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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (27 page)

BOOK: Los héroes
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—¿Con cuántos hombres cuenta este batallón? —masculló Lederlingen.

Tunny respiró hondo.

—Cuando dejamos Adua, constaba de unos quinientos. Ahora mismo, cuatrocientos, más o menos, recluta arriba, recluta abajo.

—¿Cuatrocientos? —dijo Klige—. ¿Y vamos a cruzar todos esa ciénaga?

—¿Qué clase de ciénaga es? —murmuró Worth.

—¡Es una ciénaga! —gritó Yema, como si se tratara de un perro enano furioso que ladrara a otro más grande—. ¡Una puñetera ciénaga! ¡Una enorme charca de barro! ¿Acaso hay otra clase de ciénaga?

—Pero…—Lederlingen miró fijamente a Forest, luego a su caballo, sobre el que acababa de cargar casi todo su equipo y parte del de Tunny—. Eso es una estupidez.

Tunny se frotó los ojos cansados con el pulgar y el índice. ¿Cuántas veces se lo iba a tener que explicar a esos reclutas?

—Miren. Deben tener en cuenta que las personas se comportan de manera estúpida casi todo el tiempo. Los viejos cuando se emborrachan. Las mujeres en las ferias de las aldeas. Los chavales cuando les lanzan piedras a los pájaros. Así es la vida. Está repleta de necedad y vanidad, de egoísmo y derroche. De
mezquindad
y
tontería
. Pero creen que en la guerra eso va a ser distinto, que va a ser todo mucho mejor. Que como la muerte aguarda a la vuelta de cada esquina, todos se unirán frente a las adversidades y juntos combatirán al astuto enemigo, que la gente pensará más, mejor y más rápido. Que todo será… mejor. Que serán
héroes.

Acto seguido, se dispuso a descargar los paquetes de la silla de su yegua.

—Pues no. Todo sigue igual. De hecho, por culpa de tanta presión, de tantas preocupaciones y de tanto miedo es todo mucho peor. Hay muy pocos hombres que piensen con mayor claridad cuando hay tanto en juego. Por eso, la gente se comporta de forma más estúpida en una guerra que durante el resto del tiempo. Siempre están pensando en cómo esquivar las culpas, o cómo alcanzar la gloria, o cómo salvar el pellejo, en vez de en algo que realmente
sirva
para algo. No hay otro trabajo en donde se perdone más la estupidez que el de soldado. Ningún otro trabajo la fomenta más.

Observó a sus reclutas y se dio cuenta de que todos le devolvían la mirada, horrorizados. Salvo por Yema, que permanecía ajeno a todo y se encontraba de puntillas intentando bajar su lanza del caballo, que quizá era la más larga de todo el regimiento.

—Da igual —les espetó—. Esa ciénaga no se va a cruzar sola —a continuación, les dio la espalda a sus hombres, le dio una palmadita con gran delicadeza a su yegua en el cuello y suspiró—. Oh, bueno, amiga mía. Me parece que vas a tener que apañártelas un poco más sin mí.

Grita destrucción y…

Scorry le estaba cortando el pelo a un compañero cuando Craw regresó para reencontrarse con su docena, o al menos con los siete que quedaban. Ocho si se le incluía a él. Se preguntó si alguna vez había existido una docena que contara realmente con doce miembros. La suya nunca los había tenido, de eso estaba seguro. Agrick estaba sentado sobre el tronco de un árbol caído recubierto de hiedra, contemplando con gesto contrariado la nada mientras esas tijeras revoloteaban alrededor de su cara.

Whirrun se encontraba apoyado sobre un árbol, tenía al Padre de las Espadas de pie, con la punta hacia abajo, y la empuñadura se mecía entre sus brazos cruzados. Por alguna razón, se había quitado la camisa y se encontraba ahí de pie con un chaleco de cuero, que tenía una gran mancha gris de sudor antiguo en la parte delantera y de donde sobresalían sus largos y vigorosos brazos. Daba la impresión de que cuanto más peligrosa se volvía una situación, más prendas le gustaba quitarse, así que era muy probable que acabara con el culo al aire para cuando hubieran terminado con este valle.

—¡Craw! —gritó, alzando su espada y agitándola en el aire.

—Hola, jefe —dijo Drofd, quien estaba sentado sobre una rama en lo alto y con la espalda apoyada en el tronco del árbol. Estaba afilando un palo para hacerse una flecha y las virutas caían revoloteando.

—Así que Dow el Negro no te ha matado, ¿eh? —preguntó Wonderful.

—De momento, no.

—¿Te ha dicho qué hay que hacer? —inquirió Yon, señalando con la cabeza a los hombres que abarrotaban el bosque que los rodeaba. Como tenía mucho menos pelo que cuando Craw se había marchado, parecía algo mayor; además, se percató de que tenía arrugas alrededor de los ojos y mechones grises en las cejas que Craw nunca antes había notado—. Tengo la sensación de que Dow planea ir para allá.

—Así es —replicó Craw, quien hizo un gesto de dolor al sentarse en cuclillas entre la maleza y miró hacia el sur. Más allá de la línea que conformaban los árboles parecía hallarse un mundo distinto. Un mundo totalmente oscuro y confortable que se hallaba bajo aquellas hojas. Un mundo sereno, como cuando uno se sumergía en una corriente fría. Un mundo bañado por la intensa luz del sol. Donde bajo el cielo azul se hallaba la cebada marrón y amarillenta, donde los Héroes sobresalían en el valle con un color verde intenso, con esas viejas piedras todavía en pie en su cima vigilando de manera inútil.

Craw señaló a su izquierda, hacia Osrung. Desde ahí, la ciudad no era más que una valla alta y un par de torres grises que se alzaban sobre las cosechas.

—Reachey va a ser el primero en entrar en acción, cargará sobre Osrung —Craw se sorprendió al percatarse de que estaba susurrando, a pesar de que la Unión estaba a unos cuantos cientos de pasos de distancia, en la cima de una colina; aunque hubiera gritado, apenas lo habrían escuchado—. Llevará todos los estandartes, para dar la impresión de que ése es nuestro gran ataque. Esperamos que esto hará bajar de los Héroes a algunos de los hombres del enemigo.

—¿Crees que van a caer en esa trampa? —preguntó Yon—. Es un poco burda, ¿no?

Craw se encogió de hombros.

—Cualquier treta parece burda a aquellos que saben lo que va a pasar.

—Aunque no supondrá una gran diferencia que bajen o no —Whirrun ahora se estaba estirando, mientras permanecía colgado de la rama de un árbol y su espada le colgaba de la espalda—. Seguimos teniendo que subir a esa misma colina.

—No nos vendría mal que cuando lleguemos a la cima hubiera la mitad de hombres de la Unión que hay ahora —afirmó Drofd, mientras se bajaba de su propio árbol.

—Bueno, esperemos que caigan en la trampa, ¿eh? —Craw movió la mano hacia la derecha, para señalar los campos y pastos que se extendían entre Osrung y los Héroes—. Si ordenan a unos cuantos hombres que bajen de la colina, será entonces cuando Dorado entre en acción a lomos de su caballo. Para pillar a esos muchachos con los pantalones bajados en campo abierto y obligarlos a retroceder hacia el río.

—Sí, que esos cabrones se ahoguen —gruñó Agrick, haciendo gala de una extraña sed de sangre para tratarse de él.

—Mientras tanto, Dow lanzará el ataque principal. Asaltará los Héroes directamente, apoyado por Cabeza de Hierro y Tenways y todos sus muchachos.

—¿Cómo piensa realizar el ataque? —inquirió Wonderful, frotándose su nueva cicatriz.

Craw clavó su mirada en ella.

—Estamos hablando de Dow el Negro, ¿no? Va a subir corriendo hasta ahí arriba de frente y va a enviar al barro a todo aquel que aún no esté en él.

—¿Y nosotros qué?

Craw tragó saliva.

—Nosotros los apoyaremos.

—Ocuparemos la vanguardia y el centro, ¿eh?

—¿Vamos a subir otra vez a esa puñetera colina? —protestó Yon.

—Casi deseo que hubiéramos luchado por tomarla en nombre de la Unión la última vez —aseveró Whirrun, balanceándose de una rama a otra.

Craw señaló a su derecha.

—Scale está por ahí, en el bosque situado bajo el cerro de Salt. En cuanto Dow haya hecho su movimiento, cargará con sus jinetes por el camino de Ustred y él y Calder tomarán el Puente Viejo.

Resultó sorprendente con cuánta vehemencia Yon desaprobó ese plan con sólo mover de lado a lado la cabeza.

—Te refieres a tu viejo amigo Calder, ¿no?

—Eso es —Craw miró directamente a Yon—. A mi viejo amigo Calder.

—Entonces, ¡este encantador valle que no tiene nada de valor será nuestro! —exclamó Whirrun con un tono cantarín—. De nuevo.

—En cualquier caso, será de Dow —apostilló Wonderful.

Drofd estaba contando con los dedos cuántos eran mientras enumeraba sus nombres.

—Reachey, Dorado, Cabeza de Hierro, Tenways, Scale y el mismo Dow… son un montón.

Craw asintió.

—Podría ser el combate en que más gente participe de toda la historia del Norte.

—Aquí se va a librar una batalla tremenda —afirmó Yon—. Una batalla de cojones.

—¡De la que hablarán las canciones! —Whirrun se había agarrado con las piernas a la rama y se encontraba ahora colgado boca abajo, por alguna razón que sólo conocía él mismo.

—Vamos a hacer picadillo a esos sureños —aseveró Drofd, aunque no sonó muy convencido.

—Por los muertos, eso espero —apostilló Craw.

Yon se inclinó hacia delante.

—¿Conseguiste nuestro dinero, jefe?

Craw esbozó un gesto de contrariedad.

—Dow no estaba de humor como para que pudiera sacar el tema —al instante, se escuchó una salva de quejidos, tal y como se imaginaba que ocurriría—. Ya lo conseguiré más tarde, no os preocupéis. Nos lo deben y lo tendréis. Hablaré con Pezuña Hendida.

Wonderful chasqueó con la lengua.

—Es más fácil intentar entender a Whirrun que sacarle una moneda a Pezuña Hendida.

—¡Lo he oído! —exclamó Whirrun.

—Piénsalo bien —le dijo Craw a Yon, dándole un golpe en el pecho con el dorso de la mano—. Si subes a esa colina, te deberán más dinero. Tendrán que pagarte dos soldadas a la vez. Además, ahora tampoco tendrías tiempo para gastártelo, ¿verdad? Tenemos una batalla que luchar.

Nadie podía rebatirle eso. Ahora mismo, ciertos hombres se desplazaban por el bosque, totalmente equipados y listos para batallar. Entre crujidos y repiqueteos, entre susurros y tintineos, avanzaban agazapados en una formación que se estiraba en ambos sentidos entre los troncos de los árboles. La luz atravesaba las desiguales ramas, iluminando sólo en parte unos rostros ceñudos, haciendo centellear los cascos y las espadas desenvainadas.

—¿Cuándo fue la última vez que participamos en una batalla de verdad? —masculló Wonderful.

—Bueno, tuvimos esa escaramuza cerca de Ollensand —respondió Craw.

Yon escupió.

—Yo no llamaría a eso una batalla de verdad.

—En las Altas Cumbres —contestó Scorry, mientras acababa de cortarle el pelo a Agrick y le cepillaba los pelos que le habían caído sobre los hombros—. Cuando intentamos sacar a Nuevededos de ese valle que parecía una puñetera grieta.

—Eso fue hace siete años, ¿verdad? ¿U ocho? —Craw se estremeció al recordar esa pesadilla, a un buen número de combatientes apiñados en un hueco en la roca tan estrecho que apenas podían respirar, tan estrecho que nadie podía lanzar un ataque de verdad, sólo podían intentar alcanzar a su rival con su arma, darle un rodillazo o morderlo. Nunca creyó que podría salir de esa pequeña y aterradora abertura vivo. ¿Por qué iba a arriesgarse un hombre a vivir eso de nuevo?

Contempló la cuenca con todas las cosechas entre el bosque y los Héroes. Daba la impresión de ser un camino demasiado largo para un viejo que tenía que correr con una pierna herida. Las cargas gloriosas aparecían con mucha frecuencia en las canciones, pero, cuando te encuentras en una posición defensiva, cuentas con una ventaja que nadie puede negar: el enemigo viene hacia ti. Pasó de apoyar el peso de su cuerpo de una pierna a otra, intentando hallar la postura más beneficiosa para su rodilla, su tobillo y su cadera, pero lo único que pudo lograr fue sufrir una agonía muy variada y diversa. Resopló. La vida era así en general.

Echó un vistazo a su alrededor para comprobar si su docena estaba lista. Se llevó un gran sobresalto al ver al mismísimo Dow el Negro agachado, con una rodilla en el suelo, en los cerros, a no más de diez zancadas de distancia; iba con un hacha en una mano, una espada en la otra y tenía a su espalda a Pezuña Hendida, Escalofríos y sus Caris más próximos. Se había quitado todas las pieles y los demás ornamentos de encima y tenía el mismo aspecto que cualquier otro hombre de aquella formación. Salvo por su feroz sonrisa, daba la impresión de que estaba esperando esto con la misma ansia que Craw se preguntaba si habría alguna manera de librarse de ello.

—No dejéis que os maten, ¿eh? —les pidió Craw.

Miró a su alrededor, a todos ellos, mientras le apretaba la mano a Scorry. Todos movieron la cabeza de lado a lado, fruncieron el ceño, esbozaron sonrisas nerviosas, o dijeron «no», o «sí», o «yo no». Todos salvo Brack, que estaba sentado, mirando hacia los árboles como si estuviera solo, mientras el sudor perlaba su gran y pálida cara.

—No dejes que te maten, ¿eh, Brack?

El montañés miró a Craw como si se acabara de dar cuenta de que estaba ahí.

—¿Qué?

—¿Estás bien?

—Sí —contestó, cogiéndole a Craw de la mano con su mano sudada y fría—. Por supuesto.

—¿Podrás correr con esa pierna?

—He sentido más dolor cagando.

Craw arqueó las cejas.

—Una buena cagada puede ser bastante dolorosa, ¿verdad?

—Jefe —le dijo Drofd, quien señaló con la cabeza hacia una zona más iluminada situada más allá de los árboles. Craw se agachó un poco más. Había unos hombres deambulando por ahí. Iban montados, ya que únicamente sus cabezas y hombros se podían ver desde donde Craw estaba agazapado.

—Son exploradores de la Unión —le susurró Wonderful al oído.

Quizá se tratara de hombres del Sabueso, que se habían abierto camino entre los campos y granjas y se acercaban a la línea que conformaban los árboles. El bosque, que ocupaba el valle entero a lo largo, estaba repleto de hombres del Norte armados y ataviados con armaduras. Resultaba un milagro que aún no los hubieran visto.

Pero Dow sabía que estaban ahí, por supuesto. Agitó con suma serenidad su hacha en el aire, señalando hacia el este, como si estuviera pidiendo que le trajeran una cerveza.

—Será mejor que le digáis a Reachey que se vaya, antes de que nos fastidie la sorpresa.

La orden fue de boca en boca y el mismo gesto que había hecho Dow con el brazo fue imitado por toda la formación a modo de ola.

BOOK: Los héroes
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