Los robots del amanecer (21 page)

Read Los robots del amanecer Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
12.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo sé, Elijah —admitió ella, ablandándose—. Y tampoco te habría servido de nada intentarlo. Yo no habría podido hacerlo.

—Lo sé muy bien... Y tampoco ahora tomo lo que me has dicho como una invitación. Un contacto, un momento de penetración sexual, no necesitan ser más que eso. Es muy probable que nunca pueda repetirse y no debemos malograr esa experiencia única intentando resucitarla. Esta es una de las razones por las que ahora no... me ofrezco. El hecho de que no lo haga no debe interpretarse como un nuevo fracaso para ti. Además...

—Sí.

—Como he dicho antes, quizá me hayas revelado más de lo que crees. Me has revelado que la historia no termina con tu desesperación.

—¿Por qué dices eso?

—Al hablarme de la sensación que te produjo el contacto con mi mejilla, has dicho algo así como «al recordarlo mucho después, cuando había aprendido algo acerca de ello comprendí que casi había experimentado un orgasmo». Pero luego has explicado que tus relaciones sexuales con los auroranos nunca fueron satisfactorias, y supongo que tampoco entonces experimentaste el orgasmo. Sin embargo, tienes que haberlo hecho, Gladia, si reconociste la sensación que experimentaste aquella vez en Solaria. No podrías recordarla e identificarla si no hubieras aprendido a amar satisfactoriamente. En otras palabras, has tenido un amante y has experimentado el amor. Si debo creer que el doctor Fastolfe no es ni ha sido tu amante, he de deducir que algún otro lo es... o lo ha sido.

—¿Y si fuera así? ¿En qué te concierne eso, Elijah?

—No sé si me concierne o no, Gladia. Dime quién es y, si resulta que no me concierne, no volveremos a hablar de ello.

Gladia guardó silencio. Baley declaró:

—Si no me lo dices, Gladia, tendré que decírtelo yo. Antes te he advertido que no estoy en situación de ahorrarte ningún sufrimiento.

Gladia siguió callada, y las comisuras de sus labios emblanquecieron a causa de la presión.

—Tuvo que haber alguien, Gladia, y tu dolor por la pérdida de Jander es extremo. Has hecho salir a Daneel porque su cara te recordaba tanto a Jander que no soportabas mirarle. Si me equivoco al suponer que fue Jander Panell... —Hizo una pausa, y luego añadió con aspereza—: Si el robot, Jander Panell, no era tu amante, dilo.

Y Gladia murmuró:

—Jander Panell, el robot, no era mi amante. —Luego, en voz alta y firme, dijo—: ¡Era mi marido!

25

Los labios de Baley se movieron silenciosamente, pero fue como si articularan la exclamación tetrasílaba.

—Sí —dijo Gladia—. ¡Jehoshaphat! Estás sorprendido. ¿Por qué? ¿Lo desapruebas?

Baley contestó con voz apagada:

—No soy quién para aprobarlo o desaprobarlo.

—Lo cual significa que lo desapruebas.

—Lo cual significa que sólo busco información. ¿Cómo se distingue un amante de un marido en Aurora?

—Si dos personas viven juntas en el mismo establecimiento durante un período de tiempo, pueden referirse uno al otro como «esposa» o «marido», más que como «amante».

—¿Durante qué período de tiempo?

—Eso varía de una región a otra, según la opción local. En la ciudad de Eos, el período de tiempo es de tres meses.

—¿Se requiere también que durante ese período de tiempo uno se abstenga de tener relaciones sexuales con otros?

Gladia enarcó las cejas con asombro.

—¿Por qué?

—Es una simple pregunta.

—La exclusividad es algo impensable en Aurora. Marido o amante, no hay diferencia. Uno tiene relaciones sexuales cuando quiere.

—¿Quisiste tú mientras estuviste con Jander?

—No, no quise, pero eso no significa nada.

—¿Se ofrecieron otros?

—De vez en cuando.

—¿Y tú rehusaste?

—Siempre puedo rehusar si quiero. Es parte de la no exclusividad.

—¿Pero rehusaste o no?

—Sí, lo hice.

—¿Sabían aquellos a quienes rechazaste por qué rehusabas?

—¿A qué te refieres?

—¿Sabían que tenías un marido-robot?

—Tenía un marido. No le llames marido-robot. Esa expresión no existe.

—¿Lo sabían?

Ella hizo una pausa.

—No sé si lo sabían.

—¿Se lo dijiste tú?

—¿Por qué razón iba a decírselo.

—No contestes mis preguntas con preguntas. ¿Se lo dijiste tú?

—No.

—¿Cómo pudiste evitarlo? ¿No crees que habría sido natural dar una explicación a tu negativa?

—Nunca es necesario dar una explicación. Una negativa es simplemente una negativa y se acepta siempre. No te comprendo.

Baley hizo un alto para ordenar sus pensamientos. Gladia y él no estaban en pugna, seguían caminos paralelos.

Empezó de nuevo.

—¿Habría parecido natural tener un robot por marido en Solaria?

—En Solaria habría sido impensable y yo jamás habría pensado en dicha posibilidad. En Solaria todo era impensable... Y en la Tierra también, Elijah. ¿Habría tomado tu esposa un robot por marido?

—Eso no viene al caso, Gladia.

—Tal vez, pero tu expresión ha sido respuesta suficiente. Quizá no seamos auroranos, tú y yo, pero estamos en Aurora. Yo llevo dos años viviendo aquí y acepto sus costumbres.

—¿Quieres decir que las relaciones sexuales entre humanos y robots son corrientes en Aurora?

—No lo sé. Sólo sé que se aceptan porque se acepta todo lo relacionado con el sexo, todo lo que sea voluntario, dé satisfacción mutua y no cause un daño físico a nadie. ¿Qué le importa a nadie cómo encuentra satisfacción un individuo o una combinación de individuos? ¿Se preocuparía alguien de los libros que visiono, de la comida que tomo, de la hora en que me voy a dormir o me despierto, de si me gustan los gatos o me desagradan las rosas? El sexo también es objeto de indiferencia... en Aurora.

—En Aurora —repitió Baley—. Pero tú no naciste en Aurora y no fuiste educada según sus normas. Hace un rato me has dicho que no pudiste adaptarte a esta misma indiferencia hacia el sexo que ahora ensalzas. Antes has expresado tu aver-sión por los matrimonios múltiples y la promiscuidad fácil. Si no explicaste a quienes rechazaste por qué los rechazabas, debió de ser porque, en el fondo de ti misma, te avergonzabas de tener a Jander por marido. Tenías que saber, o sospechar, o quizá sólo suponer, que era algo insólito, insólito incluso en Aurora, y te avergonzabas.

—No, Elijah, no lograrás hacerme confesar que me avergonzaba de ello. Si tener un robot por marido es insólito incluso en Aurora, se debe a que los robots como Jander son insólitos. Los robots que hay en Solaria, o en la Tierra, o en Aurora, a excepción de Jander y Daneel, no están diseñados para dar más que una satisfacción sexual muy primitiva. Quizá puedan usarse como instrumentos masturbatorios, como un vibrador mecánico, pero no mucho más. Cuando se propaguen los nuevos robots humaniformes, también se propagarán las relaciones sexuales entre humanos y robots.

Baley preguntó:

—¿Cómo llegó Jander a tu poder, Gladia? Sólo existían dos, ambos en el establecimiento del doctor Fastolfe. ¿Te dio él uno de ellos, la mitad del total, sin más?

—Sí.

—¿Porqué?

—Por simple bondad, me imagino. Yo estaba sola, desilusionada, triste; era una extraña en tierra extraña. Me dio a Jander para que me hiciera compañía y nunca podré agradecérselo bastante. Sólo duró medio año, pero ese medio año ha sido el mejor de mi vida.

—¿Sabía el doctor Fastolfe que Jander era tu marido?

—Nunca aludió a ello, de modo que no lo sé.

—¿Aludiste tú a ello?

—No.

—¿Por qué no?

—No vi la necesidad... Y no, no fue porque estuviese avergonzada.

—¿Cómo ocurrió?

—¿Que no viera la necesidad?

—No. Que Jander se convirtiera en tu marido.

Gladia se envaró. Contestó con voz hostil:

—¿Por qué tengo que explicarte eso?

Baley argüyó:

—Gladia, se está haciendo tarde. No me pongas las cosas más difíciles de lo que son. ¿Te apena que Jander se haya... se haya ido?

—¿Necesitas preguntarlo?

—¿Quieres descubrir lo que sucedió?

—Otra vez, ¿necesitas preguntarlo?

—Pues ayúdame. Necesito toda la información que pueda conseguir si quiero empezar, sólo empezar, a hacer progresos en la resolución de un problema aparentemente insoluble. ¿Cómo se convirtió Jander en tu marido?

Gladia se arrellanó en la butaca y los ojos se le llenaron súbitamente de lágrimas. Empujó el plato de migas que antes fueran pasteles y dijo con voz ahogada:

—Los robots ordinarios no llevan ropa, pero están diseñados para dar la impresión de que sí la llevan. Habiendo vivido en Solaria, conozco muy bien a los robots y tengo un cierto talento artístico...

—Recuerdo tus obras —dijo Baley suavemente. Gladia asintió.

—Hice unos cuantos diseños para nuevos modelos que, en mi opinión, tendrían más estilo y más interés que algunos de los que se utilizaban en Aurora. Algunas de mis pinturas, basadas en estos diseños, están colgadas en las paredes de esta habitación. Hay otras en otros lugares del establecimiento.

Baley desvió los ojos hacia las pinturas. Las había visto. Representaban robots, sin duda alguna. No eran naturalistas, sino que parecían alargadas y anormalmente curvadas. Observó que las deformaciones estaban destinadas a poner de relieve, de un modo muy efectivo, aquellas porciones que, ahora que las miraba desde una nueva perspectiva, sugerían ropa. Por alguna razón, le recordaron unos trajes de criados que había visionario una vez en un libro dedicado a la Inglaterra victoriana de la época medieval. ¿Estaba Gladia al corriente de esas cosas, o sólo se trataba de una similitud casual? Probablemente era una cuestión insignificante, pero no algo (quizá) que debiera olvidarse.

Al fijarse en ellas por primera vez, había pensado que Gladia deseaba rodearse de robots a imitación de la vida en Solaria. Ella decía que odiaba aquella vida, pero eso sólo era un producto de su mente racional. Solaria había sido el único hogar que realmente había conocido y eso es algo difícil de olvidar... quizás imposible. Y quizá seguía siendo un factor en su pintura, aunque su nueva ocupación le diera un motivo más plausible.

Ella estaba hablando.

—Tuve éxito. Varias empresas de fabricación de robots me pagaron bien los diseños y hubo numerosos casos de robots existentes que fueron remodelados según mis directrices.

Eso me produjo una cierta satisfacción que, en alguna medida, compensó el vacío emocional de mi vida.

»Cuando el doctor Fastolfe me dio a Jander, yo tenía un robot que, naturalmente, llevaba ropa corriente. El querido doctor extremó su amabilidad hasta el punto de darme varias mudas de ropa de Jander.

»Toda ella era muy poco imaginativa y a mí me divirtió comprar lo que consideré más apropiado. Eso significó tomar sus medidas exactas, ya que mi intención era mandar hacer mis diseños... y para eso tuve que hacerle quitarse la ropa por etapas.

»Así lo hizo... y sólo cuando estuvo completamente desvestido me di cuenta de lo humano que era. No faltaba nada y las partes eréctiles eran, efectivamente, eréctiles. Realmente, estaba bajo lo que, en un humano se llamaría control consciente. Jander podía alcanzar la tumefacción y destumefacción a voluntad. Eso me lo dijo cuando le pregunté si su pene era funcional en este aspecto. Sentí curiosidad y me lo demostró.

»Debes comprender que, por mucho que pareciera un hombre, yo sabía que era un robot. Como sabes, tengo ciertos escrúpulos en tocar a los hombres, y es indudable que eso ha contribuido a mi incapacidad para tener relaciones sexuales satisfactorias con los auroranos. Pero aquél no era un hombre y yo había estado con robots toda mi vida. Podía tocar libremente a Jander.

»No tardé en darme cuenta de que me gustaba tocarle, y Jander no tardó en darse cuenta de ello. Era un robot muy perfeccionado que obedecía escrupulosamente las Tres Leyes. No dar placer cuando podía hacerlo habría sido desilusionar. La desilusión podía ser considerada como un daño y él no podía dañar a un ser humano. Por lo tanto, tuvo un cuidado infinito en darme placer y, como yo vi en él el deseo de dar placer, algo que nunca había visto en los hombres auroranos, realmente experimenté placer y, al fin, descubrí, plenamente, creo yo, lo que es un orgasmo. Baley preguntó:

—Así pues, ¿fuiste completamente feliz?

—¿Con Jander? Por supuesto. Completamente.

—¿Nunca os peleasteis?

—¿Con Jander? ¿Acaso habría sido posible? Su única meta, la única razón de su existencia, era complacerme.

—¿No te sentías molesta por ello? Sólo te complacía porque tenía que hacerlo.

—¿Qué motivo tenemos para hacer algo más que, por una u otra razón, tener que hacerlo?

—¿Y nunca experimentaste la necesidad de intentarlo de veras... de intentarlo con los auroranos después de haber aprendido a tener un orgasmo?

—Habría sido un sustituto insatisfactorio. Yo sólo quería a Jander... ¿Entiendes ahora lo que he perdido?

La expresión normalmente grave de Baley se intensificó hasta la solemnidad. Repuso:

—Lo entiendo, Gladia. Si antes te he hecho sufrir, perdóname, porque entonces no lo entendía del todo.

Pero Gladia estaba llorando y él esperó, incapaz de decir nada más, incapaz de encontrar el modo de consolarla.

Finalmente ella meneó la cabeza y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Murmuró:

—¿Hay algo más?

Baley contestó en tono de disculpa:

—Unas cuantas preguntas sobre otro tema y luego dejaré de molestarte. —Añadió cautelosamente—: Por ahora.

—¿De qué se trata? —Parecía muy cansada.

—¿Sabes que algunas personas parecen creer que el doctor. Fastolfe fue responsable de la muerte de Jander?

—Sí.

—¿Sabes que el mismo doctor Fastolfe admite que sólo él tiene la experiencia necesaria para matar a Jander en la forma que le mataron?

—Sí. El querido doctor me lo dijo él mismo.

—Pues bien, Gladia, ¿crees tú que el doctor Fastolfe mató a Jander?

Ella alzó los ojos hacia él, repentina y vivamente, y luego dijo con ira:

—Claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? En primer lugar, Jander era su robot y significaba mucho para él. Tú no conoces al querido doctor como yo, Elijah. Es una buena persona que no haría daño a nadie y jamás haría daño a un robot. Suponer que mataría a uno es como suponer que una roca puede caer hacia arriba.

Other books

Crane Pond by Richard Francis
Death Before Time by Andrew Puckett
Preserve and Protect by Allen Drury
Minutes to Kill by Melinda Leigh
Blood Stained Tranquility by N. Isabelle Blanco