Estuvimos bebiendo tres días seguidos en los muelles de Nueva York, mientras Abraham nos contaba cómo había sido el hundimiento del
Titanic
. Cuando estábamos borrachos, nos tirábamos al agua del mar, como sacos de carne podrida. Orinábamos toda la cerveza que atesorábamos en nuestras vejigas cuando estábamos en el agua. «Es excelente y maravilloso orinarse en la boca del océano», gritaban los Miserables Festivos.
Abraham era un negro temible. Medía 1,95 y pesaba ciento sesenta kilos. A veces nos enseñaba su sexo. Era largo y cadavérico.
Parecía el fin del mundo.
Le dije que se viniera a Europa conmigo. Me dijo que no, que le apetecía seguir hundiendo barcos, seguir emborrachándose y tirándose al mar en pleno invierno, cayendo sobre el agua como una losa de mil kilos, intentando aplastar el océano.
Eso era lo que le ponía: agredir moralmente al océano.
Dijo que el océano no había cumplido su misión ancestral, y que por eso lo odiaba. Su misión ancestral era asesinar el capitalismo, hundir Manhattan bajo las aguas, huracanarse y castigar así la esclavitud del hombre por el hombre.
No trabajó jamás. Robó. Era un brujo majestuoso.
Ni siquiera le apetecía ser inmortal. Era rematadamente negro. Comía pollos, cerdos, perros, ranas, gusanos, sardinas, todo crudo. Le dieron caza. La policía lo cazó.
Lo quemaron vivo. Tuvieron que gastar cientos de litros de gasolina para quemar a semejante montaña de odio trascendental. No ardía bien. El odio arde mal.
Me gusta dormir. Me gusta acordarme de mi madre. Me divierte recordar la evolución de la moda, del vestido, en el mundo occidental.
Me acuerdo de cuando vi los primeros zapatos con grandes tacones, la primera bombilla, el primer automóvil.
Me acuerdo de cuando el adulterio era un delito, de cuando las mujeres hacían el amor sin quitarse el camisón y sin sentir nada y los hombres tampoco.
Me acuerdo de las enfermedades apestosas.
Me acuerdo del hambre, mira que me cuesta acordarme del hambre.
Me acuerdo de que una vez, allá por 1690, vi un pollo gigante, del tamaño de una yegua. Sí, he visto cosas así, prodigios de la naturaleza, que enloquece y que hace cosas así, porque la naturaleza trabaja desde lo monstruoso, como cuando vi a un bebé con dos penes, allá por 1720, en Rusia. Lo de menos casi fue que tuviera dos penes. Lo extraordinario es que un pene fuese de raza blanca y el otro de raza negra.
Y en 1901 en Chile vi una ballena con un toro subido en su lomo, quemándose los dos con gasolina, porque los marineros chilenos eran muy supersticiosos y habían lanzado cubos de gasolina contra el engendro.
El engendro y el monstruo ya han desaparecido de la vida de los hombres, pero acompañaron a nuestra raza desde el origen.
Me siento en las noches de verano en la terraza y me enciendo un canuto de marihuana, y bajo la Luna me pongo a recordar todo lo que he visto.
Y canto
Yesterday
de los Beatles, porque ésa es la canción de los inmortales melancólicos.
Y, bueno, está bien, está bien. Pero estoy completamente solo y creo que no me quiere nadie. Bueno, me quiere Jerry.
Ciudades, autopistas, aeropuertos, casas, hoteles, coches, aviones, barcos, la silla eléctrica, millones de cervezas enlatadas, armas automáticas, bicicletas, ordenadores, torres de electricidad, es una hoguera densa y apocalíptica.
Me gusta acercar la mano a esa hoguera como sólo un tipo como yo puede hacerlo. No es un horno despreciable. Yo no lo desprecio.
Es la mayor creación que se ha dado dentro del Universo. Es un sacrificio solar.
Los nuevos antropólogos afirman que el sexo femenino, gracias a su capacidad selectiva a la hora de elegir compañero, fue el motor real de nuestra evolución. Bien, yo he visto eso. Lo llevo viendo durante más de cuatrocientos años. Mujeres que eligen, mujeres eligiendo, eso es la vida, o eso fue la vida.
Por eso, muchas veces, cuando fornicaba con una mujer, de repente mudaba mi apariencia y me convertía en un enano deforme. Quería provocar al Creador y sus estúpidas leyes naturales. A esas mujeres se les cerraba la vagina instantáneamente, no dependía de su voluntad sino de la voluntad de la especie. La voluntad de la especie es la fuerza y la ley. La voluntad de la especie tiene forma de pez.
En alguna medida, diré que la democracia es un género literario que pertenece a la Ilustración, mientras que los totalitarismos del siglo XX fueron géneros literarios renacentistas, pero no medievales, cuidado con eso, no medievales sino hijos de Miguel Ángel y de Leonardo da Vinci.
Me quedaba mirando las tormentas de verano, los rayos, los truenos, el agua que caía del cielo. Más de cuatrocientos veranos, sí, sé mucho de los veranos. Conozco bien las estaciones.
Gastos de hoy:
4 libras metro (estoy en Londres)
7 libras cena en un chino
1 libra Internet, en un sótano de Notting Hill Gate
2,5 libras zumo de naranja mientras consultaba mi correo
2 libras un pañuelo Made in China
10 libras dos discos de Johnny Cash
5 libras una pinta de John Smith’s
La gente se muere. Es una costumbre humana muy arraigada. Es como una constante matemática.
Fiesta y Miseria, always.
Comienza en estos días la soleada y esperanzadora primavera de este año 2198. Un año excelente, lleno de grandes avances materiales, científicos y humanos. Maximiliano Vilas vive en la ciudad española de Zaragoza, ciudad elegida para un acontecimiento sobrenatural. Max Vilas es descendiente del escritor español Manuel Vilas (1962-2051).
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Max Vilas es un contactado. El contacto ha tenido lugar por medios telepáticos.
Regresa a este mundo el Arcángel San Gabriel y quiere entrevistarse con Elegidos y Radiantes, Poetas y Médiums, que son las nuevas elites espirituales que dominan la Tierra. Max Vilas lidera una célula de Radiantes. Los Radiantes son un grupo político que predica la remodelación de la Historia por medios tecnológicos, utilizan alta tecnología psíquica. Básicamente, reúnen a su gente en salas de hoteles. En esas salas, muy bien decoradas, tienen lugar alucinaciones colectivas en donde, por ejemplo, alteran hechos históricos del tipo «Hitler ganó la Segunda Guerra Mundial», y viven las consecuencias correspondientes de cada suplantación histórica. Cuando la alucinación es muy intensa y arroja finales apocalípticos, Max Vilas y otros responsables de los Radiantes detienen las máquinas psíquicas y todos regresan a sus casas. Pero, entre tanto, quienes experimentan estas alucinaciones históricas colectivas se vuelven más inteligentes, más sabios, y también más violentos. De modo que un Radiante es una criatura extremadamente compleja. Por eso el Arcángel eligió a Max Vilas, un Radiante fuera de serie.
El encuentro con el Arcángel se desarrollará en algún lugar secreto del zaragozano barrio del Actur, que es un barrio de tres millones de habitantes, especializado en Teología y Redención, un barrio lleno de carteles luminosos que dicen «Redímete a ti mismo, no esperes ya más, por favor, no esperes ya más». Hay luces que se iluminan por todas partes, de súbito. Luces que causan euforia espiritual. Nieva una nieve artificial de color naranja. Llueve una lluvia salada, que deja en el ambiente olor de mar y de marisco y de barcas. Y es todo de una extraordinaria dulzura. Nadie trabaja en ese barrio de Zaragoza, convertida ésta en una ciudad hispano-oriental de quince millones de habitantes. La mayoría son seres que vinieron de países de Oriente, con grandes energías reproductoras.
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Dominan los chinos. Unos chinos muy violentos. Zaragoza se extiende de manera caótica hasta el Pirineo. Es imposible encontrar solares disponibles en el laberinto de aeropuertos, circunvalaciones, urbanizaciones, autopistas y carreteras que va desde Zaragoza hasta Barcelona. Este barrio del Actur está muy contaminado, pero es una contaminación que tiene consecuencias puramente emocionales.
El Arcángel Gabriel preparó la cita con una antelación de doscientos cincuenta años, aproximadamente. Es decir, llevaba desde 1948 emitiendo telepáticamente a los Elegidos. Obviamente, muchos murieron en la espera. Eran los llamados «contactados históricos». Murieron, con seguridad, ciegos de ira y con enfermedades mentales de síntomas inenarrables. Los
históricos
fueron seres atormentados. Recibieron la gracia, pero no la visión definitiva. El Arcángel no podía llegar antes. No dependía de él, sino de su medio de transporte. Estaba atravesando el universo conocido, venía de una galaxia a quince millones de años luz de la Tierra.
Le ha costado doscientos cincuenta años llegar. Arcan, desde los inicios de su viaje en 1948, emitía mensajes maravillosos, llenos de esperanza y de vigor, que provocaban felicidad. Los mensajes tenían la apariencia material de vídeos musicales. Muchos contactados históricos del siglo XX pensaron que estos mensajes anunciaban el fin del mundo, idea muy en el ambiente tras la Segunda Guerra Mundial.
Tengo muchas ganas de volver a ver el planeta, decía.
Tanto tiempo sin volver, decía.
Prometía dones, fiesta, reconciliación, mensajes esenciales del mismísimo Cristo. En el cerebro de los Elegidos el Arcángel hacía explotar bombas químicas de euforia, ilusión y alegría. Obsesiones y locura como objetivos finales de la santidad.
Leonor Mariscal era una rubia mexicana que fue contactada por el Arcángel en 2175.
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Leonor fundó una secta llamada Gran Gabriel, dedicada a la espera del Arcángel. Esta gran mujer vivía en la ciudad de Lima y desde allí se dedicó en cuerpo y alma a la propagación de ideas gabrielinas. Los grupos que lideraba Leonor se juntaban en los arrabales de Lima, junto al Pacífico, y cantaban canciones de glorificación del Arcan.
Sabemos que el Arcan, como se le llamaba coloquialmente, sufría por la demora de su odisea. Quería llegar cuanto antes. Leonor Mariscal tatuó el supuesto rostro de Gabriel en todas las espaldas de sus seguidoras. Ella practicaba el celibato trascendental, lo que le daba una fuerza política sobrehumana. Leonor, conmovida por las visiones horribles que inundaban sus sueños, en donde los contactados históricos morían sin ver al Arcan en medio de la desesperación, se sentía muy afortunada, porque ella sí iba a ver al Arcan.
Arcan contactó a dos androides ya en la década de los noventa. Uno se llamaba Marc y el otro John. Marc tenía el cuerpo dorado y John plateado. Marc era el androide jefe, y John era su subordinado. Marc era un androide más antiguo y John poseía una tecnología más avanzada. El Arcan quiso convocar también a la inteligencia artificial. Marc y John estaban felices, pero Marc albergaba en su diseño programas muy pesimistas, que le convertían en un androide muy intempestivo y contradictorio, lleno de ideas casi propias. Ese pesimismo de Marc era fruto de su obsolescencia tecnológica.
—No esperes mucho de esta segunda venida de Arcan —le advertía Marc a John—, estos tipos son muy presumidos, porque los llevan esperando desde hace mucho tiempo, tampoco te creas que traen alguna verdad definitiva, y luego les cuesta muchísimo llegar, es como un horroroso viaje en autobús, en aquellos autobuses del siglo XX, que olían a gasoil y el reclinatorio del asiento no funcionaba y el cenicero estaba repleto de chicles rosas, no tienen previsión, y luego llegan hechos puré, muy fatigados, y se ponen a dormir un par de décadas más, de cansados que llegan, y llegan hambrientos y les da por comer hombres, porque no distinguen bien las especies cuando llegan, aunque el Gran Gabriel parece una buena bestia.
—Estoy harto de tu negatividad —le contradecía John—, yo creo que está muy bien que venga este tipo, hace mucho que no pasa nada en este mundo, y esto promete. La historia de que venga alguien sigue siendo necesaria.
—No te hagas ilusiones. Las bestias del fondo infinito del Universo son unas criaturas muy indecentes. Parecen superhumanas, pero sólo son apariencias. De modo que estas venidas de seres infinitos y medio divinos son simplemente proyecciones de nuestros señores, los humanos, proyecciones de su conciencia debilitada.
Leonor Mariscal les decía a sus seguidoras cuando se reunían frente al Pacífico: «No sé, a veces creo que la vida en general, la vida de todos los que estamos de alguna manera vagando por el Universo, es un error de alguna conciencia tarada, una broma, o algo así. La ciencia de los siglos XXI y XXII dejó claro que el cuerpo humano, en cuanto materia, carne y biología, no encerraba ningún misterio. Pero ahora sabemos que incluso la materia es lenguaje simbólico. Y sabemos algo muy divertido: que lo que la ciencia confirma y descubre es siempre ficción. No hay gravitación. Es una oscuridad alargada y cínica lo que hay. El Arcan es nuestra única esperanza, eso pienso, es mi fe».
Leonor Mariscal dibujaba compulsivamente el rostro del Arcan. Juntó todos sus retratos de Gabriel y pidió una audiencia en el Vaticano con el papa Billy II.
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Y lo consiguió. Billy II recibió a Leonor Mariscal pensando que era una mujer de fe, una iluminada, esa clase de mujer digna de Dios, esa clase de mujer tan necesaria siempre para la Iglesia. Leonor se presentó en Roma con dinero robado. Sus seguidoras, en cuyas espaldas había tatuado el rostro de Gabriel, eran pobres. Robó dinero en Lima para ir a ver al papa. Y luego pidió prestado. Y llegó a prostituirse porque Leonor era una belleza. Y, al prostituirse, su celibato trascendental, misteriosamente, no sufrió trastorno alguno. Viajó con la compañía Iberia hasta Madrid y luego con Alitalia hasta Roma. Se alojó en un viejo hotel del Trastevere y comenzó su asedio a todas las instituciones del Vaticano. Su perseverancia era espectacular. Era capaz de ayunar días enteros en las puertas del Vaticano, desnuda junto a las puertas cerradas.
El Arcan está sufriendo con el tránsito cósmico. Su nave, que tiene forma de caballo, se llama
Haizum
. Arcan ama su nave. La acaricia con sus alargadas y blancas manos.
Haizum
es grande, potente. Es acero, pero es también carne y espíritu. Tecnología del Espíritu, porque finalmente el Espíritu resultó ser tecnología.
Atraviesa la gran materia oscura. Va con su casco
vintage,
le gustan esos modelos de cascos de motorista de los años cincuenta del lejanísimo siglo XX. Le fascina la Tierra. Quiere volver a verla. El Arcan diseña sus propios trajes siderales. El planeta Tierra también es fruto de apasionados diseñadores anónimos, o desconocidos.