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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (18 page)

BOOK: Los héroes
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—No. Si el Sabueso lo ha enviado aquí con más hombres es porque quiere apoderarse de esta colina. La Unión quiere esta colina. No se arriesgará a que podamos recibir refuerzos esta noche.

—Entonces… —masculló Drofd.

—Sí. Supongo que atacarán ahora mismo.

Por una desafortunada coincidencia, en cuanto Craw pronunció la palabra «ahora», unos hombres emergieron de entre las sombras de los Niños. Adoptaron una formación muy ordenada y avanzaron con paso firme. Formaron un muro de escudos de una docena de hombres de ancho, detrás del cual, en segunda línea, asomaban las brillantes puntas de unas lanzas; los arqueros estaban situados en los flancos, protegidos por los escudos.

—A la vieja usanza —dijo Wonderful, a la vez que preparaba una flecha.

—No esperaba otra cosa de Hardbread. Él hace todo a la vieja usanza.

Era un poco como Craw. Dos viejos necios anclados en el pasado que habían sobrevivido más tiempo del que debían y que estaban dispuestos a destrozarse mutuamente. Aunque, al menos, lo harían de la manera correcta. Sí, lo iban a hacer de la maldita manera correcta. Craw miró a ambos lados, buscando alguna señal que revelara la presencia de los dos pequeños grupos que se habían separado del principal. Pero no vio nada. Quizá avanzaban arrastrándose entre la alta hierba, o quizá simplemente estaban haciendo tiempo.

Agrick estiró la cuerda de su arco hasta que, prácticamente, le rozó el ceño.

—¿Cuándo quieres que dispare?

—En cuanto puedas acertar a algo.

—¿A alguien en particular?

Craw se pasó la lengua por los dientes.

—A cualquiera que puedas derribar —vamos, dilo directamente, ¿por qué no?, al menos debería tener los arrestos para decirlo—. A cualquiera que puedas matar.

—Lo haré lo mejor que pueda.

—Házselo pasar muy mal.

—Lo intentaré.

Agrick lanzó una flecha, simplemente para calcular la distancia, que revoloteó por encima de las cabezas del grupo de Hardbread y los obligó a agacharse. La primera flecha de Wonderful zumbó y se clavó en un escudo; acto seguido, el hombre que se encontraba tras él cayó hacia atrás, dejando un hueco en la muralla de escudos. No obstante, el muro ya se estaba rompiendo, a pesar de los tremendos gritos que Hardbread daba. Algunos hombres avanzaban más deprisa que los demás, otros se cansaban antes al tener que subir aquella pendiente.

Drofd también disparó, pero su flecha se elevó mucho y se perdió en algún lugar cerca de los Niños.

—¡Mierda! —juró, mientras cogía otra flecha con una mano temblorosa.

—Calma, Drofd, calma. Respira —le recomendó Craw, a quien también le estaba costando un poco respirar. Nunca le habían gustado demasiado las flechas. Sobre todo, cuando caían del cielo en dirección hacia él, aunque eso no hacía falta decirlo. A pesar de que no parecían gran cosa, eran capaces de provocar la muerte, por supuesto. Entonces, se acordó de una lluvia de flechas que en su día cayó, como una bandada de pájaros furiosos, sobre sus líneas en Ineward. En esa ocasión no tenían adonde huir y se aferraron como pudieron a la esperanza de que saldrían vivos de ahí.

En ese instante, una flecha surcó el aire y se apartó a un lado. Se colocó detrás del Héroe más cercano y se agazapó bajo la protección de su escudo. No era nada divertido ver cómo giraba el astil de esa flecha al descender, mientras se preguntaba si el viento la arrastraría en otra dirección en el último momento y acabaría clavada en él. Sin embargo, rebotó en la piedra y salió disparada girando en el aire sin causar daño alguno. La distancia que separaba un flechazo mortal de una flecha clavada sobre la hierba era muy pequeña.

El hombre que la había disparado se detuvo y echó una rodilla al suelo, buscó a tientas una nueva flecha en su carcaj mientras que el muro escudos, que le brindaba seguridad, se iba alejando de él a medida que la formación ascendía por la pendiente. Athroc le acertó con una flecha en el estómago. Craw vio como abría la boca de par en par, soltaba su flecha y lanzaba un grito que se acabó transformando un momento después en un largo aullido. Pese a que quizá ese chillido presagiaba que sus probabilidades de ganar aumentaban un poco, a Craw no le gustó demasiado oírlo. No le gustaba la idea de que él mismo pudiera acabar dando un chillido similar en la hora siguiente.

La parte final del muro de escudos se vino abajo en cuanto los hombres se giraron para mirar al arquero que aullaba, mientras se debatían entre si ayudarlo o seguir avanzando, o simplemente se preguntaban si ellos serían los próximos. Hardbread vociferó varias órdenes y logró que recompusieran la formación, pero la siguiente flecha de Wonderful revoloteó muy cerca de sus cabezas, obligándolos a romper la formación una vez más. La gente de Craw contaba con la altura como aliada y podía disparar rápidamente sin que sus flechas se desviaran. Los hombres de Hardbread tenían que disparar hacia arriba, donde el viento seguramente desviaría sus flechas. Aun así, no tenía sentido correr riesgos innecesarios. Además, esa batalla no se iba a resolver a flechazos.

Craw dejó que Drofd disparara una vez más y entonces lo agarró del brazo.

—Vuelve con los demás.

El muchacho se dio la vuelta bruscamente y le dio la sensación de que estaba a punto de gritar. Quizá la locura de la batalla se había adueñado de él. Nunca se sabía quién podía ser su víctima. El miedo demencial y el valor demencial son como dos hojas que brotan de una misma ortiga, y más te vale no agarrarte a ninguna de ellas. Craw agarró del hombro al muchacho, le clavó los dedos con fuerza y lo atrajo hacia sí.

—¡He dicho que vuelvas con los demás!

Drofd tragó saliva, el apretón de Craw le había hecho recobrar la compostura.

—Jefe —dijo y, de inmediato, retrocedió agachado a trompicones entre las piedras.

—¡Retrocede si tienes que hacerlo! —le gritó Craw a Wonderful—. ¡No corras riesgos!

—¡Ya, joder! —masculló entre dientes, a la vez que miraba hacia atrás y preparaba otra flecha.

Craw retrocedió arrastrándose por el suelo, prestando atención por si caían más flechas hasta que dejó atrás aquellas piedras; a continuación, atravesó corriendo el círculo de hierba y se sintió estúpidamente feliz por poder disfrutar de un par de momentos de calma y seguridad, aunque también se sintió como un cobarde por ello.

—Están en… ¡Ah!

De repente, se tropezó con algo y se torció el tobillo, un intenso dolor le atravesó la pierna entera. Recorrió cojeando el resto del camino, apretando los dientes con fuerza y se colocó en el centro de la formación.

—Malditas madrigueras de conejo —susurró Escalofríos.

Antes de que Craw pudiera recobrar la compostura y responder, Wonderful apareció corriendo entre dos de los Héroes, agitando en el aire su arco.

—¡Han pasado el muro! ¡Y me he cargado a uno más de esos cabrones!

Agrick le pisaba los talones, cuyo escudo, que llevaba a la espalda, se balanceaba mientras corría. Una flecha se le acercó veloz por detrás y acabó clavada en la hierba, cerca de sus pies.

—¡Ya llega el resto!

Craw podía escuchar los gritos que llegaban de allá abajo, incluso los tenues chillidos del arquero herido, que el viento distorsionaba.

—¡Volved aquí! —se oyó bramar a Hardbread, casi sin resuello.

Daba la impresión de que la formación seguía disgregándose al ascender, algunos corrían ansiosos, otros hacían justo lo contrario, era evidente que no estaban acostumbrados a luchar juntos. Lo cual favorecía los intereses del grupo de Craw, quienes llevaban juntos tanto tiempo que parecían siglos.

Echó un vistazo hacia atrás y Scorry le guiñó un ojo, mientras seguía mascando. Eran viejos amigos; prácticamente, como hermanos. Whirrun había desenvainado su espada, una larga pieza de metal de un color gris apagado, cuyo filo apenas relucía ni siquiera bajo el sol. Tal y como las runas habían predicho, se iba a derramar sangre. La cuestión que quedaba por dilucidar era de quién. Esa pregunta se la hicieron todos, mientras se miraban mutuamente, pero nadie dijo una palabra y tampoco era necesario.

Wonderful se arrodilló al final de la pequeña formación en línea que habían adoptado, bajo la sombra del escudo de Athroc, y preparó una flecha. La docena de Craw estaba más preparada que nunca para luchar.

Entonces, divisaron a alguien que avanzaba arrastrándose cerca de una de las piedras. Si bien su escudo podría haber tenido algo pintado, estaba tan machacado por los golpes recibidos en combates y las inclemencias del tiempo que no había manera de distinguir el dibujo. Portaba una brillante espada en la mano y llevaba puesto un casco, pero no parecía ser un rival para nadie. Parecía estar reventado, ya que tenía la boca muy abierta y jadeaba tras el largo ascenso.

Los miró fijamente y ellos le devolvieron la mirada. Craw pudo notar cómo la tensión se apoderaba de Yon, que estaba junto a él, ansioso por arremeter; escuchó la respiración de Escalofríos que apretaba los dientes con fuerza; oyó cómo Brack gruñía guturalmente; todos se contagiaban los nervios unos a otros.

—Tranquilos —susurró Craw—. Tranquilos.

Sabía que lo más difícil en un momento como ése era quedarse quieto sin hacer nada. El ser humano no está hecho para algo así. Uno siente la necesidad de cargar o de huir, pero, de un modo u otro, uno siente la necesidad imperiosa de moverse, correr y gritar. Sin embargo, tenían que esperar. Tenían que atacar en el momento adecuado.

Otro miembro del grupo de Hardbread apareció, agazapado, con las rodillas dobladas, trataba de ver por encima de su escudo, sobre el que había pintado un pez torpemente. Craw se preguntó si ese tipo se llamaría Escamoso y, al instante, sintió una necesidad imperiosa de reírse que enseguida se desvaneció.

Tendrían que arremeter pronto y utilizar el terreno en su provecho. Debían sorprenderlos en la pendiente. Y acabar con ellos rápidamente. Era él quien tenía que decidir cuándo había llegado el momento oportuno. Como si él lo supiera. El tiempo se dilató y pudo captar un sinfín de detalles. La cadencia de su respiración en su dolorida garganta. La brisa que le hacía cosquillas en el dorso de su mano. Las briznas de hierba meciéndose en el viento. Entonces, se percató de que tenía la boca tan seca que no estaba seguro de si sería capaz de pronunciar una sola palabra cuando creyera que había llegado el momento de atacar.

Drofd disparó una flecha y ambos se agacharon. No obstante, el sonido de la cuerda del arco hizo que algo se despertara en Craw y, antes de que pudiera meditar sobre si era el momento adecuado o no, profirió un gran rugido. Pese a que apenas era una palabra, sus muchachos captaron su significado. Salieron corriendo como una manada de perros a los que de repente hubieran soltado. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. De todos modos, quizá un momento era tan bueno como cualquier otro.

Sus pies retumbaron al pisar el suelo, sintió las vibraciones en los dientes y en su dolorida rodilla. Se preguntó si se tropezaría con otra madriguera de conejo y caería al suelo. Se preguntó dónde estaban los seis hombres que los habían rodeado por los flancos. Se preguntó si deberían haber retrocedido, en qué estarían pensando esos dos idiotas, que ya eran tres, contra los que cargaban y en qué mentiras iba a contar a los hijos de Yon.

Los demás avanzaban a su mismo ritmo, los bordes de sus escudos se rozaban con los del suyo y empujaban a la altura de los hombros. Tenía al Jovial Yon a un lado y a Escalofríos al otro. Aquellos hombres sí sabían cómo mantener una formación en línea. Entonces, a Craw se le ocurrió que probablemente él era el eslabón más débil. Luego pensó que le daba demasiadas vueltas a las cosas.

Los muchachos de Hardbread avanzaban a saltos y se tambaleaban a cada paso que daban, ahora ya había más allá arriba, intentando adoptar una formación entre las piedras. En ese instante, Yon profirió su grito de guerra, agudo y estridente; después, lo hicieron Athroc y su hermano; en breve, todos estaban dando alaridos y aullando, mientras sus pisadas retumbaban fuertemente sobre el vetusto suelo de los Héroes. Una tierra donde los hombres rezaron una vez, quizá, hace mucho tiempo. Donde rezaron para que llegaran tiempos mejores.

Craw se sintió embargado por el terror y el júbilo de la batalla, que ascendía como si fuera fuego por su garganta, mientras la formación de los hombres de Hardbread quedaba reducida a una masa informe de escudos, entre los que asomaban de manera confusa algunas armas, cuyos filos centelleaban al moverse de aquí para allá.

Se encontraban ya entre las piedras, encima del enemigo.

—¡Dispersaos! —rugió Craw.

Él y Yon se fueron a la izquierda; Escalofríos y Brack, a la derecha y Whirrun aprovechó el hueco que habían dejado para arremeter aullando su diabólico chillido. Craw atisbo fugazmente el rostro del adversario más cercano, que lo miraba boquiabierto y con los ojos desorbitados. Los hombres no son valientes o cobardes, sin más. Todo depende de las circunstancias. De quién se encuentra a su lado. De si tienen que ascender corriendo por una colina mientras las flechas caen sobre ellos. Aquel muchacho pareció encogerse, como si intentara así esconder su cuerpo entero tras su escudo; entonces, el Padre de las Espadas cayó sobre él como si una montaña entera se le viniera encima. Una montaña tan afilada como una cuchilla.

El metal chilló, la madera y la carne reventaron. El bramido de su propia sangre y los rugidos de aquellos hombres invadieron los oídos de Craw, quien logró apartarse a un lado, para esquivar así un lanzazo, chocó con algo y su espada hizo saltar unas astillas de madera por los aires, el impacto lo obligó a girar y fue directamente hacia alguien con el escudo levantado, acto seguido, se escuchó un crujido chirriante y empujó a su adversario hacia atrás, que cayó por la ladera.

Entonces, vio a Hardbread, cuyo largo pelo gris se le había enmarañado alrededor de la cara. A pesar de que alzó su espada rápidamente, Whirrun fue mucho más rápido que él, extendió el brazo con celeridad y golpeó a Hardbread en la boca con la empuñadura del Padre de las Espadas. El fuerte impacto le hizo echar la cabeza hacia atrás y perdió el equilibrio. Pero Craw tenía ahora otras preocupaciones más inmediatas. Se encontraba cara a cara con un tipo con rostro de cavernícola y de aliento hediondo que no dejaba de gruñir. Tiró de su espada, que se había enganchado a algo, e intentó abrir un hueco para poder lanzar un mandoble. Como tenía la pendiente a un lado, empujó al hombre con su escudo y lo obligó a retroceder lo suficiente como para tener espacio.

BOOK: Los héroes
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