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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (23 page)

BOOK: Los héroes
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Había un hombre repantigado sobre una losa, que parecía sentirse extrañamente cómodo en medio de todo el ajetreo sin hacer nada, estaba apoyado sobre los codos y tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Todo él se hallaba cubierto por las sombras salvo su sonrisa, que estaba iluminada por un haz de luz que se colaba entre las ramas.

—Por los muertos —Craw se acercó a él y agachó la cabeza para contemplarlo—. Pero si es el príncipe de la nada. ¿Por qué llevas esas botas de mujer?

—Porque son de cuero estirio —Calder abrió los párpados levemente, mientras torcía ligeramente los labios, como siempre había hecho desde niño—. Curnden Craw. Sigues vivo, ¿eh, vejestorio?

—Bueno, tengo un poco de catarro, la verdad —carraspeó y escupió un gargajo sobre la vieja piedra situada entre las lujosas botas de cuero de Calder—. Pero supongo que sobreviviré. ¿Quién ha cometido el error de dejarte volver arrastrándote del exilio?

Calder apartó sus piernas de la losa.

—Pues ni más ni menos que el gran Protector. Supongo que pensó que no podía derrotar a la Unión sin contar con la ayuda de mi poderoso brazo y mi poderosa espada.

—¿Cuál es su plan? ¿Cortarte el brazo y lanzárselo al enemigo?

Al instante, Calder extendió ambos brazos de lado a lado.

—Si eso ocurriera, ¿cómo iba a poder abrazarte? —acto seguido, se dieron un fuerte abrazo—. Me alegro de verte, viejo necio.

—Lo mismo dijo, cabrón mentiroso.

Mientras tanto, Escalofríos los observaba con el ceño fruncido desde las sombras.

—Parecéis muy amigos —masculló.

—¡Pues claro! ¡Prácticamente, yo crié a este cabroncete! —exclamó, frotándole el pelo a Calder con sus nudillos—. Recuerdo que lo amamanté estrujando un trapo empapado de leche.

—Es lo más parecido a una madre que he tenido —afirmó Calder.

Escalofríos asintió lentamente.

—Eso explica muchas cosas.

—Deberíamos hablar —le dijo Calder a Craw mientras le daba un apretón en el brazo—. He echado mucho de menos nuestras charlas.

—Y yo —Craw retrocedió por cautela al encabritarse un caballo cerca de él, volcando así la carreta de la que tiraba, de tal modo que un montón de lanzas enredadas acabaron cayendo estruendosamente al suelo—. Casi tanto como echo de menos una cama decente. Aunque me parece que hoy no será el día en que disfrute de un buen lecho.

—Quizá no. Tengo entendido que está a punto de librarse una batalla, ¿no? —Calder se apartó y alzó ambas manos al cielo—. ¡Eso me va a llevar toda la tarde!

A continuación, pasó al lado de una jaula, dentro de la cual un par de sucios hombres del Norte se encontraban desnudos y de cuclillas, uno de ellos había sacado un brazo por los barrotes con la esperanza de que le dieran agua, o se apiadaran de él, o, simplemente, para sentir que una parte de él aún era libre. Como los desertores ya habían sido ahorcados, esos hombres debían de ser ladrones o asesinos. Los reservaban para que Dow el Negro se deleitara con ellos; probablemente también los iba a ahorcar y casi seguro quemar. Resultaba extraño que encerraran a hombres por robar cuando todo el ejército sobrevivía gracias al pillaje. Que colgaran a hombres por asesinar cuando todos ellos se dedicaban a matar. En una época en la que la gente podía quitarle lo que quisiera a quien quisiera, ¿cómo se podía saber si se estaba cometiendo un delito o no?

—Dow quiere verte —le dijo Pezuña Hendida, quien se hallaba en el arco de la entrada de las ruinas con cara muy seria. Siempre había sido un cabrón bastante taciturno, pero hoy parecía especialmente enfadado—. Ahí dentro.

—¿Quieres que te dé mi espada? —le preguntó Craw, quien ya la estaba desenvainando.

—No hace falta.

—¿Ah, no? ¿Desde cuándo Dow el Negro confía en los demás?

—No confía en los demás. Sólo en ti.

Craw no sabía si eso era algo bueno o malo.

—Pues vale.

Escalofríos hizo ademán de seguirlo pero Pezuña Hendida le ordenó parar, alzando una mano.

—A ti Dow no te ha pedido que vengas.

Craw clavó su mirada en el ojo entornado de Escalofríos por un momento y, a continuación, se encogió de hombros y se agachó para atravesar el arco cubierto de hiedra; se sintió como si se adentrara en la boca del lobo mientras se preguntaba cuándo oiría el chasquido de sus fauces al cerrarse. Se internó en un túnel plagado de telarañas, en el que reverberaba el sonido de las gotas al caer. Acabó en un amplio lugar cubierto de zarzas, alrededor del cual yacían desperdigadas algunas columnas rotas, algunas de las cuales todavía sostenían parte de una bóveda desmoronada; no obstante, el techo había desaparecido hacía mucho y las nubes del cielo comenzaban a mostrar un espacio azul brillante entre ellas. Dow estaba sentado en la Silla de Skarling en el extremo más lejano de aquella sala en ruinas, jugueteando con la empuñadura de su espada. Caul Reachey se encontraba sentado cerca de él, rascándose su barba blanca.

—En cuanto dé la orden —le estaba diciendo Dow— liderarás la carga tú solo. Ataca Osrung con todo lo que tengas. El enemigo es débil ahí.

—¿Y eso cómo lo sabes?

Dow le guiñó un ojo.

—Tengo mis medios de información. Cuentan con muchos hombres pero el camino no es lo bastante amplio para ellos. Han llegado hasta aquí apretando el paso, así que se han visto obligados a estirar sus filas demasiado. De momento, sólo han llegado unos cuantos jinetes a la ciudad y unos cuantos hombres del Sabueso. Quizá cuente con más tropas para cuando lleguemos ahí, pero no serán suficientes para detenerte si atacas de la manera adecuada.

—Oh, los atacaré como debo —replicó Reachey—. No te preocupes por eso.

—No lo hago. Por eso serás tú quien lidere el asalto. Quiero que tus muchachos porten mi estandarte en la vanguardia y que se vea claramente. Así como el de Dorado, Cabeza de Hierro y el tuyo. Quiero que todo el mundo pueda verlos.

—Debemos esforzarnos sobre todo en hacerles pensar.

—Con suerte, retirarán parte de sus hombres de los Héroes, dejando así esas piedras más desprotegidas. En cuanto se encuentren en campo abierto, entre la colina y la ciudad, daré orden a los muchachos de Dorado de que arremetan contra ellos y les rompan el culo. Entretanto yo, Cabeza de Hierro y Tenways asaltaremos el objetivo real: los Héroes.

—¿Cómo planeas hacerlo?

Dow esbozó amplia y fugazmente su peculiar y ávida sonrisa.

—Subiremos esa colina a todo correr y mataremos a todo ser vivo que halle ahí.

—Tendrá tiempo para prepararse y, además, es un terreno muy difícil para cargar. Ahí es donde podrán hacerse más fuertes. Podríamos rodearlos…

—Lo más fuerte está aquí —aseveró Dow, clavando su espada en la tierra justo enfrente de la silla de Skarling—. Y lo más débil aquí —se dio unos golpecitos en el pecho con un dedo—. Llevamos meses atacándolos por los flancos, no se esperarán un asalto frontal. Los destrozaremos en los Héroes, los destrozaremos aquí —volvió a golpearse el pecho— y el resto se desmoronará. Después, Dorado podrá perseguirlos por los vados si es preciso. Hasta Adwein. Para entonces, Scale ya debería estar preparado a la derecha, para tomar el Puente Viejo. Tú tendrás controlada ya Osrung, de modo que cuando el resto de la Unión aparezca mañana, contaremos con la ventaja de dominar la mejor parte del terreno.

Reachey se puso en pie lentamente.

—Tienes razón, jefe. Será un día para festejar. Un día del que se hablará en las canciones.

—Me cago en las canciones —replicó Dow, levantándose a su vez—. A mí sólo me vale la victoria.

Chocaron las manos por un momento y, a continuación, Reachey se dirigió a la entrada, vio a Craw y le obsequió con una sonrisa en la que había un enorme hueco porque le faltaba algún diente.

—Pero si es el viejo Caul Reachey —dijo Craw, extendiendo la mano.

—Pero ¿qué ven mis ojos? Pero si es Curnden Craw —Reachey le cogió de la mano y luego con la otra le dio una palmadita—. Ya quedamos pocos hombres buenos.

—Es el signo de los tiempos.

—¿Qué tal la rodilla?

—Ya sabes. Está como está.

—La mía igual. ¿Cómo está Yon Cumber?

—Está con un chiste preparado, como siempre. ¿Cómo le va a Flood?

Reachey sonrió de oreja a oreja.

—Lo he enviado a buscar nuevos reclutas. La mayoría no valen para maldita sea la cosa.

—A lo mejor mejoran con el tiempo.

—Más les vale y que sea rápido. Tengo entendido que en breve habrá una batalla —Reachey le propinó una palmadita en el brazo en cuanto pasó junto a él—. ¡Estaré a la espera de tus órdenes, jefe!

Acto seguido, dejó a solas a Craw y Dow el Negro, quienes se observaron mutuamente, separados por unos pocos pasos de escombros desperdigados, hierbajos y barro donde sobresalían las ortigas. Los pájaros trinaban, las hojas crujían y el sonido distante del metal les sirvió como recordatorio de que tenían ciertos asuntos muy desagradables que tratar.

—Jefe.

Craw se relamió los labios, ya que no tenía ni idea de cómo iba a discurrir ese encuentro.

Dow respiró hondo y gritó a pleno pulmón.

—¡¿No te dije que defendieras esa colina?!

Craw se quedó de piedra mientras los ecos de esas palabras resonaban en esas paredes desmoronadas. Daba la impresión de que esa reunión no iba a ir muy bien. Se preguntó si no acabaría desnudo en una jaula antes del atardecer.

—Bueno, la estaba defendiendo perfectamente… hasta que la Unión apareció…

Dow se le acercó, con la espada todavía envainada en su puño. Craw tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retroceder. Dow se inclinó hacia delante y Craw hizo todo lo posible por no estremecerse. Dow alzó una mano y la colocó delicadamente sobre el hombro dolorido de Craw, quien hizo todo lo posible por no temblar.

—Lo lamento —le dijo Dow en voz baja—, pero tengo una reputación que mantener.

Al instante, lo invadió una vertiginosa oleada de alivio.

—Por supuesto, jefe. Déjese llevar —replicó, mientras entornaba los ojos y Dow tomaba aire otra vez.

—¡Eres un
malnacido
viejo, cojo e
inútil
!—le espetó, cubriendo a Craw de escupitajos, al que luego dio una palmadita en el lado magullado de su rostro, con muy poca delicadeza—. Así que hubo pelea, ¿no?

—Sí. Con Hardbread y algunos de sus muchachos.

—Recuerdo a ese viejo cabrón. ¿Cuántos hombres tenía?

—Veintidós.

Dow le mostró sus dientes, a la vez que esbozaba algo que se encontraba entre una sonrisa y un ceño fruncido.

—¿Y tú? ¿Diez?

—Sí, contando a Escalofríos.

—¿Y los echaste de allí?

—Bueno…

—¡Ojalá hubiera estado yo allí, joder! —Dow se retorció de manera violenta, con la mirada clavada en la nada, como si pudiera ver a Hardbread y sus muchachos subiendo por esa pendiente y no fueran capaces de subir con suficiente rapidez hacia él—.
¡Ojalá
hubiera estado allí! —De repente, propinó un fuerte golpe con la empuñadura de su espada envainada a la columna más cercana y saltaron varias astillas, lo que obligó a Craw a dar un paso hacia atrás por precaución—. En vez de estar aquí
hablando
, joder. ¡Hablando, hablando y hablando sin parar, joder! —Dow escupió y tomó aire, después pareció acordarse de que Craw estaba ahí y di rigió su mirada hacia él—. ¿Has visto a la Unión acercarse hacia aquí?

—Sí, hay, al menos, un millar de hombres en el camino a Adwein y tengo la sensación de que vendrán más por detrás.

—Es la división de Jalenhorm —afirmó Dow.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Porque tiene su propia forma de actuar.

—Por los…

Craw se sobresaltó al tropezarse, se le habían enredado los pies en las zarzas y estuvo a punto de caerse. Entonces, se dio cuenta de que había una mujer tumbada encima de uno de los muros más altos. Estaba tendida sobre él como un paño mojado, con un brazo y una pierna colgando, con la cabeza hacia un lado como si estuviera descansando en el banco de un jardín en vez de en un tambaleante montón de mampostería, a seis pasos por encima del suelo.

—Es amiga mía —Dow ni se molestó en mirar hacia arriba—. Bueno… cuando digo amiga…

—El enemigo de mi enemigo… —dijo la mujer, mientras se dejaba caer del muro. Craw la miró fijamente, a la espera de escuchar el impacto cuando se estrellara contra al suelo—. Soy Ishri —le susurró al oído.

Esta vez sí que se acabó cayendo al suelo de culo. Esa mujer se encontraba ahora ante él, tenía la piel negra, muy suave y perfecta, como el barnizado de una buena marmita. Iba vestida con un abrigo largo, que terminaba en varias colas que arrastraba por el suelo y que llevaba abierto, por lo que podía verse que llevaba el cuerpo envuelto por entero en vendas blancas. Era la viva imagen de una bruja. Aunque no hacían falta muchas más evidencias para llegar a esa conclusión tras haber visto cómo se desvanecía en un sitio y aparecía en otro.

Dow estalló en carcajadas.

—Nunca se sabe dónde puede aparecer. Siempre me preocupa que pueda aparecer de la nada justo cuando… ya sabes.

Hizo con el puño el gesto de hacerse una paja.

—Qué más quisieras —le espetó Ishri, quien miraba a Craw con unos ojos más negros que la negrura, que no pestañeaban, como una grajilla contemplando a un gusano.

—¿Tú de dónde has salido? —masculló Craw mientras se ponía en pie con dificultad, por culpa de su rodilla mala.

—Del sur —contestó, aunque eso estaba más que claro por el color de su piel—. O acaso quería preguntar qué hago aquí.

—Me quedo con la última opción.

—Quiero hacer lo correcto —pronunció esas palabras con una tenue sonrisa en los labios—. Para luchar contra el mal. Para defender la rectitud y el honor con todas mis fuerzas. O… ¿acaso quería preguntar quién me envía?

—De acuerdo, ¿quién te envía?

—Dios —alzó la vista hacia el cielo, que se encontraba enmarcado por hierbas y árboles jóvenes que sobresalían—. Como no podría ser de otra forma, ¿eh? Dios nos coloca a todos donde quiere.

Craw se frotó la rodilla.

—Pues tiene un sentido del humor de mierda, ¿no?

—No lo sabes tú bien. He venido para luchar contra la Unión, ¿te basta esta contestación?

—A mí sí —contestó Dow.

Al instante, Ishri posó sus ojos negros sobre él y Craw sintió un gran alivio.

—Se están acercando a la colina en gran número —afirmó la mujer.

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