Read Los héroes Online

Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (17 page)

BOOK: Los héroes
10.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Más bien, nos doblan en número —contestó, como si así tuvieran más posibilidades de alzarse victoriosos—. Si la Unión acaba apareciendo aquí, esta colina es la clave para dominar todo el valle —con ese razonamiento, pretendía no sólo convencerla a ella, sino también convencerse a sí mismo—. Es mejor que luchemos por conservar esta posición mientras estamos aquí arriba que cedérsela al enemigo, ya que después tendríamos que luchar por recuperarla desde abajo. Eso es lo correcto, eso es lo que hay que hacer —Wonderful abrió la boca con intención de protestar—. ¡Es lo correcto! —le espetó Craw, quien, acto seguido, le tendió la mano, pues no quería darle la oportunidad de convencerle de que estaba equivocado.

Wonderful respiró hondo.

—Vale —dijo, estrechándole la mano con fuerza, hasta casi hacerle daño—. Lucharemos —a continuación, se alejó, mientras estiraba con los dientes uno de los brazaletes con los que se protegía el brazo—. ¡Armaos, cabrones! ¡Que vamos a luchar!

Athroc y Agrick ya estaban listos, con los cascos puestos, hacían chocar sus escudos y se gruñían mutuamente a la cara, calentándose así para el combate. Scorry tenía agarrada la lanza justo por debajo de su hoja, que estaba utilizando para cortar trozos de una «raíz para los temblores» que luego se llevaba a la boca. Whirrun se había puesto en pie por fin y sonreía al cielo azul con los ojos cerrados, mientras el sol acariciaba su rostro. No necesitaba prepararse mucho para la batalla, ya que le bastaba con quitarse la capa.

—No lleva armadura —comentó Yon, quien estaba ayudando a Brack a colocarse su cota de malla, mientras negaba con la cabeza y observaba con el ceño fruncido a Whirrun—. ¿Qué clase de héroe no lleva una maldita armadura?

—Una armadura… —caviló Whirrun, a la vez que se chupaba un dedo y limpiaba una mota de suciedad de la empuñadura de su espada— es un estado mental… en el que admites la posibilidad… de que el enemigo te hiera.

—Pero ¿de qué
cojones
hablas? —preguntó Yon, tirando fuerte de las correas, lo cual hizo gruñir a Brack—. ¿Qué quiere decir eso?

Wonderful le dio una palmadita a Whirrun en el hombro y se apoyó en él, con una de sus piernas apoyada en el suelo de puntillas.

—Después de tantos años, no sé cómo aún esperas que este personaje actúe con cordura. Pero si está loco.

—¡Joder, todos estamos locos, mujer! —exclamó Brack, con la cara roja de tanto aguantar la respiración mientras Yon intentaba abrochar con gran esfuerzo las hebillas que tenía éste a su espalda—. ¿Por qué, si no, íbamos a combatir por una colina y unas cuantas piedras viejas?

—La guerra y la locura tienen mucho en común —afirmó Scorry, con la boca llena, de un modo no muy afortunado.

Yon por fin logró abrochar la última hebilla y estiró los brazos para que Brack pudiera ponerle la cota de malla.

—Pero por el mero hecho de estar loco, uno no decide dejar de llevar una puñetera armadura, ¿no?

El grupo de Hardbread había logrado atravesar los manzanos y dos grupos de tres hombres se habían separado del resto; uno se dirigió por el oeste al pie de la colina; el otro, al norte. Pretendían rodearlos por los flancos. A Drofd parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas mientras observaba los movimientos del enemigo y luego mientras contemplaba cómo los demás preparaban su equipo.

—¿Cómo pueden bromear? ¿Cómo pueden hacer bromas de mierda en esta situación?

—Porque cada hombre se arma de valor a su manera —Craw jamás admitiría que él también seguía ese consejo. No hay nada mejor para superar el terror que hallarse junto alguien más aterrorizado que uno mismo. Cogió a Drofd de la mano y le dio un apretón—. Tú respira, muchacho.

Drofd tomó aire, estremeciéndose, y luego lo expulsó con fuerza.

—Tienes razón, jefe. Debo respirar.

Craw se volvió para encararse con el resto del grupo.

—¡Muy bien! Se han dividido en tres grupos, dos de ellos intentan rodearnos por los flancos y el otro grupo, con cerca de una veintena de hombres, se acerca de frente —repasó esos números precipitadamente, quizá con la esperanza de que nadie se percatara del desequilibrio de fuerzas. Quizá con la esperanza de poder así engañarse a sí mismo—. Athroc, Agrick y Wonderful los hostigaréis, Drofd también, acribilladlos a flechazos mientras ascienden, obligadlos a dispersarse por la pendiente. En cuanto se acerquen a las piedras… cargaremos —entonces, se percató de que Drofd tragaba saliva, ya que la idea de tener que cargar contra el enemigo no le convencía demasiado—. No son suficientes como para rodearnos a todos y contamos con la ventaja del terreno. Podemos escoger dónde atacar y podemos atacarlos con fuerza. Con suerte, lograremos dispersarlos antes de que puedan afianzar sus posiciones, luego ya veremos si los otros seis siguen teniendo ganas de luchar.

—¡Atacadlos con todo! —rugió Yon, que chocó las manos con los demás uno tras otro.

—Aguardad mi orden y actuad coordinados.

—Coordinados —repitió Wonderful, chocando su mano derecha con la de Scorry y dándole un puñetazo en el brazo con la izquierda.

—Escalofríos, Brack, Yon y yo ocuparemos la vanguardia y el centro.

—Sí, jefe —dijo Brack, que aún intentaba ponerle a Yon la cota de malla como podía.

—¡Joder, sí! —exclamó Yon, quien agitó su hacha en el aire para calentar y de ese modo le arrancó a Brack de las manos las hebillas que intentaba abrochar.

Escalofríos esbozó una amplia sonrisa y sacó la lengua; no fue un gesto especialmente reconfortante.

—Athroc y Agrick se ocuparán de los flancos.

—Sí —respondieron al unísono.

—Scorry, si alguien intenta acercarse por el flanco, clávale tu lanza. En cuanto nos lancemos contra el enemigo, seréis nuestra retaguardia.

Si bien Scorry se limitó a canturrear, estaba claro que le había escuchado.

—Whirrun. Tú serás nuestra arma secreta.

—No —replicó Whirrun, quien cogió al Padre de las Espadas que se encontraba apoyada sobre una piedra y la levantó en alto, de tal modo que su empuñadura centelleó bajo la luz del sol—. Es ésta. En realidad, es ella la que me convierte… supongo… una especie de… arma secreta de un modo extraño y raro.

—Hombre, raro sí que eres —masculló Wonderful, en voz muy baja.

—Puedes ser todo lo raro que quieras —afirmó Craw—, siempre que estés ahí cuando empiece la acción.

—Oh, no pienso irme a ninguna parte hasta que no me muestres mi destino —Whirrun se echó la capucha hacia atrás y se pasó la mano por su pelo liso—. Tal y como Shoglig me prometió que harías.

Craw suspiró.

—No sabes qué ganas tengo de que eso suceda. ¿Alguna pregunta? —no se oyó ningún otro sonido salvo el del viento que se movía a tientas a través de la hierba, el de las palmas de sus manos mientras se estrechaban las manos unos a otros y el resoplido que soltó Brack cuando al fin logró abrochar por fin todas las hebillas de la armadura de Yon—, Vale. Por si acaso no tengo la oportunidad de volverlo a decir, quiero aseguraros que ha sido un honor luchar con todos vosotros. O más bien ha sido un honor haberme arrastrado con vosotros por todo el Norte hiciera frío o calor. Simplemente, recordad lo que Rudd Tresárboles me dijo una vez. Que mueran ellos y no nosotros.

Wonderful sonrió de oreja a oreja.

—En toda mi puñetera vida, jamás había oído un consejo mejor sobre la guerra.

El resto de los hombres de Hardbread se estaban acercando. Se trataba del grupo más grande. Se aproximaban lentamente, tomándose su tiempo, ascendiendo por la pendiente hacia los Niños. Ahora sí eran algo más que unos puntitos. Mucho más. Ahora eran unos hombres, con un propósito, sobre cuyo afilado metal se reflejaba de vez en cuando la luz del sol. Craw dio un salto al sentir cómo una pesada mano lo golpeaba en el hombro, pero se trataba únicamente de Yon, que estaba tras él.

—¿Podemos hablar, jefe?

—¿Qué quieres? —preguntó, pese a que ya se lo imaginaba.

—Lo de siempre. Si me matan…

Craw asintió, pues quería concluir esa conversación cuanto antes.

—Buscaré a tus hijos y les daré tu parte.

—¿Y?

—Y les contaré cómo y quién eras.

—Les contarás todo.

—Sí, todo.

—Bien. Y no exageres las cosas, viejo cabrón.

Craw se señaló a sí mismo.

—¿Acaso tengo pinta yo de exagerar?

Yon quizá sonriera levemente cuando entrechocaron sus manos.

—Últimamente, seguro que no, jefe.

Eso dejó a Craw preguntándose a quién tendrían que presentarse sus amigos cuando él regresara al barro, pues toda su familia se encontraba ahí, en esa colina.

—Quiere hablar —dijo Wonderful.

Hardbread había dejado a sus hombres atrás, en los Niños, y estaba ascendiendo por la pendiente cubierta de hierba, con las manos vacías y una sonrisa amplia dibujada en su rostro, en dirección hacia los Héroes. Craw desenvainó su espalda y sintió su peso aterrador y reconfortante en su mano. Sabía lo afilada que era, la había afilado con una muela todos los días durante una docena de años. La vida y la muerte dependían de ese trozo de metal.

—Te hace sentir poderoso, ¿eh? —Escalofríos hizo girar su hacha con una sola mano. Era un arma de aspecto brutal, de cuyo mango de madera sobresalían unos tachones y cuya reluciente cabeza estaba repleta de muescas—. Un hombre siempre debería ir armado. Aunque sólo fuera por cómo se siente uno con un arma.

—Un hombre desarmado es como una casa con el tejado hundido —masculló Yon.

—Ambos acaban con más agujeros que un panal —apostilló Brack.

Hardbread se detuvo a tiro de flecha y la larga hierba le acarició las pantorrillas.

—¡Vaya, Craw! Por lo que veo, sigues aquí arriba, ¿eh?

—Así es, por desgracia.

—¿Has dormido bien?

—Ojalá tuviera una almohada de plumas. ¿Me has traído una?

—Ojalá tuviera una de sobra. ¿Ese que está contigo ahí arriba es Escalofríos?

—Sí. Y ha venido acompañado de dos decenas de Caris.

Merecía la pena lanzar ese farol; sin embargo, Hardbread se limitó a sonreír.

—Buen intento. No, no es así. Hacía tiempo que no nos veíamos, Caul. ¿Cómo te va?

Escalofríos se limitó a encogerse muy levemente de hombros.

Hardbread alzó las cejas.

—¿Ah, sí?

Escalofríos volvió a encogerse de hombros. El cielo podría haberse caído sobre sus cabezas y le habría dado igual.

—Como quieras. Bueno, Craw, ¿qué me dices? ¿Puedo recuperar mi colina?

Craw acarició el mango de su espada; como tenía la piel en carne viva en los extremos de sus uñas mordidas, sentía un tremendo picor.

—Tengo intención de quedarme aquí unos días más.

Hardbread frunció el ceño. No era la respuesta que había estado esperando.

—Mira, Craw, como la otra noche me diste una oportunidad, te voy a dar yo otra. Hay una forma correcta de hacer las cosas y lo que es justo es justo. Pero, como ya te habrás dado cuenta, esta mañana he venido con unos amigos —entonces, señaló hacia atrás con el pulgar en dirección a los Niños—. Así que te lo voy a preguntar una vez más. ¿Puedo recuperar mi colina?

Le estaba brindando una última oportunidad. Craw profirió un largo suspiro y gritó al viento.

—¡Me temo que no, Hardbread! ¡Me temo que tendrás que subir aquí arriba para arrebatármela!

—¿Cuántos hombres tienes ahí arriba? ¿Nueve? ¿Así vas a combatir a mis dos docenas?

—¡Hemos luchado en peores circunstancias! —afirmó, aunque no recordaba haber combatido en esas circunstancias tan desfavorables voluntariamente.

—¡Joder, me alegro por ti, yo no me atrevería! —en ese instante, su tono de voz pasó de estar teñido de furia a ser razonable—. Mira, no hace falta que las cosas se desmadren…

—¡Pero estamos en
guerra
! —Craw se sorprendió al darse cuenta de que había pronunciado esa última palabra con un poco más de mala leche de la que pretendía.

Por lo que podía ver desde la lejanía, Hardbread había dejado de sonreír.

—Tienes razón. Sólo quería brindarte la misma oportunidad que tú me diste, nada más.

—Es decente por tu parte. Y lo aprecio. Pero no puedo moverme de aquí.

—Es una pena, de veras.

—Sí. Es lo que hay.

Hardbread respiró hondo, como si estuviera a punto de hablar, pero al final no lo hizo. Se quedó quieto. Al igual que Craw. Al igual que todo su grupo, que se encontraba tras él contemplando qué sucedía ahí abajo. Al igual que todos los hombres de Hardbread, que alzaban la vista para ver qué sucedía ahí arriba. El silencio reinó en los Héroes, salvo por el susurro del viento, el trino de un par de pájaros en algún lugar y el zumbido de unas pocas abejas que revoloteaban entre las flores. Fue un momento de gran paz. Sobre todo, si se tiene en cuenta que estaban en guerra.

Entonces, Hardbread cerró la boca bruscamente, se dio la vuelta y descendió por la pronunciada pendiente en dirección a los Niños.

—Podría clavarle una flecha —murmuró Wonderful.

—Sé que podrías —replicó Craw—. Y sabes que no puedes hacerlo.

—Lo sé. Hablaba por hablar.

—Tal vez se lo piense mejor y decida no hacerlo —comentó Brack, pero, por su tono de voz, cabía deducir que no albergaba muchas esperanzas de que eso fuera a pasar.

—No. A él le gusta esto tan poco como a nosotros, pero ya se retiró en una ocasión. Ahora que lo tiene todo a favor, no volverá a hacerlo —Craw casi susurró estas últimas palabras—. No sería lo correcto —Hardbread llegó en ese momento a los Niños y desapareció entre las piedras—. Todos lo que no tengan un arco que retrocedan hasta los Héroes y aguarden el momento adecuado para atacar.

El silencio se prolongó. Craw sintió un dolor inquietante en la rodilla al cambiar el peso de una pierna a otra. Entonces, escuchó unas voces a su espalda: Yon y Brack discutían por alguna nadería mientras se preparaban para adoptar su exigua formación de ataque. Más silencio. La guerra era en un noventa y nueve por ciento aburrimiento y, de vez en cuando, un uno por ciento de terror acojonante. Craw intuía que estaba a punto de vivir uno de esos momentos tan desagradables.

Agrick había clavado unas cuantas flechas en la tierra, cuyas plumas aleteaban como los extremos superiores de la larga hierba. Alzó la punta de los pies y apoyó el peso en los talones, mientras se frotaba la mandíbula.

—A lo mejor esperan a que se haga de noche.

BOOK: Los héroes
10.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Outlaws: Sam by Ten Talents Press
Letter From Home by Carolyn Hart
Klee Wyck by Emily Carr
Bingo's Run by James A. Levine
Front Runner by Felix Francis
Playing With Fire by Deborah Fletcher Mello
His to Claim by Sierra Jaid
Mistaken Gifts by Elena Aitken