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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (62 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—Sí, señor. Con su permiso, me gustaría explicárselo.

—Adelante, por favor —dijo Baley.

—Yo había oído hablar de usted, tanto a la señorita Gladia como al doctor Fastolfe, y no sólo por lo que decían sino por lo que estaba en sus mentes. Estudié la situación de la Tierra y vi que los terrícolas vivían entre muros, de los cuales les resultaba difícil escapar; sin embargo, a mi entender, era igualmente obvio que también los auroranos vivían encerrados dentro de cuatro paredes.

»Los auroranos viven encerrados en unas paredes formadas por robots, que les protegen como un escudo contra las vicisitudes de la vida. Esos mismos robots, según los planes de Amadiro, tendrían que encargarse de construir nuevas so-ciedades igualmente escudadas que encerrarían los nuevos mundos colonizados por los auroranos. Los habitantes de Aurora también viven entre las paredes que forman sus largas vidas, lo que les obliga a sobrevalorar el individualismo y les priva de mancomunar sus recursos científicos. No es que entren excesivamente en disputas o controversias sino que, con la mediación del Presidente, exigen la eliminación de toda incertidumbre y pretenden adoptar decisiones o soluciones antes de que los problemas se hagan públicos. No se molestan en discutir entre todos cuáles pueden ser las mejores soluciones, sino que buscan, sobre todo, que las decisiones sean "tranquilas".

»Los terrícolas viven entre muros de piedra, tangibles, cuya existencia es constatable físicamente, y siempre hay algunos que ansían escapar de ellos. Los muros de los auroranos no son materiales y ni siquiera son considerados como tales, de modo que a nadie se le ocurre escapar de aquello cuya existencia desconoce. Por ello, a mí me parecía que debían ser los terrícolas, y no los auroranos u otros espaciales, quienes tenían que colonizar la galaxia y fundar lo que algún dia se convertirá en un imperio galáctico.

»Todo esto estaba en la línea de los razonamientos del doctor Fastolfe, y yo estaba plenamente de acuerdo con él.

No obstante, el doctor se sentía satisfecho simplemente con haber concebido el razonamiento, mientras que yo, dadas mis facultades, no podía estarlo. Tenía que examinar por mí mismo la mente de, al menos, un terrícola, para así poder con-trastar mis conclusiones. Y usted fue el terrícola que pensé que podría hacer venir a Aurora. La desactivación de Jander servía a la vez para detener a Amadiro y para poder traerle a usted al planeta. Con este fin, incité ligeramente a la señorita Gladia a que sugiriera al doctor Fastolfe la idea de traerle aquí como investigador. Después, incité al doctor, también muy ligeramente, a que la elevara al Presidente, y empujé a éste, muy ligeramente, a acceder a la petición. Una vez llegó usted a Aurora, me he dedicado a estudiarle, y lo que he encontrado me ha gustado.

Giskard dejó de hablar y adoptó de nuevo la actitud impasible de los robots. Baley frunció el ceño.

—Por lo que dices, supongo que no tiene ningún mérito la investigación que he llevado a cabo. Tú debes de haberte encargado de que fuera abriéndome paso hasta llegar a la verdad de lo sucedido.

—No, señor. Al contrario. He colocado en su camino algunos obstáculos... obstáculos razonables, por supuesto. No le permití que reconociera mi capacidad telepática, aunque me viera obligado a utilizarla para protegerle. Me aseguré de que en algunas ocasiones se sintiera abatido y desesperado, le impulsé a que se arriesgara a salir al exterior para estudiar sus respuestas. Y pese a todo, ha conseguido abrirse paso y superar todos los obstáculos, lo cual me complace mucho.

»He descubierto que echa de menos los muros de su Ciudad, pero que se da cuenta de que tiene que aprender a vivir sin ellos. He visto también que la visión de Aurora desde el espacio y la exposición a la tormenta le causaban malestar, pero que ninguna de ambas experiencias le impedia seguir pensando ni le apartaba de lo que consideraba su deber, que era la resolución del problema. Por último, he observado que sabe usted aceptar sus deficiencias y la brevedad de su vida, y que no elude la controversia.

—¿Cómo sabes que soy un buen representante de los habitantes de la Tierra en general?

—Sé que no lo es usted, señor. Pero he visto en su mente que hay algunos como usted, y desarrollaremos nuestros planes con ellos. Yo me cuidaré de ello y, ahora que conozco el camino a seguir, prepararé a otros robots como yo; y ellos también se cuidarán de ello.

—¿Quieres decir que llegarán a la Tierra robots con capacidad para leer la mente? —preguntó de pronto Baley.

—No, en absoluto. Y tiene usted razón al alarmarse. Implicar directamente a los robots en el proyecto significaría empezar a edificar los mismos muros que están llevando a Aurora y a los mundos espaciales a la parálisis. Los terrícolas tendrán que colonizar la galaxia sin robots de ningún tipo. Ello significará dificultades, peligros y daños sin medida que los robots evitarían en el caso de estar presentes pero, en el fondo, los humanos sacarán más provecho si se abren camino por ellos mismos. Y quizás un día, dentro de mucho tiempo, los robots puedan intervenir una vez más. ¿Quién sabe?

—¿Puedes ver el futuro? —preguntó Baley, curioso.

—No, señor, pero cuando se estudian las mentes como yo lo hago, se puede llegar a la indefinida sensación de que existen unas leyes que rigen la conducta humana igual que las Tres Leyes de la robótica gobiernan la de los robots. Y estas leyes humanas pueden indicarnos cómo puede desarrollarse el futuro, en líneas generales. Las leyes que rigen la conducta humana son mucho más complicadas que las Leyes de la robótica, y no tengo la menor idea de cómo pueden manifestarse. Quizá sean de naturaleza estadística, de modo que no pueden ser expresadas con precisión salvo cuando tratan grandes cantidades de población. También sospecho que las obligaciones que crean son mucho menos vinculantes que las robóticas, de modo que quizás carezcan de sentido a menos que esas grandes masas de población no sean conscientes de que operan dichas leyes.

—Dime, Giskard, ¿es esto a lo que el doctor Fastolfe se refiere cuando habla de la futura ciencia de la «psicohistoria»?

—Sí, señor. Yo inserté ese concepto en su mente, para que se iniciara pronto el proceso de creación de esa ciencia. Algún día será necesaria, ahora que la existencia de los mundos espaciales como culturas robotizadas formadas por seres humanos longevos está llegando a su fin y empieza una nueva oleada de expansión humana, desarrollada por seres humanos de vida corta y sin robots.

»Y ahora —añadió Giskard poniéndose en pie—, creo que debemos volver al establecimiento del doctor Fastolfe y prepararnos para su partida, señor. Naturalmente, confío en que no repetirá a nadie cuanto hemos hablado aquí.

—Es estrictamente confidencial, te lo aseguro —respondió Baley.

—Perfectamente —dijo Giskard con calma—. Sin embargo, no debe usted temer la responsabilidad de tener que guardar silencio. Voy a permitirle recordar esta conversación, pero me aseguraré de que nunca sienta el menor impulso de comentarla con nadie.

Baley enarcó las cejas con gesto de resignación y dijo:

—Sólo una cosa más, Giskard, antes de que te pongas a manipular mi mente. ¿Podrás ocuparte de que Gladia no sea molestada en Aurora, de que no sea tratada despectivamente por el hecho de ser solariana y haber aceptado por marido a un robot, y de que... de que acepte los ofrecimientos de Gremionis?

—He oído el final de su conversación con la señorita Gladia, señor, y le comprendo a usted. Me cuidaré de ello. Bien, señor, ¿puedo despedirme de usted ahora que nadie nos está observando?

Giskard le tendió la mano; fue el gesto más humano que Baley había visto jamás en el robot.

Baley se la estrechó. Los dedos de Giskard eran fríos y duros.

—Adiós... amigo Giskard.

—Adiós, amigo Elijah, y recuerde que, aunque haya gente que aplique esta frase a Aurora, a partir de este instante la Tierra es el auténtico mundo del amanecer.

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