viento—, mejor quedaba demostrado que el mechero de yesca era el más eficaz. Ahora, de momento, lo que tenían que hacer era encender un pitillo… cada uno con su mechero.

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