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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (59 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—Quizá lo haga —respondió en tono cortante el Presidente— pero, aunque todo sea como usted dice, ¿qué demostraría eso?

—Ya he señalado antes —continuó Baley— que, aparte del doctor Fastolfe, el único que puede revelar el secreto del robot humaniforme es Daneel. Sin embargo, antes de la desactivación de Jander, también éste podía facilitar esa información. Mientras que Daneel formaba parte del personal del establecimiento del doctor Fastolfe y no podía accederse a él fácilmente, Jander estaba en el establecimiento de Gladia, y ésta no es tan sofisticada como el doctor en cuanto a las medidas de protección para sus robots.

»¿No es posible que el doctor Amadiro aprovechara las ausencias periódicas de Gladia de su establecimiento, durante esos largos paseos con Gremionis, para conversar con Jander, quizá por triménsico, para estudiar sus respuestas, someterle a diversos tests y luego borrar del robot cualquier señal de su visita de modo que Jander no pudiera informar de ello a Gladia? Puede que el doctor Amadiro llegara muy cerca de lo que deseaba saber, pero sus propósitos se vieron frustrados cuando Jander quedó desactivado. Entonces, su atención se volvió hacia Daneel. Quizá pensaba que sólo le quedaban algunas pruebas y observaciones para llegar a la solución definitiva, y por eso preparó la trampa de anoche, como ya he mencionado en mi... en mi testimonio.

—Ahora todo concuerda. Casi me veo obligado a creerle —dijo el Presidente, casi en un susurro.

—Falta un último detalle y entonces sí que habré dicho todo cuanto tenía que decir —añadió Baley—. En sus exámenes y pruebas a Jander, es perfectamente posible que el doctor Amadiro desactivara accidentalmente al robot, aunque sin ninguna intención deliberada de hacerlo, cometiendo así un roboticidio.

Amadiro, enloquecido y furioso, gritó:

—¡No! ¡Jamás! ¡No le hice a ese robot nada que pudiera desactivarle!

—Estoy de acuerdo con él, señor Presidente —intervino Fastolfe—. Yo también creo que el doctor Amadiro no desactivó a Jander. No obstante, señor Presidente, la declaración que acaba de hacer el doctor parece llevar implícito el reconocimiento de que anduvo manipulando a Jander, y de que el análisis de los hechos que ha realizado el señor Baley se ajusta a la verdad en lo esencial.

El Presidente asintió.

—Me veo obligado a estar de acuerdo con usted, doctor Fastolfe. Doctor Amadiro, si insiste en negar formalmente esta exposición de los hechos, me obligará a iniciar una investigación completa y en profundidad, lo cual puede reportarle un grave perjuicio, sea cual sea el resultado. Y por lo que llevo visto, sospecho que éste va a ser desfavorable para usted. Le sugiero que no me obligue a ello, que no se arriesgue a debilitar su posición ante la Asamblea Legislativa y, quizás, a debilitar la capacidad de Aurora para continuar con una acción política sin sobresaltos.

»Según entiendo, antes de que surgiera el tema de la desactivación de Jander el doctor Fastolfe contaba con el apoyo de una mayoría de miembros de la Asamblea Legislativa (una exigua mayoría, debo reconocerlo) en el tema de la colonización de la galaxia. Presionando con el asunto de la supuesta responsabilidad del doctor Fastolfe en la desactivación de Jander, usted habría conseguido a algunos legislado-res a su posición, los suficientes para otorgarle la mayoría. Sin embargo, ahora, el doctor Fastolfe tiene en sus manos la posibilidad de dar la vuelta a la situación acusándole a usted de la desactivación y, además, de haber intentado responsa-bilizarle a él. Creo que, en esas circunstancias, usted perdería.

»Si no intervengo y medio en el asunto, bien podría suceder que usted, doctor Amadiro, y usted, doctor Fastolfe, llevados por su cabezonería o incluso por sus ansias de venganza, se pusieran al frente de sus fuerzas y se acusaran mutua-mente de todo tipo de cosas. En tal caso, nuestras fuerzas políticas y la opinión pública quedarían asimismo irremisiblemente divididas, e incluso fragmentadas, lo que significaría un perjuicio inmenso para el planeta.

»Creo que en ese caso, la victoria de Fastolfe, aunque inevitable, se obtendría a un precio muy costoso. Por lo tanto, mi obligación como Presidente es intentar llevar los más votos posibles hacia el bando del doctor Fastolfe desde el primer momento, además de presionarle a usted y a su grupo, doctor Amadiro, para que acepten la victoria de su contrincante con toda la elegancia de que sean capaces, y a aceptarla inmediatamente, por el bien de Aurora.

—No estoy interesado en conseguir una victoria aplastante, señor Presidente. Reitero mi propuesta de llegar a un compromiso por el cual Aurora, los demás mundos espaciales y también la Tierra tengan toda libertad de exploración y colo-nización en la galaxia. A cambio, me sentiré complacido de ingresar en el Instituto de Robótica y poner a su disposición mis conocimientos sobre los robots humaniformes, facilitando así los proyectos del doctor Amadiro. En contrapartida, solicito el solemne reconocimiento de que se abandonará cualquier idea de segregar a la Tierra en el futuro, y que este pacto adopte la forma de un tratado, en el que figuren como signatarios Aurora, los mundos espaciales y la Tierra. El Presidente asintió.

—Considero la propuesta muy prudente y digna de un estadista. ¿Cuento con su aceptación del proyecto, doctor Amadiro?

Amadiro se sentó por fin. Su rostro era la expresión perfecta de la derrota.

—En ningún momento he buscado mi poder personal ni el placer de la victoria. He defendido lo que estoy seguro que es más conveniente para Aurora, y tengo el convencimiento de que el plan del doctor Fastolfe significará algún día el fin de Aurora. No obstante, reconozco que estoy indefenso ante la red urdida por este terrícola —acompañó sus palabras de una rápida mirada a Baley, cargada de veneno— y me veo obligado a aceptar la sugerencia del doctor Fastolfe, aunque solicitaré permiso para dirigirme a la Asamblea Legislativa y dejar constancia de mis temores ante las consecuencias de ese tratado.

—Naturalmente, se le permitirá hacerlo —afirmó el Presidente—. Y ahora, doctor Fastolfe, si me permite un consejo, saque a ese terrícola de nuestro planeta lo antes posible. Él ha conseguido que se impusiera el punto de vista de usted, pero creo que no disfrutará de muchas simpatías entre los auroranos si éstos disponen del tiempo suficiente para comprender que, en el fondo, se trata de una victoria de la Tierra sobre Aurora.

—Tiene usted toda la razón, señor Presidente, y el señor Baley partirá inmediatamente con mi agradecimiento y, confío, también con el de usted.

—Bien —concluyó el Presidente, no muy contento de verse en aquella situación—, ya que su habilidad nos ha salvado de una perjudicial batalla política, le expreso mi agradecimiento. Gracias, señor Baley.

19
OTRA VEZ BALEY
80

Baley les vio marcharse desde cierta distancia. Aunque habían llegado juntos, Amadiro y el Presidente se fueron cada uno por su lado. Fastolfe regresó con él después de despedirles. Sin tratar de ocultar su tremendo alivio.

—Vamos, señor Baley —exclamó—, almorzará usted conmigo y después, lo antes posible, partirá de nuevo hacia la Tierra.

Su personal robótico se había puesto claramente en acción con el fin de prepararlo todo. Baley asintió con la cabeza y comentó con ironía:

—El Presidente ha conseguido darme las gracias, pero parecía que la frase se le atascaba en la garganta.

—No puede hacerse usted una idea del honor que le ha dispensado. El Presidente rara vez da las gracias a nadie, pero en compensación casi nadie da las gracias al Presidente. Siempre se deja que sea la historia quien ensalce a un Presidente, y éste ya lleva cuarenta años en el cargo. Se ha vuelto rudo y malhumorado, como siempre sucede a los Presidentes en sus últimas décadas de gobierno.

»No obstante, señor Baley, yo si quiero darle las gracias otra vez y dárselas también en nombre de Aurora. Usted vivirá para ver salir al espacio a los terrícolas, incluso teniendo en cuenta lo corta que será su vida, y nosotros les ayudaremos con nuestra tecnología.

»No consigo entender cómo ha sido capaz de resolver este lío en dos días y medio, o menos. Señor Baley, es usted una maravilla... Pero vamos. Seguramente querrá usted lavarse y refrescarse. Yo, desde luego, lo estoy deseando.

Por primera vez desde que llegara el Presidente, Baley tenía tiempo de pensar en algo más que en la siguiente frase que diría.

Seguía sin saber qué era aquella intuición que le había asaltado en tres ocasiones, la primera cuando estaba a punto de dormirse, la segunda a punto de caer inconsciente, y la tercera en plena relajación después de haber hecho el amor.

«¡Él llegó primero!»

Seguía sin encontrar significado a la frase y, pese a ello, había expuesto su teoría al Presidente y había hecho triunfar su tesis sin ella. ¿Tendría, pues, algún significado si formaba parte de un mecanismo que no encajaba y que no parecía necesario? ¿No era un contrasentido?

El pensamiento siguió irritándole en un rincón de su mente y se dispuso a celebrar un almuerzo victorioso sin la debida sensación de haber vencido. Por alguna razón, sentía que no había acertado en la solución.

En primer lugar, ¿mantendría el Presidente su resolución? Amadiro había perdido la batalla, pero no parecía la clase de persona que se rendía bajo cualquier circunstancia. Si había que dar crédito a lo que había dicho, no le había movido la vanagloria personal, sino su idea del patriotismo y del bien de Aurora. Si era así, no podía rendirse tan fácilmente.

Baley creyó necesario advertir a Fastolfe.

—Doctor Fastolfe, no creo que el asunto haya concluido. El doctor Amadiro seguirá luchando para excluir a la Tierra.

Fastolfe asintió con la cabeza mientras un robot servía los platos.

—Ya lo sé. Es lo que espero de él. Sin embargo, no le temo en tanto el asunto de la desactivación de Jander siga como ha quedado. Si no vuelve a removerse el tema, estoy seguro de que siempre podré derrotarle en la Asamblea Legislativa. No tema, señor Baley, la Tierra seguirá adelante. Tampoco es preciso que tema usted algún peligro contra su integridad física como venganza por parte de Amadiro. Antes de que anochezca estará usted fuera del planeta, camino de la Tierra... y Daneel le escoltará, naturalmente. Más aún, el informe que remitiremos sobre su actuación le asegurará, una vez más, una buena promoción entre sus superiores.

—Estoy dispuesto a salir en seguida —contestó Baley—, pero supongo que tendré tiempo de celebrar algunas despedidas. Me gustaría... me gustaría ver a Gladia otra vez, y también me gustaría despedirme de Giskard, que anoche quizá me salvó la vida.

—Naturalmente que podrá, señor Baley. Pero ahora coma algo, ¿no le apetece?

Baley comió lo que tenía en el plato, pero no lo disfrutó. Al igual que la confrontación con el Presidente y la victoria que había logrado, la comida también le parecía extrañamente insípida.

En buena lógica no debería haber vencido. El Presidente debería haber cortado su discurso y, en todo caso, Amadiro debería haberlo negado todo rotundamente. De este modo, seguramente su palabra se habría impuesto sobre los razonamientos sin pruebas de un terrícola.

En cambio, Fastolfe estaba jubiloso.

—Ha habido momentos en que temía lo peor, señor Baley —dijo—. Tenía miedo de que la reunión con el Presidente fuera prematura, y de que nada de cuanto pudiera usted decir remediase la situación. En cambio, ha llevado usted el asunto muy bien. Escuchándole no hacía más que admirarle. Esperaba que en cualquier momento Amadiro exigiría que se aceptase su palabra contra la de un terrícola que, después de todo, se encontraba en un estado permanente de semilocura por hallarse en un planeta extraño, en el exterior...

Baley le interrumpió, diciendo con un tono de voz frío:

—Con todos los respetos, doctor Fastolfe, no me he encontrado en un estado permanente de semilocura. Lo de anoche fue excepcional, pero fue la única vez que perdí el control. Durante el resto de mi estancia en Aurora, quizá me he encontrado incómodo en algún momento, pero siempre he conservado perfectamente mis facultades mentales.

Parte de la furia que había conseguido reprimir a duras penas durante el encuentro con el Presidente empezaba a aflorar ahora.

—Sólo durante la tormenta, doctor... salvo, por supuesto —añadió, recordando el viaje de ida—, un par de momentos en la nave, cuando nos aproximábamos.

Baley no fue consciente de cómo el pensamiento —el recuerdo, la interpretación— llegó hasta él, ni a qué velocidad. En un instante no existía, y al siguiente estalló en su mente como si siempre hubiera estado allí y sólo necesitara que cayera un velo frágil como una pompa de jabón para aflorar.

—¡Jehoshaphat! —exclamó con un suspiro de asombro.

Después, dejando caer con fuerza el puño sobre la mesa, entre el sonido de los platos al vibrar, repitió—: ¡Jehoshaphat!

—¿Qué sucede, señor Baley? —preguntó Fastolfe, desconcertado.

Batey le miró fijamente y reaccionó ante su pregunta con un ligero retraso.

—Nada, doctor Fastolfe. Estaba pensando en el infernal descaro del doctor Amadiro: primero causa la desactivación de Jander y a continuación se las ingenia para que la culpa recaiga en usted. Por último, hace lo posible para que yo me vuelva medio loco con la tormenta de anoche y después aún se atreve a utilizar eso para sembrar dudas sobre mis conclusiones. Por un momento, me he sentido furioso.

—Bueno, señor Baley, tranquilícese, no se altere. En realidad, es absolutamente imposible que Amadiro pudiera desactivar a Jander. Eso, como ya se ha dicho más de una vez, fue un hecho puramente accidental. Naturalmente, es posible que la investigación realizada por Amadiro en el robot incrementara las probabilidades de que el accidente se produjera, pero no quiero seguir discutiendo sobre ese punto.

Baley sólo prestó a las palabras de Fastolfe una parte de su atención. Lo que acababa de decirle a Fastolfe era pura ficción y la respuesta del doctor carecía de importancia. Era (como hubiera dicho el Presidente) irrelevante. De hecho, todo cuanto había sucedido, todo cuanto había expuesto en la reunión, era irrelevante. Y sin embargo, nada tenía que cambiar por ello.

Salvo una cosa... un rato después.

¡Jehoshaphat!, susurró en el silencio de su mente. Después volvió a centrarse en el almuerzo, y esta vez lo saboreó con deleite y con alegría.

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