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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (56 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—No me parece nada justo —replicó Baley—. ¿Había algún medio de impedirlo?

—No he querido hacerlo. Amadiro corre un riesgo calculado, pues sus palabras pueden irritar al Presidente.

—¿El presidente es especialmente irritable por naturaleza?

—No. Por lo menos, no más de lo que podría serlo cualquier Presidente en su quinta década de mandato. Pese a todo, la necesidad de un estricto cumplimiento del protocolo, la necesidad aún mayor de no mostrarse nunca partidista, y el peso de sus decisiones arbitrales se combinan para hacer inevitable una cierta irritabilidad. Y Amadiro no siempre se comporta con astucia. Su sonrisa jovial, sus dientes blancos y su manifiesta afabilidad pueden resultar extremadamente irritantes si quien recibe sus aduladoras palabras no está de buen humor por alguna razón. Bien, señor Baley, debo ir a recibirles, y ofrecerles lo que espero sea una versión más razonable y adecuada de la cortesía. Por favor, permanezca aquí y no se mueva de su asiento.

Baley no podía hacer otra cosa que esperar. Pasó por su mente la idea ociosa de que llevaba en Aurora un período de tiempo que apenas alcanzaba las cincuenta horas estándar.

18
OTRA VEZ EL PRESIDENTE
75

El Presidente era bajo, sorprendentemente bajo. Amadiro le pasaba unos buenos treinta centímetros, por lo menos.

Sin embargo, como la mayor parte de su escasa estatura se debía a sus cortísimas piernas, una vez sentados el Presidente no parecía más bajo que los demás. De hecho, era incluso el más corpulento, con una caja torácica y unos hom-bros muy robustos que le daban un aspecto casi arrollador.

También su cabeza era de gran tamaño, pero su rostro estaba surcado de arrugas producidas por la edad. No eran el tipo de arrugas ocasionadas por la risa. Los surcos que se formaban en sus mejillas y su frente daban la impresión de ser resultado del ejercicio del poder. Tenía el cabello cano y escaso, y presentaba una acusada calvicie en la coronilla.

Su voz se correspondía con el resto de su aspecto; era profunda y resuelta. La edad le había quitado quizás un poco de timbre y lo había cambiado por una cierta aspereza, pero en un Presidente, pensó Baley, eso podía beneficiarle más que perjudicarle.

Fastolfe realizó el ritual completo de saludos, intercambios de fórmulas sin sentido y ofrecimientos de comida y bebida. En el transcurso de este ceremonial, no se hizo la menor mención del cuarto hombre ni se le prestó atención.

Sólo cuando hubieron terminado los preliminares y todos estuvieron bien instalados, Baley (un poco más lejos del centro de la sala que los otros tres) fue presentado.

—Señor Presidente —saludó Baley sin tender la mano. Después se volvió hacia el otro interlocutor y, con un despreocupado gesto de la cabeza, añadió—: Y al doctor Amadiro ya le conozco, naturalmente.

La sonrisa de Amadiro siguió inalterable pese al toque de insolencia de la voz de Baley.

El Presidente, que no había mostrado la menor reacción ante el saludo de Baley, colocó sus manos sobre las rodillas con los dedos bien separados y dijo:

—Vamos a empezar. Veamos si podemos hacer esto lo más breve y productivo posible.

»En primer lugar, déjenme hacer hincapié en que deseo pasar por alto el mal comportamiento, o posible mal comportamiento, de un terrícola. Vayamos directamente al meollo de la cuestión. Tampoco deseo referirme al tema del robot Jander, que ya ha sido demasiado explotado. La interrupción definitiva de la actividad de un robot es un asunto del que deben ocuparse los tribunales civiles, lo que puede dar como resultado una sentencia por infracción de los derechos de pro-piedad y la imposición de una pena de costas, pero nada más. Incluso si se demostrara que el doctor Fastolfe inutilizó a ese robot, Jander Panell, cabría tener en cuenta que fue el doctor quien lo diseñó y quien supervisó su construcción. Además, él era su legítimo propietario en el momento de la inutilización, por lo que no cabe aplicar mayores sanciones ya que una persona puede hacer lo que le plazca con sus propiedades.

»Lo que realmente se discute es el tema de la exploración y colonización de la galaxia, si la desarrollará Aurora por sus propios medios sin más colaboración, si lo hará en cooperación con otros mundos espaciales, o si se permitirá que sea la Tierra quien la lleve a cabo. El doctor Amadiro y los globalistas están a favor de que Aurora lo haga sin ninguna ayuda; el doctor Fastolfe desea dejar esa tarea a la Tierra.

»Si nos centramos en este tema, el asunto del robot puede quedar en manos de los tribunales civiles. La cuestión del comportamiento del terrícola quedará probablemente resuelta durante la discusión, y después simplemente nos libraremos de él.

»Por lo tanto, permítanme empezar preguntando al doctor Amadiro si está dispuesto a aceptar la posición del doctor Fastolfe con el fin de lograr una unidad de decisión, y al doctor Fastolfe si está dispuesto a aceptar la posición del doctor Amadiro con idéntico objetivo.

Hizo una pausa y aguardó las respuestas.

—Lo lamento, señor Presidente —dijo Amadiro—, pero debo insistir en que los terrícolas sigan confinados en su planeta y en que la galaxia sea colonizada sólo por auroranos. No obstante, no me opondría al compromiso de permitir que otros mundos espaciales se unieran a la colonización, si esto evitara tensiones innecesarias entre nosotros.

—Entiendo su posición —asintió el Presidente—. A la vista de esta declaración, doctor Fastolfe, ¿desea usted modificar su postura?

—El compromiso del que habla el doctor Amadiro apenas tiene base sobre la que sustentarse, señor Presidente —respondió Fastolfe—. Yo deseo ofrecer otro de importancia mucho mayor. ¿Por qué no abrir los mundos de la galaxia a espaciales y terrícolas por igual? La galaxia es grande y hay en ella lugar para todos. Este es el compromiso que estaría dispuesto a aceptar.

—Sin duda —replicó Amadiro rápidamente—, pues no es en modo alguno un compromiso. Los más de ocho mil millones de habitantes de la Tierra significan más del doble de seres humanos que la suma de la población de todos los mundos espaciales. Los terrícolas tienen una vida corta y están acostumbrados a reponer rápidamente las que se pierden. Carecen de nuestro respeto y consideración por la vida humana individual. Por eso se esparcirán por los nuevos mundos a toda costa, multiplicándose como insectos, y se apropiarán de toda la galaxia mientras nosotros estemos todavía dando los primeros pasos. Conceder a la Tierra una oportunidad supuestamente igual es ofrecerles en bandeja la galaxia, y eso no puede considerarse igualdad. Los terrícolas deben estar confinados en la Tierra.

—¿Qué tiene usted que decir a eso, doctor Fastolfe? —preguntó el Presidente. Fastolfe suspiró.

—Mis opiniones están grabadas y registradas. Estoy seguro de que no tengo que repetirlas aquí. El doctor Amadiro proyecta utilizar los robots humanifonnes para construir los mundos explorados de modo que luego puedan ocuparlos los seres humanos de Aurora. Sin embargo, carece de tales robots humaniformes. No sabe construirlos, y el proyecto no funcionaría aunque pudiera fabricarlos. No hay compromiso posible a menos que el doctor Amadiro consienta en el principio de que los terrícolas puedan, por lo menos, compartir la tarea de colonizar nuevos mundos.

—Entonces no hay compromiso posible —dijo Amadiro.

El Presidente pareció disgustado.

—Me temo que uno de los dos tiene que ceder. No tengo intención de que Aurora se vea dividida en una orgía de emociones por una cuestión de esta importancia.

Se volvió a Amadiro con el rostro imperturbable, para no parecer estar a favor o en contra.

—Usted pretende utilizar la desactivación del robot Jander como argumento contra el proyecto de Fastolfe, ¿no es así?

—En efecto —asintió Amadiro.

—Eso es un argumento puramente emocional. Usted pretende afirmar que Fastolfe intenta echar por tierra su proyecto sobre la colonización de la galaxia simulando que los robots humaniformes son menos útiles de lo que realmente han demostrado ser.

—¡Eso es exactamente lo que intenta! —exclamó Amadiro.

—¡Calumnia! —le interrumpió Fastolfe en voz baja.

—No, si puedo demostrarlo, y puedo hacerlo —contestó Amadiro—. Quizás el argumento sea emocional, pero es verdadero. Es evidente, señor Presidente. ¿No opina usted así? Mi opinión seguramente se impondrá, pero por sí sola puede resultar algo confusa. Me atrevo a sugerirle que convenza al doctor Fastolfe de que acepte su inevitable derrota y ahorre a Aurora un espectáculo realmente lamentable que puede debilitar nuestra posición entre los mundos espaciales y perjudicar nuestra fe en nosotros mismos.

—¿Cómo puede demostrar que el doctor Fastolfe manipuló el robot para dejarlo inactivo?

—Él mismo reconoce que es el único ser humano capaz de hacerlo, bien lo sabe usted.

—Lo sé, en efecto —asintió el Presidente—, pero quería oír esas palabras de sus labios, no dirigidas a su grupo político o a los medios de comunicación, sino a mí, en privado. Y ya las he oído. ¿Qué tiene usted que decir a eso, doctor Fastolfe? —añadió volviéndose hacia éste—. ¿Es usted el único hombre que pudo haber destruido al robot?

—¿Sin dejar señales físicas? Por lo que conozco, así es. No creo que el doctor Amadiro posea la habilidad suficiente en la ciencia robótica para hacerlo. De hecho, me sorprende constantemente que, después de haber fundado su Instituto de Robótica esté tan ansioso de proclamar repetidamente su propia incapacidad, incluso públicamente, pese a contar con un extenso equipo de colaboradores.

—No, doctor Fastolfe —suspiró el Presidente—. No me venga con trucos retóricos. Olvide su sarcasmo y sus hábiles pullas. ¿Qué defensa puede oponer a la acusación?

—Bueno, sólo puedo reafirmarme en que no hice daño alguno a Jander. No digo que lo hiciera otra persona. En mi opinión, estamos ante un hecho fortuito. Es una muestra del principio de incertidumbre que rige las vías positrónicas, y que puede presentarse bastante a menudo. Basta con que el doctor Amadiro admita que la desactivación del robot se produjo por azar, con que no acuse a nadie sin pruebas, y podremos dedicarnos a discutir nuestras posturas enfrentadas respecto a la colonización de los mundos.

—No —replicó Amadiro—. Las probabilidades de una destrucción accidental del robot son demasiado ínfimas para tenerlas en cuenta. Son muchas más las que apuntan al doctor Fastolfe como responsable de la desactivación. De hecho, ignorar la responsabilidad del doctor Fastolfe y achacarla a causas accidentales es una muestra de irresponsabilidad. No estoy dispuesto a ceder, y mi opinión prevalecerá, señor Presidente, usted lo sabe. Me parece que el único paso lógico que hay que dar es obligar al doctor Fastolfe a aceptar su derrota en interés de la unidad planetaria.

—Eso me lleva al tema de la investigación que he encargado al señor Baley, de la Tierra —repuso rápidamente Fastolfe. Amadiro, a su vez, contestó con igual prontitud.

—Investigación a la que ya me opuse cuando se planteó por primera vez. Puede que el terrícola sea un hábil investigador, pero no está familiarizado con Aurora y no está en condiciones de averiguar nada importante aquí. Lo único que puede hacer es lanzar calumnias y presentar Aurora de una forma indigna y ridícula ante los demás mundos espaciales. Ya se han hecho comentarios satíricos sobre el tema en media docena de importantes servicios de noticias de hiperondas en otros tantos mundos espaciales. Me he permitido remitirle grabaciones de estos programas a su despacho, señor Presidente.

—Y he tenido oportunidad de estudiarlos, doctor Amadiro —asintió el Presidente.

—Además, se han desatado rumores aquí, en Aurora —prosiguió Amadiro—. Si me guiaran motivos egoístas, preferiría que la investigación continuara, ya que le está costando al doctor Fastolfe apoyo popular y los votos de los legisladores. Cuanto más tiempo dure, más seguro me sentiré de mi victoria. Sin embargo, la investigación está perjudicando a Aurora y no quiero beneficiarme personalmente a costa de perjudicar a mi planeta. Por tanto, con todo respeto, sugiero que ponga usted fin a la investigación, señor Presidente, y que convenza al doctor Fastolfe de ceder por las buenas a lo que finalmente tendría que aceptar de todos modos, a un precio mucho mayor.

—Estoy de acuerdo con usted —contestó el Presidente— en que haber permitido al doctor Fastolfe iniciar esta investigación puede haber sido un error. Digo «puede». Reconozco que estoy tentado de ponerle término. Y sin embargo, el terrícola —añadió sin dar muestra de haber advertido la presencia de Baley en la sala— lleva ya algún tiempo en Aurora y...

Hizo una pausa como para dar a Fastolfe la oportunidad de corroborar sus palabras. Fastolfe la aprovechó y dijo:

—Este es su tercer día de investigación, señor Presidente.

—En este caso —prosiguió el Presidente—, antes de ponerle fin creo que sería justo preguntarle si ha hecho algún descubrimiento de importancia hasta el momento.

Volvió a interrumpirse. Fastolfe dirigió una rápida mirada a Baley, acompañada de una leve inclinación de cabeza. Baley dijo en voz baja:

—Señor Presidente, no deseo interrumpir con mis observaciones sin que me las pidan. ¿Debo entender que me ha hecho una pregunta?

El Presidente frunció el ceño. Sin mirar a Baley, declaró:

—Estoy pidiendo al señor Baley, de la Tierra, que nos diga si ha hecho algún descubrimiento de importancia.

Baley respiró hondo. Había llegado el momento.

76

—Señor Presidente —empezó a decir—, ayer por la tarde estuve interrogando al doctor Amadiro, que colaboró de buen grado en la investigación y cuyas declaraciones me han sido de gran utilidad. Cuando mis ayudantes y yo salíamos de verle...

—¿Sus ayudantes? —preguntó el Presidente.

—He estado acompañado permanentemente por dos robots en todas las fases de mi investigación, señor Presidente —explicó Baley.

—¿Robots pertenecientes al doctor Fastolfe? —preguntó Amadiro—. Conteste para que conste.

—En efecto, ambos son propiedad del doctor Fastolfe —asintió Baley—. Uno es Daneel Olivaw, un robot humaniforme, y el otro es Giskard Reventlov, un robot más antiguo, no humaniforme.

—Gracias —dijo el Presidente—. Prosiga.

—Cuando abandonamos los terrenos del Instituto, descubrimos que el planeador que utilizábamos habla sido objeto de sabotaje.

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