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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (51 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—Giskard no lo ha dicho. ¿Quieres preguntárselo, Elijah? —preguntó señalando al robot.

—¿Qué significa esa frase, Giskard?

La imperturbabilidad del robot desapareció al instante y sus ojos enfocaron a Baley.

—He considerado que se había expuesto innecesariamente a la tormenta, señor. Si hubiera esperado en el planeador, le habríamos traído aquí más pronto.

—Los otros robots podían haberme capturado antes.

—Lo han hecho, señor, pero usted los ha ahuyentado.

—¿Cómo lo sabes?

—Había muchas huellas de pies de robots junto a las puertas, en ambos lados, pero no había signos de humedad en el planeador, como hubiera sido lógico si hubieran entrado en el vehículo para sacarle a usted. También he considerado que usted no habría salido del planeador por su propia voluntad para acompañarles, señor. Y si ya los había ahuyentado, no había necesidad de temer que regresaran demasiado pronto ya que, según su propia valoración de la situación, de quien iban detrás en realidad era de Daneel, y no de usted. Además, podría usted haber estado seguro de que yo regresaría pronto.

—Precisamente eso he pensado —murmuró Baley—, pero he creído que confundir un poco la situación podía ser más conveniente. He hecho lo que me ha parecido mejor y, aun así, me has encontrado.

—En efecto, señor.

—Pero ¿por qué me has traído aquí? Si estábamos cerca del establecimiento de Gladia, lo estábamos también, o incluso más, del doctor Fastolfe.

—No del todo, señor. Esta residencia estaba un poco más próxima y he juzgado, por lo imperioso de sus órdenes, que cada momento contaba para asegurarse de que a Daneel no le sucediera nada. Daneel ha estado de acuerdo en ello, aunque se ha mostrado muy reacio a dejarle a usted. Estando él aquí, he considerado que usted también querría venir para, si así lo deseaba, asegurarse por sí mismo de que Daneel estaba a salvo.

Baley asintió y dijo con un gruñido (pues todavía estaba molesto por la observación referente a su falta de lógica):

—Has hecho bien, Giskard.

—¿Es muy importante que veas al doctor Fastolfe, Elijah? Puedo hacer que venga, si quieres. O puedo comunicarte con él por triménsico.

Baley se echó hacia atrás en su asiento otra vez. Había dispuesto de tiempo para advertir que sus procesos mentales estaban embotados y que se encontraba muy fatigado. No le haría ningún bien verse con Fastolfe en aquel momento.

—No —respondió—. Le veré mañana después del desayuno. Hay suficiente tiempo. Y después creo que iré a ver otra vez a ese tipo, Kelden Amadiro, el jefe del Instituto de Robótica. Y a ese alto dignatario... ¿cómo le llamáis? El Presidente. Supongo que él también estará allí.

—Pareces terriblemente cansado, Elijah —dijo Gladia—. Desde luego, aquí no existen esos microorganismos, esos gérmenes y virus que tenéis en la Tierra, y además has sido sometido a una limpieza completa, así que no padecerás ninguna de esas enfermedades que existen en tu planeta, pero aun así tienes un aspecto de evidente cansancio.

¿Después de todo aquello no iba a sufrir un resfriado, una gripe, una pulmonía?, pensó Baley. Vivir en un mundo espacial era una gran ventaja, en este aspecto.

—Reconozco que estoy cansado, pero eso puede curarse con un poco de descanso —murmuró.

—¿Tienes hambre? Es hora de cenar.

—No me apetece comer —respondió Baley haciendo una mueca.

—No estoy segura de que te convenga ayunar. Quizá no quieras una comida fuerte, pero ¿qué te parece un poco de sopa caliente? Te sentaría muy bien.

Baley sintió el impulso de sonreír. Quizá Gladia fuera solariana pero, en las circunstancias adecuadas, podía pasar perfectamente por una mujer de la Tierra. Baley sospecbó que lo mismo podía decirse también de las auroranas. Había cosas que no cambiaban con las diferencias culturales.

—¿Tienes preparada esa sopa? No quiero causar ninguna molestia.

—No causas ninguna molestia. Tengo servicio en el establecimiento, quizá no tan numeroso como en Solaria pero suficiente para preparar cualquier plato razonable en muy poco tiempo. Ahora, quédate ahí sentado y dime qué sopa prefieres. El servicio se ocupará de todo.

Baley no pudo resistirse.

—¿Una sopa de pollo?

—Desde luego —contestó Gladia. Después, con aire inocente, añadió—: Precisamente es lo que habría sugerido yo. Y con unos pedazos de pollo, para que sea un poco más sustanciosa.

Baley tuvo delante el tazón de sopa con una rapidez sorprendente.

—¿Tú no vas a comer, Gladia? —preguntó.

—Ya lo he hecho mientras a tí te bañaban y te trataban.

—¿Me trataban?

—Un simple reajuste bioquímico rutinario, Elijah. Habías sido dañado psicológicamente y no queríamos repercusiones. ¡Come de una vez!

Baley se llevó a la boca una cucharada para probar la sopa. No era del todo mala, aunque mostraba la rara tendencia de todas las comidas de Aurora a utilizar más especias de lo que Baley estaba acostumbrado. O quizás era que se preparaban con especias distintas a las que habitualmente tomaba en la Tierra.

De repente, le vino a la memoria el recuerdo de su madre. Fue como una detallada imagen en la que aparecía muy joven, más incluso de lo que el propio Baley era ahora. Volvió a verla de pie, delante de él, como cuando de niño se rebelaba y no quería comer su «sopita buena». «Vamos, Lije —oyó decir de nuevo a su madre—. Eso es pollo de verdad, y muy caro. Ni siquiera los espaciales comen algo tan bueno.»

Y tenía razón. Baley se lo dijo mentalmente en la distancia de los años transcurridos. «¡Tenías razón, mamá!»

Lo decía en serio. Si realmente podía confiar en sus recuerdos y en el poder de las papilas gustativas de su juventud, la sopa de pollo de su madre, cuando no se hacía aburrida de tanto repetirse, era superior a la de cualquiera.

Tomó otra cucharada, y otra, y cuando terminó el tazón, murmuró con aire avergonzado:

—¿No podría tomar un poco más?

—Toda la que quieras, Elijah.

—Sólo un poquito más.

Cuando ya estaba terminando, Gladia le dijo:

—Elijah, esa reunión de mañana por la mañana...

—¿Sí, Gladia?

—¿No significa que ya has terminado la investigación? ¿Sabes qué le sucedió a Jander?

—Tengo cierta idea de lo que pudo sucederle a Jander —contestó Baley midiendo sus palabras—. Pero no creo que pueda convencer a nadie de que tengo razón.

—Entonces, ¿por qué vas a tener esa reunión?

—No ha sido idea mía, Gladia. La propuesta es del maestro roboticista Amadiro. Está en contra de la investigación y tratará de hacerme volver a la Tierra inmediatamente.

—¿Ha sido él quien ha saboteado el planeador y quien ha intentado raptar a Daneel por medio de esos robots?

—Creo que sí.

—¿Y no hay manera de juzgarle, condenarle y castigarle por ello?

—Desde luego que la habría, si no fuera por el insignificante detalle de que carezco de pruebas —contestó Baley, con aire pesaroso.

—¿Así que Amadiro puede hacer todo eso y salirse con la suya? ¿Puede conseguir también que se ponga término a la investigación?

—Me temo que tiene algunas posibilidades de conseguirlo. Como él dice, la gente que no espera obtener justicia sufre menos decepciones.

—Pero no debería hacerlo. Tienes que impedírselo. Es necesario que completes la investigación y que descubras la verdad.

—¿Y si no puedo descubrirla? —suspiró Baley—. ¿O si lo logro pero no consigo que la gente me haga caso?

—¡Seguro que puedes descubrirla, y seguro que consigues que te escuchen!

—Tienes una fe en mí que resulta conmovedora, Gladia. Sin embargo, si la Asamblea Legislativa Mundial de Aurora decide enviarme de nuevo a la Tierra y ordena que ponga término a la investigación, no habrá nada que yo pueda hacer.

—Estoy segura de que no querrás volver con las manos vacías.

—Naturalmente que no. Y no es sólo volver con las manos vacías, sino algo mucho peor, Gladia. Regresaré con mi carrera arruinada y con el futuro de la Tierra destruido.

—Entonces, no permitas que lo hagan, Elijah.

—¡Jehoshaphat, Gladia!, voy a intentarlo, pero no puedo mover un planeta con mis manos. No puedes exigirme milagros.

Gladia asintió y, bajando la vista al suelo, se llevó el puño a la boca y permaneció inmóvil en su asiento, sumida en profundos pensamientos. Baley tardó un buen rato en darse cuenta de que estaba llorando en silencio.

68

Baley se levantó rápidamente y dio la vuelta a la mesa hasta llegar junto a ella. Distraídamente, notó con cierto disgusto que le temblaban las piernas y que tenía un tic en los músculos del muslo derecho.

—Gladia —musitó en tono apremiante—, no llores.

—No te preocupes, Elijah —susurró ella—. Se me pasará.

Baley permaneció a su lado, indeciso, y extendió la mano hacia ella con gesto dubitativo.

—No voy a tocarte —dijo—. Creo que será mejor que no lo haga, pero...

—¡Oh, tócame, tócame! Ya no tengo tantos reparos y sé que no vas a contagiarme nada. No soy como... como era antes.

Baley acabó de extender la mano y tocó el codo de Gladia, y lo apretó ligera y tímidamente con las yemas de sus dedos.

—Haré lo que pueda mañana, Gladia —murmuró—. Pondré todo mi empeño.

Al oírlo, Gladia se levantó, se volvió hacia él, y exclamó:

—¡Oh, Elijah!

Automáticamente, sin advertir apenas lo que estaba haciendo, Baley tendió hacia ella los dos brazos. Y de modo igualmente automático, ella se adelantó hacia él y un instante después Baley la estaba abrazando mientras ella le apoyaba la cabeza en el pecho.

Baley la abrazó con toda la suavidad de que fue capaz, esperando que en cualquier instante Gladia se diera cuenta de que estaba entre los brazos de un terrícola. (Era indudable que la solariana había abrazado un robot humaniforme, pero no era lo mismo hacerlo con un nativo de la Tierra.)

Gladia sorbió sus lágrimas sonoramente y murmuró algo con los labios medio ocultos en la camisa de Baley.

—No es justo —murmuró—. Es porque soy solariana. A nadie le importa en realidad lo que le sucedió a Jander, pero las cosas no serían iguales si yo fuera aurorana. Este asunto se reduce a los prejuicios y las maniobras políticas.

Baley pensó que los espaciales también eran humanos. Las palabras de Gladia eran exactamente las mismas que hubiera podido pronunciar Jessie en aquella situación. Y si fuera Gremionis quien tuviera entre sus brazos a Gladia, diría exactamente lo que él iba a decir, si se le ocurrían las palabras justas. Y por fin las encontró:

—Vamos, eso no es del todo cierto. Estoy seguro de que al doctor Fastolfe le importa lo que le sucedió a Jander.

—No, en realidad, no le importa. Lo único que pretende es imponerse en la Asamblea Legislativa, y eso mismo anda buscando Amadiro. Estoy segura de que cualquiera de ambos utilizará el asunto de Jander para conseguir sus fines.

—Te prometo que no voy a negociar con el tema de Jander.

—¿No? Si yo te dijera que podías regresar a la Tierra salvando tu honor profesional y sin consecuencias adversas para tu mundo, siempre que te olvidaras del asunto Jander, ¿qué harías?

—No sirve de nada imaginar situaciones hipotéticas que es imposible que se produzcan. No piensan darme nada a cambio de olvidar ese asunto. Lo único que intentarán es enviarme de vuelta sin otro equipaje que mi ruina personal y la de mi mundo. Pero estoy seguro de que, si me dejaran, conseguiría encontrar al autor de la destrucción de Jander y me encargaría de que recibiera su justo castigo.

—¿Qué significa eso de si te dejaran? ¡Oblígales a que te lo permitan!

Baley respondió con una amarga sonrisa en los labios.

—Si acabas de decir que los auroranos no te prestan atención porque eres de Solaria, imagínate el poco respeto que te tendrían si vinieras de la Tierra, como yo.

La estrechó con más fuerza, olvidándose de que era un terrícola pese a que acababa de decirlo.

—Sin embargo, lo intentaré, Gladia. No quiero darte falsas esperanzas, pero no tengo las manos totalmente vacías. Lo intentaré...

Su voz se apagó. Gladia se apartó ligeramente de él para mirarle al rostro.

—Repites que lo intentarás, pero ¿cómo?

—Bien, puedo... —repuso Baley, aturdido.

—¿Encontrar al asesino?

—O lo que sea. Gladia, por favor, tengo que sentarme. Extendió el brazo tanteando la mesa y apoyándose en ella a continuación.

—¿Qué te ocurre, Elijah? —preguntó la mujer.

—He tenido un día difícil, es evidente, y creo que todavía no me he recuperado del todo.

—Entonces, será mejor que te acuestes.

—A decir verdad, Gladia, me gustaría hacerlo.

Ella le soltó, con el rostro visiblemente preocupado y sin espacio ya para más lágrimas. Levantó el brazo e hizo un rápido movimiento. De inmediato, Baley se vio rodeado (o eso pensó) por varios robots.

Y cuando por fin estuvo en la cama y el último de los robots se hubo marchado, Baley se descubrió con la mirada fija en la oscuridad.

No sabía si todavía estaba lloviendo en el Exterior o si los débiles destellos de algún relámpago lanzaban todavía sus últimos chispazos soñolientos, pero tenía la seguridad de que no se oía ningún trueno.

Exhaló un profundo suspiro y pensó: «Bien, ¿qué es lo que le he prometido a Gladia? ¿Qué sucederá mañana?»

Sería el último acto: ¿Fracasaría?

Y mientras se deslizaba hacia la frontera del mundo de los sueños, Baley pensó en aquel increíble destello de inspiración que le había iluminado antes de dormirse.

69

Aquello le había sucedido en dos ocasiones. La primera, la noche anterior cuando, como ahora, estaba a punto de dormirse; la segunda, aquella misma tarde, cuando estaba quedándose inconsciente al pie del árbol, bajo la tormenta.

En ambas ocasiones se le habla ocurrido algo, una inspiración que desvelaba el enigma igual que los relámpagos habían iluminado la noche.

E igual que éstos, aquella inspiración sólo había brillado en su mente por un instante.

¿De qué se trataba?

¿Volvería a tenerla?

En esta ocasión, trató conscientemente de conseguirlo, de capturar la esquiva verdad. ¿O era una esquiva fantasía? ¿Se trataba quizá de un atractivo sinsentido que surgía de su mente cuando la razón y la conciencia desaparecían, y que no se podía analizar adecuadamente en ausencia de un cerebro consciente que pensara de modo apropiado?

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