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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (22 page)

BOOK: Los héroes
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—Qué raro —dijo con voz ronca, por lo que tuvo que aclararse la garganta—. El otro día, Drofd me preguntó si llamaban a estas piedras los Héroes porque aquí hay enterrados algunos héroes. Yo le contesté que no. Aunque quizá ahora sí haya uno enterrado aquí.

Craw hizo una mueca de dolor al decir esas palabras, no porque lo dominara la tristeza, sino porque sabía que estaba diciendo una sarta de estupideces. Unas estupideces que no habrían engañado ni a un niño. Pero toda la docena asintió, mientras una lágrima recorría la mejilla de Agrick.

—Sí —dijo Yon.

Uno puede decir ciertas cosas ante una tumba que provocarían la risa si las dijera en una taberna, pero que aquí lograban que a uno lo trataran como si rebosara sabiduría. Craw tuvo la sensación de que cada palabra era como un cuchillo que se clavaba a sí mismo, pero no podía parar.

—Athroc no ha estado mucho tiempo con nosotros, pero nos ha dejado un imborrable recuerdo. No lo olvidaremos —Craw pensó entonces en todos los demás hombres que había enterrado, cuyas caras y nombres se perdían en la bruma de los años, ya ni siquiera recordaba cuántos habían sido—. Apoyó a su grupo. Luchó bien —y murió muy mal, a hachazos, por defender un terreno que no valía nada—. Hizo lo correcto. Que es todo lo que se le puede pedir a un hombre, supongo. Si hay algún…

—¡Craw! —exclamó Escalofríos, quien se encontraba a quizá unas treinta zancadas al sur del círculo.

—¡Ahora no! —replicó entre susurros.

—Sí —dijo Escalofríos—. Ahora sí.

Craw se le acercó corriendo y el valle gris se abrió entre dos de las piedras.

—¿Qué quieres que mire…? Oh.

Más allá del río, a los pies del Cerro Negro, se encontraban unos jinetes que cabalgaban sobre la tierra marrón del camino de Uffrith. Cabalgaban a gran velocidad hacia Osrung, levantando nubes de polvo a su paso. Podrían ser unos cuarenta. Podrían ser más incluso.

—Y ahí también.

—Mierda —otros cuarenta se acercaban hacia el Puente Viejo por el sentido contrario. Se estaban haciendo con los cruces. Intentaban rodear los Héroes por ambos lados. Una honda preocupación, que prácticamente llegó a ser un leve dolor en el pecho, se apoderó de Craw—. ¿Dónde está Scorry? —miró a su alrededor como si hubiera dejado algo en algún sitio y no recordara dónde. Scorry estaba justo detrás de él, con un dedo levantado. Craw espiró lentamente y le dio una palmadita en el hombro—. Ah, aquí estás. Sí, aquí estás.

—Jefe —masculló Drofd.

Craw miró en la dirección hacia la que éste señalaba con el dedo. En el camino situado al sur de Adwein, que bajaba hacia el valle desde el pliegue que existía entre dos cerros, había mucho movimiento. Abrió su catalejo súbitamente y miró a través de él.

—Es la Unión.

—¿Cuántos crees que son?

El viento se llevó parte de la niebla y, sólo por un instante, Craw pudo divisar esa columna que se estiraba entre las colinas, compuesta de hombres y metal, donde las lanzas destacaban y las banderas ondeaban. Se alargaba hasta más allá de donde alcanzaba la vista.

—Me parece que son muchos —susurró Wonderful.

Brack se inclinó sobre Craw.

—Dime que esta vez no vamos a luchar.

Craw miró hacia abajo con su catalejo.

—A veces lo más correcto que uno puede hacer es salir corriendo cagando leches. ¡Recoged vuestras cosas! —vociferó—. ¡Ahora mismo! ¡Nos largamos!

Como su grupo siempre tenía casi todo su equipo guardado, se centraron en recoger el resto raudos y veloces; Scorry lo hizo tarareando una alegre melodía que se solía cantar en las marchas. El Jovial Yon pisoteó el pequeño fuego con una de sus botas mientras Whirrun se limitaba a observar, pues ya había recogido; su única posesión era el Padre de las Espadas, que sostenía en su mano.

—¿Por qué lo apagas? —preguntó Whirrun.

—No voy a dejar que esos cabrones se aprovechen de mi fuego —rezongó Yon.

—No se te ha ocurrido pensar que podrán vivir sin ello, ¿verdad?

—Aun así.

—Nosotros también podemos vivir sin ello.

—Aun así.

—¿Quién sabe? Si lo dejas encendido, quizá uno de esos tipos de la Unión se queme solo y todos se asusten y se vayan a casa.

Yon alzó la vista por un momento y, a continuación, apagó a pisotones los últimos rescoldos.

—No pienso dejarles mi fuego a esos cabrones.

—¿Ya está? —inquirió Agrick. A Craw le resultó muy difícil mirarle a la cara, pues había cierta desesperación en su mirada—. ¿Ésa es toda la despedida que vamos a darle?

—Ya lo despediremos mejor más tarde, quizá, pero ahora hay que pensar en los vivos.

—Vamos a abandonar la colina —Agrick cerró los puños y lanzó una mirada teñida de odio a Escalofríos, como si él hubiera asesinado a su hermano—. Ha muerto en vano. ¡Por una colina que ni siquiera pensamos defender ya! ¡Si no hubiéramos luchado, todavía seguiría vivo! ¡¿Me oyes?!

Dio un paso al frente y quizá se hubiera acabado encarando con Escalofríos si Brack no lo hubiera agarrado por detrás y Craw por delante, impidiéndole así avanzar hacia él.

—Te he oído —replicó Escalofríos, encogiéndose de hombros, aburrido—. Y no es la primera vez que pasa algo así. Si yo no hubiera ido a Estiria aún tendría dos ojos. Pero fui y me quedé tuerto. Hemos luchado y él ha muerto. La vida sólo escoge un camino y no siempre es el que más nos gusta. Así son las cosas.

Se dio la vuelta y caminó hacia el norte, con el hacha sobre el hombro.

—Olvídate de él —susurró Craw a Agrick al oído. Sabía qué se sentía al perder un hermano. En su día, él había enterrado a tres en una misma mañana—. Si necesitas echarle la culpa a alguien, échamela a mí. Fui yo quien decidió luchar.

—No tuviste elección —aseveró Brack—, Era lo correcto.

—¿Dónde se ha metido Drofd? —preguntó Wonderful, mientras se colocaba el arco sobre el hombro al pasar junto a ellos—. ¿Y Drofd?

—¡Estoy aquí! ¡Recogiendo!—se encontraba cerca del muro, donde habían dejado los cuerpos de los hombres de Hardbread. Craw se acercó hasta ahí y comprobó que Drofd estaba arrodillado junto a uno de ellos, revisándole los bolsillos. Su hombre giró la cabeza y sonrió al mostrarle un puñado de monedas—. Jefe, éste tenía algo de… —bajó el tono de voz en cuanto vio el ceño fruncido de Craw—. Iba a compartirlo con los demás…

—Deja eso donde estaba.

Drofd parpadeó.

—Pero si ya no le sirve de nada…

—No es tuyo, ¿verdad? Déjalo ahí, con el muchacho de Hardbread. Cuando éste regrese por aquí, ya verá a quién se lo da.

—Lo más probable es que Hardbread se lo quede —masculló Yon, quien se aproximó por detrás con su cota de malla sobre el hombro.

—Quizá sí. Pero no nos lo quedaremos ninguno de nosotros. Porque ésa es la forma correcta de hacer las cosas.

Eso provocó como respuesta un par de suspiros y algo cercano a un quejido.

—Hoy en día, nadie piensa de esa manera, jefe —afirmó Scorry, apoyado sobre su lanza.

—Mira lo rico que ha llegado a ser un impresentable como Sutt Brittle —añadió Brack.

—Mientras nosotros tenemos que conformarnos con un bacín cutre y unas moneditas de vez en cuando —se quejó Yon.

—En eso consiste vuestro deber; además, yo me ocuparé de que obtengáis un dinero por lo que hicisteis ayer. Pero dejad esos cuerpos en paz. Si queréis ser como Sutt Brittle, podéis implorar que os hagan un hueco en el grupo de Glama Dorado para que así podáis robar a la gente todo el día —Craw no estaba seguro de por qué se sentía tan molesto con ello. En otras ocasiones, lo había dejado pasar. Cuando era joven, él mismo había robado algo a algún que otro cadáver. Incluso Tresárboles solía mirar para otro lado cuando sus chicos saqueaban algún cadáver. Pero estaba molesto y, como había tomado esa decisión, ya no podía echarse atrás—. ¿Qué somos? —les espetó—. ¿Grandes Guerreros o campesinos y ladrones?

—En realidad, somos pobres, jefe —respondió Yon—, y nos empezamos a…

—Pero ¿qué dices? —Wonderful propinó un golpe a Drofd en la mano y las monedas acabaron esparcidas por la hierba—. Escúchame, Jovial Yon Cumber, cuando seas jefe, podrás hacer lo que te venga en gana. Hasta entonces, haremos las cosas como quiere Craw. Somos Grandes Guerreros. O yo lo soy al menos… aunque no tengo nada claro que el resto de vosotros lo seáis. Y ahora moved vuestros gordos culos si no queréis acabar quejándoos amargamente de lo pobres que sois ante los hombres la Unión.

—No hacemos esto por dinero —señaló Whirrun, quien pasó junto a ellos, caminando lentamente, con el Padre de las Espadas sobre el hombro.

Yon le lanzó una mirada sombría.

—Quizá tú no, tarado. Pero a algunos de nosotros no nos importaría ganar un poco de vez en cuando.

Una vez dicho esto, se alejó negando con la cabeza al mismo tiempo que su cota de malla tintineaba. Brack y Scorry se limitaron a encogerse de hombros mientras se miraban mutuamente y, acto seguido, lo siguieron.

Wonderful se acercó e inclinó sobre Craw.

—A veces creo que cuanto más piensan los demás que todo importa una mierda, más convencido estás de que tú debes preocuparte.

—¿Qué quieres decir?

—Que uno no puede hacer que el mundo sea de una determinada forma él solo.

—Hay una forma correcta de hacer las cosas —le espetó.

—¿Estás seguro de que esa forma correcta de hacer las cosas no está impidiendo que todo el mundo sea feliz y siga vivo?

Lo peor de todo era que tenía razón en cierto modo.

—¿A este punto hemos llegado?

—Creo que siempre hemos estado en este punto.

Craw arqueó una ceja.

—¿Sabes qué? Tu marido debería enseñarte a mostrar un poco de respeto.

—¿Ese desgraciado? Pero si casi me tiene tanto miedo como vosotros. ¡Vámonos!

Wonderful cogió a Drofd del codo y lo obligó a levantarse y, acto seguido, la docena atravesó presurosa el agujero que había en el muro. O más bien tan rápido como las rodillas le permitían avanzar a Craw. Se dirigieron al norte por el irregular sendero por el que habían venido y dejaron a los Héroes para la Unión.

Craw se abrió paso a través de los árboles, mientras se mordía las uñas de la mano con que manejaba la espada. Ya se había mordisqueado las uñas de la mano con la que solía sostener el escudo hasta llegar a los nudillos, más o menos. Esas puñeteras cosas nunca volvían a crecer lo bastante rápido. Se había sentido menos asustado cuando había tenido que ascender a los Héroes de noche que ahora que tenía que contarle a Dow el Negro que había perdido la colina. Algo falla cuando uno teme menos al enemigo que a su propio jefe, ¿no? En esos momentos, deseó poder contar con la compañía de algún amigo, pero, si iba a asumir las culpas, prefería hacerlo solo. Debía afrontar las consecuencias de sus decisiones.

El bosque se encontraba repleto de hombres que, a esa distancia, recordaban a unas hormigas arrastrándose por la hierba. Se trataba de los Caris de Dow el Negro; unos veteranos de mente fría y corazón aún más gélido, con frío acero para dar y tomar. Algunos portaban armaduras como los soldados de la Unión, otros llevaban unas armas muy extrañas, con picos, púas y ganchos, con las que se podía atravesar el acero, así como toda clase de brutales inventos que el mundo nunca había visto, aunque el mundo probablemente habría estado mejor sin ellos. Dudaba mucho que alguno de esos hombres se lo fuera a pensar dos veces a la hora de robarle un puñado de monedas a un muerto, o a un vivo.

Si bien Craw había sido casi toda su vida un guerrero, seguía poniéndose nervioso cuando veía a tantos reunidos, y cuanto mayor se hacía, más tenía la sensación de que no valía para ello. Cualquier día, se percatarían de que era un fraude como guerrero. Se daba cuenta de que, cada mañana, le costaba más reunir el coraje necesario para seguir adelante. Hizo un gesto de dolor en cuanto se clavó los dientes en la parte más sensible de sus dedos para arrancarse las uñas.

—No puede ser —se dijo a sí mismo en voz baja— que un Gran Guerrero esté asustado todo el tiempo.

—¿Qué?

Craw prácticamente se había olvidado de que Escalofríos se encontraba ahí, ya que aquel hombre se movía de un modo muy silencioso.

—¿Tú tienes miedo, Escalofríos?

Reinó el silencio y su ojo relució al atravesar el sol las ramas.

—Solía tenerlo. Todo el tiempo.

—¿Y qué cambió?

—Que me quemaron y arrancaron un ojo.

Con esa charla no iba a calmarse precisamente.

—Sí, supongo que eso puede cambiar tu visión de las cosas.

—Más bien, la reduce a la mitad.

Algunas ovejas, que se encontraban hacinadas en un redil demasiado pequeño, balaban junto al camino. Sin duda alguna, habían sido requisadas; es decir, robadas. El medio de vida de algún desafortunado pastor se iba a desvanecer por el gaznate del ejército de Dow el Negro e iba a salir despedido por sus culos. Tras una cortina conformada por varias pieles colgadas, a no más de dos zancadas del rebaño, una mujer las estaba matando y tres más se dedicaban a despellejar, destripar y colgar los cuerpos; todas ellas estaban cubiertas de sangre hasta la altura de los sobacos, aunque eso no parecía importarles demasiado.

Dos muchachos, que probablemente habían cumplido hacía poco la edad necesaria para ser reclutados, las observaban. Se reían de lo estúpidas que eran las ovejas, ya que eran incapaces de adivinar qué ocurría tras aquellas pieles. Sin embargo, ellos eran incapaces de ver que estaban también en un redil y que, tras una cortina de canciones, historias y sueños de juventud, la guerra aguardaba, empapada de sangre hasta los sobacos sin que eso le importara demasiado. Craw era capaz de verlo con suma claridad. Pero, entonces, ¿por qué él seguía encerrado mansamente en su redil? Quizá porque las ovejas viejas tampoco son capaces de saltar nuevas vallas.

El estandarte negro del Protector del Norte se encontraba clavado en la tierra frente a unas ruinas cubiertas de hiedra, que hacía mucho tiempo habían sido conquistadas por el bosque. Había más hombres atareados en el claro que se encontraba delante de ellas que atendían a los caballos atados en largas hileras. Alguien daba a los pedales que accionaban una piedra de afilar, de modo que el metal chillaba y las chispas volaban por doquier. Una mujer daba martillazos a la rueda de una carreta. Un herrero, que tenía un montón de anillas de malla en la boca y sostenía unas tenazas, trabajaba en una cota de malla. Los niños corrían de acá para allá, llevando en sus brazos montones de madera, cubos en yugos cuyo contenido se derramaba y sacos que sólo los muertos sabían qué contenían. La guerra es un asunto muy complicado cuando alcanza una escala bastante grande.

BOOK: Los héroes
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