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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (24 page)

BOOK: Los héroes
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—¿Te refieres a los hombres de Jalenhorm?

—Eso creo —se estiró cuan larga era, retorciéndose, como si no tuviera huesos. A Craw le recordó a las anguilas que solía pescar en el lago cercano a su taller, que se escurrían entre las redes y se retorcían en las manos de los niños haciéndoles gritar—. Aunque todos los hombres gordos y rosáceos me parecéis iguales.

—¿Y qué sabes de Mitterick? —inquirió Dow.

Ishri alzó y bajó sus huesudos hombros.

—Lo sigue por detrás, muriéndose de impaciencia, furioso porque Jalenhorm se interpone en su camino.

—¿Y Meed?

—¿Qué gracia tiene saberlo todo? —pasó junto a Craw pavoneándose y caminando de puntillas, y casi se rozó con él, por lo que Craw volvió a retroceder nervioso y estuvo a punto de caerse otra vez—. Dios debe de estar tan
aburrido
—entonces, metió un pie en una grieta de la pared que era tan estrecha que ni siquiera un gato podría colarse por ella y retorció una pierna; de algún modo, logró meterse en la grieta hasta las caderas—. ¡Manos a la obra, mis héroes! —se retorció como un gusano partido por la mitad y se adentró en la mampostería en ruinas, mientras su abrigo arrastraba las piedras cubiertas de musgo a su paso—. ¿No tenéis una batalla que librar?

Después, logró deslizar el cráneo en el interior de aquel hueco y, más tarde, los brazos, en cuanto juntó sus manos vendadas, sólo quedó un dedo sobresaliendo de la grieta. Dow se acercó, estiró el brazo y lo rompió. No se trataba de un dedo, sino de una ramita muerta.

—Magia —masculló Craw—. Este tipo de cosas no son de mi agrado —según su experiencia, la magia hacía más mal que bien—. Me atrevería a decir que un hechicero puede llegar a ser útil y demás, pero, o sea, ¿siempre tienen que actuar de una manera tan puñeteramente
rara
?

Dow tiró la ramita, frunciendo los labios.

—Estamos en guerra. Utilizaré todos los medios necesarios para alcanzar mis metas. Pero será mejor no mencionar la existencia de mi amiga de piel negra a nadie más, ¿eh? La gente podría sacar conclusiones erróneas.

—¿Y cuáles son las acertadas?

—¡Las que yo digo que lo son, joder! —le espetó Dow, quien en esta ocasión no parecía estar fingiendo su enfado.

Craw alzó ambas manos.

—Tú mandas.

—¡Pues sí, maldita sea! —Dow observó con el ceño fruncido la grieta—. Yo mando.

Era como si él mismo se estuviera intentando convencer de que eso era así. Por un momento, Craw se preguntó si Dow el Negro habría sentido alguna vez que era un fraude. Si Dow el Negro también tenía que reunir el coraje necesario para seguir adelante todas las mañanas.

Aunque no le gustaba pensar en ello.

—Entonces, vamos a luchar, ¿no?

Dow lo miró de soslayo y una sonrisa letal se dibujó en su rostro, en la que no había ni el más mero atisbo de duda, ni de miedo.

—Sí, ya era hora, joder. ¿Has oído antes lo que le estaba diciendo a Reachey?

—Sí, casi todo. Intentará obligarlos a dirigirse hacia Osrung, entonces tú atacarás los Héroes.

—¡Directamente! —vociferó Dow, como si gritando fuera a hacerlo realidad— Así lo habría hecho Tresárboles, ¿eh?

—¿Ah, sí?

Dow abrió la boca para hablar, pero entonces se detuvo.

—¿Qué más da? Tresárboles lleva ya siete inviernos en el barro.

—Cierto. ¿Dónde quieres que nos situemos mi docena y yo?

—Justo a mi lado cuando cargue contra los Héroes, por supuesto. Supongo que nada en el mundo te gustaría más que arrebatarles esa colina a esos cabrones de la Unión.

Craw profirió un largo suspiro, preguntándose qué iba a opinar su docena al respecto.

—Oh, sí. Es lo que más deseo.

El modelo a seguir

—Un oficial debería poder mandar a lomos de su caballo, ¿eh, Gorst? ¡El lugar más adecuado para montar un cuartel general es una silla de montar! —el general Jalenhorm dio una palmadita afectuosa en el cuello a su magnífico caballo gris y, a continuación, se inclinó, sin esperar una respuesta, para rugirle a un mensajero con la cara llena de granos—. ¡Dígale al capitán que simplemente debe despejar la carretera utilizando todos los medios necesarios! ¡Despejen la carretera y avancen! ¡Dese prisa, muchacho, el mariscal Kroy quiere que la división se desplace hacia el norte! —entonces, se giró para gritar hacia atrás—. ¡Deprisa, caballeros, deprisa! ¡Avancemos hacia Carleon, hacia la victoria!

Lo cierto era que Jalenhorm sí tenía aspecto de héroe conquistador. Era tremendamente joven para estar al mando de una división y poseía una sonrisa que decía que estaba preparado para cualquier cosa, iba vestido, con una admirable falta de pretensiones, con un polvoriento uniforme de caballería y se sentía tan cómodo en una silla de montar como en su butaca favorita. Si hubiera sido la mitad de buen estratega que jinete, hacía tiempo ya que habrían tenido a Dow el Negro encadenado y expuesto al público en Adua.
Pero no lo estay no lo hemos logrado.

Un trajín constante de oficiales del estado mayor, ayudantes de campo, oficiales de enlace e incluso una corneta, que apenas era un adolescente, seguían con entusiasmo al general, como avispas tras una manzana podrida, peleándose por atraer su veleidosa atención, discutiendo muy poco amigablemente, empujándose y gritándose unos a otros de manera muy poco digna. Mientras tanto, el mismísimo Jalenhorm vociferaba una serie de confusas y contradictorias réplicas, preguntas, órdenes y alguna que otra reflexión sobre la vida.

—¡A la derecha, a la derecha, por supuesto! —le dijo a un oficial—. ¡Dígale que no se preocupe, que preocupándose no se arregla nada! —le espetó a otro—. ¡Que se muevan, el mariscal Kroy los quiere a todos ahí para la hora del almuerzo! —una larga y exhausta formación de infantería, que avanzaba arrastrando los pies, se vio obligada a apartarse del camino, para dejar pasar a los oficiales, y luego se tragó todo el polvo que éstos levantaron—. Que sea de vacuno, entonces —bramó Jalenhorm, agitando la mano de un modo regio —o de cordero, o lo que sea, ¡tenemos cosas más importantes entre manos! ¿Subirá a esa colina conmigo, coronel Gorst? Al parecer, desde los Héroes, uno puede contemplar una vista magnífica. Además, usted es el observador de su majestad, ¿verdad?

Soy el necio de Su Majestad. Casi tanto como tú.

—Sí, general.

Jalenhorm azuzó a su montura para que abandonara el camino y descendió por la zona de los guijarros hacia los bajíos, esparciendo piedrecillas a su paso. Sus adláteres intentaron seguirle como pudieron, se adentraron en el río, donde chapotearon sin ningún reparo, empapando así a una compañía que iba muy cargada e intentaba, con gran esfuerzo, atravesar el río a pie, a pesar de hallarse sumergidos hasta la cintura. La colina se alzaba en los campos situados en el extremo más alejado, era un gran cono verde tan regular que parecía artificial. El círculo de rocas, al que los hombres del Norte llamaban los Héroes, sobresalía en su plana cima, aunque había un círculo mucho más pequeño a la derecha, en una estribación, y una solitaria y alta aguja de piedra en otra estribación situada a la izquierda.

Unos manzanos crecían en la ribera más lejana, esos retorcidos árboles estaban repletos de manzanas rojizas y la fina hierba situada bajo ellos estaba salpicada de sombras y cubierta de fruta caída medio podrida. Jalenhorm se inclinó para coger una manzana que pendía de una rama baja, a la que dio un mordisco sumamente feliz.

—Puaj —se estremeció y la escupió—. No hay quien se coma esto.

—¡General Jalenhorm! ¡Señor! —exclamó un mensajero, casi sin aliento, que fustigaba a su caballo para que avanzara por una hilera de árboles en dirección hacia ellos.

—¡Hable, hombre! —replicó, sin reducir su trote.

—El mayor Kalf se encuentra en el Puente Viejo, señor, con dos compañías del Decimocuarto Regimiento. Está dudando entre si debe seguir avanzando hasta una granja cercana y establecer un perímetro…

—¡Claro! Adelante. ¡Necesitamos hacernos con más espacio! ¿Dónde están el resto de las compañías? —para cuando hizo esa pregunta, el mensajero ya se había despedido y galopaba al oeste. Jalenhorm contempló con gesto torvo a su plana mayor—. ¿Y qué pasa con las otras compañías del mayor Kalf? ¿Dónde está el resto del Regimiento Decimocuarto?

El sol moteó con su luz sus rostros perplejos. Un oficial abrió la boca pero no dijo nada. Otro se encogió de hombros.

—Quizá se encuentren retenidos en Adwein, señor, reina una confusión considerable en los caminos más angostos…

Pero esa respuesta se vio interrumpida por la irrupción de otro mensajero, que venía en dirección contraria a lomos de un caballo empapado de sudor.

—¡Señor! El coronel Vinkler desea saber si debería expulsar a los residentes de Osrung de sus casas y ocupar…

—No, no, ¿para qué va a hacer eso? ¡No!

—¡Sí, señor! —el joven obligó a su caballo a dar la vuelta.

—¡Espere! Sí, que los saquen de sus domicilios. Que ocupe las casas. ¡Espere! No. No. Debemos ganarnos la confianza de los lugareños, ¿no, coronel Gorst? Debemos ganarnos su confianza, ¿no cree? ¿Usted qué cree?

Creo que el hecho de que sea amigo íntimo del rey lo ha llevado a ascender hasta un rango que está muy por encima de su capacidad. Creo que habría sido un teniente excelente, un capitán pasable, un mayor mediocre y un coronel deprimente, pero como general es un verdadero lastre. Creo que usted es consciente de ello y por eso carece de confianza en sí mismo, lo cual hace que se comporte, paradójicamente, como si confiara totalmente en sí mismo. Creo que toma decisiones sin pensarlas demasiado, que deja de apoyar algunas sin razón alguna y se aferra furiosamente a otras por mucho que se las critiquen, ya que cree que si cambia de opinión dará muestras de debilidad. Cree que se pierde en detalles de los que deberían ocuparse sus subordinados porque teme enfrentarse a los problemas más importantes, lo cual provoca que sus subordinados lo abrumen con peticiones para que decida sobre nimiedades y meta la pata hasta el fondo. Creo que es un hombre decente, honesto y valiente. Y también que es un necio.

—Sí, hay que ganarse su confianza —respondió Gorst.

Jalenhorm sonrió enormemente satisfecho. El mensajero partió, supuestamente, con la intención de ganarse a la gente de Osrung para la causa de la Unión al permitirles quedarse en sus propias casas. El resto de los oficiales abandonaron el abrigo de la sombra de los manzanos y se adentraron en la pendiente cubierta de hierba e iluminada por el sol que se extendía por encima de ellos.

—¡Vengan conmigo, muchachos! —Jalenhorm espoleó su corcel colina arriba, manteniendo sin apenas esfuerzo el equilibrio sobre la silla de montar mientras sus criados intentaban con gran esfuerzo mantener su ritmo; un capitán, que se estaba quedando calvo, estuvo a punto de caerse de su silla al golpearse con una rama baja en la cabeza.

Un viejo muro de piedra seca rodeaba la colina no muy lejos de su cima, en cuya cara exterior abundaba una hierba rala. Uno de los jóvenes alféreces más impetuosos intentó saltarlo con el único fin de alardear, pero su caballo se acobardó y poco faltó para que lo tirara al suelo.
Una metáfora adecuada que explica la actuación de la Unión en el Norte hasta ahora; mucho alardear pero al final todo acaba de manera vergonzosa.

Jalenhorm y sus oficiales pasaron en fila por el estrecho hueco y, a cada paso de sus monturas, las antiguas piedras de la cima se alzaban cada vez más grandes y más amenazadoras, luego se elevaron aún más imponentes sobre Gorst y el resto mientras coronaban la plana cima de la colina.

Ya era casi mediodía, el sol estaba en lo alto proporcionando mucho calor, las nieblas de la mañana ya se habían disipado y, aparte de algunas torres de nubes blancas que proyectaban unas extensas sombras sobre los bosques al norte, el valle se hallaba bañado por una luz dorada. El viento acariciaba las cosechas formando olas en ellas, los bajíos brillaban y una bandera de la Unión ondeaba orgullosa sobre la más alta torre de la ciudad de Osrung. Al sur del río, los caminos se encontraban oscurecidos por el polvo levantado por miles de hombres al marchar, donde, ocasionalmente, se veía un destello de metal allá donde las diversas formaciones de soldados se movían: tanto infantería como caballería y suministros avanzaban perezosamente procedentes del sur. Jalenhorm había obligado a su caballo a detenerse para poder disfrutar de las vistas, pero se llevó una honda decepción.

—No avanzamos con bastante rapidez, maldita sea. ¡Mayor!

—¿Señor?

—¡Quiero que baje hasta Adwein y mire a ver si puede lograr que aceleren el paso! Necesitamos más hombres en esta colina. Y también en Osrung. ¡Necesitamos que avancen más rápido!

—¡Señor!

—Una cosa más, mayor.

—¿Señor?

Por un momento, Jalenhorm permaneció con la boca abierta a lomos de su caballo.

—Da igual. ¡Váyase!

El hombre partió en la dirección equivocada, se percató de su error y descendió la colina por el mismo camino por el que había venido.

La confusión reinaba en el amplio círculo de hierba de los Héroes. Si bien habían atado los caballos a dos de las piedras, uno de ellos había logrado soltarse y estaba provocando un alboroto ensordecedor, así como asustando a los demás, mientras daba patadas de un modo alarmante a varios palafreneros aterrorizados que intentaban desesperadamente coger su brida. Entretanto, el estandarte del Sexto Regimiento del Rey pendía inerte en el centro del círculo junto a un fuego apagado donde, empequeñecido totalmente por las lúgubres losas de piedra que lo rodeaban por todos lados, no hacía mucho por levantar la moral.
Aunque, afrontemos los hechos, a mí es imposible levantarme ya la moral.

Dos pequeños carromatos que habían logrado arrastrar de alguna manera hasta la cima de la colina habían acabado volcados de lado y sus eclécticos contenidos (desde tiendas a cacerolas pasando por herramientas de herrería hasta llegar a una nueva y reluciente tabla de lavar) se encontraban esparcidos por la hierba mientras los soldados revolvían los restos como saqueadores después de una derrota aplastante.

—¿Qué coño está haciendo, sargento? —exigió saber Jalenhorm, al mismo tiempo que espoleaba a su caballo.

Aquel hombre alzó la vista con aire culpable al percatarse de que un general y una docena de oficiales del estado mayor habían centrado súbitamente en él toda su atención y tragó saliva.

BOOK: Los héroes
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