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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (16 page)

BOOK: Los héroes
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—Déjalos en el río —contestó.

—¿Y qué hacemos con éste? —preguntó Shallow, agitando el cuchillo ante el muchacho.

Calder se hallaba de pie ante él, con los labios fruncidos.

—¿Quién os ha enviado?

—Yo sólo cuidaba de los caballos —susurró el zagal.

—Vamos, vamos —dijo Deep—. No queremos despedazarte.

—A mí me da igual —comentó Shallow.

—¿Ah, sí?

—No me importa, de veras.

Al instante, cogió al muchacho del cuello y le metió el cuchillo por la nariz.

—¡No! ¡No! —chilló—. ¡Dijeron que era cosa de Tenways! ¡De Brodd Tenways!

Shallow le dejó caer de nuevo en el barro y Calder profirió un suspiro.

—Maldito sea ese viejo y su sarpullido.

Menuda sorpresa. A lo mejor Dow le había pedido que lo asesinara, o quizá lo había hecho por iniciativa propia. De un modo u otro, el muchacho no sabía bastante como para ser de más ayuda.

Shallow giró el cuchillo, cuya hoja centelleó bajo la luz de la luna mientras rotaba.

—¿Y qué hacemos con el señorito «yo sólo cuidaba de los caballos»?

El instinto le pedía a Calder que simplemente ordenara matarlo y ya está. Era lo más rápido, sencillo y seguro. No obstante, últimamente, siempre intentaba mostrarse misericordioso. Hace mucho tiempo, cuando era un joven muy idiota, o tal vez un idiota más joven, había ordenado matar a un hombre por puro capricho. Porque pensaba que eso le haría parecer más fuerte y poderoso. Porque creía que así su padre se sentiría orgulloso de él, pero no había sido así. Su padre le dijo después con un tono de voz teñido de decepción: «Antes de enviar a un hombre al barro, asegúrate de que no te resulta más útil vivo. Algunos hombres son capaces de destrozar cualquier cosa simplemente porque pueden. Son demasiado estúpidos para darse cuenta de que nada demuestra mejor el poder que la clemencia».

Presa de la desesperación, el muchacho tragó saliva al alzar la vista, tenía los ojos desorbitados y le brillaban en la oscuridad, quizá por culpa de un par de lágrimas que asomaban a ellos. Lo que Calder más deseaba era el poder, por eso pensaba tanto en la misericordia. Pensaba mucho sobre ella. Entonces, se pasó la lengua por su labio partido y le dolió mucho.

—Matadlo —ordenó y se alejó de ahí, mientras escuchaba cómo el muchacho profería sorprendido un aullido que enseguida fue acallado.

El momento de la muerte siempre coge a la gente por sorpresa, incluso cuando lo ven venir. Siempre creen que son especiales y, de algún modo, esperan que llegue un indulto. Pero no hay nadie especial. A continuación, escuchó un chapoteo, Shallow había empujado el cuerpo del muchacho al arroyo, y eso fue todo. Volvió a ascender por la pendiente, haciendo un gran esfuerzo, maldiciendo su capa empapada, que se le pegaba al cuerpo, sus botas cubiertas de barro y su boca dolorida. Calder se preguntaba si él también se sorprendería cuando llegara su hora. Probablemente, sí.

Lo correcto

—¿Es cierto? —preguntó Drofd.

—¿Eh?

—¿Que si es cierto? —insistió el muchacho, señalando con la cabeza hacia el Dedo de Skarling, que se alzaba orgulloso sobre su pequeña y redonda colina, proyectando una diminuta sombra, pues era cerca del mediodía—. ¿De verdad ese tal Skarling el Desencapuchado está enterrado ahí?

—Lo dudo —contestó Craw—. ¿Por qué debería estarlo?

—Ah, ¿no lo llaman por eso el Dedo de Skarling?

—¿Cómo lo iban a llamar si no? —inquirió Wonderful—. ¿La Polla de Skarling?

Brack alzó sus gruesas cejas.

—Ahora que lo mencionas, sí parece un poco una…

Drofd le interrumpió.

—No, me refiero a por qué recibe ese nombre si no está enterrado ahí.

Wonderful lo miró como si fuera el mayor idiota del Norte. Y si no lo era, debía de hallarse entre los primeros puestos.

—Hay un arroyo cerca de la granja de mi marido… de mi granja… al que llaman el Arroyo de Skarling. En todo el Norte hay probablemente otros cincuenta sitios así. Lo más probable es que alguna leyenda cuente que bebió en esas aguas claras antes de dar algún discurso, hacer una carga o realizar un acto noble de esos de los que tanto hablan las canciones. Me atrevo a decir que lo único que hizo en la mayoría de ellos fue orinar y eso siempre que sea cierto que alguna vez estuvo a menos de un día a caballo de esos lugares. En eso consiste ser un héroe. Todo el mundo quiere un pedazo de ti —con un leve gesto de la cabeza señaló a Whirrun, quien se encontraba arrodillado ante el Padre de las Espadas con las manos juntas y los ojos cerrados—. Dentro de cincuenta años, es más que probable que haya una decena de Arroyos de Whirrun esparcidos por un montón de granjas en las que nunca estuvo. Entonces, los palurdos los señalarán, con ingenuidad, y preguntarán: «¿Es cierto que Whirrun de Bligh está enterrado en ese arroyo?».

A continuación, Wonderful se alejó, sacudiendo su pelada cabeza.

Drofd se hundió de hombros.

—Sólo he hecho una puñetera pregunta, ¿no? Creía que por eso los llamaban los Héroes, porque hay unos héroes enterrados bajo ellos.

—¿Qué más da quién esté enterrado en tal o cual sitio? —masculló Craw, pensando en todos los hombres que había visto enterrar—. En cuanto un hombre está bajo tierra, ya es sólo barro. Barro e historias. Y las historias y los hombres de las que éstas surgen no suelen tener mucho en común.

Brack asintió.

—Y cada vez que se cuenta la historia, menos aún.

—¿Eh?

—Pongamos como ejemplo a Bethod —dijo Craw—. Habrás oído contar muchas historias sobre que fue el hijoputa más malvado que jamás ha pisado el Norte.

—¿No lo fue?

—Eso depende de a quién se lo preguntes. Sus adversarios no le tenían mucha estima y los muertos bien saben que hizo muchos enemigos y muy cabrones. Pero piensa en todo lo que logró. Consiguió mucho más de lo que Skarling el Desencapuchado logró jamás. Logró unir al Norte. Construyó los caminos sobre los que ahora marchamos, levantó la mitad de las ciudades. Puso fin a las guerras entre clanes.

—Sí, gracias a que declaró la guerra a los sureños.

—Bueno, sí, eso es cierto. Toda moneda siempre tiene dos caras y eso es precisamente lo que quiero decir. A la gente le gustan las historias sencillas —entonces, Craw se quedó mirando con el ceño fruncido las marcas rosáceas que tenía alrededor de las uñas—. Pero la gente no es tan sencilla.

Brack le dio una palmada a Drofd en la espalda que casi lo hizo caer.

—Aunque tú eres la excepción, ¿eh, chaval?

—¡Craw! —gritó Wonderful, con un tono de voz que obligó a todos a girarse.

Craw se puso de pie de un salto, o intentó hacer algo similar a un salto, pues era todo cuanto podía hacer ya en esa época, y se acercó corriendo hacia ella, esbozando un gesto de dolor mientras la rodilla le crujía como unas ramas al astillarse, y unas punzadas de dolor le ascendían hasta la espalda.

—¿Qué quieres que vea?

Contempló con los ojos entornados el Puente Viejo, los campos, los pastos y setos, así como el río y los cerros situados más allá, mientras intentaba protegerse los ojos llorosos del viento para intentar ver con claridad el borroso valle.

—Ahí abajo, en el vado.

Entonces, los vio y sintió que las entrañas se le encogían. Para él, desde allí arriba, no eran más que unos puntitos, pero eran hombres, sin duda alguna. Vadeaban por los bajíos y se abrían paso entre los guijarros, con el fin de ascender por la ribera. Por la ribera norte. Por la ribera de Craw.

—Mierda —dijo.

No eran tantos como para ser hombres de la Unión, pero como venían del sur, eso sólo podía significar que eran los muchachos del Sabueso. Lo cual implicaba que probablemente…

—Hardbread ha vuelto —susurró Escalofríos, que era la última persona que Craw habría querido tener a la espalda—. Y se ha buscado algunos amigos.

—¡A las armas! —gritó Wonderful.

—¿Eh? —preguntó Agrick, quien se encontraba de pie con una olla en las manos mientras la miraba fijamente.

—¡A las armas, idiota!

—¡Mierda!

Agrick y su hermano echaron a correr de un lado a otro, gritándose mutuamente; después, cogieron sus petates, los arrastraron y los abrieron para arrojar todo su equipo sobre la pisoteada hierba.

—¿Cuántos has contado? —inquirió Craw, quien dio una palmadita a su bolsillo para comprobar si su catalejo estaba ahí, pero no lo tenía—. ¿Dónde cojones…?

Brack se lo colocó a presión en la cara.

—Veintidós —gruñó.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo.

Wonderful se frotó la larga cicatriz que le recorría el cuero cabelludo.

—Veintidós.
Veintidós
. Veintidós.

Cuanto más lo repetía, peor sonaba. Era un número particularmente jodido. Eran demasiados como para poder derrotarlos fácilmente sin correr grandes riesgos, pero suficientes como para poder vencerlos si contaban con el terreno a su favor y una buena tirada de runas. Eran demasiado pocos como para huir de ellos, sin tener que explicarle luego a Dow el Negro por qué habían huido. Además, luchar siendo inferiores en número podía ser menos arriesgado que tener que darle alguna explicación a Dow el Negro.

—Mierda —dijo Craw, quien miró hacia Escalofríos y se encontró con que éste le devolvía la mirada con su ojo bueno.

Sabía que Escalofríos estaba haciendo la misma suma y que había llegado a la misma conclusión, pero, en su caso, a él no le importaba cuánta sangre se derramaba, ni cuántos hombres de la docena de Craw volvían al barro por defender esa colina. A Craw eso sí le importaba. Quizá demasiado, últimamente. Hardbread y sus muchachos ya habían salido del río, los últimos ya habían desaparecido entre los manzanos que estaban adquiriendo una tonalidad marrón, situados entre los bajíos y el pie de la colina, y se dirigían a los Niños.

Entonces, Yon apareció entre dos de los Héroes, con un montón de ramas en los brazos, jadeando por el esfuerzo del ascenso.

—Me ha llevado un rato, pero he encontrado… ¿Qué?

—¡A las armas! —le gritó Brack.

—¡Hardbread ha vuelto! —añadió Athroc.

—¡Mierda! —replicó Yon, dejando caer las ramas al suelo, donde formaron una maraña informe con la que casi se tropezó al salir corriendo en busca de su equipo.

La misión de Craw le ponía en un brete y no se podía permitir vacilaciones, pues en eso consiste ser jefe. Si hubiera querido tomar decisiones fáciles, habría seguido siendo carpintero, un oficio en el que de vez en cuando había que deshacerse de una junta estropeada, pero donde rara vez tenías que arriesgar la vida de un amigo.

Durante toda su vida, siempre había creído que había una manera correcta de hacer las cosas, aunque esa forma de pensar parecía estar quedándose anticuada. Uno escoge su jefe, escoge su bando, escoge su grupo y tiene que defenderlos, pase lo que pase. Apoyó a Tresárboles hasta que perdió ante Nueve el Sanguinario. Apoyó a Bethod hasta el final. Ahora, apoyaba a Dow el Negro y, con independencia de si era una decisión acertada o equivocada, Dow el Negro había dicho que defendieran esa colina y eso iba a hacer. Eran guerreros, ése era su oficio. Y llega un momento en que un guerrero tiene que lanzar las runas y luchar. Pues es lo correcto.

—Lo correcto —musitó para sí. O quizá era que, enterrada profundamente bajo sus preocupaciones y quejas, bajo todas las tonterías que decía sobre las puestas de sol, se encontraba clavada la diminuta astilla mellada del hombre que había sido hace tantos años, de aquel guerrero con ojos como dagas que habría derramado toda la sangre del Norte antes de dar un solo paso atrás. Ese tipo que se le
atragantaba
a todo el mundo.

—A las armas —bramó—. ¡Coged todo vuestro equipo! ¡Todo vuestro material de combate!

No hacía falta decirlo, la verdad, pero un buen jefe siempre gritaba mucho. Yon estaba hurgando en las bolsas del caballo de carga en busca de una cota de malla y, de improviso, sacó ruidosamente de ahí la enorme cota de Brack. Scorry sacó su lanza del otro lado, quitándole el hule que cubría su brillante filo, mientras tarareaba una melodía. Wonderful puso una cuerda en su arco con suma rapidez y, al tirar de ella para probarla, emitió una nota propia y peculiar. Entretanto, Whirrun seguía arrodillado e inmóvil, con los ojos cerrados y las manos juntas ante el Padre de las Espadas.

—Jefe —le dijo Scorry a Craw, lanzándole su espada, que tenía envainada en un cinturón manchado, enrollado sobre la vaina.

—Gracias —replicó, aunque no se sintió demasiado agradecido al cogerla al vuelo.

Se puso el cinturón, mientras los recuerdos de otros tiempos más brillantes y feroces pasaban a gran velocidad por su mente. Recuerdos sobre otros compañeros, que hacía mucho tiempo habían regresado al barro. Por los muertos, qué viejo se estaba haciendo.

Drofd miró a su alrededor por un momento, mientras abría y cerraba los puños sin parar. Wonderful le propinó un tortazo en la sien en cuanto pasó junto a él. Drofd recuperó la compostura y se dispuso a separar las flechas de su carcaj con manos temblorosas.

—Jefe —le dijo Wonderful a Craw, al darle su escudo. Craw se lo colocó en el brazo y su puño cerrado se acomodó a la correa tan bien como un pie a una vieja bota.

—Gracias —Craw miró a Escalofríos, que permanecía quieto con los brazos cruzados, observando cómo la docena se preparaba—. ¿Y tú qué, muchacho? ¿Estarás en primera línea?

Escalofríos echó hacia atrás la cabeza, esbozando una leve sonrisa en la parte de su rostro que no estaba paralizada ni cubierta por la inmensa cicatriz.

—En primera línea y justo en el centro —contestó con voz ronca. A continuación, se dirigió tranquilamente hacia las cenizas de la hoguera.

—Podríamos matarlo —le susurró Wonderful a Craw al oído—. Me da igual lo duro que sea, si le meto un flechazo en el cuello, se acabó.

—Sólo ha venido a entregarnos un mensaje.

—Matar al mensajero no es siempre una mala idea —replicó bromeando, pero sólo a medias—. Así no regresa con más mensajes.

—Eso no importa. Está aquí y tenemos la misma misión. Cebemos defender los Héroes. Se supone que somos guerreros, así que un poco de lucha no debería provocar que nos cagásemos encima.

Estuvo a punto de ahogarse al pronunciar esas palabras, ya que casi siempre se estaba cagando, desde la mañana a la noche; sobre todo, durante los combates.

—¿Un poco de lucha? —masculló Wonderful, al mismo tiempo que desenvainaba la espada—. Nos triplican en número. ¿De verdad necesitamos tanto esta colina?

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